Homilía en la Santa Misa el V Domingo de Pascua, el 10 de mayo de 2020.
Fecha: 10/05/2020
Muy queridos hermanos y hermanas que celebramos juntos, un domingo más, el día de la Resurrección del Señor, el Acontecimiento central de la Historia. Y no sólo porque sea una costumbre entre nosotros el contar los años a raíz de Jesucristo, sino porque es realmente el único Acontecimiento equiparable a la Creación:
Vuelvo a recordar que, en la noche de Pascua, en el Pregón Pascual, se dice “¿de qué nos serviría haber nacido si no hubiéramos sido rescatados?”. O como dice un pensador contemporáneo: “Si la vida es sólo lo que es, no es nada. Si las cosas son sólo lo que son, no son nada”.
Jesucristo y el Acontecimiento de la Resurrección de Jesucristo, que ratifica la verdad de su predicación y, al mismo tiempo, genera una historia nueva que no muere mientras el mundo sea mundo, es el fundamento del sentido de la vida, de que podamos dar sentido a nuestra vida, dar sentido a la vida del mundo, experimentar la Misericordia que es capaz de perdonar nuestros pecados.
Para los que tenéis acceso, y a través de los móviles muchos lo tenéis, a la Liturgia de las Horas, en la Segunda Lectura del Oficio de Lecturas de hoy, también dicen una cosa preciosa: que no tengáis miedo de acercaros al Señor, por muy grandes que sean vuestros pecados, nunca. Porque Su amor es más grande que nuestros pecados; y que no tengáis miedo, porque, si el Buen ladrón, que era lo más parecido de lo que hoy llamaríamos un terrorista, un asesino… (la palabra “ladrón”, en griego, por lo que sabemos de Flavio Josefo, historiador casi contemporáneo de Jesús, se usaba para designar un grupo, que eran los celotas, que era gente que consideraba que la presencia de los romanos en Palestina era una cosa con la que había que acabar, y asesinaban a gente; también viene de ellos la palabra “sicario”, que es una palabra que viene de ellos porque usaban para asesinar a los simpatizantes con el Imperio romano lo que en latín se llamaba una “sica”, que era un tipo de puñal especial)…. Pues, la Lectura de hoy dice, “si el buen ladrón -que era más que un ladrón como os acabo de indicar- fue perdonado por un momento de fe, no temáis, acudid a Jesús”.
Y el perdón de los pecados es el primer fruto de la relación con Jesucristo. Es el primer gesto que nos acerca y nos aproxima a Él. Es el primer fruto, también, de la Resurrección. Porque Cristo ha resucitado, podemos acudir a Él y experimentar, recibir, el perdón de los pecados. Es un Sacramento un poquito olvidado en la Iglesia y, sin embargo, tenemos necesidad de él, todos. Yo sé que ahora es un poquito difícil, pero al menos podemos orar al Señor y os aseguro que necesitamos el Sacramento donde alguien nos diga “tus pecados están perdonados, vete en paz”, no en nombre del poder de un ser humano, sino en nombre del poder de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Pero al Señor le basta la súplica del corazón, aunque no podamos recibir el Sacramento de la Penitencia con la frecuencia con que lo desearíamos. Pero el primer fruto de la Resurrección de Jesucristo es que tenemos acceso a esta gracia en la que estamos, es decir, el perdón de los pecados.
El segundo, me dan ganas de daros la enhorabuena. Enhorabuena todos. Enhorabuena, pueblo cristiano. Enhorabuena, Iglesia de Dios, porque, como dice la Segunda Lectura, la Carta de San Pedro, “porque sois un linaje elegido”. Claro que sois un linaje elegido. Hijos de Dios. Que no es por lo guapos ni por lo buenos que seamos. Si a lo mejor somos peores que muchas personas que no tienen fe, sino por el misterioso designio del amor de Dios, porque las circunstancias nos han hecho crecer en una familia cristiana, por lo que sea, pero sabemos que somos hijos de Dios. Todo ser humano está llamado a serlo. Dios es Padre de todos y Creador de todos. Pero es un privilegio el saberlo, como es un privilegio el conocer a nuestro padre carnal. Y yo como sacerdote, os puedo decir la de veces que he visto el sufrimiento de personas que no conocen a lo mejor a su padre, y el sufrimiento que llevan consigo y el deseo que tendrían de conocerlo, o de haberle conocido, y a veces las cosas que hacen para intentar conocerlo. No os digo si su madre, a la que no conocen, que se da mucho menos, pero del que sean algunos casos…
Somos un linaje elegido, pero no porque nosotros tengamos algo que nos hagan mejores que los que no tienen fe. Para nada. Porque nos ha dado el Señor la gracia de saber que todos los hombres son hijos de Dios, que todos somos hijos de Dios. Que Dios nos mira y nos trata a todos como el mejor de los padres no sabría ni siquiera tratar a sus hijos. Linaje elegido. Pueblo Sacerdotal. En realidad, los tres atributos de Jesucristo, que es sacerdote, profeta y rey, Él los comunica al pueblo que nace de Él porque Él está en nosotros; porque, por la fe y el Bautismo, Él vive en nosotros, Dios vive en nosotros, a pesar de toda nuestra pobreza, nuestra miseria y nuestros pecados. Vive en nosotros. Entonces, Jesucristo es sacerdote, profeta y rey. Y esos tres rasgos Él los ha comunicado a Su pueblo. ¿Por qué decimos que el Pueblo cristiano es un pueblo de sacerdotes? Dios mío, en todas las religiones antiguas, pero hasta en el Pueblo de Israel, en el pueblo de la Alianza, uno no podía aproximarse a Dios si no era ofreciendo corderos, novillos, palomas… que otros ofrecían en nombre nuestro. San Pedro dice aquí: “Un sacerdocio real y capaz de ofrecer sacrificios agradables a Dios”. Vosotros mismos, vuestra vida, porque Cristo está en ella, es una ofrenda. Al menos se nos da la posibilidad de serlo, luego a lo mejor no lo somos, pero somos nosotros quienes nos perdemos la alegría, y el gozo y la plenitud de vida que es estar unidos a Cristo en Su ofrenda al Padre, en Su alegría. Uno de los momentos del Evangelio cuando San Lucas dice: “Jesús, lleno de gozo en el Espíritu Santo, dijo: ‘Yo te alabo, Padre, porque estas cosas se las has ocultado a los sabios y entendidos y se las rebelas a la gente sencilla’”.
