Homilía en la Santa Misa del V día de Novena en honor a la Virgen de las Angustias, Patrona de Granada, el 21 de septiembre de 2020.
Fecha: 21/09/2020
Queridísima Iglesia del Señor;
muy queridos hermanos sacerdotes;
Hermano Mayor y miembros del equipo de gobierno de la Cofradía;
hermanos y hermanas todos:
La tradición sobre Jesús pudo empezar a formarse ya en vida de Jesús, porque la gente, siguiendo un poco lo que sucedía en el mundo rabínico, resumía una historia, un acontecimiento que había pasado y recordaba la palabra que Jesús había dicho con motivo de ese acontecimiento. De hecho, las enseñanzas de Jesús son muchas al hilo de la vida. Jesús se encuentra con personas. Las personas se encuentran con Él y da una palabra que ilumina. Ilumina a la madre viuda que ha perdido a su hijo en Naín, ilumina al centurión, ilumina a quienes le escuchan cuando el centurión le pide la curación de su hijo y dice que no, que no es digno que entre en su casa.
Muchas de las enseñanzas que transmiten los Evangelios son enseñanzas ocasionales hechas justamente al hilo de la vida en el encuentro con las personas. Muy pronto esas enseñanzas empezaron a recopilar y a transmitir sin duda, sin ninguna duda, durante unos años en la misma lengua de Jesús, en arameo, y luego se fueron haciendo compilaciones que desembocaron en los cuatro Evangelios. La Tradición dice que San Mateo escribió el primero y que lo había escrito en la lengua de Jesús. El que se nos ha conservado no está escrito originalmente en la lengua de Jesús. Está escrito en griego aunque tenga palabras y expresiones que provienen de la Tradición anterior, oral o escrita, que se habían transmitido los Evangelios. Durante veinte siglos las personas han tratado, por una parte, de hacer concordar unos Evangelios con otros y, por otra parte, de iluminar el trasfondo y la realidad de lo que narra cada evangelista. Yo, en mis primeros casi quince años de vida sacerdotal, estuvieron dedicados al estudio de los Evangelios y de algunas expresiones de cómo nació la fe en Jesús en la transmisión de esa Tradición evangélica, antes incluso que se pusiera por escrito en los Evangelios que conocemos. Es un estudio sumamente luminoso. Pero, lo que me parece que os puede servir es que, sin dejar de lado, sin censurar ninguno de los problemas históricos que puede plantear el hecho de los milagros, o el hecho de la Resurrección o tal o cual relato de un milagro, o tal o cual aparente contradicción, o sencillamente donde los Evangelios dicen cosas diferentes, por ejemplo en la Resurrección (según un evangelista había dos ángeles, otro evangelista vio a un ángel… detalles de ese tipo, que hay muchos); y ahondando en ellos y tratando de comprenderlos y comprender cómo se transmitía esa Tradición, y para qué se transmitía esa Tradición, se transmitía sobre todo para quitar el escándalo de la Pasión de Jesús. No olvidéis que Jesús fue condenado a muerte en el Sanedrín, que sería el equivalente de lo que nosotros diríamos hoy la Santa Sede, es decir, el órgano supremo de formulación de la Ley y de aplicación de la Ley que existía en el mundo judío (no tanto un órgano doctrinal, pero sí de la aplicación de la Ley judía que incluía, evidentemente, una forma de conocer a Dios y de reconocer la verdad de Dios).
Qué escándalo produce que uno confiese a otro que ha sido condenado a muerte por las autoridades romanas. Pero, la condena física hecha por los romanos, porque los judíos en el tiempo de Jesús no podían realizar una ejecución, como no podían tampoco aplicar otras penas como el destierro o los trabajos forzados a las minas. Las penas más grandes en las provincias, sobre todo más belicosas, se las tenía reservadas el Imperio Romano y no permitía que los tribunales locales o las autoridades locales, para no facilitar que esos tribunales condenasen precisamente a los que eran favorables al Imperio Romano, y sirviesen como una fuerza de debilitación del Imperio; entonces, los judíos presentan a Jesús el caso como un caso político: “no eres amigo del César” si aceptas a este hombre, que se hace rey de los judíos. Pero el motivo de la condena era la blasfemia. Y la blasfemia no era en Jesús que él fuese diciendo por allí “yo soy el Hijo de Dios”, aunque llamaba a Dios “Padre” de una manera que nadie en el mundo judío se habría atrevido a llamarla, y no sólo Él llamaba a Dios “Padre” de ese modo, que es como los niños pequeños llamaban a sus padres, “daddy” en inglés o “papá” o tantas formas familiares que en todas las lenguas tienen los niños de llamar a sus padres. Esa es la que usaba Jesús y eso ya producía escándalo. Pero que invitase además a sus servidores, a las personas que creían en Él, a que tratasen a Dios Padre de la misma manera; luego, se atrevía a corregir la Ley del Antiguo Testamento: “Habéis oído decir que se dijo a los antiguos, pero yo os digo…”. Y más todavía, comía con publicanos y pecadores, y eso sí que era una sacudida en la línea de flotación al sentido último de la Ley judía. Y no el hecho de que lo hicieran, sino el hecho de que, cuando le acusaban de hacerlo, Él se defendía siempre con la conducta de Dios: “Dios ama”, “Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y que viva”, “Dios ama la vida del pecador”, “Dios se acerca, se aproxima, busca, te suplica”, casi se pone de rodillas delante del pecador con tal de que el pecador pueda reconocer su enfermedad, porque el pecado es una enfermedad, es una forma de enfermedad. “Y no son los sanos los que tienen necesidad de médico”, “Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”.
