Homilía en la Santa Misa del miércoles de la XI semana del Tiempo Ordinario y Octava del Corpus Christi, el 17 de junio de 2020.
Fecha: 17/06/2020
Qué alegría ser iluminados todos los días con la Palabra del Señor.
El episodio del Antiguo Testamento, que es cómo el discípulo de Elías, Eliseo, recoge el espíritu de Elías, es un testimonio de la fidelidad de Dios a lo largo de la Historia. Uno piensa en cómo ha sido la historia del Antiguo Testamento y uno dice: “Dios mío, cuántos descalabros, cuántas muertes, cuántos pecados, cuántas guerras…”. Es una ilustración en el pueblo de Israel de lo que es la historia humana. Pero es una ilustración, sobre todo, de lo que es la fidelidad de Dios y, por lo tanto, este episodio nos invita a la confianza.
Recordáis que, hace apenas dos días, era Elías el único que quedaba en Israel frente a todos los sacerdotes de Baal y sólo él defendía el nombre de Dios. Y sin embargo, hoy les acompañaban cincuenta hombres de la comunidad de los profetas. Por lo tanto, el ministerio de Elías había tenido la fecundidad de esos cincuenta. Pero queda Eliseo y, aunque parezca que Israel hay momentos en la Historia en que dices “ya va a desaparecer”, sin embargo Dios es fiel y vuelve a brotar el pueblo de los fieles a la Alianza, de los que conocen al Señor. Eso, repito, nunca falla.
Elías le pasa a Eliseo su manto, un gesto sencillo, pequeño, pero sacramental, y con él, si él está dispuesto a recibirlo, porque él quiere también participar del Espíritu (le pide dos partes: “Dame dos partes de tu Espíritu”, y el Señor se lo concede, y ve a Elías retirarse en el carro de fuego)…. Por este episodio la gente pensó que Elías no había fallecido. Hay dos figuras en el Antiguo Testamento, uno es Enoc, al principio de todo, en el libro del Génesis, que, cuando está haciendo la lista de los patriarcas, dice los años que vivió cada uno y cuando llega Enoc dice “y Dios se lo llevó y no fue más”, pero no dice ni los años que vivió ni nada. Luego, este episodio de Elías. En tiempos de Jesús, había escritos que hacían circular el apocalipsis de Elías, escritos apócrifos, leyendas acerca de Elías. Pero lo importante de este pasaje es justamente: “Señor, Tú eres fiel”. Puede suceder en la Historia lo que suceda. Pueden venir dificultades, puede haber catástrofes, muchas circunstancias adversas y, sin embargo, Tu Espíritu no va a faltar de en medio de nosotros. Tú no vas a faltar de en medio de nosotros. Yo repito la frase aquella de Jesús, justo al final del Evangelio de San Mateo: “Yo estoy con vosotros todos los días”. Todos los días. Es que es muy fuerte: “Todos los días, hasta el fin del mundo”.
Y en cuanto al Evangelio, pone de manifiesto de nuevo la moral… El Evangelio de San Mateo tiene pequeños códigos de moral puestos juntos y estamos dentro todavía del Sermón de la Montaña, y contiene las instrucciones de cómo la moral cristiana, cómo la moral del discípulo de Jesús, no busca el reconocimiento exterior, no busca la vanidad. No utilizamos la moral para que las gentes u otros puedan reconocer que somos muy buenos. No. El Señor quiere que las cosas las hagamos que broten del corazón y Dios ve el corazón. Dios no ve o no le interesan los éxitos mundanos. Dios ve el corazón de cada uno. Claro, si uno es de los hipócritas que están deseando que les vean y les aplaudan, no les agradan eso de que Dios vea el corazón. Una de las frases más importantes del Evangelio es “no juzguéis y no seréis juzgados”. En mi experiencia como sacerdote, siempre que juzgamos nos equivocamos, porque siempre dejamos un montón de cosas fuera de la persona a la que juzgamos.
Sencillamente, que el Señor vea nuestro corazón es un consuelo y una alegría enorme. ¿Por qué? Porque los hombres no ven el corazón. Entonces, incluso cuando nos equivocamos, cuando erramos en el camino y hacemos algo mal, normalmente no hemos querido hacerlo, pero la gente sólo ve que lo has hecho mal, mientras que Dios ve nuestro corazón. Qué alegría que el Señor pueda ver nuestro corazón y pueda, como un cirujano, trabajar sobre ese corazón para hacer un corazón bueno. Como allá también dijo el profeta Jeremías: “Yo os quitaré un corazón de piedra y os daré un corazón de carne”.
Señor, ponnos un corazón de carne. Un corazón de carne que sepa dejarse querer por Ti −tal vez lo más difícil−, y luego que ese corazón sea bueno y los frutos, si el corazón es bueno, serán buenos. Si el corazón está herido o es falso, entonces, por muy buenos que sean los hechos, ni a Dios le agradan ni a nosotros nos sirven para crecer en nuestra humanidad. Ninguna de las dos cosas.
Por lo tanto, Señor, cámbianos el corazón de piedra en un corazón de carne y habita en él. Quédate con nosotros, de forma que podamos ser de verdad lo que estamos llamados a ser y lo que Tú deseas que seamos.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
17 de junio de 2020
S.I Catedral de Granada