Dios mío, yo he experimentado muchas veces la belleza del pueblo cristiano sencillo, que tiene perfectamente conciencia de su filiación divina, de ser hijos de Dios, y que tiene un deseo ardiente y muchas veces vive de una manera muy próxima, que, si tuviéramos ojos para ver, porque suelen ser gente escondida, nos daríamos cuenta de que viven de una manera que el mundo y las cosas, y las avaricias y los poderes del mundo no serían jamás capaces de explicar.
La verdad de vuestro sacerdocio se hace, de la manera más fuerte, patente en el hecho de la Comunión. Recibís al mismo Hijo de Dios en vuestra carne, misteriosamente, como misteriosamente lo recibió la Virgen; pero recibís al mismo Hijo de Dios, que vive en vosotros, y que no está aquí en vosotros cinco minutos en la Misa o después de la Misa, que está con vosotros, que vive en vosotros, en el Bautismo y os alimenta después en la Comunión. Somos el Cuerpo de Cristo, porque Cristo vive en nosotros, claro. Y no hay proximidad a Dios, ni inmediatez a la relación con Dios más profunda y más rica que ésa.
Sacerdotes, profetas… ¿Qué significa profeta? El que habla en nombre de Dios. ¿Cómo se traduce eso en nuestra vida? No que andemos sermoneando a la gente, ni al mundo, ni a nada, sino que nuestras vidas hablen de Dios. Que nuestro modo de vivir, que nuestro modo de querernos, que nuestro modo de estar sensibles a las necesidades de nuestros hermanos, que nuestro modo de pedir perdón cuando necesitamos pedir perdón −que no basta con pedírselo a Dios, nos lo tenemos que pedir muchas veces, quizás todos los días, unos a otros-, que nuestras vidas hablen de Dios. La vida del Buen ladrón en la cruz hablaba de Dios. Era profética. “Acuérdate de mí cuando estés en Tu Reino”. Probablemente, llevaba muchos crímenes a sus espaldas, pero alguien que se encontró con Cristo un minuto y el Señor le dio la gracia de decir eso, es un hombre… lo comprendió mucha gente en aquel momento.
Profetas y reyes. Reyes, porque tenemos la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Hay libertades que nos las dan los hombres, que nos las dan las circunstancias. Pienso en alguien, en un santo que no tuvo durante muchos años en su vida libertad, San Maximiliano Kolbe. Estaba en un campo de concentración nazi y tenía una celda, que, si alguno de vosotros ha tenido la ocasión de verlo, aunque sea virtualmente, cuál era la celda de San Maximiliano Kolbe, sabe cómo era y el sufrimiento que podía suponer el estar en una celda donde apenas cabía un cuerpo de pie, y tenía que estar permanentemente y se le daba la comida por una rendija, etc. Y ofreció su vida para que le matasen a él en lugar de que mataran a un padre de familia. Hay una libertad…. No podíamos decir que era un hombre que vivía en un mundo libre. No, no vivía en un mundo libre, pero la gran libertad, ue nadie le pudo arrebatar, fue la de ofrecer su vida para salvar la de aquel hombre que tenía hijos y que a él le parecía que él la podía ofrecer y el otro necesitaba más vivir por los hijos que tenía.
Somos un pueblo de sacerdotes, de profetas y de reyes. Sé que al decir esto a vosotros os da la sensación de decir “todo esto es demasiado grande para lo pobres que somos”. Y yo cuando lo digo tengo la misma sensación: “Señor, todo esto es demasiado grande para decirlo con autoridad, porque está muy lejos −probablemente, seguro−, de lo que yo vivo”. Pero, al menos no está lejos de lo que deseo vivir y de lo que desearía que pudiéramos vivir juntos, y todos, y en la Comunión que, junto con el Perdón de los pecados, es el otro fruto permanente de la Resurrección de Jesucristo, de forma que el mundo pueda reconocer en nosotros que Cristo vive. No se trata de que reconozca que somos buenos, porque no es eso. Se trata de reconocer que Cristo vive y que Cristo es una esperanza para ellos, para cualquier hombre y mujer, con la historia que tengan, con las debilidades que tengan, con los dolores y las miserias que pueda haber en sus vidas, con el sufrimiento que tengan. Cristo es la esperanza. Y que en nosotros puedan intuir algo de que nuestras vidas proclaman que Cristo es nuestra esperanza, para ellos igual que para nosotros.
Enhorabuena, pueblo cristiano, pero enhorabuena, Humanidad, porque tenemos una esperanza que no defrauda, porque tenemos la certeza de que somos amados con un amor que es más fuerte que la muerte.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
Iglesia parroquial Sagrario-Catedral (Granada)
10 de mayo de 2020
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