Homilía en la Santa Misa en la Solemnidad de Santiago Apóstol, el 25 de julio de 2020.
Fecha: 25/07/2020
Qué día tan precioso este día de Santiago. Y no porque el cielo sea más azul que otros días, sino porque damos gracias por lo grande, por lo más grande que tenemos en nuestra vida, que es la Presencia viva de Jesucristo y la fe, y la esperanza en Él. Esa fe ha llegado a nosotros de manera muy curiosa, porque trajeron Su cuerpo los discípulos suyos a Santiago. Me decía hace muchos años un profesor de Historia de la Iglesia antigua, en Varsovia: “Mire, las iglesias antiguas se peleaban mucho por tener la sombra, la tumba, o el sepulcro o los restos de algún apóstol, y de casi todos los apóstoles hay muchas disputas sobre si lo enterraron en Alejandría, o lo enterraron en Siria, o lo enterraron en Beirut, o lo enterraron en Jerusalén. Y de Santiago, no hay ningún testimonio mas que el de que fue enterrado en Compostela”. Dice: “Y eso, aunque sea un argumento de silencio, que no son los argumentos más fuertes en el mundo histórico, sin embargo, cuando uno sabe el tipo de peleas que había en la Iglesia antigua por poseer la tumba de un apóstol, pues es un testimonio muy fuerte de la verdad de esa Tradición”.
Luego, Granada está vinculada de algún modo a esa Tradición y os digo cómo: a través del Sacromonte. No porque el Sacromonte y los Libros Plúmbeos tuvieran que ver mucho con el nacimiento de la devoción a Santiago, porque el Pórtico de la gloria es románico y, por lo tanto, cuatro o cinco siglos anterior a la existencia del Sacromonte y a la recuperación de la Granada cristiana. Pero el arzobispo que fundó el Sacromonte, que creyó lo que decían los Libros Plúmbeos, que son lógicamente legendarios porque están escritos en árabe y el árabe no existía en el siglo primero; pero varios de los Libros Plúmbeos hablan -uno de ellos se titula “De la Eucaristía que San Jacobo predicó en Granada”- de la presencia de Santiago en España.
La finalidad de los Libros Plúmbeos era unir dos culturas que se habían masacrado mutuamente. Primero, los moriscos hicieron un levantamiento, una noche de Navidad. Después, Juan de Austria poco menos que exterminó a los moriscos de la Alpujarra, con una gran protesta por parte del arzobispo de Granada, porque decía que ese no era el modo de proceder propio de cristianos. No muchos años después, nace el Sacromonte y yo creo que nace justamente con la intención de unir las raíces de esas dos culturas. Naturalmente, la Santa Sede no pudo reconocer la autenticidad de los Libros del Sacromonte por una razón muy sencilla: porque habría tenido que incluir, como hablan de Santiago y algunos de los discípulos de Santiago, como san Dionisio “Aeropagita”, sólo conocíamos su nombre por los Hechos de los Apóstoles, y sabemos que no pudo estar aquí, hoy sabemos que se le han atribuido escritos a lo largo de la Historia muchas veces, algunos de ellos muy grandes, en el siglo VI o en el siglo VII, pero no podía estar en Granada en el siglo I san Dionisio “Aeropagita”. Y la Iglesia hubiera tenido que meter en el Nuevo Testamento junto con los Evangelios y las Cartas de San Pablo los escritos del Sacromonte, por lo tanto, era evidente, ni siquiera la escritura árabe existía en el siglo I, aunque se hablase el árabe pero no tenía escritura en aquella época, no la tiene hasta muy poquito antes del surgimiento del Islam en forma de inscripciones y luego ya la escritura que conocemos como islámica o desarrollada por el Corán y por las tradiciones musulmanas.
