Homilía en la Santa Misa el martes 21 de abril de 2020, en la II semana de Pascua.
Fecha: 21/04/2020
Mis queridos hermanos, tanto los que estáis aquí presentes como los que os unís a esta Eucaristía a través de la comunión de los santos y de la tecnología de la televisión:
La Iglesia subraya en estos días de Pascua que el que Cristo haya resucitado hace de nosotros criaturas nuevas. Yo ayer citaba ese pasaje de San Pablo que es de lo más potente cuando él dice que “ya no hay griego, ni bárbaro, ni esclavo ni libre, ni judío ni gentil, ni hombre ni mujer, sino que todos somos uno en Cristo Jesús. Todos somos criaturas nuevas”. Pero ese “ser criatura nueva” se manifiesta en un modo nuevo de vivir, y como las personas somos relaciones, sobre todo en un modo nuevo de relacionarnos unos con otros. Un modo que yo caracterizaría -mientras que en el mundo moderno ha tendido siempre como a aislarnos, como a encapsularnos, como a vivir cada uno en una cápsula y alejados de los demás- un modo abierto a los demás, lleno de capacidad de acogida, lleno de afecto y de amor a los demás.
Y lo que los Hechos de los Apóstoles nos narran hoy de esa vida de la primera comunidad cristiana, donde dice “todo lo poseían en común y entre ellos no había necesitados, porque los que poseían tierras o casas las vendían y se repartía entre todos”. Yo sé que esta imagen de los Hechos de los Apóstoles es una imagen ideal y que había gente que hacía trampas. Y, de hecho, a lo mejor mañana nos cuenta una trampa que hizo una familia, pero en ese sentido de reservarse; pero esto es tan verdad en la comunidad cristiana primitiva que un emperador del siglo IV, Juliano “El apóstata”, sobrino de Constantino, y que había renegado de la fe cristiana, les escribe una carta a los sacerdotes de Galacia, en Asia Menor, avergonzándoles, porque dice: “Los cristianos atienden a sus enfermos y a sus necesitados, y todavía tienen para ayudar a los nuestros, y nosotros no ayudamos a nadie”, decía el Emperador a los sacerdotes paganos de Galacia. Por lo tanto, llamaba la atención. Hasta hay una novela del siglo II, que es casi una burla de los cristianos de uno que se hacía pasar por cristiano porque así se alimentaba. Lo metían en la cárcel, pero los cristianos venían a cuidarle y a atenderle en la plaza, y en la cárcel. Y repito, es una especie de parodia y de burla de los cristianos, pero eso pone de manifiesto que, efectivamente, los cristianos eran conocidos por eso.
Uno de los santos grandes de la historia de la humanidad, de comienzos, muy comienzos del siglo IV, que fue uno de los primeros que comenzaron la vida consagrada en comunidad -es muy poco conocido entre nosotros, san Pacomio, en Egipto-, pero fue el primero que, en lugar de ser ermitaños los que se consagraban a Dios, vivían solos o cerca de las familias en los pueblos. Él creó como campamentos donde se vivía en comunidad y se le considera el fundador de la vida comunitaria en la Iglesia. A ese le llevaban preso para una guerra que había entre dos césares romanos, justo antes de Constantino, y el ejército romano había pasado por el Nilo recogiendo a jóvenes para llevarse jóvenes a la fuerza, de soldados; una noche, el barco hizo noche para reponer provisiones en una ciudad del Nilo y a los presos que llevaban para hacerlos soldados los dejaron en la cárcel de aquella ciudad, y Pacomio, que era pagano, se sorprendió mucho porque por la noche vinieron unos a lavarles los pies, a traerles comida y alimentos. Y él preguntó: “¿Y esta gente quienes son?”. Y alguien le dijo: “Yo creo que son los cristianos”. Él dijo: “¿Y eso qué es?”. Le respondieron: “Son unos que adoran a un sólo Dios, Creador del cielo y de la tierra, y nada más. Y que tienen una regla, que es hacer bien a todos los hombres”. Cuenta su historia que él se fue a un rincón de la cárcel y dijo: “Dios de los cristianos, yo no Te conozco, pero si salgo con vida de esta guerra a la que me llevan, volveré aquí y aprenderé ese modo de vida y lo viviré”. Es una historia preciosa. Y preciosa también por su sencillez. Dices: ¿Qué es ser cristiano? Pues, eso: tener como regla de vida hacer bien a todos los hombres.
