Homilía en la Santa Misa el Lunes Santo, 6 de abril de 2020.
Fecha: 06/04/2020
Queridos hermanos y amigos, que nos unimos un día más para celebrar aquí la Eucaristía y dar gracias al Señor por su Venida fiel hasta nosotros, y por Su Encarnación, por Su Pasión, por Su muerte.
Todo el Misterio de Cristo acontece de manera misteriosa sobre el altar, en la Eucaristía. Vienes a nosotros, Te haces materia, y pan y alimento para nuestra vida, y Te comunicas a nosotros y nos das Tu Espíritu, y ese Espíritu nos permite vivir como hijos de Dios.
En la oración de la Misa de hoy decíamos que “aquellos que desfallecemos por nuestra debilidad, que nos sostenga la fuerza de Tu Pasión”. Yo, al decir eso, pensaba un poco en todo el mundo, un poco en todas las personas. Todos seguro que sentimos ya un cierto cansancio de estar encerrados, y sin embargo es necesario estar encerrados. Una cierta fatiga del silencio, de las limitaciones en la comunicación, y a todos nos es necesario el levantar nuestro ánimo. Yo sé que la canción de “Resistiré” es un estímulo bonito, porque, además, es bella y nos da aliento y fuerza. Pero, fijaros, uno se da cuenta de que si uno tiene un pariente cercano enfermo, o pienso en tantas personas, dices “resistes hasta que puedas”, porque nadie queremos la presencia del virus en nuestras vidas, nadie queremos que el virus siga causando enfermos y que siga sembrando la muerte entre nosotros, y entonces llega un momento en que la resistencia, por mucho que la afirmemos a nosotros mismos o afirmemos que vamos a mantener el ánimo, el ánimo decae o puede decaer. Es, entonces, cuando uno se vuelve al Señor y siente la necesidad.
Es una desgracia que tengamos que pasar por situaciones tan extremadamente difíciles para que nos volvamos a Ti, Señor. Pero somos así de pequeños, somos así de débiles. Pero, al volvernos a Ti, Tú nos haces caer en la cuenta, y yo no me cansaré de repetirlo mientas esta situación permanezca, que la Pasión de Cristo es nuestra Pasión. Que Cristo, al asumir su carne, nuestra carne; que Cristo al venir a nosotros, al compartir nuestra condición humana, al hacerse víctima de la traición, de la mentira, de las vanidades de los hombres y de toda nuestra humanidad tal como es, ha acogido también mis limitaciones, mis mezquindades, mis pecados. “Cristo murió por los impíos”, dice una de las Lecturas que se leen en la Liturgia de las Horas hoy. Cuánto más, ahora que nosotros conocemos, seremos transformados y sostenidos por Su amor. “Cristo murió por los impíos”, por todos nosotros, por todos los hombres. Cristo ha derramado Su Sangre por ti, por mí. Qué poca es la diferencia que tenemos unos de otros. Cuántas cosas de las que, hace apenas un mes, eran importantes en nuestra vida han dejado de serlo. Y ahora mismo, sólo la vida misma, sólo Tú, Señor, eres capaz de darnos la fortaleza, la fortaleza de resistir, la fortaleza de amar, de seguir amando, se seguir dando gracias por todo lo que Tú nos has dado en la Creación y, sobre todo, en la vida y en la muerte y en la Resurrección de tu Hijo.
