Homilía en la Santa Misa del lunes 23 de marzo de 2020 en la IV semana de Cuaresma.
Fecha: 23/03/2020
Saludo, además de a los que estáis aquí, a
todos aquellos que nos seguís a través de internet (creo que puedo saludar hoy especialmente
a una familia de Kansas, cuyo hijo, Basilio, ha hecho muchas veces de
monaguillo mío en la Catedral y que ahora están ellos también encerrados en su
casa. Les doy un abrazo de comunión desde aquí. Pero a tantos otros que nos
unimos en estos días de muchas maneras).
Es sorprendente cómo en una situación de
angustia y dolor como es la que estamos viviendo, y de limitaciones de tanto
tipo, y de preocupación por el futuro y la vida misma, el Señor hace
resplandecer tantos gestos bonitos de caridad, de amor, de afecto mutuo. Nos hace
sentirnos, a pesar de las distancias, a pesar de que no podemos estar juntos,
mucho más parte del Cuerpo de Cristo.
Cuando yo leía la Primera Lectura de hoy,
cuando dice “voy a crear un cielo nuevo y una tierra nueva. Y de las cosas
pasadas no habrá recuerdo ni vendrá pensamiento”, yo pensaba: es un comentario
que todos hemos hecho muchas veces estos días, “el mundo que surgirá de aquí
será un mundo distinto”. Lo que hay que pedirLe al Señor es que Él cure nuestro
corazón, de forma que sea un mundo distinto, no simplemente porque vivimos de
otra manera, o nos vemos obligados a vivir de otra manera, sino porque pueda
florecer en cada uno de nosotros la planta de la caridad. Que pueda haber una
caridad que venza sobre el egoísmo, que venza sobre la desesperanza, que venza
sobre los temores de todo tipo.
No sabemos cuáles son las circunstancias que el
Señor nos pondrá, pero sabemos que, si estamos vivos, en todas ellas podremos
amar más. Y amar más es la medicina que el mundo necesita, la medicina más
importante. Se puede tener mucha salud y vivir de manera muy desgraciada. Y se
puede tener poca salud y, sin embargo, vivir en paz, porque uno se sabe en las
manos del Señor. Y se puede tener poca salud o tener pocas fuerzas y, sin
embargo, amar y poner cariño en todas las relaciones humanas, todas las
llamadas de teléfono. Cuántas distancias en las familias pueden caer. Es una
oportunidad para que caigan, para que llamemos a esa persona que hace mucho que
no nos atrevemos a llamar, o que no llamamos. O para coger una llamada de ese
tipo con gozo y con alegría, porque nos sentimos más criaturas de Dios, hijas
del mismo Padre, llamadas a compartir la misma vida que el Señor nos conceda.
Esa es la gran novedad. Ése sería el cielo
nuevo y la tierra nueva. Un mundo donde reine la paz, la justicia, el amor.
Donde todos vivamos para el bien de los demás, en lugar de vivir cada uno para
sí mismo. Donde nadie utilicemos a los demás para nuestros fines o nuestros
propósitos, sino que realmente deseemos su bien en todas sus dimensiones. Y
deseemos su vocación, su vida, la plenitud de su vida. En ese deseo de desear a
todos la plenitud es desearles también que conozcan al Señor, puesto que el
conocimiento del Señor da una paz y una alegría, y abre un horizonte que hace
que la vida pueda ser llevada a pesar de sus dificultades y su peso con gozo y
paz de corazón, con sosiego en el alma. Mientras que cuando falta el Señor,
hasta las vidas más humanamente exitosas, a veces se viven como si fuesen una
carga insoportable. La vida misma, una carga insoportable.
Que el Señor, que hace nuevas todas las cosas,
haga nuevo nuestro corazón. Ahora, para afrontarnos a vivir. Y a vivir con
paciencia y a resistir estas semanas. No es fácil. Y a medida que pasan los
días, se hace menos fácil. A perdonarnos unos a otros, si alguien se le salta
una tecla un poco, o se le saltan los nervios, o la mamá no puede ya tener al
niño quieto de ninguna manera y no sabe qué hacer.
Que sepamos todos perdonarnos, querernos, dejar
que el Señor desborde nuestra imaginación, para hacer cosas bonitas de unos
para con otros, de la mejor manera que podamos. Que nos ayude a vivir; a vivir
en la Presencia del Señor y a vivir suplicando la misericordia del Señor, que
no nos la niega nunca.
Vamos a ofrecer esta Eucaristía por los
médicos, que también para ellos son unos días que se hacen largos, de muchísima
tensión y de muchísima dificultad, en algunas ciudades más que en otras, pero
todos están bajo una presión enorme. Que el Señor les dé fortaleza, paz y el gozo
de saber que están dando la vida por los demás. Y que dar la vida por los demás
es lo más grande que puede hacer un ser humano.
+ Javier
Martínez
Arzobispo de Granada
23 de marzo de 2020
Iglesia parroquial Sagrario-Catedral (Granada)