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“La tarea de nuestra vida es convertirnos al Señor”

Homilía en la Misa el viernes de la III semana de Cuaresma, el 20 de marzo de 2020.

Fecha: 20/03/2020

Con qué sencillez las Lecturas de hoy nos ponen ante lo esencial. Lo esencial del tiempo de Cuaresma. De ese tiempo de Cuaresma que nosotros pensábamos vivir de una determinada forma y que el Señor ha dispuesto que vivíamos completamente de otra. Pero la tarea esencial de la Cuaresma, y quizás de la vida, es volver al Señor. Eso es lo que por la boca del profeta le pide Dios a Israel: “Vuelve al Señor, tu Dios, porque tropezaste por tu falta”. El profeta Oseas con más dureza y más ternura al mismo tiempo expresa la alianza de amor de Dios con su pueblo. Quiere dejar a su pueblo y abandonarlo, y en otros momentos dice “no puedo, yo la llevaré a su esposa, Israel, la llevaré al desierto, le hablaré al corazón y volverá a decirme Señor, Dios mío desde su juventud”. La tarea de nuestra vida es convertirnos al Señor.

 

Dice el Catecismo antiguo de toda la vida, el que las personas mayores estudiábamos de pequeños, “¿dónde está Dios?”. Dios está en el cielo, en la tierra y en todas partes. Ahora mismo, Dios está en todas partes. Dios está en nosotros. Ninguno de nosotros estamos fuera de Dios. Nadie está fuera de Dios. Dios no está fuera de nadie. Otra cosa es que nosotros seamos conscientes de ello. Nos lo perdemos cuando no somos conscientes de ellos. Nos lo perdemos. Muchas veces nosotros nos imaginamos a Dios como un alguien muy potente que está fuera del mundo manejando como un ingeniero los hilos y las cosas de este mundo. Dios está en este tiempo, en estas circunstancias, está en nosotros, en los enfermos del virus, está en los afectados, está en los que están muriendo, está en el dolor de las familias que pierden a un ser querido, está en todas las cosas. Sólo no está en el pecado.

 

La invitación a convertirnos es a volver la mirada de forma que podamos descubrir a Dios en todas las personas y en todas las cosas. Descubrir Su Presencia, y Su Presencia amorosa. Dios no es un juez que disfruta con nuestros defectos o apuntándolos. Dios es misericordia infinita. Esta misma tarde una mujer me pregunta: ¿Por qué tengo yo que amar a Dios? Porque todo lo que eres te lo ha dado Dios; todo lo que hay de bello, de inteligente, de capacidades, todo, todo, absolutamente todo lo que eres te lo ha dado Dios. Y entonces, volverse a Dios, todo, tiene en Él su fuente y todo tiene en Él su plenitud, nuestras vidas también. Nuestras vidas se cumplen en Dios. Nuestro destino es Dios.

 

Alguien dijo una vez que cultura es saber de dónde venimos. Pues, venimos de Dios y vamos a Dios. Y porque tenemos conciencia de que vamos a Dios, no tenemos miedo de saber que el camino un día terminará y que ese día quien nos aguarda justo al final del camino es nuestro Padre con el hogar encendido y los brazos abiertos. De hecho, el Evangelio nos vuelve a poner ante lo esencial de cuantas reglas hemos creado los hombres, cuantas cosas que nos distraen de lo esencial, cuantas obligaciones nos creamos a nosotros mismos, y muchas había en la ley de los fariseos especialmente en el tiempo de Jesús. Pero también de todos los grupos judíos. Y Jesús vino a decir que sólo hay dos cosas que Dios espera de nosotros: que le amemos con todas nuestras fuerzas, que ya sabe Él el tamaño y la calidad de esas fuerzas (pero que le amemos con todas nuestras fuerzas) y que amemos a nuestros prójimos, a nuestros hermanos, como a nosotros mismos.

 

Que, al final, la plenitud de nuestra vida consiste en amar. Pero eso es decir que todo lo que Dios espera de nosotros es que seamos lo que somos, porque estamos hechos a imagen suya, y es a imagen del Dios que es Amor. Todo lo que Dios espera de nosotros es que seamos nosotros mismos llenos de amor porque somos imagen de Él, y aunque hemos corrompido y estropeado esa imagen de tantas maneras a lo largo de nuestra vida, sin embargo, nunca se ha corrompido del todo y Él siempre tiene dispuesto su Espíritu para que, habitando en nosotros, nos haga posible amarLe con todas nuestras fuerzas y amar a nuestros hermanos también como a nosotros mismos, que es a los que se supone que amamos más. No es siempre verdad que nos amemos bien a nosotros mismos, porque una tendencia que tenemos los seres humanos y que no viene de Dios nunca es la de flagelarnos a nosotros mismos, la de hacernos daño a nosotros mismos, de muchas maneras nos lo hacemos. Pero nuestro ser no es ese. Nuestro ser es ser imagen del Dios que es Amor, ser capaces de amar, ser capaz de recibir amor y de dar amor, y un amor que piensa y desea el bien de todas las personas. Todas las personas amadas, como Dios, busca y desea nuestro bien. No lo dudéis. Ni siquiera en una circunstancia como ésta (…).

 

Los cristianos vivimos con la certeza y la esperanza de la vida eterna, pero el Cielo no es un sitio azulito detrás de las nubes. El Cielo es Dios. Nuestro destino es Dios. Vuelvo a esa frase de San Agustín que resume toda la visión cristiana de la vida: “Nos hiciste, Señor, para Ti y mi corazón vive inquiero hasta que descanse en Ti”. El Señor nos conceda buscarLe, buscar Su Rostro. Que podamos contemplar Tu Mirada amorosa, para que suscites en nosotros y despiertes en nosotros la conciencia de lo que somos: obra tuya, obra de Tu amor (…)

 

+ Javier Martínez

Arzobispo de Granada

 

20 de marzo de 2020

Iglesia parroquial Sagrario Catedral (Granada)

 

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