Homilía en la Santa Misa el miércoles 22 de abril de 2020, en la II semana de Pascua.
Fecha: 22/04/2020
Queridos hermanos:
En la Eucaristía, yo decía que la misericordia se traduce muchas veces en nuestra vida, hay que traducirla por no juzgar, porque en cuanto juzgamos, introducimos una medida que, si la aplicamos a nosotros mismos, saldríamos muy perjudicados todos. Como le dijo el Señor a los que estaban allí, en el episodio de la adúltera: “El que esté libre de pecado que tire la primera piedra”, y se fueron marchando, uno tras otro, hasta que quedó la mujer sola allí.
Nosotros muchas veces queremos la misericordia para nosotros y la justicia para los demás. Cuando miramos a los demás, “porque hacen mal esto”, “porque hacen mal lo otro”, “porque fíjate”, “porque no hay quien resista ya tanto”, “porque este temperamento qué difícil es…”. Yo soy consciente de que en este tiempo en que estamos metidos en las casas se pierde la paciencia, que si los niños no te dejan trabajar, que si todo el día sin ningún tipo de cambio de aires, por así decir. Entonces, se acumula a veces la tensión, la adrenalina o lo que sea y uno da una mala respuesta, y a esa mala respuesta le sigue otra… Yo le decía hoy a un hombre que hablaba conmigo, refiriéndose a sus hijos pero también a su mujer: “Tienes que hacer como una vez me dijo una mujer -que le estaba contando la historia de una madre con su hija, y me dijo la mujer a quien yo se lo estaba contando (que era una mujer de mucha sensatez y experiencia y de la que yo tenía mucha confianza)-: ‘dígale a esa madre que no tiene más que un remedio que es morderse la lengua y aprender a callar, si quiere entenderse con su hija”. Pues, eso nos pasa muchas veces. Ahora mismo, es un tiempo difícil en ese sentido. Tenemos todos que aprender un poquito a callar y aprovechar ese silencio para pedirLe perdón al Señor.
Yo insisto en lo de no juzgar. “Pero si es que tengo esto, y mira me ha hecho esto y esto, y tiene esta forma de ser y nosequé…”. Y la que tienes tú y la que tengo yo y la que tenemos cada uno, ¿cómo le vamos a pedir al Señor que nos perdone si nosotros no somos capaces de perdonar? Entonces, uno empieza a entrar un poquito en la lógica de Dios. Pero esa lógica de Dios es la única que hace posible vivir en paz. Si es siempre la misma paradoja: nos apartamos de Dios y, a lo mejor, hacemos lo que más nos gusta, como nos sale, pero nos perdemos nosotros mismos. Nos acercamos al Señor y, a lo mejor, en algún momento tenemos que restringir un poquito o pensar en Él en el momento en que vamos a dar una mala contestación o pedir perdón después de haberla dado, porque algunos dan la mala contestación y se dan cuenta inmediatamente, pero, como decía alguien, lo malo de los remordimientos es que siempre llegan tarde y siempre vienen después de haberse equivocado.
Insisto en eso porque soy consciente de que en este periodo es más difícil para todos, para las mismas comunidades religiosas, para las personas que viven juntas. Y sin embargo, el Evangelio de hoy nos recuerda algo precioso, que es el centro; yo diría casi el centro del Evangelio de San Juan: “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”, −o “vino a habitar entre nosotros”, que sería la mejor traducción. Y que “tanto amó Dios a mundo que entregó a su Hijo único, a Su Unigénito, para que todo el que cree en Él no perezca, sino que tenga vida eterna”, porque “Dios no envió a Su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para el mundo se salve por Él”. El Señor, claro que nos ha abierto el camino de la verdad y nos ha corregido en cosas, en muchos órdenes de cosas, y cuando uno acoge a Jesucristo eso tiene consecuencias en todas las dimensiones de la vida. Pero el Señor no tiene otra cosa que ofrecernos que Su amor, que Su perdón, que Su Gracia, y esa Gracia no tiene límites, y ese amor no tiene límites y esa misericordia Suya no tiene límites. Entonces, es un gozo.
