Homilía de Mons. Javier Martínez en la Santa Misa del II Domingo de Pascua, Domingo de la Divina Misericordia, el 19 de abril de 2020.
Fecha: 19/04/2020
Mis queridos hermanos y saludo también con muchísimo cariño a todas las personas que se unen a estar Eucaristía a través de los medios de la televisión.
Qué
riqueza desbordan los textos de la Palabra de Dios en todos estos días y
especialmente en este domingo. Casi, cada trocito, cada frase, puede
convertirse en algo capaz de llenar y de sostener nuestra vida. Empiezo por la
última conversación de Jesús con Tomás: “Porque me has visto Tomás has creído.
Dichosos los que crean sin haber visto”. Y nosotros pensamos, desde el siglo XV
o XVI para acá, que sólo los que crean sin haber visto se refiere a nosotros. Pues,
no. Es verdad que no hemos visto de la misma manera que vio Tomás. A Tomás casi
que le hizo el Señor un favor especialísimo al permitirle que tocara Sus llagas
y Sus heridas. Aquel favor que se había negado siempre a hacer a los fariseos.
¿Buscáis un signo? “No se os va a dar mas que el signo de Jonás”. Él
desapareció tres días y tres noches, pues el Hijo del Hombre desaparecerá y
veréis su Resurrección de nuevo.
Pero
la Iglesia ha defendido siempre que la fe no es algo que se contrapone a la
inteligencia. Y yo quiero subrayar eso, porque nuestra fe es un acto de
inteligencia. Lo que dice aquí San Juan no es que tenemos que cerrar nuestros
ojos y porque cerramos nuestros ojos entonces somos capaces de creer. No, no
cerramos nuestros ojos. Nosotros creemos con los ojos abiertos y usamos la
inteligencia. Es verdad que nunca la inteligencia nos demostrará que Cristo ha
resucitado. Como tampoco la inteligencia puede mostrarme que mi madre me ha
querido y me quiere. Eso no se puede demostrar. Eso se tiene experiencia y tienes
tantos indicios o al revés, también para saber que mis padres no me han querido.
Conocí yo una mujer en una ocasión que había crecido oyendo decir a su madre -no
os podéis imaginar las heridas que llevaba esa mujer, que creo que murió
después como una santa, pero que ni siquiera en su lecho de muerte la acogió su
madre y vivió toda la vida- que había sido un error y una equivocación. El daño
que eso le puede hacer a una hija, que desde pequeña vive oyendo decir eso a su
madre. Pero -repito- no se puede demostrar un amor. Del amor hay indicios,
signos. Signos que casi siempre pueden ser verdaderos o falsos a la vez; que
dejan espacio a la libertad para decir que “sí” a ese amor o para decir que “no”.
Pero eso no significa no ver, no significa no conocer. No significa no tener
hasta experiencia. Yo pienso en mi vida y digo: “Señor, tendría que arrancarme
los ojos para negar Tu existencia, para negar que mi vida es fruto de un amor
enorme, sin límites, que has sabido aguantarme, que has sabido vivir con mis
torpezas, con mis pecados, que ha sido una misericordia infinita”.
Quienes
hemos nacido en un mundo cristiano y en ambientes cristianos, y en familias
cristianas, yo creo que nos cuesta muchísimo imaginarnos lo que sería un mundo
sin Cristo. Pero un mundo sin Cristo, en el que no hubiera sucedido el
cristianismo, en el que no hubiera ninguna huella del cristianismo, sería un
mundo en el que no habría conciencia de la dignidad humana por el hecho de ser
seres humanos. Porque eso es un fruto del cristianismo. Eso no demuestra, cómo
va a demostrar… Pero tampoco el haber metido el dedo. Recordad que Jesús dijo:
“Si no creen, tienen a Moisés y a los profetas”, en la parábola del rico y de
Lázaro. Y el rico decía: “Mira, déjame volver para decirles a mis hermanos que
hay esto y porque si un muerto se les aparece, creerán”. “Tienen a Moisés y a
los profetas si no los creen a ellos no creerán, aunque se les aparezca un muerto”.
El mismo Santo Tomas dice: “Tengo que haberlo soñado, no es posible, le he
visto morir, no es posible”. Entonces, primero, que a Santo Tomás tampoco se le
impuso, aunque lo hubiera tocado de una manera… Cuántas veces hemos visto al
Señor actuar, evidentemente. Si tuviéramos los ojos limpios, cada segundo. Si
todo lo que existe es fruto de Tu amor, Señor.
