Homilía en la Santa Misa del viernes de la X semana del Tiempo Ordinario, el 12 de junio de 2020.
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Primero una mínima, pequeña, explicación filológica de esta última frase. El Señor rechaza con su concepción del matrimonio -y sobre todo a la luz de lo que significa que el matrimonio fue creado desde el principio para darnos una imagen, un contexto, una realidad creada y temporal, en la que pudiéramos reconocer lo que significaba la relación de Dios con nosotros-, que siempre, en el Antiguo Testamento, y de manera cada vez más explícita hasta el Cantar de los Cantares o el profeta Oseas, es descrita como una relación nupcial, como una alianza nupcial, de forma que pudiéramos entender la Encarnación, cuando llegase el momento de la Encarnación, no cabe el divorcio; porque el divorcio es algo vivido en función siempre del interés propio, o del cansancio, de la fatiga de la convivencia o de la fatiga del amor.
Luego hay muchas cosas que tienen poco que ver con la moral que es como influyen en nosotros las estructuras del trabajo, las estructuras de la vida familiar, el mundo de seres solitarios o aislados que nuestras sociedades tienden a crear, a crear y a crear, y que hacen cada vez más difícil de comprender una relación que pueda ser gratuita. Pero el matrimonio es un cheque en blanco, que se entiende de manera plena sólo a la luz del cheque en blanco que es el Señor para nosotros. Y aunque el matrimonio ha sido protegido por todas las culturas que han permanecido, que han durado y que podemos reconocer, sin embargo, en nuestra cultura hay unas dificultades… El Papa Francisco las ha señalado muy detenidamente en su Exhortación apostólica Amoris Laetitia. Pero, lo que yo quiero explicar aquí es que Jesús parece poner una excepción. Y dice: “Yo os digo que, si uno repudia a su mujer, no hablo de unión ilegítima”. Y dices, ¿qué significa esa “unión ilegítima”? Dice: fuera de eso, si uno la repudia, comete adulterio. Quien se casa con la repudiada también comete adulterio. ¿Qué es esa “unión ilegítima? La palabra griega que aparece ahí es “porneia”, que significa propiamente fornicación y de ahí viene el término que se usa en nuestro lenguaje de “pornografía”. ¿Pero, qué significa? Porque dice “no hablo de caso de fornicación”. No tendría sentido en el contexto del mensaje de Jesús y lo han dejado como “unión ilegítima”.
Yo os doy una hipótesis que me parece que se puede demostrar. El griego que conocemos es el griego que usaban los grandes escritores griegos, incluso los grandes escritores griegos del tiempo de Jesús y de los apóstoles. Pero es evidente que una lengua que está extendida por todo el mundo civilizado, desde Portugal hasta Persia (porque en el siglo I también en Roma se hablaba griego, porque era la lengua que se había impuesto en el siglo I), tiene matices; y saber lo que significa en una zona determinada del Mediterráneo, salvo que tengamos algún escritor de esa época y de ese lugar, a veces no es fácil. Hay toda una serie de papiros egipcios, porque en Egipto el clima es tan seco que uno tira un papel y mil años después sigue ahí, que se han encontrado donde la palabra “porneia” realmente significa “unión incestuosa”. Y se hace uno más consciente en otro lugar donde esa palabra aparece en el Nuevo Testamento es cuando a San Pablo y a Silas el Concilio de Jerusalén les dice que no impongan a los gentiles nada mas que las cosas esenciales: el amor por los pobres, el abstenerse de la comida de los sacrificios de los animales a los ídolos y de la “porneia”. ¿Y qué puede significar ahí la “porneia”? Lo mismo. Significa “uniones incestuosas”, que eran frecuentes, o no demasiado infrecuentes, en el mundo del Mediterráneo oriental, en Corintio, por ejemplo. Luego, el mundo persa, que estaba muy cerca también de Palestina, Siria y Mesopotamia, lo tenía como algo prácticamente establecido por cuestiones de las herencias y de la organización social persa. Entonces, es algo contra lo que el Señor dice: “Eso no es un matrimonio, es otro tipo de unión”. Simplemente, os aclaro esta cuestión, que en las traducciones oficiales se mantiene lo más literal posible, para que no se toque el texto del Evangelio, pero yo creo que se puede demostrar que eso es a lo que se refiere Jesús, aunque no sea una homilía el lugar de demostrarlo.
