“Los cuatro evangelistas, gratitud inmensa por cada uno de ellos” Homilía de D. Javier Martínez en la Santa Misa el sábado de la II semana de Pascua, el 25 de abril de 2020. Queridos hermanos todos (los presentes de una forma y los presentes
Fecha: 25/04/2020
Queridos hermanos todos (los presentes de una forma y los presentes de otra):
Es una alegría celebrar uno de los cuatro evangelistas. Porque uno no tiene permiso entre los santos para escoger. Hay santos que nos pueden caer más simpáticos o menos simpáticos. A todos les debemos honor, porque forman parte de nuestro Cuerpo, y han sido elegidos por el Señor para ser testimonio de la vida divina entre nosotros. Pero hay santos que tienen un temperamento y santos que tienen otro. Y uno pueden congeniar más con unos que con otros. Pero los cuatro evangelistas son aquellos que ha querido el Señor que, a lo largo de los siglos, el testimonio de Jesucristo llegue hasta nosotros, y por lo tanto es una gratitud inmensa por cada uno de ellos.
Yo en los primeros años de mi ministerio sacerdotal fui dedicado por la Iglesia a estudiar los orígenes de los Evangelios y algunas cosas muy bonitas. Porque la Tradición que los evangelistas recogían, más que los cuatro evangelistas mismos, era una Tradición que fue formulada en arameo. Las mismas palabras de Jesús estaban en arameo, pero ellos hablaban el griego como nosotros el inglés, más o menos. Quiero decir, no siempre muy bien. A veces se ve, debajo de su griego, el arameo en que ellos pensaban. Eso le pasa a San Marcos de una manera, le pasa a San Lucas de otra, no porque San Lucas no supiera hablar griego, sino que las cosas que son de su mano, por ejemplo, el prólogo donde dice “Querido Teófilo…” está en un griego elegantísimo, y luego sin embargo cuando empieza a contar el Evangelio de la infancia o de la Pasión, se ve que no es ese griego elegante, sino un griego lleno de léxico, y de frases y de modos de decir las cosas que son arameos; con lo cual, lo que él dice “después de haberme informado bien de los que eran testigos de los hechos y ministros de la palabra…”…. Y cada uno tiene sus características. La manera de reflexionar San Juan, por ejemplo, es muy peculiar. Eso lo hemos notado todos muchas veces, que, por cierto, es una manera muy aramea y muy singular de la lengua y del genio de la lengua. Hubo una época en que estaba de moda decir que San Juan era el último de los evangelistas, y es posible que escribiera su Evangelio en su forma final, pero recoge cosas que pueden ser recuerdos de las conversaciones de Jesús con los discípulos, y que puede tener incluso más el estilo de Jesús y de sus conversaciones que otros.
Vamos a San Marcos. El caso es que lo que yo quiero deciros sobre todo es que a mi nunca esa diferencia entre los cuatro me ha parecido un obstáculo, sino todo lo contrario. Para la historicidad del testimonio que dan, tienen que explicar por qué Jesucristo fue condenado a muerte, por que era lo que era un escándalo para el mundo judío. Porque Jesucristo había sido condenado a muerte por el Sanedrín, porque lo mató Pilatos, pero lo mato Pilatos porque el Sanedrín, en tiempos de Jesús, no tenía jurisdicción para disponer de las penas más altas, por ejemplo, del exilio, del trabajo en galeras o de la pena capital. En las provincias que eran más levantiscas, el Imperio Romano quitaba ese poder a los organismos locales, para que no matasen a los que eran amigos de Roma y no hiciesen de ese modo una lucha contra Roma oculta. Pilato dice: “Llevadle vosotros y juzgadle según vuestra ley”. Y los judíos le dicen a Pilato: “A nosotros no nos es lícito dar muerte a nadie”. Por eso le tienen que convencer a Pilatos con triquiñuelas para que lo matasen. Pero Jesús fue condenado por blasfemia y eso está muy claro en los cuatro Evangelios. Está claro en el testimonio de los Evangelios, cada uno de manera distinta, a veces casi con el mismo episodio, pero contado de manera diferente. Y cuando uno ve eso, dice: “Señor, igual que tu Hijo se ha hecho verdaderamente hombre, Tu Palabra ha llegado