Y
nuestra fe, quiero que sepáis, porque esto es muy importante, no tiene que
cerrar y apagar la razón ni la inteligencia. Yo conozco a muchísimos santos,
algunos porque los he estudiado y he leído sus vidas, otros porque me he
encontrado con ellos, nunca serán canonizados, nunca serán beatificados, nunca
saldrán en la televisión o en un periódico, pero son santos de altar, tan
grandes o más que muchos de los que nos cuenta la Historia de la Iglesia. La
santidad no brota de la mentira. Todos tenemos experiencia de haber mentido,
aunque sea cuando hemos dicho de pequeños, con cosas muy pequeñas “no, yo no me
he comido el dulce”, “no, yo no me he comido las chuches”. Todos hemos mentido
alguna vez para quedar bien. Dios mío, y la mentira siempre nos empequeñece,
siempre achata nuestra humanidad, nos empobrece. De la mentira no brota la
santidad. Y es tal el río de santidad que ha nacido de la Resurrección de
Jesucristo, en el pueblo que ha nacido, del costado abierto de Cristo, que
dices “Señor, algo tan bello no puede surgir de una alucinación, no puede
surgir de una mentira, no puede ser”. Y es tan fuerte tocar eso como tocar Tus
llagas si usamos nuestra inteligencia con sencillez de corazón. Si no queremos
una prueba como la querían los fariseos: danos una prueba (que eran las
tentaciones de Jesús). “Tírate de aquí abajo y sabré que eres el Hijo de Dios”.
O “haz que estas piedras se conviertan en pan”, haz milagritos de este tipo y
verás cómo… No, no Señor. Tú respetas nuestra libertad, porque quieres un
pueblo de hijos libres de Dios. Respetas nuestra libertad como respeta nuestra
razón y como respetas nuestro afecto y nos dejas. Eres libre para decir “Sí,
Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que Te amo”. Y eres libre para decir “bah,
tonterías”.
Dios
mío, es el Domingo de la Misericordia. Juan Pablo II, que había experimentado
lo que era un mundo que había dado las espaldas a Cristo, vivió bajo la sombra
de las dos grandes dictaduras del siglo XX (la dictadura nazi y la dictadura
soviética) y supo lo que era eso, y él instauró este domingo como Domingo de la
Misericordia. Pero a mi me gustaría decir que eso no es una devoción. Que a uno
no le tiene que gustar la imagen del Cristo de la Misericordia, o de Jesús de
la Misericordia de Santa Faustina Kowalska, para ser consciente de lo que
quería decir Juan Pablo II. Él se dio cuenta de que el mundo estaba tan herido
que lo que más necesitaba era la misericordia de Dios. No es que haya un Domingo
de la Misericordia. Es que el cristianismo es que ha aparecido y se ha sembrado
en nuestro mundo, y se ha dado a todos, la misericordia infinita de Dios. Los
textos del día de Navidad dicen eso: “Ha aparecido la Piedad de Dios y Su Misericordia
para con los hombres”. “Ha aparecido”. Y ya no se ha ido de junto a nosotros,
porque entregó Su vida y entregó Su sangre. Y el Señor lo ha resucitado para
que esa misericordia y el Espíritu de Cristo permanezcan con nosotros y juntos
a nosotros. “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”,
viviendo de esa misericordia.
No
hay pecado, no hay crimen, no hay miseria humana que el Amor de Dios no sea
capaz de perdonar, si no, Dios no sería Dios. Gracias a Dios en Jesucristo
hemos sabido que Dios es Amor y que el secreto de nuestras vidas, creadas a
imagen y semejanza de Dios, es también vivir para el amor y para amar. Y amar y
perdonar, en nuestra experiencia humana, son lo mismo. Porque no hay amor que
no suponga un gesto de perdón; que no suponga un gesto de gratuidad. Lo otro no
es amor. Lo otro es interés disfrazado, aunque lo llamemos amor. Llamamos amor
a tantas cosas que no lo son, como llamamos cristianismo a tantas cosas que no
lo son. No, no Señor. Tu amor se ha sembrado en esta tierra y se ha ofrecido, y
se da, y se ofrece a nosotros para que nuestra tierra pueda ser un lugar de
gratitud y de alegría.