Yo sé que uno de los rasgos también de la cultura moderna… La Iglesia ha defendido siempre el derecho de propiedad, pero nunca como un derecho absoluto, sino como un derecho que está subordinado a la realidad de que los bienes de la creación son para todos los hombres. Y, por lo tanto, subordinado a que nosotros pongamos nuestros bienes al servicio de la comunidad, de la humanidad. “El destino universal de los bienes” es como se formula eso en la Doctrina Social de la Iglesia, de manera un poquito abstracta. Y yo creo que a eso tenemos que aprender poquito a poco. Esa consideración de que somos dueños de las cosas que poseemos supone que somos dueños de nuestra vida, y a la larga también supone que podemos llegar a ser dueños del mundo, según la suerte o las circunstancias de vida de cada uno. Esa es una mentira terrible. Aprender a vivir de otra manera, no sólo la Resurrección de Jesucristo. Yo creo que las circunstancias actuales nos ponen en circunstancias en las que podemos aprender a vivir de otra manera; estamos aprendiendo a vivir de otra manera. Yo creo que todos somos conscientes que la salida de esto quiera Dios que sea verdad que la tenemos más cerca y que podremos volver a disfrutar de las calles, y de encontrarnos juntos por las calles, pero va a generar muchísima pobreza. Y entonces, los cristianos tendremos que volver a ser, como en los tiempos de Pacomio, aquellos que se les reconoce porque tienen una sola regla en su vida que es hacer bien, lo que puedan, a todos los hombres. Y aprenderemos. Y el Señor nos enseñará como para poder compartir más nuestros bienes, que no me refiero yo a los bienes materiales sólo. Los bienes materiales son importantes y cuando hay personas que no tienen para comer… Me decían hoy de un pueblo grande de Granada, de los que viven del turismo, (…) ese pueblo esperaba que en la Semana Santa iba a tener un florecimiento muy grande de todos los turistas que iban allí a pasar la Semana Santa, de veraneo, de vacaciones; pero decía: “Está muchísima gente sin trabajo. Estamos atendiendo desde la parroquia a 129 familias esta semana”. De eso nos vamos a ver con muchos más. El Señor, cuando podamos salir a la calle, nos va a ayudar a que podamos encontrar formas de llegar hasta donde podamos, pero que se nos pueda reconocer porque nuestra única ley es amar a todos los hombres. Eso es una cosa preciosa.
Y el mejor fundamento (que no es un límite, es una forma de comunismo mucho más comunista que la de los comunistas, porque, entre otras cosas, nace de la libertad de cada uno y no se impone desde el Estado)… pero es que el ejemplo más claro lo tenemos en el Señor. Él tenía algo que era propiedad suya, y que no era prestada como lo es nuestra vida. Nuestra vida es prestada y todo lo que somos lo tenemos recibido. Pero el Señor no. El Señor era Dios y eso era propiedad Suya, porque era Dios. A Dios nadie le ha dado su Ser Dios. Es Dios el que da a los demás. Pero no tuvo el Ser igual a Dios como algo digno de ser retenido, sino que tomó la condición de esclavo, pasó por uno de tantos y se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Y por eso es Señor, por derecho de conquista, por Su amor que se ha despojado de Sí mismo para enriquecernos a nosotros. Ese es nuestro modelo, no tenemos otro.
Ese modelo nos enseñará a amar cada vez más y a gustar de la vida cada vez más. Uno de los frutos, quizás el fruto primero de haberse encontrado con Jesucristo es tener un gusto por la vida que el hombre moderno que se siente dueño de todo y que se siente con derecho a ser feliz, y que todo son derechos (existe a veces…, uno ve que los demás existen para ciertas personas sólo para satisfacer mi necesidad, o mi anhelo de felicidad, eso es horroroso)… y la vida se hace una carga así. Sin embargo, el encuentro con Jesucristo, la libertad de amar, y de compartir, y de tener el corazón abierto, hace que nos poseamos más a nosotros mismos. Da un gusto por la vida. La vida se hace bonita. Y uno puede ser pobre y tener muy poquito que compartir a lo mejor (y, además, a veces, comparten más las personas pobres), pero eso que comparte le hace a uno más imagen de Dios, más libre, más grande.
Dicho esto, que tengamos en nuestra Eucaristía hoy, y os lo pido de una manera especial: todos sabemos que hay situaciones muy difíciles en estos días, pero hay situaciones que son tan tremendas (familias rotas porque estaba de viaje y se han quedado a lo mejor en España, y está la madre enferma en un país de América, y el hijo se ha quedado aquí y ha cogido el virus, no tiene aquí a nadie, está en un hospital de Madrid… Decía que la visión de lo que veían sus ojos le daba pánico, gracias a Dios ha salido. Su padre se ofreció por él y el padre ha muerto en América sin poder ninguno despedirse. Imaginaros qué dolor. Y el hijo ha salido adelante. Y el padre y la madre convencidos de que ha sido por la ofrenda del padre. “Llévame a mí, pero salva a mi hijo”. Pero solo, completamente solo perdido en Madrid en un hospital). Digo esto como una llamada simplemente de algo que vemos, que conocemos, que está cerca, muy cerca de nosotros.
Que todo eso nosotros con nuestra pobreza lo llevemos delante del Señor como ofrenda agradable a Dios, unidos y apoyados, y en el paraguas de Su Hijo que es el único que puede agradar al Padre.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
21 de abril de 2020
Iglesia parroquial Sagrario-Catedral (Granada)