Curiosamente, la Iglesia es un pueblo de santos pero está hecha de pecadores. Y es que los santos y los pecadores están hechos de la misma masa. Y que uno de los cuatro que han dado, que han transmitido la Tradición evangélica y el testimonio de la Iglesia primitiva sobre Jesús haya sido antes de ser evangelista, un publicano, es decir, un proscrito, un maldito para el mundo judío, es una paradoja fantástica. Eso, por supuesto, requiere muchas sesiones de reflexión y de trabajo y de estudio, y de comparación de los Evangelios y de muchas cosas, que no tengáis ningún miedo. Mirad que se han escrito libros diciendo “ahora, la verdadera historia de Jesús, que no es la que nos cuenta la Iglesia”. Cuando en el siglo XIX escribían esas historias de Jesús que se separaban de la Tradición de la Iglesia, siempre pintaban a un Jesús que era del siglo XIX, porque el hombre no es capaz de imaginarse –diríamos- la cultura o la manera de pensar de otro siglo, sencillamente, sólo por eso. Y los que lo han hecho en el siglo XX, en los años 30 o por ahí, cuando algún historiador quería escribir la historia de Jesús apartándose de los Evangelios, salía un existencialista o salía una típica figura del siglo XX (…) con un concepto de libertad perfectamente ultramodernos. ¿Cómo puede ser eso la historia verdadera? Y justo, si se hubieran puesto de acuerdo, habrían eliminado todas esas contradicciones. Habrían eliminado muchas otras cosas, por ejemplo, habrían eliminado el Evangelio del otro día, donde Jesús iba anunciando la Buena Noticia acompañado de los Doce y de un grupo de mujeres. Jamás se le habría ocurrido predicando, anunciando, hablando de Dios con un grupo de mujeres que no tenían ninguna autoridad. A quién se le habría ocurrido en tiempos de Jesús y en el judaísmo decir que las primeras que llegaron al sepulcro fueron unas mujeres. ¡A nadie!, a nadie, porque fue así, por eso lo cuentan (…).
La Iglesia no ha hecho más que guardar ese testimonio, conservarlo. Conservarlo de la manera más cuidadosa, más exacta posible, manteniendo hasta las faltas de gramática que tienen algunos de los libros del Nuevo Testamento, o de sintaxis en algún momento. Conservándolo todo tal como nos lo transmitieron los evangelistas. Fijaros, de las obras de Homero, los manuscritos más antiguos son once o doce siglos después de que viviera Homero. Los manuscritos más antiguos de algún trozo del Evangelio tienen apenas cuarenta años –un fragmento del Evangelio de San Juan, hacia el año 130 o 140, que tiene un trozo de página por las dos caras, del Evangelio y había llegado a Egipto ya el Evangelio. Cuando hablan: “No, es que a Jesús se le fue engrandeciendo y engrandeciendo”… La fe del Nuevo Testamento estaba constituida, en sus elementos esenciales, seis o siete años después de la muerte de Jesús. No hay tiempo para hacer un gran héroe y para que no hubiera gente que conociera aquéllo.
Damos gracias por lo Evangelios. Damos gracias por la Iglesia que, en medio de sus muchos pecados, nos ha mantenido intacto el anuncio del Evangelio. Damos gracias por aquellos que lo escribieron en primer lugar, como San Matero, pero, al mismo tiempo, por todos aquellos que han sido vehículo para su transmisión, para que el Evangelio y la Buena Noticia y la esperanza del Evangelio llegase a nosotros.
