Homilía en la Eucaristía del sábado de la XXVIII semana del Tiempo Ordinario, en la S.I Catedral, el 17 de octubre de 2020.
Fecha: 17/10/2020
Como siempre, las Lecturas del día tienen mucho más para saborear por dentro de lo que es posible en unos pocos minutos. Llevamos desde ayer leyendo, comenzando a leer la Carta de San Pablo a los Efesios. Es una de las tres que se llaman “Cartas de la cautividad”, porque están escritas en el tiempo en que San Pablo estaba cautivo en Roma, y se caracterizan las tres (son cartas cortitas, pero son verdaderas gemas del anuncio del Evangelio) porque están centradas en el Misterio de Cristo y en cómo ese Misterio fructifica en la vida de los hombres.
No es que las cartas anteriores de San Pablo más largas, la Carta a los Romanos o la Carta a los Gálatas, o a los Corintios, que son las Cartas anteriores y más largas, no estén centradas en el Misterio de Cristo, sino que son cartas escritas con motivo de una circunstancia especial, concreta, y entonces las observaciones que San Pablo hace acerca de cualquier cosa y acerca de lo que Cristo significa en la vida están muy guiadas por la controversia y la polémica que él está teniendo con los romanos, que estaban divididos, o con los gálatas, que habían dejado la confianza en la gracia y en la fe para pensar que se salvaban gracias al cumplimiento de la Ley judía, o con los corintios, que estaban también mucho más divididos y con escándalos dentro de la comunidad. Sino que las cartas es como si fueran más serenas y explica el Misterio de Cristo y sus implicaciones para la vida humana de una manera muy bella, muy honda. Probablemente también, la serenidad de la cárcel –serenidad relativa, porque se dedicó también a evangelizar dentro de la cárcel– hace que su mirada al Misterio de Cristo sea más profunda. En la Carta de los Efesios pone de manifiesto Jesucristo, primogénito de toda la Creación, como paradigma y modelo de toda la Creación. Porque la Creación es como un desbordarse al exterior de la generación del Hijo. Si Dios es Amor, Dios no para de darSe. Se da por entero en Su Hijo, pero es -por así decir- como si el amor del Padre y del Hijo unidos en la Comunión del Espíritu Santo, desbordase y ese desbordar fuese la Creación. No me detengo ahí, pero, “Primogénito de toda la Creación” no significa que haya sido la primera criatura, sino el paradigma y plenitud de todo lo creado y de la Iglesia, que es Su Cuerpo. Sólo con eso tenemos un montón de sabiduría.
Y en ese mismo tono de la Carta a los Efesios y de las “cartas de la cautividad” están los escritos, las siete cartas que escribió Ignacio de Antioquía camino de Roma, a medida que iba pasando por las ciudades donde había pequeñas comunidades cristianas él les escribía.
Leo lo que les escribe a los romanos, porque le han llegado noticias de que la comunidad de Roma va a hacer lo posible para que no le martiricen:
“Yo voy escribiendo a todas las Iglesias y a todas les encarezco lo mismo: que moriré de buena gana por Dios, con tal de que vosotros no me lo impidáis. Os lo pido por favor, no me demostréis una benevolencia inoportuna. Dejad que sea pasto de las fieras, ya que ello me hará posible alcanzar a Dios. Soy trigo de Dios y he de ser molido por los dientes de las fieras, para llegar a ser pan limpio de Cristo.
Rogad por mí a Cristo, para que, por medio de estos instrumentos, llegue a ser una víctima para Dios. De nada me servirían los placeres terrenales, ni los reinos de este mundo. Prefiero morir en Cristo Jesús que reinar en los confines de la Tierra. Todo mi deseo y mi voluntad están puestos en Aquel que por nosotros murió y resucitó. Se acerca ya el momento de mi nacimiento a la vida. Por favor, hermanos, no me privéis de esta vida, no queráis que muera. Si lo que yo anhelo es pertenecer a Dios, no me entreguéis al mundo ni me seduzcáis con las cosas materiales. Dejad que pueda contemplar la luz pura. Entonces, seré hombre en el pleno sentido. Permitid que imite la Pasión de mi Dios. El que tenga a Dios en sí, entenderá lo que quiero decir y se compadecerá de mí, sabiendo cuál es el deseo que me apremia”.
Tiene que ver con el Evangelio de hoy cuando dice “el que se declare delante de los hombres, yo me declararé delante de él, y el que me niegue delante de los hombres…”. Uno lee esa frase y por una parte te da cosa decir “Señor, que no sea yo quien te niegue”. Pero uno también se acuerda de Pedro, que negó y pudo decir “Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que Te amo”, y no sólo fue perdonado, sino que fue puesto, como renovado, como piedra angular de la Iglesia, como fundamento de la comunión de la Iglesia. No estamos en tiempos de persecución explícita, pero, qué duda cabe que el virus y todo lo que le rodea, genera dificultades especiales a la fe
-no directamente, si queréis, sino que a lo que ataca es a nuestra humanidad. Lo que corre peligro es nuestra humanidad. Pero la Iglesia, la Madre Iglesia, es defensora de la humanidad. Es la que preserva la humanidad, porque es Cristo la plenitud de la humanidad y sin Cristo, nuestra humanidad se deteriora, se empobrece y cae fácilmente, muchísimo más fácilmente, en manos del Enemigo.
(…) Yo quiero recordaros una cosa: siempre que el cristianismo ha tenido dificultades ha sido una ocasión de santidad. Pongo el ejemplo del primer mártir. El martirio de Esteban hizo que los cristianos de Jerusalén tuvieran que salir dispersados porque todos ellos corrían peligro y muchos se dispersaron y dicen los Hechos de los Apóstoles que eso fue una ocasión de que el cristianismo se extendiera por todas las regiones de Judea y de Galilea. Cuando viene, después, la persecución en la que al principio participó también San Pablo, los cristianos llegaron hasta Antioquía, que está ya casi en el borde con lo que hoy es Turquía, que hoy pertenece al Estado turco –que fue donde por primera vez los llamaron cristianos–, también fue una ocasión de crecimiento del cristianismo. Cuando San Pablo llega a Roma, lo mismo. No sólo predica en la cárcel, sino que fue como un sueño que jamás habrían pensado y es que el cristianismo empezase a difundirse por Roma de una manera extraordinaria. La Reforma Protestante, tuviera la intención que tuviera por parte de los promotores o por parte de los pueblos (no me interesa eso ahora), también fue una ocasión para que en España y en otros lugares hubiera un renacimiento de la fe cristiana acomodado a los tiempos, pero lleno de vida y de fortaleza.
Dios mío, que la dificultad que estamos viviendo, que vivimos todos, que vivís todos vosotros, que vivís todas las familias y que vemos todos los días de mil maneras, que no sea una ocasión para que nos encojamos; que sea una ocasión para que purifiquemos nuestra fe.
Que Le pidamos al Señor que Él haga crecer Su Presencia en medio de nosotros; que sea más transparente, más viva, más plena y que podamos multiplicar entre nosotros la acción de gracias y la alegría. La alegría de saber que pertenecemos a Cristo. “¿Quién nos arrancará del amor de Cristo?”, decía San Pablo. Ni el Cielo, ni el infierno, ni la tierra, ni las potestades, ni los poderes del mundo, ni la persecución. Pues eso: ¿quién nos arrancará del amor de Cristo? Nadie, porque nadie es más poderoso que Cristo y que Su Amor.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
17 de octubre de 2020
S.I Catedral de Granada