Homilía en la Santa Misa del sábado de la XXIII semana del Tiempo Ordinario, el 12 de septiembre de 2020.
Fecha: 12/09/2020
Yo Le pido al Señor poder acercar a vosotros los tesoros que hay en las Lecturas que acabamos de hacer. La casa de la que habla Jesús en este párrafo final del Sermón de la montaña somos nosotros, es nuestra propia vida, esa es la casa que construimos a lo largo de nuestra vida. Podemos construirla sobre arena o podemos construirla sobre roca, nos viene a decir el Señor. La roca, por supuesto, es Cristo. Una casa construida sobre Cristo no es que se vaya a librar de las dificultades de la vida, no. Las crecidas, las tormentas, las lluvias, caen sobre ellas exactamente igual que sobre el que ha edificado sobre arena. Pero aquella casa resiste, porque está edificada sobre roca. En cambio, cuando se edifica sobre arena…, y tenemos experiencia, aquí tenemos experiencia, algunos de vosotros por lo menos recordaréis aquella crecida que hubo en La Rábita (hace ya 30 años o así) y que había una casa justo cuatro pisos construida en La Rambla, cuando empezó a llegar el agua la gente se subió al piso de arriba, pero estaba edificada sobre arena y la tierra reblandeció los muros de la casa y murieron cerca de cien personas.
Señor, yo Te pido que no edifiquemos; que Te busquemos a Ti. Lo que hemos leído en el canto del Aleluya, que está tomado del Evangelio de San Juan: “El que escucha mi Palabra mi Padre lo amará, y vendremos a Él, y haremos morada en Él”. Él viene a nosotros. Él viene a nosotros y cambia nuestro corazón, cambia nuestros deseos, los orienta hacia Él, que es el bien supremo. Y hace que todas las cosas de la vida -todas, las más pequeñas, las medianas, las más importantes-, que todo esté orientado a Ti, Señor; que mi casa esté edificada sobre Ti, y no sobre otras cosas, sobre otros anhelos, sobre las imágenes que nos hacemos de nosotros mismos.
Y el otro cambio, tenemos que pedirLe al Señor que nos haga poder tener experiencia de ello. Estamos aquí celebrando la Eucaristía y casi no nos conocemos. Y se entiende, en el mundo en el que vivimos y en el mundo en el que estamos. Pero es cierto que quienes formamos la Iglesia formamos un solo Cuerpo, somos Cuerpo de Cristo. Pero, como dirá San Pablo, “somos cuerpo los unos de los otros”. Nos alimentamos del mismo Cristo, no hay un Cristo para cada uno. Es Cristo quien nos alimenta, es Cristo quien se convierte y se ofrece, y se da, como el fundamento de nuestra vida si nosotros queremos acogerLe. Pero ese unirnos a Cristo nos une a nosotros, unos con otros. El mundo necesita vernos más como una Iglesia, vernos más como un cuerpo. No un cuerpo en el sentido corporativo de que vendemos nuestros intereses. Si nuestras casas están edificadas sobre Cristo, nuestro único interés es que Cristo sea amado y conocido.
Pero creo que esto sirve poco el oírlo. Lo sabemos. Sabemos que formamos el cuerpo místico de Cristo y lo de místico suaviza –diríamos- de un modo terrible la realidad de nuestra pertenencia común de unos a otros. Somos el Cuerpo de Cristo. Somos lo único que la humanidad tiene para reconocer a Cristo. Y el mismo Señor puso nuestra unidad como condición de la fe del mundo. “Padre, Te pido por ellos. Que sean uno como Tú y Yo somos uno, para que el mundo crea que Tú me has enviado”. Si hasta en un matrimonio esa unidad es un milagro, no os digo ya la unidad de unas personas que aparentemente no tienen nada en común, pero que vivimos de la misma vida divina; que somos hijos del mismo Padre; que respiramos el mismo Espíritu.
Que el Señor nos conceda tener experiencia de ello, porque si no se tiene experiencia, no se comprende, parece un lenguaje extraño, ajeno, a la realidad de nuestra vida, y no lo es. Los hombres reconocerán a Cristo en nosotros en la medida en que puedan vernos unidos. Y unidos, a veces no se puede más que espiritualmente, pero unidos lo más verdaderamente posible, lo más visiblemente posible.
Que el Señor nos conceda este don. Pero es parte ese don de haber edificado la casa sobre Cristo.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
12 de septiembre de 2020
S.I Catedral de Granada