Homilía de Mons. Javier Martínez en la Santa Misa el jueves, 2 de abril de 2020, de la V semana de Cuaresma.
Fecha: 02/04/2020
Queridos hermanos y amigos:
Son ya casi tres semanas, o alrededor de tres semanas, desde que estamos recogidos en nuestras casas cada uno, y seguramente los días se hacen largos, las cifras y los números sobrecogen e impresionan, y yo quisiera, sencillamente, hoy, apoyándome en la frase de Jesús en el Evangelio cuando Él dice que “antes de que Abraham existiera, existía Él”.
Si uno tuviera que buscar en el Evangelio todas las formas directas e indirectas en las que Jesús afirma Su divinidad, Su identidad con Dios, Su naturaleza divina, la verdad es que el Evangelio está lleno de esas alusiones e indicaciones de Jesús, pero hay pocas que sean tan descaradas, tan escandalosas, tan explícitas como ésta. Otra semejante es “Yo soy el Camino y la Verdad y la Vida”. O también cuando corrige los mandamientos de Dios en la Ley de Moisés. Todo eso un judío no podía verlo más que como blasfemia y fueran esas blasfemias las que llevaron a Jesús a la cruz. Y como dice Lewis son afirmaciones de tal naturaleza que no tienen termino medio, es decir, o Jesús era un loco y estaba loco, o lo que dice es verdad. No se puede decir, “bueno, pues es media verdad o es verdad a medias”.
“Yo soy”. Y “Yo soy” es el nombre de Yahvé, el Dios que es desde antes de la creación y la meta, al mismo tiempo, el Alfa y la Omega de toda la creación y de todas las cosas. Esa es la verdad de Cristo, que ilumina nuestro mundo e ilumina nuestra muerte.
Hace unos días una persona mayor, bastante mayor, queriendo poner un tono de humor en un momento como éste me decía “a mí me quedan dos o tres telediarios, pero, en realidad, todos los hombres desde Adán y Eva, desde el comienzo del mundo, todos los hombres hemos muerto, no es que haya ninguna novedad en lo que está sucediendo en estos días”. Sí que la hay. Sí que la hay, porque los enfermos llegan a los hospitales de una manera tan numerosa y tan desproporcionada, que, efectivamente, el personal sanitario está desbordado y el número de víctimas que esto crea no son las víctimas de nuestra muerte natural, por así decir. Por lo tanto, sí que es una situación super extraordinaria, que nos hace tomar conciencia de que también aquí no hay termino medio. O no somos más que un producto de la naturaleza, y entonces podemos morir como las hormigas, o como cualquier otro ser vivo, como caen los frutos de los árboles y nuestro destino no tiene ninguna importancia ni nada de nuestra vida tiene importancia alguna, ni siquiera nuestro amor por las personas más queridas, o hay un destino que tiene que ver con la vida eterna, que tiene que ver con Dios, con la eternidad de Dios y entonces sí, entonces todo tiene significado. Tiene significado nuestro dolor por el mal y por el pecado, y tiene significado nuestra alegría por el bien, y tiene significado también nuestro amor, y tiene significado nuestra muerte, porque esa misma muerte ha sido asumida por el Hijo de Dios de una forma que nos permite vivir la vida en la verdad de lo que somos, con sencillez, con la certeza de que estamos acompañados, con la certeza de que nadie muere solo; nadie está abandonado por Dios, que es la Compañía verdadera que todos necesitamos. Esté en la UCI, esté más o menos consciente, esté luchando en la agonía, o esté saliendo. Hoy me pasaban también, dos enfermos que salían del hospital, dados de alta, y el aplauso de las enfermeras y de los que atendían la planta de donde ellos salían.
¡Bendito sea Dios! Pero podemos decir “bendito sea Dios”, sabemos que no estamos solos en los momentos buenos y en los momentos malos, en las dificultades más grandes y en los momentos de más alegría en la vida (el nacimiento de unos niños). Hoy me llegaban también unas fotos de una familia de Siria con la que yo había perdido contacto desde mucho antes de que empezaran las guerras de Siria (y a la que tengo cariño) y hoy me mandaban las fotos de dos niñas recién nacidas, una de año y medio y otra de unos pocos meses, diciendo estamos vivos en medio de todas las dificultades, damos gracias a Dios, pedimos que pidáis por nosotros y nosotros pedimos por vosotros.
A través de los continentes y de las fronteras, esta misma Eucaristía de hoy…, yo os he dicho muchas veces que no hay más que una Eucaristía en el mundo entero, que es la ofrenda y el sacrificio de Cristo. Pues, todos nos unimos a ese sacrificio, todos nos unimos a esa ofrenda con el gozo de ser hijos de Dios y con la certeza de que no es estamos solos en este sufrimiento.