Celebramos la Resurrección porque la Resurrección de Jesucristo, más que sus enseñanzas, porque sus enseñanzas, si no hubiera resucitado, serían las enseñanzas de un sabio más o las de un hombre bueno más a lo largo de la Historia; porque cuando Cristo ha vencido al pecado y a la muerte sabemos que cuando Él decía, de una manera o de otra porque lo decía de muchas formas, cuando Él apelaba su dignidad divina, cuando Él reclamaba para Sí la autoridad de Dios y expresaba su filiación divina, tenía razón, era verdad. La Resurrección es lo que confirma la enseñanza de Jesús, pero en el corazón de la enseñanza de Jesús, como en el corazón de Su vida, está esto: “Dios no ha enviado a Su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él”.
Es verdad que Dios no interfiere con la libertad humana. Y como no interfiere con la libertad humana, quien no quiere recibir a Dios no lo recibe. Pero incluso quien no quiere recibir a Dios no puede impedir que Dios le siga queriendo. Como cuántos hijos… Yo he conocido algunos en mi historia de sacerdote y de pastor, en un caso un hijo drogadicto y que había robado ya a todos los vecinos del inmueble donde vivían, y había desalojado el piso de su madre y su madre decía “pero yo conozco a mi hijo, sé que mi hijo es bueno, yo no puedo salir porque se me cae la cara de vergüenza delante de todos los vecinos, pero yo sé que mi hijo no es malo, y además sigo siendo su madre y eso no se puede cambiar”. Y yo lo entiendo. Otra vez una madre había perdido a un hijo jovencillo, con 18 o 19 años, de una sobredosis, y cuando fui al pueblo donde vivían y había sido unas semanas antes aquello, me agarraba a mí por la solapa y me decía: “Yo conozco a mi hijo, yo sé que mi hijo era bueno, ¡dígame que está en un buen sitio!”. Y le decía: “¿Tú no habrías dado tu vida por que tu hijo no hubiera muerto y de esa manera?”. Y me dijo: “Claro que la habría dado y lo he pensado muchas veces y digo: ‘¡Señor, haberme llevado a mí, que yo ya soy mayor y haber salvado a mi hijo!’”. Y digo: “¿Y tú te crees que es más grande tu corazón que el corazón de Dios?”. Si el tuyo es pequeñito. No es mas que el corazón de una madre humana y es tan inmenso el corazón de una madre humana. ¿Y tú te crees que el amor de Dios va a ser más corto o más pequeño que el tuyo? Pues claro que sí, confía en que tu hijo el Señor lo ha recibido con los brazos abiertos.
Mis queridos hermanos. Cuando los apóstoles decían el otro día que hay que obedecer a Dios antes que a los hombres y cuando el Señor libera a Pedro y a Juan de la cárcel, yo me acordaba de una frase de San Pablo cuando él estaba en la cárcel: “Sí, yo estoy en la cárcel, pero la Palabra de Dios no está encadenada”. La Iglesia ha vivido con gente en la cárcel desde los primeros tiempos, muchas veces. Acostumbrada a ser perseguida y a tener dificultades de un tipo o de otro, pero la Palabra de Dios no está encadenada. Nunca lo ha estado. Y no lo va a estar mientras haya mundo, porque el Señor nos ha prometido estar con nosotros “todos los días hasta el fin del mundo”. Pero la Palabra de Dios no son una serie de sermones. La Palabra de Dios es el Amor de Dios hecho carne en nosotros que somos el Cuerpo de Cristo, por el mundo. Y eso, ese amor, cuando se ha experimentado, cuando se tiene, no se puede encadenar. Podemos ser muy pobres, podemos ser muy mezquinos, pero el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo y ese amor de Dios hacia los hombres, hacia todos los hombres, no tiene ni límites, ni fronteras, ni fatiga. Y por lo tanto, cómo no vamos a darLe gracias al Señor. ¡Si es que es imposible no dárselas!
La vida es demasiado corta, para darLe las gracias que tendríamos que darLe por haberLe conocido. Sobre todo, por haberTe conocido, Señor, porque si no Te hubiéramos conocido, entonces sí que la vida sería verdaderamente horrible, una carga pesadísima. Mientras que, habiéndoTe conocido a Ti, con todas nuestras pobrezas, con todo el sufrimiento que hay a nuestro alrededor y que a veces, no a nuestro alrededor como fuera de nosotros, sino que entra dentro de nosotros y participamos de él, y sin embargo es eso. Nuestra boca y nuestra vida es demasiado pequeña para darTe gracias por tanto amor y por tanto bien.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
22 de abril de 2020
Iglesia parroquial Sagrario-Catedral (Granada)