Mensaje en el primer aniversario de la beatificación de Madre María Emilia Riquelme y Zayas, fundadora de la Congregación de las Misioneras del Santísimo Sacramento y María Inmaculada, el 9 de noviembre de 2020.
Fecha: 09/11/2020
Hace un año, vivimos en esta Catedral un acontecimiento sumamente especial. Fue la beatificación de la Madre María Emilia Riquelme, fue una explosión de alegría; una explosión de fe, de esperanza y de caridad. Fue también un gesto de unidad precioso en el que todos nos sentíamos verdaderamente miembros del Cuerpo de Cristo, alegres por el reconocimiento de la Iglesia de la santidad y de las virtudes de una mujer sencilla y excepcional a la vez.
Su memoria y el eco en nuestro corazón de aquel día precioso permanecen con nosotros. Pero lo que es importante que permanezca es la conciencia de a qué dedicó ella su vida, o a Quién dedicó ella su vida. Se la dedicó a Jesucristo, al que se consagró con todas sus fuerzas y con toda su capacidad de amar, presente en la Eucaristía, que sus hijas (las hermanas que en Granada llamamos tradicionalmente y familiarmente “las Riquelminas”) siguen adorando y uniéndose al Señor, y a toda la Iglesia en esa adoración. Y a la Inmaculada, el fruto de la Redención de Cristo, que es, al mismo tiempo, la referencia y el modelo, el espejo de la vocación de la Iglesia.
En esos dos polos, la Eucaristía y la Inmaculada, que son dos polos de la fe cristiana granadina -pero que son los dos polos de la vida de la Madre Riquelme-, ponemos nosotros nuestra esperanza en estos difíciles momentos de pandemia.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
9 de noviembre de 2020