Homilía en la Santa Misa del lunes de la XXIX semana del Tiempo Ordinario, el 19 de octubre de 2020.
Fecha: 19/10/2020
Dejadme decir dos palabras antes de entrar a comentar este Evangelio, que no es que necesite demasiado comentario, porque es un texto bastante explícito y bastante claro.
Hoy es lunes y los lunes por las mañanas los seres humanos tendemos a tener una psicología un poquito especial, que viene ya muchas veces desde el domingo por la tarde, y aunque eso se nota más en los estudiantes, probablemente tiene su incidencia en todos. Pero, además, es un lunes de un tiempo; de este tiempo rarito que estamos viviendo, que llevamos ya muchos meses viviendo, y que produce, por el hecho mismo de su prolongación, un cansancio, un cierto cansancio especial, por unas circunstancias tan particulares. Y luego, estamos en esta situación en Granada con la cual estamos medio confinados, con lo cual se añade todavía un peso más a estas circunstancias anteriores.
Justo en estas circunstancias yo quisiera subrayar la alegría que desborda la Primera Lectura que acabamos de hacer, la de la Carta a los Efesios. Nosotros hemos vivido como todos, aunque hayamos sido bautizados nada más nacer; si no lo hubiéramos sido, tendríamos los mismos criterios del mundo que son un poco el “comamos y bebamos que mañana moriremos”, y tratar de evitar cualquier pensamiento de la muerte, porque parece que la muerte es lo más horrible del mundo. Entonces, estábamos destinados a vivir así, salvo que, como dice San Pablo, “Dios, rico en misericordia, con el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho revivir con Cristo. Estáis salvados por pura gracia y nos ha resucitado con Cristo Jesús, y nos ha sentado en el Cielo con Él, para revelar, en los tiempos venideros, la inmensa riqueza de Su Gracia”.
Hemos resucitado con Cristo. Somos criaturas nuevas. Hemos sido salvados por la misericordia y la gracia de Dios, porque, ¿qué mérito nuestro puede apelar al hecho de que nosotros hayamos conocido al Señor cuando tantos hombres y mujeres buenos que hay en el mundo, y en otras culturas, en otros continentes y en nuestra misma patria, sin mala voluntad por su parte, no conocen al Señor o lo desprecian? O desprecian y luchan contra la Iglesia porque ven en ella a nada más que una institución humana de poder o de influencia que consideran perniciosa –repito- sin necesariamente tener mala voluntad. Pero nosotros deberíamos estar dando saltos de alegría. No os invito a que os pongáis a dar saltos en la Catedral, pero nuestro corazón debería estar dando saltos de alegría, porque hemos recibido la filiación divina, hemos recibido el conocimiento de Dios, el Espíritu Santo, que nos hace hijos de Dios, que nos permite vivir con la confianza que un niño pequeño tiene cuando está jugando en la cercanía de su Padre.
Deberíamos vivir en esa alegría y recordar cuando nuestras fuerzas se nos gastan, pues recordar que la verdad más profunda de nosotros es el amor que Dios, rico en misericordia, nos ha dado en Su Hijo, haciéndonos partícipes de su misma vida. Y vamos a recibirLe, una vez más, porque Dios es fiel, porque Dios no se cansa de nosotros. Qué privilegio poder recibirlLe todos los días, como la mayoría de los que estáis aquí lo recibís.
Del Evangelio dejadme decir una cosa. Cuando dice “guardaos de toda clase de codicia”. Y la razón que da es esa que decía el Papa Francisco no muchos meses después de la elección al ministerio del Sucesor de Pedro, cuando dijo “¡qué los sudarios no llevan bolsillos!”, con esa plasticidad con la que el Papa Francisco dice las cosas. Pues, eso. Si es que no sirve acumular. Pero la acumulación es, fijaros, el secreto o la trampa y la mentira más grande de toda nuestra economía, porque es verdad que parece a simple vista que el acumular hace desarrollarse la economía. Sí, la economía, pero a costa siempre de los hombres, a costa siempre de los más débiles. Y una situación como la nuestra pone de manifiesto que los más débiles somos casi todos. Porque la economía casi se hace una máquina que funciona por sí misma casi independientemente del ser humano. Y el ser humano es siempre la víctima de sus vaivenes. Y no hace falta poner ejemplos en una ciudad como la nuestra. Los intereses geopolíticos y los intereses de todo tipo, y la gente que va quedando marginada por esa economía. Pero un pensador que primero no fue cristiano y luego se hizo católico, y que vive todavía, decía que lo malo de nuestra economía no son sólo los que fracasan en ella y ese “van quedando tirados en la cuneta”, sino también es mala para los que triunfan, porque, sencillamente, corrompe, pensando que es el dinero, que es el triunfo económico, que es el poder que da el dinero lo que le da a uno la seguridad en la vida. Necio. El bichito nos lo recuerda, y no debería de ser un recuerdo que nos quitase el gusto por la vida y el amor a la vida, porque si nos lo quita, es que teníamos nuestra esperanza puesta en nuestros cálculos económicos o nuestros cálculos de vivir muchos años o lo que fuera. “Necio. Esta noche te van a pedir el alma y lo que has acumulado, ¿de quién será?”.
Que el Señor nos dé la sabiduría, pero, sobre todo, que nos dé la alegría grande de saber que el amor de Dios es fiel y que estamos salvados; que hemos resucitado ya con Cristo, puesto que Cristo vivo y resucitado se une misteriosamente a nosotros, a cada uno de nosotros, con nuestra pobreza en cada Eucaristía. Y no sólo eso. Llega a decir: “Estáis sentados a la derecha con Cristo, a la derecha del Padre, hasta que se revele en toda plenitud Su Gloria y Su Amor”.
Que el Señor nos deje vivir en esa alegría que es don del Espíritu Santo, también los lunes.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
19 de octubre de 2020
S.I Catedral de Granada