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“Sólo cuando Él retorna al Padre, la carne entra en el Cielo”

Homilía en la Santa Misa del martes de la VI semana de Pascua, el 19 de mayo de 2020.

Fecha: 19/05/2020

Muy queridos hermanos y hermanas (los que estáis aquí presentes y también los que os unís a nosotros a través de las ondas de la televisión):

La verdad es que también a nosotros nos cuesta entender lo de “os conviene que Yo me vaya”. Si hubiéramos estado con Jesús, entenderíamos perfectamente la actitud de los discípulos el decir “¿cómo es posible eso?”. Yo, brevísimamente, voy a tratar de ayudaros a comprenderlo, en la medida en que el Señor me concede a mi también comprenderlo.

Jesús lo dice muy claramente: “Si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito”, no vendrá a vosotros el Espíritu Santo, “el Defensor”. Y sin Espíritu Santo, ni siquiera la fe en Jesús sería posible, porque todo lo que decimos en el Credo lo creemos en el Espíritu Santo, porque vivimos -por así decir- en un aire penetrado por el Espíritu Santo. ¿Cómo se puede entender lo que dice Jesús de manera muy sencilla? Lo voy a explicar en un lenguaje, usando un lenguaje casi de la calle, de la vida cotidiana. ¿Qué es la Encarnación?, ¿qué es lo que el Señor ha hecho para redimirnos? Enrollarse con nosotros. Se ha enrollado con muy buen rollo. Es decir, enamorado de la humanidad (como nos ha ido enseñando a lo largo de todo el Antiguo Testamento), el Señor ha venido en busca de Su Esposa extraviada, de la oveja perdida, ha venido en busca de la humanidad. Y para eso se hace uno con nosotros y toma nuestra carne.

Su finalidad es que podamos participar de la vida divina, pero la verdad es que, mientras Él está realizando Su misión, viviendo Su ministerio, aquí en nosotros, Él se ha vestido de nuestra carne y nosotros podemos oír a Dios hablarnos en un lenguaje humano, escuchamos Su palabra, sentimos Su afecto, y también Su ira (cuando coge el látigo y expulsa a los fariseos del templo, quiero decir, Jesús era un hombre… no era un blandito), y podemos sentirle y abrazaba a los niños, aquella mujer que padecía aquel flujo de sangre de tanto tiempo y se acerca a él porque no se atreve a tocarle y toca el borde de su manto, y el Señor se da cuenta y la elogia; quiero decir, sí, Dios se había unido a nuestra carne, pero el Espíritu estaba en Jesús y en las obras de Jesús. Y los discípulos participaban algo de ese Espíritu. El Señor les dio, cuando envió a los setenta y dos a expulsar demonios como Él los expulsaba, el Espíritu del Señor los acompañaba. Pero era siempre el Espíritu de Jesús y unas cuentas personas a las que el Señor hacía partícipes de Su Espíritu y les daba una misión concreta.

Sólo cuando Jesús retorna al Padre se introduce, cuando Él viene se une a nuestra carne, a nuestra humanidad. “El Verbo se hizo carne” es la frase -si queréis- más importante de todo el Evangelio. Y nos ha dado la potestad de ser hijos de Dios. Pero, sólo cuando Él retorna al Padre, la carne entra en el Cielo. Dicho con las palabras de un gran poeta cristiano, “en el Cielo, desde la Ascensión del Señor, huele a sudor”. Huele a sudor porque estamos nosotros, porque nos ha introducido a nosotros en la vida divina y ahí es donde termina el enrollamiento. Es decir, el enrollamiento empieza -por así decir- en la Encarnación, pero termina cuando en Cristo nuestra humanidad, a través, por medio de Su carne, ha entrado en la vida del Padre y ha vuelto al Padre. Y entonces, el Espíritu ya no tiene que acompañar a Jesús en Su misión, porque Su misión está consumada, como Él dijo, en la cruz. Y entonces, el Espíritu está libre para derramarse a través de la carne de Jesús por el mundo entero. “Profetizarán tus hijos y tus hijas”, como decía el profeta. Y de ahí nace el pueblo cristiano.

