Homilía en la Santa Misa el lunes de la XVI semana del Tiempo Ordinario, el 20 de julio de 2020.
Fecha: 20/07/2020
Qué grande tiene que ser para nosotros, los seres humanos, la tentación de la idolatría, puesto que tantos pasajes de los profetas que ocupan como Primera Lectura tantas de nuestras celebraciones litúrgicas, nos ponen en guardia contra ella. Y es verdad que nosotros podemos decir que no adoramos a imágenes talladas de madera o de piedra; no veneramos a ídolos construidos por manos de hombre. Y sin embargo, cuando la Palabra de Dios insiste tanto en ello, yo pienso que tenemos que pensar en cuáles son nuestras idolatrías. Y yo descubro que claro que tengo idolatrías y que probablemente los hombres de nuestro tiempo, aunque no vayamos a templos de ídolos (también a veces vamos, algunos pensadores han empezado a comparar los grandes centros comerciales con los templos de un mundo sin Dios, y hasta describen con un cierto detalle cómo los centros comerciales utilizan las luces, tienen toda una estética, para que adoremos al único dios al que el hombre contemporáneo parece públicamente adorar que es el dios mammón, el dios dinero)….
Pero tenemos otras muchas idolatrías. La idolatría de la imagen que uno tiene de sí mismo, de lo que quieren que los demás vean de uno y cómo le consideren o no le consideren; del hambre, a veces verdaderamente patológica, que sentimos de afecto. Sin duda, por falta de afectos buenos. Chesterton decía en una ocasión, una cosa muy sabia, como todas las que yo le he leído: la mejor manera de no tener pensamientos malos es tenerlos buenos. Parece una tontería, como muchas de las cosas que él dice parecen tonterías y luego uno se da cuenta que están llenas de sabiduría. Pues lo mismo, la mejor manera de no tener afectos malos es tenerlos buenos, pero no es no tener afectos, porque quien no tiene afectos termina teniéndolos malos, casi necesariamente. Pero somos esclavos de los afectos que nos tienen los demás. Somos esclavos de nuestra imagen y siempre que somos esclavos de algo, de algo que es menos que nosotros, somos idólatras.
El Dios vivo es el Dios que, sirviéndoLe a Él, nos hace libres. Y lo que el Señor pide de nosotros es muy sencillo. No que le compremos con sacrificios… Es otro de los temas recurrentes en las Lecturas de los profetas: que no penséis que me vais a comprar con un novillo de un año o con sacrificios de bueyes o de animales. “Se te ha hecho saber lo que es bueno. Búscalo. Lo que el Señor quiere de ti: tan solo practicar el derecho -es decir, ser honesto, diríamos-, amar la bondad y caminar humildemente con tu Dios”. Es decir, reconocer que eres una pobre criatura llena de límites, pero que el Señor camina a nuestro lado, que el Señor está con nosotros y que Su misericordia cura nuestras heridas, trasciende nuestros límites. Pero nos pide eso, simplemente: “Practicar el derecho, amar la bondad y caminar humildemente con tu Dios”.
Nuestro Dios camina humildemente con nosotros, tan humildemente que se hace alimento nuestro y sólo espera de nosotros esa humildad que es lo contrario del pecado original y lo contrario de la idolatría, con lo que la idolatría lleva consigo, que es ese deseo de comprar a Dios con nuestras obras. No, a Dios no le compramos. Dios se nos da gratis y quiere que nosotros vivamos, no porque Él necesite de nosotros, sino porque nos ama. Nos ama gratuitamente y nos ama de una manera infinita, sin límites, sin condiciones. Con un amor incondicional e infinito.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
20 de julio de 2020
S.I Catedral de Granada