a nosotros a través de la humanidad de este testimonio cuádruple”, que es una preciosidad y que es una garantía. Porque si hubiera habido un proyecto de cualquier tipo, hasta en la Historia, la generación siguiente a los apóstoles hubiera querido cuadrar las cosas. Al revés, la Iglesia ha querido siempre que permanezcan, incluso las dificultades del griego. Siempre ha habido algún escriba que quería corregir aquello: “Esto es más griego, tiene que estar dicho así”. Pero eso es la prueba de que nos es lo auténtico. Lo auténtico es lo que está mal escrito. No hay ningún texto en la Historia tan estudiado. Hay un Instituto en Munich que lleva todo el siglo XX reuniendo todos los manuscritos, todas las citas de autores cristianos de los primeros siglos hasta el siglo X, y son miles, miles los manuscritos. Yo pienso que, entre Homero, por ejemplo, y los primeros testimonios manuscritos de las obras de Homero pasan casi quince siglos; y entre el Evangelio de San Juan y un manuscrito que hay en un papiro egipcio que se encontró en un basurero egipcio es el año 140. Y dices, si es que no han pasado ni treinta años y tenemos testimonios, y citas del siglo II y citas del siglo III de los Evangelios.
¿Qué es lo propio de San Marcos? Suele considerarse como el Evangelio que fue escrito primero, de alguna manera. San Lucas, en los Evangelios de la infancia, y en la Pasión y en las frases de Jesús a veces conserva la forma más primitiva de las palabras de Jesús. Era como más historiador. San Marcos es un hombre sencillo. Os pongo un ejemplo de esa sencillez de San Marcos: cuando llega el episodio de la Transfiguración, San Mateo y San Lucas dicen “sus vestidos eran blancos como la nieve”, y un testimonio de cómo San Marcos era un hombre sencillo es que dice “y sus vestidos eran tan blancos que ningún batanero del mundo los puede dejar así de blancos”. Eso no es propio del que quiere decir una cosa elegante. Lo mismo que su Evangelio estaba dedicado a los romanos se nota porque cuando le preguntan a Jesús “¿por qué tus discípulos no se lavan las manos y los platos antes de comer?”. Él explica: “Es que los judíos tienen una costumbre de lavarse las manos y de lavar después toda clase de platos y utensilios de cocina para purificarlos”. Eso sólo se explica porque está escribiendo a personas que no eran judías, y eso encuadra bien con la Tradición que dice que en la misma Carta de San Pedro le llama “mi hijo”.
Los evangelistas eran un grupo de personas. Pablo habla varias veces, “a unos profetas, a otros evangelistas, a unos con lenguas, a otros con el don de interpretarlas”. ¿Quiénes eran los evangelistas? Eran parecido a lo que nosotros llamaríamos los cuentacuentos, sólo que en el mundo antiguo la palabra hablada, y sobre todo en el mundo judío, tenía más labor que la escrita, porque no existía copyright y esas cosas, y un escrito lo podía hacer cualquiera, mientras que un testimonio lo podía verificar. Entonces, los evangelistas eran personas que memorizaban la Tradición, un poco como los rabinos judíos han hecho después, en el siglo III, para la Mishna y para el Talmud. Hay un texto judío que dice que los rabinos era una cesta llena de libros, porque había un tratado, por ejemplo, sobre cómo celebrar la Pascua, y había un rabino que se especializaba en ese tratado, y decía “y rabí tal, dijo esto, y rabí cual decía esta otra cosa, en cambio”, y eso lo memorizaban y lo tenían que repasar de vez en cuando delante del rabino más grande para ver si mantenían la Tradición bien. Era la forma en que se mantenía la enseñanza en el mundo judío antes de que se pusieran por escrito. Los Evangelios están todos puestos por escrito en el siglo I. Pero las Cartas de San Pablo, que nos hablan de los años cincuenta y así, apenas veinte años después de la muerte de Jesús, nos habla de que con él iban evangelistas, y esos evangelistas recitaban probablemente la Tradición en la misma lengua que Jesús, en arameo, y luego tenía otro que traducirla al griego, y esos eran los que interpretaban las lenguas, en un sentido.