Pero era necesario, no sólo que el Hijo de Dios se hubiera hecho carne, sino que nuestra carne en la Suya y unidos a la Suya penetrase de nuevo en la vida divina. Entonces, ya tenemos nosotros como un “enganche” -por así decir- nuestro en el Cielo. La figura representativa de ese enganche es la Virgen, cuya Asunción en cuerpo y alma celebramos y que nos precede a nosotros, nos precede como figura, tipo y símbolo de la Iglesia, nos precede a nosotros en el Cielo. Sólo cuando se ha cumplido ese círculo
-por así decir- de que no sólo el Hijo de Dios se ha acercado a nuestra carne, sino que ha introducido nuestra carne en la vida del Padre, nuestra humanidad, a través de la suya -Juan Pablo II decía: “Jesucristo por su Encarnación se ha unido en cierto modo a todo hombre”- sólo cuando se ha cumplido eso, el Espíritu está disponible para desparramarse por el mundo, por así decir.

Otra cosa que quiero deciros. La historia de la prisión muestra muy bien los métodos de evangelización de la primera Iglesia. San Pablo y los suyos no le predicaron al carcelero, sencillamente. Todo el mundo aprovechó, los que estaban en la cárcel para largarse porque había habido un terremoto, y ellos se quedaron allí. Cuando vieron que aquel hombre se iba a quitar la vida dijeron “¡no te la quites!”, “estamos aquí, tranquilo, que nosotros no nos vamos a escapar”. Y al carcelero le sorprendió tanto…, pero es muy expresivo de los métodos de evangelización. Decía Tertuliano en el año 150 o así: “Si no nacemos cristianos, ¿cómo se hacen los cristianos?”. Pues van a los mejor en una caravana de viaje y les asaltan unos bandoleros y unos reaccionan de una manera y otros de otra. Un obispo de Alejandría del siglo III dice: Cuando vino la persecución yo creía que íbamos a desaparecer porque nos diezmaron, pero es que nada más terminar la persecución vino una peste. ¿Y qué pasó en la peste? Que los paganos salían corriendo en cuanto había un apestado en casa, o los echaban, los tiraban por la ventana a la calle, y los cristianos iban, les lavaban las heridas, los enterraban, rezaban por ellos. Se contagiaban algunos o muchos.  Yo creía que la comunidad cristiana iba a desaparecer, pero por cada cristiano que moría contagiado por la peste había diez paganos que venían a pedirnos”. De nuevo, no era una cosa de sermonear, era una cosa que sucedía. Y como veían que la vida de los cristianos era diferente pedían el Bautismo y pedían la fe, lo mismo que el carcelero.

Por cierto, que acerca del carcelero (…) Hay un grupo de teatro en Granada que hace musicales en torno a figuras de la Biblia, llevan muchos años haciéndolo. El último que han hecho se titulaba “Lidia”. Lo han hecho prácticamente hasta que ha empezado la pandemia, y contaba esta historia. Y la representación del pasaje del carcelero (…) y este episodio está hecho con la música del “rock de la cárcel” (…). Es el carcelero el que cuenta lo que pasó y cómo se iba a quitar la vida, y cómo, sin embargo, apareció Pablo y le dijo aquello… Lo que hemos oído en los Hechos de los Apóstoles, sólo que representado en forma de musical (…)

Y tercera cosa. Voy a leeros un texto para el día de Pascua de un Doctor de la Iglesia. De un Doctor de la Iglesia…, el que era el responsable de textos orientales en la Biblioteca del Museo Británico, consideraba que era uno de los tres grandes poetas-teólogos que ha habido en la historia de la Iglesia: Dante, San Juan de la Cruz y éste. Es San Efrén. Es un amigo. Y vivió en una ciudad que se llamaba Nisive, hoy se llama Nusaibín y está justo en la frontera entre Turquía e Irak, en el sudeste de Turquía. Pero en el tiempo en que él vivió era una ciudad fronteriza, Nisive, entre el Imperio Romano y el Imperio persa. Yo quiero deciros, la liturgia de la Iglesia en sus contenidos esenciales ha sido siempre la misma. Y la Eucaristía ha sido siempre la misma. Y uno ve textos eucarísticos del siglo II y se da uno cuenta que es lo mismo que celebramos ahora con matices. Sin embargo, en detalles más o menos exteriores, es diferente. En Persia, en la ciudad en la que él vivió, que estaba en la frontera, y en su vida tuvo tres asedios por parte de las tropas del Imperio persa y al final de su vida también tuvo una peste en la ciudad. Y él que era el diácono, el catequista -por así decir- de aquella Iglesia, de la Iglesia de Nisive, justo en el momento de la peste (cuenta su biografía) que lo que hizo fue organizar la atención a los enfermos y a los moribundos, y que eso fue lo último que hizo en su vida hasta que la peste pasó. Pero vivió tres asedios del ejército persa. En uno de los asedios, la ciudad estaba al lado de un río y los persas hicieron un dique, como un pantano, antes de la ciudad para quitar luego el dique y que callera sobre la ciudad. Lo que sucedió es que hubo una plaga de mosquitos y el ejército persa soltó el dique, pero tuvieron que marcharse. En otra lo que hicieron fue quemar los bosques, lo que se llama “política de tierra quemada”, quemar todos los bosques de alrededor y los campos, etc.

