Homilía en la Santa Misa del 27 de marzo de 2020, sábado de la IV semana de Cuaresma.
Fecha: 27/03/2020
Mis queridos hermanos (los que estáis aquí y los que no seguís a través de las cámaras de la televisión):
Muchos de nosotros hemos estados hace un
momento unidos a la oración con el Santo Padre y era hermoso pensar en que
millones de personas a lo largo de todo el mundo estábamos unidos en esa misma
oración y por el don de la fe, lo que la lectura del Evangelio subrayaba con
tanta fuerza: “Todavía no tenéis fe, ¡no tengáis miedo!”. Todavía no tenéis fe.
Yo quiero subrayar una palabra del Papa
en su predicación muy al principio cuando ha dicho que, en esta tormenta, en
esta barca en la que también está Jesús, pero no van sólo los discípulos, sino
que vamos todos los hombres. Tal vez nunca como ahora hemos percibido la unidad
de la familia humana porque la tormenta cae sobre todos. Seamos de la nación,
de la lengua, del continente que seamos, estemos donde estemos, a todos nos
azota la misma plaga. Y como ha dicho el Santo Padre, nos arranca de nuestras
esperanzas cotidianas, en las que muchas veces ponemos nuestra felicidad. Cuánto
hemos luchado a veces por conseguir una determinada titulación académica o una
determinada carrera, o cuánta ilusión nos hace tener tal o cual aparato, y de
repente como que todo eso nos parece tan vacío y sólo importa para qué es la
vida, qué hacemos en la vida, cuál es nuestra tarea, cuál es nuestra salvación.
Y nuestra salvación está en nuestra propia barca, está en el Señor, que nos
acompaña en esa barca.
El Salmo de hoy lo decía: “El Señor está
cerca de los atribulados”. El Señor está cerca. Los atribulados hoy somos
todos, unos más y otros menos. Unos, quienes han perdido a sus seres queridos y
no han podido acompañarlos ni siquiera al entierro, quienes están luchando
entre la vida y la muerte, quienes están acompañando a los que están enfermos y
tratando de sostenerlos con los medios que tienen a su alcance, que nunca son
suficientes para toda la magnitud de la pandemia. Pues, la certeza de que el
Señor está cerca de los atribulados. Que el Señor está cerca de nosotros. Que
el Señor no nos abandona.
Yo recordaba cuando el Papa hablaba de
la tormenta en la barca otro pasaje del Evangelio que también habla de
tormentas. Dice el Señor que el que escucha sus palabras, que el que abre su
corazón a Él, en definitiva, es como un hombre que edifica su casa sobre roca.
Y vienen tormentas, y vienen crecidas, vienen lluvias torrenciales y aquella
casa no se viene abajo, porque está edificada sobre roca. Mientras que quien
edifica su casa sobre nuestros cálculos humanos, nuestras medidas humanas, es
como si edificáramos sobre arena. Cuando viene una tormenta de este tipo, arrumba
contra la casa y la deshace porque se hunde la casa.
Que el Señor nos conceda a todos
edificar nuestra casa sobre roca. Buscar nuestra fortaleza. Tú, Señor, eres
nuestra fortaleza. “Yo te amo”. Como dice el Salmo: “Tú eres mi fortaleza”.
Mantennos firmes en Ti. Confiamos en Tu auxilio, en Tu misericordia, en la
certeza de que Tu Gracia vale más que la vida y que teniéndoTe a Ti aun perder
la vida no es la mayor de las desgracias. En cambio, no teniéndoTe a Ti, Señor,
qué duro se hace el vivir, qué duro se hace el resistir incluso. Qué duro se
hace el afrontar con serenidad las dificultades especiales de este tiempo.
Que el Señor nos conceda a todos los que
vamos en la misma barca abrir nuestros corazones al Señor y sembrar en esos
corazones una gotita de fe.
Señor, Tú eres el único refugio sólido
en el que podemos sostener nuestras vidas, y sostener nuestra esperanza. Y que
la oración y la intercesión de Tu madre proteja… Hay unas imágenes medievales
que no se usan o que no son muy frecuentes aquí en nuestro panorama español,
pero que en los ámbitos nórdicos son bastante frecuentes. Es una Virgen con el
manto abierto y muchos hijos de todas las clases sociales colocados debajo del
manto de la Virgen. Pues, protégenos a todos con tu manto y haz que nos sirva
justo de paraguas, de refugio, para que no perdamos ni la fe, ni la esperanza,
ni el amor. Podemos perder la salud, podemos perder la vida, pero que no
perdamos la fe, que no perdamos la esperanza en Ti, Señor, la certeza de Tus
promesas, que no defraudan jamás, y que no perdamos la conciencia de Tu amor y
la energía, y el amor que brotan de ese amor Tuyo.
Que así sea para todos los que vamos en
la misma barca.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
27
de marzo de 2020
Iglesia parroquial Sagrario-Catedral (Granada)