Dejadme leeros, es un testimonio sencillo, de hecho, hay miles como éste. Es el testimonio de una chica matrona que se ha ofrecido para ayudar en el hospital de IFEMA y me parece que es tan bello, tan sencillo, y tan humano lo que dice que me parece que es útil el poder leéroslo. Y empieza: “Hola amigos. Cuando ofrecí mi disponibilidad para colaborar en este nuevo hospital que se estaba construyendo en IFEMA no sabía lo que me encontraría. De hecho, cada día que voy es distinto. Si soy sincera, al ir no pensé mucho en las consecuencias. Sólo secundé un gran deseo: el de ayudar en algo tan desbordante. Están siendo días muy intensos, llenos de incertidumbre, de miedo, de desproporción, de impotencia, de inseguridad, de cansancio. Es muy impactante el pabellón en el que trabajo. En un especio grandísimo se han colocado unas 250 camas. Como dice una doctora que trabaja allí ‘un mar de camas que parece barcas salvando pacientes, intentando que no naufraguen’. Para mí es como anclar en un santuario. Un pabellón diáfano que se llena de belleza, porque Él está caminando con nosotros. Es una obra de caridad gigante donde es sencillo reconocerLe presente. Seguro que esto no estaba en la mente de los que lo construyeron, pero para mí es eso y fundamentalmente y solo esto. Trabajo enfundada en un EPI (Equipo de Protección Individual), que me ponen unos voluntarios de Protección Civil. Ellos también se encargan de quitármelo cuando salgo. Es lo más parecido a un astronauta. Sólo nos vemos los ojos. Nuestro nombre y profesión está apuntado en la solapa y en la espalda del EPI. Es difícil trabajar así. No puedes moverte como querrías y la expresión se reduce a la mirada y a los gestos con las manos enfundadas en cuatro guantes. Pero, a pesar de estas dificultades, logras encontrarte con los compañeros y con los pacientes. La mayoría de los pacientes que he conocido vienen de estar dos o tres días en las urgencias de algún hospital sentados en una silla, por lo que esto les ha aliviado mucho. No he presenciado todavía ninguna muerte, pero creo que va a llegar, porque desde mañana cambio a otra zona donde ingresan pacientes más graves. Entro invocando “Ven Espíritu Santo, ven por María” y pido reconocerLe y llevarLe en mi mirada. Es fácil encontrarse con los compañeros de trabajo. Ayudarnos a levantar algo grande juntos y se percibe en el ambiente algo que es un bien para todos, no sólo para uno mismo, y esto saca lo mejor de cada uno. (Cuántas veces en nuestros días hemos visto y oído ese comentario: está sacando el virus lo mejor de nosotros, en algunos casos saca también lo peor, pero lo fundamental es que estamos hechos para el bien y saca nuestra capacidad de amar y de acoger, y de acompañar, que casi a veces la teníamos olvidada). Está siendo un tiempo de gracia. Como dice el Papa, en este momento de prueba es un momento de elección. No puedo mirar ese pabellón enorme lleno de camas, donde están postrados tantos hombres y mujeres, sin pensar en la cruz de Cristo. Y no puedo ver tanta disponibilidad y entrega, tanta sonrisa en las caras de los pacientes, que me llaman por mi nombre sin conocerme, que me agarran fuerte de la mano porque tienen miedo, que se alegran de verme los ojos, sólo los ojos, y de escucharme sin pensar en la Resurrección de Cristo. Él ha vencido, nada se escapa de Su Abrazo porque está presente y es fácil reconocerLe. Hasta los aplausos de los que están en casa me hablan de Él. Es la humanidad que aplaude, el darse gratuito de tantas personas. Es la humanidad que aplaude sin saberlo a Quien se ha dado hasta el extremo a Jesucristo. Todo es signo de Él. Pedid por mí. No sé lo que el Señor puede pedirme todavía y, aunque llena de certeza, soy frágil y tengo miedo”.
Todos somos frágiles. Todos participamos de ese temor. Todos estamos llenos, al mismo tiempo, del don inmerecido de la fe, de la certeza de que Jesucristo nos acompaña a nosotros y a todos, hoy y siempre. Y quien nos acompaña es Su amor, Su amor sin límites, Su amor sin discriminaciones, sin diferencias.
Que podamos reconocerlo y que nos agarremos a la soga de ese Amor justo cuando sentimos el miedo, cuando sentimos la proximidad de la enfermedad, o cuando sentimos la dificultad, o la muerte.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
2 de abril de 2020
Iglesia parroquial Sagrario-Catedral (Granada)