Yo voy a leeros este himno de Pascua, son doce estrofas, diré una, dos, tres… Fijaros en la alegría que desborda. ¿Cuál es la mayor diferencia? Es bueno que la sepáis antes de oírlo. Que nosotros, la liturgia de la noche de Pascua está vinculada con el fuego, la luz. Pero en Persia no se podía vincular la Resurrección de Cristo con el fuego. ¿Por qué? Porque los persas paganos adoraban al fuego. Era la religión de Zaratustra, la religión oficial del Imperio persa. Entonces, ¿cómo celebraban la Pascua?, ¿qué era lo que hacía visible la celebración de Pascua? Coronas de flores, que llevaba todo el pueblo. Que era una cosa que llevaban las novias. También es significativo que el adorno de la fiesta de Pascua fuese coronarse de flores. Y él habla de eso. Si no fuera porque existe la última estrofa, nosotros pensaríamos que era el pueblo más feliz del mundo, y en la última estrofa ya veréis lo que pasa.

Dice incluso al principio del himno la melodía con la que había que cantarlo y la melodía hace alusión a la matanza de los inocentes. Se ve que los cantos los cantaban con una determinada música y hacían siempre alusión a “la música de tal cosa…”. Entonces, dice “con la melodía de los niños fueron muertos”. “Los niños fueron muertos” hace referencia a la matanza de los inocentes.

Estrofa 1:

 Tu ley fue una montura para mí, que me dio a conocer el Paraíso.

Tu cruz ha sido para mí una llave que me ha abierto el Paraíso.

Del jardín de las delicias he traído, fui a recoger del Paraíso, rosas y flores dotadas de palabra.

Mira, están esparcidas en medio de tu fiesta, en los cantares, por entre la gente.

Bendito el que nos puso las coronas y ha sido coronado.

Esta es la fiesta de la alegría, toda ella bodas y lenguas, hombres y mujeres castos son en ella trompetas y clarines, los jóvenes, las muchachas, son en ella cítaras y arpas.

Las voces se entrelazan y ascienden, y llegan todas al cielo, para dar gloria al Señor de la gloria.

Bendito Aquel por quien han roto a tronar los silenciosos. La tierra resuena desde abajo y el cielo retumba desde arriba. (ndr. en la primavera y en el Medio Oriente las tormentas de primavera son algo muy característico).

Nissan (ndr. el mes de Nissan) ha mezclado las voces con las voces, las celestiales con las terrenas, se han mezclado las voces de la Santa Iglesia con los truenos de la divinidad.

Y con las brillantes luces de sus antorchas se ha mezclado el fulgor de los relámpagos.

Junto con la lluvia el llanto por la pasión.

Junto con los pastos nuevos, el ayuno pascual.

Así de gozosas resonaban en el Arca todas las voces de las bocas todas.

Fuera de ellas las terribles olas.

Dentro de ella las voces apacibles.

Las lenguas en dos coros cantaban allí al unísono, limpiamente, símbolo de esta nuestra fiesta en la que los célibes y las vírgenes castamente cantan la gloria del Señor del arca.

En esta fiesta, en la que cada cual presenta sus buenas obras como ofrendas, yo andaba triste, mi Señor, de ver lo pobremente que yo me presentaba.

Mi mente se refrescó con Tu rocío, que ha sido para ella como otro mes de Nissan.

Sus flores fueron mis dones.

Aquí están entrelazadas las coronas, colocadas a la puerta del oído.

Bendita la nube que descargó sobre mí.

¿Quién ha visto flores que broten de libros como de las montañas?

Las mujeres castas han llenado con ellas los anchos senos del Espíritu.

Y he aquí que la voz, igual que el sol, ha esparcido las flores entre las multitudes.