Yo quiero pedir hoy de una manera especial, porque los tengo presentes todo el día, los tenemos todos en nuestro corazón, pero pienso que son los más expuestos a la fatiga y al cansancio, por todos los médicos, el personal sanitario -las enfermeras, los auxiliares de clínica, todos los que echan una mano y trabajan en los hospitales, por los farmacéuticos-, por los que se mantienen junto a una caja de un supermercado dando comida a todos los que vamos allí a comprarla o a por ella. Y quisiera pedir de una manera especial por aquellos que empiezan a sentir los azotes de la pobreza, de una manera muy especial en este tiempo, porque se han quedado sin ingresos, porque no tienen con lo que sostener a su familia o a sí mismos. Que nuestra oración se dirija a ellos y que junto al aliento que pedimos para nosotros mismos, no podemos dispersarnos por la ciudad, pero sí que podemos acercarnos a nuestros vecinos, sí que podemos hacer una llamada, preguntar cómo se está. Yo sé que hay miles, miles y miles de gestos de amor que son eso que el Santo Padre llama “el santo de la puerta de al lado”. Y algunas veces esos santos ni siquiera son creyentes, pero son personas en las que florece de repente el amor que Dios es, florece en su corazón y siembran alegría, siembran paz, siembran ternura o misericordia por donde quiera que pasan. Especialmente a vosotros, los que estáis en los hospitales. Que el Señor os sostenga en vuestro corazón, que os sostenga en vuestro amor, que os sostenga en vuestra entrega, que nunca os pagaremos lo que hacéis por nosotros. Sois un signo de la bondad de Dios en medio de esta situación tan dolorosa.
Le damos gracias al Señor. Le damos gracias al Señor por vosotros y os aplaudimos, o no os aplaudimos, pero os damos gracias por lo que estáis haciendo. Y damos gracias al Señor, porque Él es la roca sólida, la esperanza firme, el lugar donde podemos realmente confiar la edificación de nuestras vidas, la permanencia de nuestras vidas, la certeza de estar destinados a la vida eterna y, por lo tanto, la esperanza que no defrauda; sea cual sea nuestro destino aquí, que es siempre pasar por la muerte, de una manera o de otra, pero sólo pasar, la muerte no tiene poder sobre Tu amor, Señor, si no, no serías Dios. No tiene poder sobre Tu amor y no puede vencer a Tu amor.
A ese amor nos agarramos como un racimo todos colgados de Tu cuello y de Tu misericordia, pidiéndoTe que florezca ese amor en el corazón de cada uno de nosotros, que florezca en el de todos los hombres. Que crezca y se desarrolle en gestos concretos de afecto, de amistad, de cariño, de ternura de unos para con otros. Hemos sido tan duros unos con otros. Hemos sido tan insensibles, tantas veces, los unos para los otros.
Señor, ábrenos, con motivo de esta pandemia, Tu Corazón. Abre nuestros corazones, sobre todo para saber amar a los que tenemos cerca y a los que tenemos lejos. A eso es a lo que Tu Pasión nos enseña. Quiera Dios que algunos podamos recibir esa enseñanza y empezar a vivirla con alegría, con frescura, con la certeza de Tu misericordia y de Tu amor fiel.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
6 de abril de 2020
Iglesia parroquial Sagrario Catedral (Granada)
Palabras de Mons. Martínez antes de la bendición final.
Antes de daros la bendición dejadme enviar desde aquí un abrazo a todos mis hermanos y mis hermanas cofrades, que ayer no pudieron salir, que hoy no pueden salir, que no van a poder salir en ninguno de estos días; que sé que están celebrando con vídeos y con imágenes de otros años las salidas procesionales. Yo os estoy mandando a cada hermandad unas pequeñas palabras también como solía hacer según llegabais, siempre que me ha sido posible.
Estamos todos unidos. Todos formamos un solo Cuerpo. Todos formamos una sola familia. Y todos celebramos la Pasión y la Resurrección de Cristo, conmovidos en este momento de situación tan difícil, para tantas y tantas personas, para tantos hermanos y hermanas nuestros. Y Le pedimos al Señor que les sostenga y nos sostenga a todos, que nos mantenga en una unidad potente y fuerte en la persona y en el amor de Jesucristo. Un abrazo a todos mis hermanos. Yo sé que algunos, más de uno, lloraréis por no poder salir, y más de uno lloraréis por otros motivos, y todos esos llantos los recoge el Señor.