Quisiera subrayar dos o tres cosas, sencillamente, que son propias del Evangelio de San Mateo y que nos puedan servir de ayuda en nuestra vida. Una, el relato del Juicio Final que tiene San Mateo, donde Jesús separa a las ovejas de los cabritos (y luego la medida del Juicio es siempre “bendito seas, ven, bendito de mi Padre, porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, estuve desnudo y me vestisteis, estuve enfermo y en la cárcel y vinisteis a verme”), y aquéllos que decían, “Señor, ¿y cuando hicimos todo eso?”, pues, “cada vez que lo hacíais a uno de estos, mis hermanos más pequeños, lo hacíais conmigo”. Jesús se identifica con Su Iglesia, se identifica con los hombres, porque ahí no habla de que se lo hubieran hecho a sus hermanos cristianos. No. Jesús se identifica con la humanidad doliente, con la humanidad que sufre. No es el único sitio. No está sólo en el Evangelio de San Mateo. Pero, al final, nuestra relación con nuestros hermanos es la medida y el criterio de nuestra relación con Dios. “Nadie ama a Dios, a quien no ve -decía San Juan-, si no ama a su hermano a quien ve”. Amar a Dios o creernos que amamos a Dios no es difícil. Es mucho más difícil amar al prójimo, mucho más. Y a veces, es mucho más difícil amar a ese prójimo, que es mucho mas prójimo, que somos nosotros mismos, porque de los demás algunos ratos descansamos, pero de uno mismo no descansamos nunca, y hoy es un fenómeno tan común, el odio a sí mismo que profundamente nos profesamos, el desprecio a nosotros mismos, el desamor a nosotros mismos. Parece como que no somos capaces. Bueno, ser capaces de amarse a uno mismo es ser capaces de esa libertad de la que hemos hablado estos días, también es fruto de la Redención de Cristo. No amarme a mí mismo porque cuido de mis intereses. No, eso no es amarse. No amarme a mí mismo en el sentido de decir “qué majo soy, qué estupendo soy”. No. Amarse a sí mismo sabiendo que uno es un pecador, pero que está siempre debajo de la mirada y de la ternura del amor de Dios. “Amarse a sí mismo –diría un escritor católico del siglo XX- como a cualquier otro miembro doliente del Cuerpo de Cristo”. Pero también San Pablo hace esa identificación. Si es que está en todo el Nuevo Testamento… Cuando Él va camino de Damasco la voz que oye dice “Pablo, Pablo, ¿por qué me persigues?”, y Pablo podría decir perfectamente “¡si yo no te persigo!, persigo a unos que dicen ahí unas tonterías acerca de que tú vives y esas cosas”. Pero perseguir a los cristianos era perseguir a Jesús.
Somos lo mismo, estamos unidos por unos vínculos que son los vínculos del Espíritu Santo, la Comunión del Espíritu Santo, la Comunión de los Santos. Y esos lazos son más fuertes que los de la nación, que los de la carne, de la familia, del pueblo donde hemos nacido. Sin despreciar ninguno de ellos, ninguno. Al revés. Que Cristo sea el centro en nuestras vidas es lo que hace posible que podamos amar a nuestros padres, amar a nuestra familia, amar a nuestros prójimos, amar el lugar donde hemos nacido y el momento de la historia en el que nos ha tocado vivir. Y quiero recordar otra frase del Evangelio de San Mateo que me parece que no hago más que recordarla. Son con las que termina el Evangelio: “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”, y habrá epidemias y pestes, y las casa edificada tendrá que sufrir tormentas y crecidas y de todo, y habrá guerras, y terremotos y lo que queráis, y “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. El Señor no nos abandona.
Al celebrar al evangelista San Mateo, como él escribía para judíos, no subraya demasiado el papel de la Virgen, porque hasta en la genealogía cuenta más “su descendencia legal” que va por la línea del padre legal más que por la vía de la madre (que no significaba gran cosa en el mundo judío –lo cual hace mucho más valioso todavía el testimonio de San Lucas). Pero celebrar a San Mateo en este día, en este lugar, en la Novena de la Virgen de las Angustias, Dios mío, Le suplicamos a Nuestra Madre que acojamos con sencillez el testimonio evangélico. Que sepamos que toda la tarea de nuestra vida, una vez más, no es más que querernos. Que el Señor nos da el tiempo de nuestra vida fundamentalmente para que en la convivencia de unos con otros aprendamos lo que es querer y aprendamos a querernos. En la vida que hemos recibido, que hemos recibido de nuestra familia, de nuestros padres, de los hermanos que tenemos en la vida de la Iglesia. La sociedad sólo será una sociedad nueva y adecuada al deseo profundo del corazón de todos los hombres y mujeres de este mundo cuando el contenido de la vida sea justamente el amor. Y el tiempo, que es expresión de la paciencia de Dios, se nos da exclusivamente para aprender a querernos mejor y para aprender a querernos más. Y queriéndonos más, querer al Señor, y queriendo más al Señor, poder querer más a nuestros hermanos. Ese es todo el crecimiento en la vida humana, todo lo que importa verdaderamente en la vida humana.
Señora nuestra, Madre nuestra, Protectora nuestra, Tú que has acompañado a Tu Hijo hasta el momento del amor supremo, acompáñanos a cada uno de tus hijos, a cada uno de nosotros, y enséñanos, en ese camino, a crecer en el amor. Eso siempre supone sacrificios importantes, pero es la única fuente de gozo verdadero, de un gozo sin resacas, de un gozo sin contrapartidas, sin fisuras en nuestro corazón, en nuestra vida. Cuando hemos querido lo mejor que hemos sabido, lo mejor que hemos podido.
Ayúdanos Tú a vivir así. Y así hasta el día en que nos encontremos con Tu Hijo resplandeciente de Gloria en la ciudad de la Jerusalén del Cielo que nos tiene prometida.
+Javier Martínez
Arzobispo de Granada
21 de septiembre de 2020
Santa Misa en el V día de Novena a la Virgen de las Angustias
Basílica de Nuestra Señora de las Angustias