Homilía en la misa del sábado de la XV semana del Tiempo Ordinario, el 18 de julio de 2020.
Fecha: 18/07/2020
La Palabra de Dios en la Eucaristía de hoy nos pone como dos caras. Por una parte, la victoria de quien anuncia la Buena Nueva, trae la Buena Nueva, tiene el Espíritu sobre Sí y hace referencia al cumplimiento de las profecías. El “Esperado de las Naciones”, de alguna manera, llevará el derecho, el camino recto (el derecho no significaba en tiempos de Jesús ni en el mundo judío a lo que nosotros hoy llamamos derecho, que es algo que se estudia en las universidades). Por supuesto que los estudiantes, los rabinos, aprendían de algún discípulo las sentencias de los ancianos, pero lo que se llama en la Escritura muchas veces el “derecho” es justamente el camino recto. De ahí viene la palabra derecho, también. Entonces, Jesús enseña el camino recto.
Por otra parte, la otra cara de la moneda, la lectura de Miqueas de hoy es un anuncio de cómo el mal no paga. Yo quiero insistir en estas dos cosas. El mal no paga. Es verdad que la avaricia puede acumular dinero. En una famosísima película que se llamaba “Ciudadano Kane”, que la han considerado muchos durante mucho tiempo la mejor película de la historia del cine, hay un momento en que uno de los personajes dice “ganar dinero es lo más fácil del mundo cuando lo único que uno quiere en la vida es ganar dinero”. Y quien dice eso dice la búsqueda del placer, los gustos de este mundo y ciertas cosas, que todas dejan resaca. Los bienes de este mundo nunca satisfacen el corazón. El corazón se empequeñece con ellos en realidad. Porque nos ponemos a servir a cosas que son más pequeñas que nosotros. Que nos pueden dar el gusto de un momento. Nunca dan alegría, pero sí nos pueden dar gusto. Y sin embargo, el corazón se empequeñece.
En cambio, el seguimiento de Cristo da la libertad. El amor a Él y el seguimiento humilde, sabiendo que somos pobres, que muchas veces nos olvidamos, que muchas veces perdemos de vista la mirada con respecto a Él; pero nos da la libertad, nos hace crecer. No se prueba la fe con argumentos, la mejor prueba de la fe es el testimonio de las personas de fe. Uno experimenta que son personas libres, que no se dejan condicionar por las circunstancias, que pueden afrontar la enfermedad, o la muerte o la vejez, o las desgracias de la vida con un corazón ecuánime, un poco como Job: “El Señor lo dio, el Señor lo quitó. Bendito sea el nombre del Señor”, y uno vive en paz. Y una prueba indirecta de la fe es que, a pesar de que parezca que somos un mundo que desborda alegría, apenas rasca uno en la superficie detrás de lo que hay en las telenovelas, o lo que describe el vacío de nuestro mundo, o detrás de lo que hay detrás de tanta publicidad que nos asfixia verdaderamente y nos crea tantas necesidades artificiales, que no son necesidades reales, que son necesidades creadas, aparte de la necesidad que transmiten, como si uno no pudiera ser feliz si no tuviera el último modelo de no se qué cosa. Es justamente el vacío que ponen en la vida. Darse cuenta de ese vacío, en primer lugar en nosotros mismos, porque aunque veamos personas muy vacías cerca, yo creo que ayuda de poco el decirles a los demás, el subrayarles el vacío en el que viven. Si normalmente uno lo sabe. No necesita uno que se lo diga. Lo que uno tiene que ver es cómo se llena ese vacío en alguna persona; en personas que tiene cerca, deseablemente en una comunidad. Y cuando uno ve eso, uno descubre la belleza, el bien, la verdad de la fe, un poco como los niños pequeños en estos tiempos de pandemia han descubierto que lo único que necesitan en realidad es estar con su padre y con su madre, y cuando están con ellos están felices. No necesitan más o necesitan muy poquito más, porque si sus padres les dedican tiempo, y están con ellos y juegan con ellos… Es a los padres a los que les resulta más difícil el hacer algo así. Además, en este tiempo se ha podido pero muchas otras veces no se puede. En la vida que llamamos normal no se puede. Pero los niños, sí. Disfrutan, no se cansan. No se cansan de jugar, no se cansan de ser queridos. Un poco así nosotros. Y no necesitamos que nadie nos demuestre que la fe es verdadera cuando experimentamos la felicidad de tenerla, la alegría de tenerla, el crecimiento en la vida que da tenerla. Y no necesitamos que nadie nos demuestre que el mal es malo, porque en el pecado está la penitencia, siempre, siempre. El daño que nos hace, no en lo que ofende a Dios, sino en el daño que nos hace a nosotros cualquier tipo de mal, hasta los que quedan más ocultos en el fondo del corazón.
Que el Señor, el Amado, el Preferido, el Predilecto, abra nuestros corazones para seguirle a Él, humildemente. Porque lo que Él quiere, cuando quiere que Le sigamos, no es el ver que obedecemos. Lo que Él quiere es nuestra vida, nuestra felicidad, nuestra alegría.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
18 de julio de 2020
S.I Catedral de Granada