Homilía en la Santa Misa del miércoles de la VII semana de Pascua, el 27 de mayo de 2020.
Fecha: 27/05/2020
Muy queridos hermanos y hermanas;
queridos amigos, que os unís a nosotros por medio de los cables y las ondas de la televisión:
Seguimos hoy con las dos despedidas. La despedida del Señor con esas palabras en la Última Cena, que forman las palabras de despedida de Jesús, realmente. Y la despedida de Pablo a los presbíteros de Éfeso, justo antes de embarcar para Jerusalén.
Son dos textos, los dos preciosos. Estas palabras de Jesús se llaman con mucha frecuencia “oración sacerdotal”, no porque pida por los sacerdotes, sino porque en ella ejerce Jesús su propio ministerio sacerdotal y pastoral en favor de los suyos, en primer lugar, y también del mundo entero. Cada una de las frases de Jesús no tienen precio. Subrayo algunas.
El deseo de Jesús de que podamos vivir con alegría cumplida: “Ahora voy a ti y digo esto en el mundo para que tengas en sí mismos mi alegría cumplida”, la alegría de la obra de la redención de los hombres llevada hasta el extremo, en la Pasión y la muerte de Jesús. Y aunque Jesús vivió la angustia espantosa de la soledad del Hijo de Dios, una soledad que no podemos ni siquiera imaginarnos en el Huerto de los Olivos, también sabemos que Él lo dijo: “Nadie me quita la vida, Yo la doy porque quiero”. Es decir, Él fue libremente a la Pasión.
La Pasión, para nosotros, suele ser algo que cae sobre nosotros. Es algo que sufrimos, que padecemos, como nos viene una enfermedad, o como nos ha sobrevenido ahora esta pandemia, y a las personas a las que les ha afectado más profundamente o a las que les ha servido de ocasión para que el Señor las llamara a su Reino; es algo que padecemos, es algo que no hemos elegido. Pero, para Jesús, la Encarnación y la consecuencia de la Encarnación, que es la Pasión, es algo que ha elegido libremente por amor a nosotros. Y en ese amor es donde nuestra alegría está cumplida. Jesús lo diría en otros lugares del Evangelio: “Yo he venido para que mi alegría esté en vosotros y para que vuestra alegría llegue a plenitud”. Qué pocas veces pensamos que Jesucristo ha venido, y ha sufrido y ha entregado su vida, hasta la muerte, y la muerte de cruz, tan ignominiosa y tan horrible, para que yo pueda vivir contento. Qué pocas veces pensamos eso. Pensamos mucho más para que yo sea bueno. Pero no, es para que yo pueda vivir contento, para que yo pueda vivir con esperanza, para que yo pueda reposar mi corazón en el amor infinito de Dios.
Otro motivo de esperanza en esa misma frase de Jesús, un poquito antes: “Ninguno se perdió sino el hijo de la perdición, para que se cumpliera la Escritura”, porque era imprescindible que alguien entregase a Jesús y tubo que ser uno de los suyos, además, “para que se cumpliera la Escritura”. Pero ninguno se perdió. Expresa la confianza de Jesús en el fruto de su obra. Ahí también hay mucho que corregir en nuestro pensamiento, porque nosotros tendemos a pensar que el mal y el bien, el poder del Enemigo y el poder de Dios son como dos poderes iguales, que luchan entre sí y que son equivalentes, y tendemos muy fácilmente a hacer incluso más poderoso el poder del Enemigo, poniendo así de manifiesto en que no confiamos en el amor de Dios, que no confiamos en el poder de Dios. Dios vence siempre. Cuando hacemos al mal tan poderoso o cuando le damos tanta importancia, cuando lo constituimos en una fuerza casi equivalente a la fuerza del Señor, casi capaz de acabar con el poder salvador del Señor, estamos empequeñeciendo a Dios. Dios no hay más que uno y, por muy grande que sea el poder del mal, el diablo es una criatura y su poder es infinitamente más pequeño que el poder del amor de Dios. De hecho, Jesús habla de eso en un lugar del Evangelio cuando dice: “Nadie puede venir y atar a un hombre fuerte a menos que sea más fuerte que Él”. Se está refiriendo al Enemigo y se está refiriendo a Sí mismo. Él es más fuerte. Nosotros no somos más fuertes que el Enemigo. Satán jugaría con nosotros si estuviéramos solos. Pero Él es más fuerte y lo tiene atado, lo tiene sometido. Aunque nos haga la guerra, Satán ya está derrotado, lo dice Jesús en otro lugar: “Yo he visto a Satán caer del cielo como un rayo”. “Ninguno se ha perdido de los que me diste”. Y un poco antes, decía: “Todo lo has puesto en mi mano, todo me lo has dado”, le dice al Padre. Pues, “no se ha perdido ninguno de los que me diste”.
Señor, nosotros no tenemos confianza en nuestras fuerzas, no tenemos confianza en que nosotros somos capaces de conquistar el Cielo, ni la santidad, pero tenemos confianza en Ti; tenemos confianza en Tu amor sin límites y sabemos que, por muy potente que sea el Enemigo ante nuestra fragilidad de criaturas y de criaturas heridas por el pecado, es infinitamente menos poderoso que el poder de Tu amor.