Pero el Sacromonte nace para unir esos dos pueblos: el pueblo de raíz morisca, que habitaba en las colinas y en las montañas de Granada, y el pueblo de tradición castellana, que había venido con la Reconquista y que no siempre era muy piadoso, aunque fuera cristiano, porque venían como el mismo san Juan de Dios vino, para hacer fortuna en estas tierras recién conquistadas, que ofrecían muchas posibilidades de comprar o de obtener tierras o de obtener otro tipo de beneficios y de prebendas, y al mismo tiempo, negocios con el Mediterráneo o con Génova, o con otros lugares. Pero, como el arzobispo que fundó el Sacromonte se creyó a “pies juntillas” lo que decían los Libros Plúmbeos, la piedad sobre Santiago de Compostela, muy viva en la Edad Media, extraordinariamente viva, de ahí el Pórtico de la gloria de la Catedral de Santiago, pero, en el Renacimiento, había decaído y la Catedral de Santiago estaba muy abandonada y hubo todo un renacimiento que ha salvado el Pórtico de la Gloria, entre otras cosas. Pero, si uno va Santiago, lo que se encuentra la impresión exterior es de iglesias barrocas, de palacios barrocos. La Plaza del Obradorio son todos edificios barrocos en su exterior, por lo menos la Catedral también parece barroca en su exterior y eso sí se debe al peso y a la influencia del fundador del Sacromonte; que san Antonio María Claret, que pasó por Granada en su vida, escribió una pequeña vida suya que él llevaba siempre consigo y la ponía en la mesilla en una cosa que él llamaba “mi manual de obispos”, “manual para ser obispo”, y compara al fundador del Sacromonte con san Juan de Ávila, san Juan de la Cruz, santa Teresa, san Ignacio, todos aquellos fundadores grandes que en el Siglo de Oro español renovaron la fe católica. Don Pedro de Castro no ha sido nunca ni beatificado ni canonizado, ni hay ninguna posibilidad de que lo sea, pero fue un gran hombre. Y es curioso para nosotros el saber que tanto la renovación barroca del culto a Santiago y del Camino de Santiago como la renovación barroca que hubo en Zaragoza en torno a la Basílica del Pilar tuvieron en buena medida su origen en Granada.
Pero todo eso son verdades históricas, que tienen el valor que tienen y mi misión aquí no es comunicar verdades históricas o hablar de la historia. Sólo dar gracias por una historia de fe preciosa en nuestra vida, en nuestra historia de España. Preciosa por muchos motivos, por los santos misioneros. Recuerdo, nunca me olvidaré del dominico que me contaba, hace muchos años, cómo cuando salieron los dominicos para Filipinas, cuando se hizo una llamada a las órdenes religiosas para que salieran para Filipinas, a evangelizar Filipinas, se llenó un barco entero de dominicos con lo mejor que tenía la Orden en ese momento en España, doctores de Salamanca, doctores de Alcalá de Henares, los mejores preparados. Aquel barco no llegó, ya sabían cuando se iban que la mayor posibilidad es que murieran en el camino. Se hizo otra llamada, se llenó un segundo barco, tampoco aquel llegó. Y un tercer barco llegó y comenzó a anunciar la fe y pocos años después todos murieron mártires, pero en Filipinas es de los sitios (y estuve solamente para la JMJ que hubo en Filipinas allá por el 1997) donde yo he visto una fe más sencilla, más pura, más sólida, más capaz de desprenderse, más hecha carne en la vida de un pueblo. Las iglesias de Manila, por ejemplo, y no por la JMJ, sino habitualmente estaban abiertas 24 horas al día y la gente entraba a rezar. En la Catedral de Manila había una Misa a las 12 de la mañana, un día de diario, y estaba llena. Es más pequeña que la de Granada, pero no mucho más pequeña, y sin embargo estaba llena. Había unas guitarras en el primer banco y la gente se sabía los cantos, cogían y se ponían a cantar espontáneamente los primeros que llegaban. Y el taxista que a mi me llevó a la Catedral para celebrar la Misa me dijo “¿usted va a Misa?”, dije “sí, si voy a celebrar allí”, dice “pues, verá, yo no he oído Misa. Si no le importa, me quedo, le espero y luego le devuelvo al sitio donde están viviendo”. Y cuando me devolvió al sitio (tampoco eso me había pasado nunca en mi vida) le dije “dígame lo que le debo” y me dijo “nosotros les debemos a los españoles la fe, que es lo más precioso que tenemos, así que ha sido para mí una gracia el poder llevarle y el poder traerle, no me debe usted nada, rece por nosotros”.
Esa es la Iglesia de Dios y esa es la fe que hemos comunicado. También una vez una mujer brasileña me dijo que ellos nos debían, a España y a Portugal en aquel momento, lo más precioso que ellos tenían, que era la fe. Y le dije, “pues, nosotros la estamos perdiendo, así que tendréis que volver pronto a devolvérnosla”. Y la mujer sin vacilar, una mujer de mediana edad, me dijo, “pues, esperad un poquito que en cuanto podamos vamos”. Y ya está pasando, ya están viniendo, ya están trayendo ellos la fe.
Dios mío, hemos sido un gran pueblo cristiano. Perdonadme que diga “hemos sido”, porque es verdad que ahora mismo nuestra fe es muy frágil y por eso, igual que Le damos gracias al Señor un día como hoy de haberla recibido, y de haberla recibido tan tempranamente, tenemos que pedirLe al Señor que nos fortalezca en la fe. Que nos haga conscientes de que somos hijos libres de Dios y que, por lo tanto, ninguno de los poderes de este mundo tienen poder sobre nuestra alegría, sobre nuestra libertad que no nos la dan las instituciones de este mundo, ni las instituciones del Estado, ni los poderes mundanos, nos la da el Señor. Hemos sido creados libres, porque hemos sido creados para amar; no puede haber amor si no hay libertad. El amor tiene que nacer de la libertad del corazón. Si no, no vale nada. Si no, es instinto o es otra cosa, pero no es amor. Nadie valoraríamos un amor que sea obligado, que sea a la fuerza. Y Dios nos ha creado libres, porque nos ha creado para el amor, porque somos imagen y semejanza de Dios. Y todo ese horizonte de vida, y de vida eterna, nos los abre Jesucristo y eso es lo que nos transmite la fe. Por eso, la fe es lo más precioso.