Yo le tengo mucho cariño a los cuatro evangelistas. Repito, cada uno de ellos tenía su estilo y su clase, pero, como decía Benedicto XVI en su libro sobre Jesús de Nazareth, es un testimonio que no nos podemos saltar, porque es el testimonio que tenemos de Jesús y, por lo tanto, es lo más precioso que tenemos. A mí me hace mucha gracia, repito que he dedicado muchos años de mi vida a estudiar la historicidad de los Evangelios, cuando la gente distingue entre lo que llaman el Jesús de la Historia a veces y el Cristo de la fe. Y el Jesús de la Historia que pintan algunos historiadores modernos es un hombre moderno, no; un hombre que defendía las libertades, por ejemplo, y era demócrata, y cosas así. El Jesús de los Evangelios -que era lo que decía Benedicto XVI y lo argumentaba de maneras muy delicadas y muy sólidas- es el Jesús histórico, el más histórico que tenemos. No podemos saltarnos ese testimonio porque no hay ningún motivo para saltárselo. Es verdad que el testimonio es de algo tan grande que sólo con el don de la fe nos hace acogerlo. Y el don de la fe no es algo que viene así como una carta que el Señor nos escribe y nos deja en la mesilla, sino que el don de la fe no deja fuera nuestra inteligencia. El don de la fe es un acto por el cual nosotros comprendemos sencillamente que la fe nos acerca a la verdad de lo que somos, por ejemplo, o a la verdad de lo que son las cosas, y nos permite vivir en esa verdad, nos hace crecer. Mientras que alejarnos de la fe nos empequeñece, nos enturbia, enturbia nuestra vida. Yo no sabría, tendría que cegarme a mí mismo aposta para renunciar a la fe. Y sé que mi libertad es frágil, porque es una libertad humana, y si algún día lo hago, tenéis permiso para decírmelo, si algún día os traiciono o dejara de obrar. Tenéis todo el permiso del mundo porque mis ojos han visto y han tocado el bien que representa la fe. Y he visto milagros, muchos, muchos a lo largo de mi vida, en personas de todas clases sociales, en personas de todo tipo, de distintas formaciones. Un pueblo así, un pueblo tan bello como es el pueblo cristiano, no se funda sobre una falsedad. Sólo se puede fundar por una verdad que es más grande que nosotros.
Bendito seas, Señor, por habernos, sin ningún mérito nuestro, hecho accesible esa verdad. Y gracias por San Marcos, que dice al final (lo que hemos leído hoy es el final del Evangelio): “A los que crean les acompañaran estos signos: echarán demonios en mi hombre…”. Los echamos, claro que los echamos. Anda que no hemos visto demonios salir de la vida de personas. De la Magdalena había sacado el Señor siete. Dijo él: “Porque te dije que te vi debajo de la higuera, ¿crees? Mayores cosas has de ver”. “Hablarán lenguas nuevas”. Hoy el Evangelio se habla, y se enseña y se predica yo creo que en todas las lenguas del mundo. “Cogerán serpientes en sus manos -esto es típico del estilo de San Marcos- y si beben un veneno mortal no les hará daño”. Pues sí, una serpiente así para probar no la he cogido nunca ni lo haré, pero cuántas veces ha tocado uno el mal, el mal en su forma más cruda y más dura y lo has tocado como un médico que se acerca a curar a un enfermo, y te das cuenta de que a ti no te hace daño y puedes curar a la persona que vive sometida a ese mal, ¿no? “Impondrán las manos a enfermos y quedarán sanos”. No es la salud del cuerpo de la que habla aquí Jesús, pero esa salud del alma la llevamos. La llevamos porque somos cristianos y la llevamos por el mundo, y tiene que ver con la alegría de vivir y tiene que ver con el gozo de la fe, y de la esperanza.
Os decía que yo iba a seguir hablando del Cielo y amenazo con seguir la semana que viene, pero sólo os digo una cosa: que la esperanza igual que la fe es un don y que el don que hace posible la esperanza es la felicidad y la alegría que da, que nace del fondo del corazón, que uno sabe que no la puede fabricar, y que nace de la fe.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
25 de abril de 2020
Iglesia parroquial del Sagrario Catedral (Granada)