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“El Señor llega a todos”

Homilía en la Santa Misa del Miércoles Santo, el 8 de abril de 2020.

Fecha: 08/04/2020

Me llama a mí la atención en estos días, mis queridos hermanos, que, cuanto más nos acercamos al Misterio Pascual, las oraciones de la liturgia son como más esenciales, más sencillas, pedimos cosas menos complicadas. Ahí hay oraciones de la liturgia que a veces seguro que a veces nos cuesta en algún momento saber qué es lo que estamos pidiendo. Al final, siempre pedimos una sola cosa: Te pedimos a Ti, Señor. Queremos Tu Compañía, queremos Tu Amor, queremos Tu Gracia. Es a Ti a quien necesitamos. Pero, a veces, el lenguaje puede ser más o menos retorcido, o más o menos accesible, y menos cuando uno simplemente lo escucha y no lo lee con sus propios ojos.

En estos días, en la oración de ayer Le pedíamos: “Señor, estamos a las puertas de celebrar tu Pasión, que esa Pasión tuya nos consiga Tu perdón”. Y hoy Le pedimos, “Señor, Tú que nos has amado hasta la muerte, que nos consigas la gracia de la resurrección”. A lo mejor, cuando oímos eso cualquier año no nos damos cuenta de la trascendencia, de la importancia de lo que estamos pidiendo. Pero estamos pidiendo lo esencial, Señor: que la muerte no venza sobre nosotros. Nos vemos rodeados de enfermedad y de muerte, pero, en medio de esas circunstancias, nosotros sabemos que Tu Amor triunfa, que Tú triunfas. Y Te pedimos sencillamente que no nos prives de la vida eterna, que perdones nuestros pecados.

Lo que quería leeros es una oración de Paul Claudel, el poeta francés de la primera mitad del siglo XX, que es una oración para “el día que esté en mi lecho de muerte”. Y él dice algo muy sabio que santa Faustina Kowalska tuvo en una de sus conversaciones con el Señor fue lo mismo, o muy parecida a esta oración. Santa Faustina quería ofrecerLe algo al Señor y le decía: “Señor, yo Te quiero ofrecer lo mejor que yo tenga. Te quiero ofrecer mi corazón”. Dice (ndr. Dios): “Si te lo he dado Yo”.  “Te quiero ofrecer mi amor”. Dice: “Si te lo he dado Yo”. Ella le iba diciendo cosas y le decía: “Si todo te lo he dado Yo”. Y dice, entonces: “Señor, ¿qué tengo yo que sea mío, mío, mío y que Tú no me hayas dado?”. Le dice el Señor: “Tus pecados es lo que tienes que ofrecerme”. Bueno, pues, la oración de Paul Claudel iba en esa línea: “Señor, algún bien he hecho a lo largo de mi vida, pero sé que he hecho mucho mal, entonces, sólo Te pido que en ese momento en que no es tarea agradable de ver, en que a lo mejor no tengo fuerzas para pensar, en que a lo mejor no tengo nada mío que ofrecerTe que no sean mis pecados, que acojas mis pecados”. Le llega a decir: “Si tienes necesidad de santos, de vírgenes, de confesores, de mártires, tienes legiones de ellos, Señor. Pero si tienes necesidad de un estúpido, de un orgulloso, de un envidioso, de un impuro, de un pecador, Señor, si te sirve de algo, pues acéptame a mí también”.

Ese es el sentido. Y dices: Señor, efectivamente. Quienes estamos aquí somos unos poquitos. Yo os veo a vosotros como representantes de aquellos que nos ven por la televisión, pero de muchos otros que no nos ven de ninguna manera y que, sin embargo, se unen a la intercesión de los santos y de la Iglesia. Y lo que Te decimos es: “Señor, acógenos”. A lo mejor, no tenemos nada bonito que ofrecerTe, o tenemos muy poco bonito que ofrecerTe. Tú conoces nuestra pobreza, nuestra pequeñez, pero Tú que nos amas sin límite a todos los hombres acoge esa pobreza nuestra, acógenos tal como somos. Es lo único que tenemos para darTe y Te lo quisiéramos dar. Y cubre de bendiciones a nuestro mundo, que, de alguna manera, siente la necesidad en estos tiempos de volverse hacia Ti.

Que nos acoja a nosotros, que acoja a todos los hombres, que acoja a todos los que sienten la desesperación de su impotencia y que no Te conocen, Señor, y que no saben que Tú les amas; que puedan encontrarse con Tu Amor y llevarse la sorpresa de que, al final, el secreto último de la vida era ese amor Tuyo, que no se ha echado atrás delante de nuestras pobrezas y de nuestra miseria humana.

Presentamos a todos, a todos, a todos. Yo quisiera que pudiéramos presentar, y los podemos presentar, a todos los hombres. Claro que hay rostros conocidos, personas que tenemos cerca, familiares, seres queridos, pero hay muchos que no conocemos y, sin embargo, el Señor llega a todos. Nosotros Te presentamos al mundo entero, Señor, y queremos que pueda experimentar la alegría de Tu Misericordia y de Tu Abrazo.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

8 de abril de 2020
Iglesia parroquial Sagrario-Catedral (Granada)

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