Hay un Salmo que dice “Tu Gracia vale más que la vida”. Y yo entiendo, efectivamente, el haberTe conocido a Ti, Señor. Saber que eres el amor y que todo el que ama permanece en Dios y Dios en Él. Que Tu misericordia es infinita. Que el secreto de la vida humana está en participar de ese Amor y de esa Misericordia. Eso es lo más precioso, porque cambia la mirada, cambia la manera de levantarse por la mañana, cambia la forma de afrontar las dificultades y de afrontar el dolor. Cambia la forma de vivir, porque cambia también el modo de afrontar la muerte. La muerte, para un cristiano que tenga fe, un gramo de fe, pierde su aguijón. Como decía San Pablo, “¿dónde está muerte tu victoria?”, ¿dónde está muerte tu aguijón? Y los pueblos cristianos han afrontado muchas veces desgracias de todo tipo y dificultades, sabiendo que el Señor permanece para siempre.
Por lo tanto, Le pedimos al Señor que fortalezca para siempre nuestra fe. Ha sido tan fácil ser cristiano en España durante todo tiempo. Parecía que era como el carnet de identidad, algo de lo que no teníamos que preocuparnos. Y de repente, descubrimos que no sabemos lo que es ser cristiano. Que pensamos que tener unos valores morales que nos damos cuenta que son muy necesarios. Pero todo eso es secundario. Es verdad que tenemos ciertas cosas que no creen mas que los cristianos, pero no es eso lo que nos hace cristianos. Nos hace cristianos nuestra relación con Jesucristo, y nuestra relación con Jesucristo no la hemos establecido nosotros, no está en función de los buenos que seamos, no es que si nos portamos bien Dios nos quiere. Nuestra relación con Jesucristo la ha establecido Jesucristo. Eso es el cristianismo. Es Jesucristo quien se ha acercado a nuestra pobreza, a nuestra condición mortal, a nuestra condición pecadora, a nuestra vida llena de mezquindades y de miserias y nos ha dado un abrazo, que no acabará jamás, porque Dios ama para siempre, para siempre. Y en un solo acto de amor está toda Su eternidad. Y en esa eternidad Jesucristo nos ha incluido a nosotros. Cada uno de vosotros, sea cual sea vuestra historia, es amado por Dios desde toda la eternidad, amados con vuestro nombre y apellidos, con el gesto de vuestros ojos, con vuestro rostro singular y único. Y cada uno de vosotros y cada uno de nosotros somos amados para siempre, para siempre. Eso es lo que Jesucristo nos ha enseñado. Y ser cristiano es tener la experiencia (no digo creer en ese amor) viva, humana, si queréis hasta carnal, de ese amor en la Iglesia, que es Su cuerpo.
PidámosLe al Señor que esa fe que Él nos ha concedido y que nos ha concedido tan generosamente en nuestra historia pueda volver a florecer en nosotros y que florezca para alegría nuestra, porque Cristo vino “para que Mi alegría -dijo Él- esté en vosotros y para que vuestra alegría alcance su plenitud”. Esa es la razón por la que Cristo ha venido: para que estemos contentos. Y como veo a dos jovenzuelos aquí en la primera fila: Jesús ha venido para que estéis contentos y podamos estar contentos siempre, aunque se haya muerto un familiar nuestro, aunque veamos muchas desgracias en la televisión y en el mundo. El Señor nos ama y ese amor nos recoge a todos. No se pierde nada. No se pierde nada de nuestras vidas. Nada se perderá. ¿Por nuestros méritos? No, por la misericordia infinita de Dios que Jesucristo no ha revelado y nos ofrece, y nos entrega cada día.
Mis queridos hermanos, pidámosLe al Señor este don de la fe que nos permita vivir contentos y afrontar contentos todos los días de nuestra vida. Luego, gozar juntos en la vida eterna, que es para lo que hemos nacido.
(Por cierto, la salmista que nos acompaña es armenia y yo sé que Santiago es un santo sumamente venerado en Armenia. La Iglesia armenia que hay en Jerusalén, a la entrada de Jerusalén, justo y que posiblemente recuerde el lugar donde fue decapitado Santiago, está dedicada a Santiago. El día de Santiago en la iglesia armenia es un día inmensamente grande. Por lo tanto, eso también nos une a las dos iglesias y a los dos pueblos).
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
25 de julio de 2020
S.I Catedral de Granada