Son santos capullos, recibidlos en vuestros sentidos como nuestro Señor recibió el ungüento de María.

Bendito el que se dejó coronar por sus siervas.

Los niños esparcieron ante el Rey flores preciosas dotadas de palabra (ndr. alusión a la entrada de Jerusalén)

El asno se coronó con ellas, de ellas se llenó el camino.

Esparcieron las aclamaciones como flores, los cantares como lirios.

También ahora, en medio de la fiesta, la multitud de los niños han esparcido para Ti, Señor, como flores, los himnos: Bendito El que ha sido aclamado por los jóvenes.

Nuestros oídos son como un regazo, llenos de las voces de los niños.

Llenos están, Señor, los senos de nuestros oídos con los cantos de las muchachas.

Que cada cual recoja todas las flores y mezcle las que tiene con las de los demás, las flores que brotaron en su tierra para que podamos tejer una gran corona a esta fiesta grande.

Bendito el que nos llamó a tejerla.

Que el pasto supremo entrelace en ellas sus explicaciones como si fueran flores. Los sacerdotes sus proezas, los diáconos sus lecturas, los jóvenes sus aleluyas, los jóvenes sus salmos, las vírgenes sus himnos, los nobles sus acciones, los sencillos sus buenas costumbres.

Bendito el que nos ha multiplicado las buenas obras.

Invitemos, llamemos a los triunfadores (ndr. los triunfadores son siempre los santos, porque también participan de nuestra fiesta o nosotros participamos en la de ellos), los mártires, los apóstoles, los profetas.

Igual que ellos son sus capullos, sus flores son espléndidas, magníficas sus rosas, de dulce aroma sus lirios.

Del jardín de las delicias (ndr. del Paraíso) recogen y traen las flores más bellas para coronar nuestra hermosa fiesta.

A ti, Señor, la alabanza de los bienaventurados.

Las coronas de los reyes se han quedado pobres ante la riqueza de Tu corona. En ella está entretejida la pureza, resplandece en ella la fe, brilla en ella la humildad, está la castidad mezclada en ella y en ella resplandece en amor grande.

Rey grande las flores, qué perfecta es la belleza de tu corona.

Bendito el que nos ha concedido tejerla”.

(…)

Última estrofa, dejaros sorprender por ella.

“Acepta Rey nuestra ofrenda y danos a cambio de ella la salvación.

Pacifica las tierras devastadas, reconstruye las iglesias quemadas, para que, cuando haya llegado la paz grande, Te podamos tejer una gran corona. De todas partes viniendo guirnaldas y flores para coronar al Señor de la paz.

Bendito el que lo ha hecho.

Bendito el que lo puede hacer”.

Si no fuera por esta última estrofa pensaríamos que es una Iglesia en la que no hay problema de ninguna clase. “Las tierras devastadas, las iglesias quemadas”, y se canta la Resurrección de Cristo porque es la corona más bella, a la luz de la cual quedan pálidas las columnas de los reyes. Somos hijos de este pueblo. Esto se cantaba por el 320 en lo que hoy es Irak.

El Señor es fiel a su Iglesia y no va a dejar de suscitar en ella la santidad y el resplandor de la belleza de Su amor.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

Iglesia parroquial Sagrario-Catedral
19 de mayo de 2020

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Palabras finales

Ya que en esta oración sale “santo intercambio”, en latín es “comercium” y es una manera diferente de decir lo que yo decía cuando yo hablaba del “enrollamiento” del Señor con nosotros. Es decir, de cómo el Señor se hace uno de nosotros y lo mismo pasa en la Eucaristía. En la Eucaristía, Él nos anuncia Su amor, la Buena Noticia del Evangelio siempre, y nosotros Le ofrecemos nuestro pan y nuestro vino, y Él se hace presente en ese pan y en ese vino, y vuelve a nosotros para alimentar con Su vida divina nuestro Espíritu y nuestra vida.

“Mirabile comercium” es una expresión que se usa también la noche de Navidad y en el Prefacio de los días de Navidad. Por desgracia, la palabra comercio está muy devaluada, pero se usaba también en la Tradición de la Iglesia para expresar la relación de marido y mujer.

La repito: “Escucha, Señor, nuestras oraciones, para que el santo intercambio de nuestra redención nos sostenga durante la vida presente y nos dé las alegrías eternas. Por Jesucristo, nuestro Señor”. Amén

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