Otra frase del mismo texto, que no tiene desperdicio: “Yo les he dado tu palabra y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco Yo soy del mundo. No te ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del mal”. Él sabe que a nosotros nos deja en el mundo y nos pide que no nos venza el mal. ¿Cómo no nos vence el mal? Pues, porque tenemos confianza en nuestro pastor, que es Jesucristo, el Buen Pastor, que ha dado su vida por sus ovejas. Acordaos del Salmo precioso: “El Señor es mi pastor, nada me falta, en verdes praderas me hace reposar. Me conduce hacia fuentes tranquilas. Me guías por el sendero justo, por el honor de tu nombre, y aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque Tú vas conmigo. Tu vara y tu cayado me sosiegan”.
Estamos en el mundo, pero no pertenecemos al mundo. Pertenecemos al Reino de Dios y tenemos un buen pastor que cuida de nosotros. Y nos envía al mundo y es consciente de que en el mundo vamos a… lo ha dicho hace dos días y lo dice en el Evangelio con mucha frecuencia: “En el mundo tendréis persecuciones” o “no es el discípulo más que su maestro, ni el siervo más que su amo. Si a mí me han llamado ‘demonio’, ¿qué podéis esperar que os llamen a vosotros?”. Y sin embargo, vamos sin temor, por la sencilla razón de que Él va con nosotros y de que nos envía al mundo con la fuerza del Espíritu Santo. Nos envía al mundo con un Espíritu que nos permite vivir en el mundo, sin ser del mundo.
¿Qué es vivir en el mundo sin ser del mundo? En la despedida de Pablo, que tampoco tiene desperdicio, da una clave que nos revela algo también. Es una frase de Jesús, porque Él dice: “Siempre os he enseñado que es trabajando como se debe socorrer a los necesitados, recordando las palabras del Señor Jesús, que dijo, ‘hay más dicha en dar, que en recibir’”. “Hay más dicha en dar que en recibir” revela el sentir íntimo de Dios, revela el corazón de Dios, porque Dios es Amor, Él goza dando. Y si nosotros somos del Señor y pertenecemos a Él, nos tiene el Señor que poder dar -diríamos- la experiencia de que la vida… lo dijo también el Señor de otras maneras: “El que quiera guardar la vida y protegerla, la perderá; el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la encontrará”. Es dándonos, es entregándonos, hasta donde lleguen nuestras fuerzas, no tenemos nosotros que medir cuál es la medida o el lugar adonde nosotros llegamos, pero hasta donde lleguemos, con nuestra pequeñez; pero es dándonos como nos encontramos a nosotros mismos, porque estamos hechos a imagen suya, porque Dios se ha dado plenamente a nosotros en Su Hijo Jesucristo. “Hay más dicha en dar que en recibir”. Y es una clave profunda de la vida humana.
Con mucha frecuencia, cuando yo hablo algunas veces de estas cosas, que hablo muchas constantemente con otras personas o en algunos ambientes, se me suele decir que el cristianismo no tiene una economía propia. A mí me parece que eso, una manera de concebir la economía, propia del cristianismo, que la economía es una ciencia y que nosotros somos cristianos, pero esa ciencia va por su camino y aprendemos de ella. A mí me sorprende porque eso nos pone en una inferioridad de condiciones. Los budistas tienen una economía, los sintoístas tienen una economía propia. Quiero decir, tienen una manera de hacer una economía y nosotros decimos que no la tenemos −por una historia muy compleja que no es este el lugar de explicar. ¿Qué es lo que sucede? Pues, que la economía del mundo, lo que se llama economía, lo que se estudia en las universidades, es la ciencia de la acumulación; es la ciencia de utilizar la avaricia como si fuera una virtud y convertir la avaricia en una virtud. Y luego lee uno una frase como esta o lee uno otros pasajes del Evangelio, y dices: Claro que hay una economía cristiana, que es diferente, que tiene otra categoría, que tiene la categoría de, no maximizar los beneficios y limitar los costos, sino maximizar el bien común, maximizar el bien de todos, buscar lo más posible el bien de todos.
Yo sé que esto suena como si uno dijera algo que baja de Marte, pero también creo que la experiencia de estos meses nos abre los ojos a que la economía en la que vivimos, esa que decimos que es una ciencia, tiene mucho de mito y, desde luego, no contribuye al bienestar de la humanidad, no contribuye al bien, mejor dicho. No contribuye ni siquiera al bienestar, porque, al final, de una situación como esta o de los desastres que hemos generado en el mundo con nuestra forma de explotación tan brutal y tan sin límites y tan salvaje, verdaderamente, por muy civilizada que pueda parecer en su exterior, se vuelve contra todos. Es a todos a los que daña. Yo oí decir una vez que el capitalismo no hacía daño solamente a las víctimas del capitalismo, a aquellos a los que empobrece; que les hacía más daño a aquellos a los que tenían éxito con él, a aquellos a los que enriquecía, porque el daño que hacía era un daño moral y destruía su espíritu, y su alma y destruía en ellos justo el vivir en el mundo como imagen de Dios.
Señor, Tú que Te has dado y que Te das, y que nos invitas a que confiemos en Ti, justamente porque Te das sin límite a nosotros, enséñanos también a darnos a nosotros a la medida de nuestras fuerzas.
En toda la despedida de Pablo lo que hace es la explicación de él como pastor, y que como pastor se ha dado sin límites, y ha trabajado y se ha esforzado para conducir a los fieles que el Señor le había confiado a la plenitud de la verdad.
Que el Señor nos configure a todos, más y más, a la imagen de Cristo, y haga que más y más Cristo viva en nosotros, para que el mundo pueda comprender, a través del Cuerpo de Cristo que somos nosotros, algo del amor infinito que Dios tiene a todos.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
27 de mayo de 2020
Iglesia parroquial del Sagrario-Catedral (Granada)