Es
curioso. Vinculado al episodio de Tomás, Jesús siempre saluda a sus discípulos
y hoy de una manera especial. La paz sea con vosotros. La paz es el fruto de la
misericordia, la paz es el fruto del perdón. Y les dijo otra vez, cuando se
quedaron asustados de verle, les dijo de nuevo: “La paz esté con vosotros”. El
fruto, la paz, eso que tanto deseamos en nuestra vida no viene de engañarnos de
ninguna manera; viene de la experiencia del perdón. Yo cito con frecuencia una
película dura y que contiene alguna cosa que es falsa, pero que no oculta el
drama profundo que hay en la existencia humana. Se llama “Las horas”. Es la
historia de tres mujeres y una de ellas es una actriz muy famosa, Nicole
Kidman, y las otras dos también lo son me parece, pero hay un momento en el que
creo que es Nicole Kidman o no sé si es otra de ellas, dice: “Qué bonito sería
que hubiese perdón. Pero como no hay ningún Dios que pueda perdonarnos, qué va
a hacer uno, vivir como puede”. No repito la frase de memoria, es una película
de hace 15 o 20 años y no la recuerdo estrictamente, pero es eso. “Sería muy
bonito si hubiera alguien que pudiera perdonarnos, pero como no lo hay…”.
Nosotros
sabemos que hay Alguien que puede perdonarnos. No sólo que puede perdonarnos,
sino que nos ha perdonado, que ha perdonado a todos, y ése es el fundamento
para poder decir: “La Paz esté con vosotros”, mirándonos a los ojos, sin temor
de ninguna clase, sin tener que poner una fachada de que somos muy buenecitos,
o no hemos hecho nunca una barbaridad, o una pequeñez, una mezquindad. El Amor
de Dios es más grande. El Amor de Dios es infinitamente más grande que todos
nuestros males. “La paz esté con vosotros”.
Señor,
permítenos vivir todos los días de nuestra vida a la luz de Tu misericordia y a
la luz de Tu paz.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
19 de abril de
2020
Iglesia parroquial Sagrario-Catedral (Granada)
Palabras finales antes de
la bendición
Estoy
seguro que todos habéis pensando de que bueno, pero me hubiera gustado como
Santo Tomás, lo de meter los dedos, y seguro que yo sí me lo habría creído. Es
natural que hayáis pensando así. Pero yo os voy a poner simplemente un ejemplo
de algo que tocamos todos los días, lo vemos todos los días y, sin embargo, lo
vemos, lo oímos, lo tenemos delante de nosotros, y sin embargo eso no nos hace
darnos cuenta de que vivimos, nos movemos y existimos en Dios. Es la Creación.
Fijaros, no hay alternativa: o es obra de Dios, o es obra de la casualidad.
Vivimos como si fuera obra de la casualidad y, por lo tanto, como algo que si
aprendemos sus leyes, podemos manejar nosotros, aunque el virus nos haya puesto
ante los ojos que un montón de ello no lo manejamos. Y que a lo mejor tiene que
ver con haberlo querido manejar más de la cuenta y no haber previsto una cosa
así; que nos haya pillado a todos tan descolocados porque habíamos dejado de
vivir en un mundo humano. Pero tocamos la Creación, tocamos la belleza del
cosmos, tocamos la belleza de las obras humanas, la belleza de la inteligencia
humana y del corazón humano, lo tocamos a todas horas. Lo tenemos delante de
nosotros y vivimos como si Dios no existiera. Por lo tanto, no estéis tan
seguro de que si hubiésemos metido el dedo tendríamos fe. Eso es una cosa que
yo quería decir.
Y
la otra es que vivir perdonando, significa algo que es casi más difícil que
perdonar a veces, pero que tenemos que pedírselo al Señor, porque es ahí donde
empieza a cambiar el mundo. Es vivir no juzgando.
Que
el Señor nos conceda la gracia de no juzgar a las personas. Porque cuando las
juzgamos, estamos ya dándonos a nosotros un papel que no es el nuestro y eso
nos hace imposible perdonar: es que esto, es que es así, y ha hecho esto mal, y
ha hecho esto otro mal… Y dices, “verás, si tú cayeras en la cuenta de lo que
has hecho mal tantas veces, de lo que Yo te he perdonado a ti”. Perdonar
empieza por no juzgar, que es muy difícil, yo sé que es muy difícil, más
difícil que perdonar en buena medida. Pero que el Señor nos conceda la gracia
de no juzgar. De amar a cada criatura y a cada prójimo, a cada persona, por lo
que es, que siempre son imagen y semejanza de Dios. Y cualquier otra medida
introduce una justicia que es inventada por nosotros. Yo sé que cuando un
marido y una mujer viven juntos diez años dicen: “cómo no le voy a juzgar, no
se da usted cuenta que es un cenutrio y que me lo conozco muy bien, y que sé
que está…”, “esto es una tontería o no se qué”, y quien dice una mujer dice
unos padres, o dice un hermano o lo que sea. A quienes tenemos muy cerca, o
hemos vivido muy cerca mucho tiempo. Decimos: “Pues cómo no le voy a juzgar”,
ya os estoy diciendo que es un milagro. Pero los milagros el Señor el que los
hace.