Lo importante de este Evangelio, aparte de esto que tiene muchas consecuencias prácticas, es cómo el Señor cambia la mirada, cambia el corazón. La moral del Evangelio, la moral de Jesús, la moral cristiana, no es una moral que mide los resultados exteriores, sino que mide el corazón, y si el corazón es malo, los frutos buenos que pueda dar ese corazón normalmente son hipocresía. El Señor nada soportaba con más dificultad que la hipocresía. De hecho, el Señor trató siempre con cariño, con mucho cariño y con mucha ternura y bondad a los pecadores de todo tipo que se acercaban a Él, y en cambio sus palabras más duras están siempre contra los fariseos, los sacerdotes hipócritas, los que usaban el templo para comprar y vender, en lugar de para dar culto a Dios. Por lo tanto, eso es lo que explica y tiene todo el sentido del mundo, lo que Él dice. Una mujer es una compañera, una criatura de Dios destinada a la vida eterna, y una realidad preciosa como la vida humana: imagen y semejanza de Dios e imagen y semejanza de la belleza que es capaz de atraer el amor de Dios, y por lo tanto hay dos formas de mirarla. La lujuria es una forma de robo, de posesión, y una forma lujuriosa de mirar ya es, dice el Señor, cometer adulterio.
¿A qué nos invita así? Nos invita a esa mirada que Él pone de manifiesto, también en el Evangelio, actuando con mucha libertad con respecto a las costumbres de su tiempo, por ejemplo, que uno se sentase junto a un pozo a hablar con una mujer que venía a por agua era algo que llamaba muchísimo la atención, y más si era samaritana o si era una pagana. Jesús era muy libre: le acompañaba un grupo de discípulos y le acompañaba un grupo de mujeres.
Sin embargo, hay una relación nueva que Jesucristo inaugura realmente. San Efrén lo decía: “Nos ha hecho compañeros en la vocación, nos ha hecho compañeros en el camino”, y eso hace posible que podamos tener una relación diferente frente a lo que sucede en el mundo de la lujuria, que es siempre un mundo que trata de apoderarse, de dominar… Eso pasa también en el matrimonio. No es que el matrimonio sea una licencia para la lujuria. El matrimonio es el lugar donde más tendría que verificarse esta enseñanza de Jesús: que las relaciones no son de dominio. Cuanto más afecto, cuanta más confianza, cuanto más cariño puede haber, más respeto. El respeto no es distancia. El respeto no es desinterés, no es indiferencia… El respeto es el reconocimiento de la Presencia de Dios en la otra persona y eso vale para todas nuestras relaciones humanas, no sólo para la relación entre hombre y mujer, sino para todas las relaciones humanas.
Quiera el Señor ayudarnos a entender, a la luz de Su amor por nosotros, a la luz de Su relación con nosotros, el tipo de relación bella, hermosa… Siempre, porque el Señor nos llama siempre a la belleza y a la alegría. La belleza no es separable ni del bien ni de la verdad. Cuando la belleza se separa del bien y la verdad, se mueren las tres: se muere el bien, se muere la verdad y se muere la belleza. Entonces, el Señor nos llama a una vida bella. Bella en todas nuestras relaciones, bella en todas las dimensiones de nuestra vida. Es el reconocimiento del amor exquisitamente puro, exquisitamente bello y, sin embargo, inmenso, con el que Dios nos ama. Y nos invita a que ese sea el modelo de nuestras relaciones humanas, de todas, desde la relación entre los esposos, que no es una relación en la que deba faltar el respeto, todo lo contrario, justo porque hay más amor, más respeto, justo porque es un amor de un cheque en blanco como el que el Señor nos ha dado a nosotros, tiene que ser una relación exquisita de entrega mutua, de donación mutua, en todas las direcciones, del hombre hacia la mujer y de la mujer hacia el hombre. Y yo sé que eso es un milagro. Los milagros los hace el Señor. Lo que pasa es que los hace todos los días. Los milagros no son una cosa… Lo de tirar del caballo lo hizo con San Pablo, lo de que el Señor se manifestase en el trueno y en la tormenta, lo hizo en el Sinaí; normalmente, la acción de Dios es callada, es silenciosa, humaniza y uno sabe que es el Señor porque uno sabe que eso no lo podría hacer uno mismo. Que el Señor es quien hace posible vivir de determinadas maneras. Lo mismo en el matrimonio. El matrimonio, si falta el Señor, termina en una lucha de poder facilísimamente, o termina rompiéndose, que es lo que sucede con más frecuencia. Sólo la Presencia del Señor es capaz de enseñar al hombre a querer a la mujer, como la mujer necesita ser querida, y a la mujer a querer al hombre como el hombre necesita también ser querido.
PidámosLe al Señor, no sólo en el matrimonio, y en la virginidad los que estamos consagrados, que nos conceda el Señor que nuestras relaciones sean siempre un reflejo de la Presencia de Dios en medio de nosotros. Todas ellas.
Lo que el Señor dice aquí del matrimonio se parece mucho a lo que San Pablo dice cuando habla de la esclavitud en la Carta a Filemón. Por lo tanto, las relaciones entre amos y esclavos… Si es que, cuando Cristo es el centro de la vida y el corazón, todo cambia. Y todo es todo, sencillamente. Pero todo es mejor: todo es más bello, todo es más bueno y todo es más verdadero.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
12 de junio de 2020
S.I Catedral de Granada