Homilía en la Misa del miércoles de la I semana de Adviento, el 2 de diciembre de 2020.
Fecha: 02/12/2020
En la vida hay bienes que son escasos y todos esos bienes los podríamos llamar bienes económicos. Son prácticamente todas las cosas materiales, desde las mascarillas hasta el pan, el vestido, la fruta, la comida… Si yo tengo dos peras y doy una, me quedo con una, y eso tiene una matemática particular, que es la que conocemos, porque la matemática que practicamos y se estudia en los colegios es la matemática de las cosas materiales. Tienen un número y si se divide o se parte, queda la mitad, y si se parten más trozos, queda lo que queda, el trozo que corresponda.
Pero hay otra matemática, que es la matemática de las cosas del espíritu y de las cosas de Dios, y hay un montón de bienes que no son económicos. Como nuestro mundo ha reducido la mirada tanto que casi sólo vemos los bienes económicos, no nos damos cuenta de que hay otro tipo de bienes que cuanto más se dan, más se tienen. Donde la matemática es justo, justo la inversa. La primera característica de esos bienes es que Dios los da sin medida, y eso se pone de manifiesto en las Bodas de Canáa, se pone de manifiesto en la multiplicación de los panes. Es decir, en las Bodas de Canáa, esas seis grandes tinajas que quedaron llenas de vino no había en Canáa como para poder beber tanto vino en un día, aunque se emborracharan todos.
Es un rasgo de Dios la gratuidad, la generosidad. Otro día os voy a hacer una lista de bienes de esos que no son económicos, y que en realidad son infinitos, o tienen una relación especial con el Infinito. Os digo alguno: escuchar. Escuchar es un bien. Yo noto que personas de las que llevan a lo mejor un mes o dos meses encerradas en un habitación por razones del virus y que no pueden salir corren el peligro de enloquecer sencillamente por no escuchar una voz amiga que les pueda hablar. Pero hablar también es un bien. Callar es otro. Y un motivo de sabiduría es saber cuándo hay que callar y cuándo hay que hablar. Pero os pongo ejemplos de otro tipo. ¡Reír! Reír es un bien que el Señor nos da, que sólo nos lo ha dado a los hombres, porque sólo los hombres reímos. Y reír forma parte de los dones de Dios y es un don gratuito, como el aire. El primer rasgo de los dones de Dios es que son generosos, son ilimitados, no tienen límite. Y podemos ejercitarlos y disponer de ellos siempre que estemos dispuestos y que queramos.
Luego, la liturgia de hoy está trasladada por una idea preciosa que es la del banquete. El profeta Isaías promete un banquete de vinos generosos y de manjares suculentos. Jesús multiplica los panes y preanuncia en ese signo suyo (que es más un signo que un milagro, es las dos cosas, pero sobre todo es un signo), un signo de lo que será la Eucaristía, donde se cumple verdaderamente lo que hemos dicho en el Salmo: “El Señor es mi pastor, nada me falta”. Es en nosotros. El Salmo es anterior a Jesucristo, como todos los Salmos, pero uno se da cuenta de que el cumplimiento de eso se da en nuestra vida de cristianos más que nadie. Tu Bondad y tu Misericordia, dos bienes infinitos, dos bienes no económicos, de los que uno puede disponer de todo lo que quiera, y gratis. “Tu Bondad y tu Misericordia me acompañan todos los días de mi vida y habitaré en la Casa del Señor por años sin término”.
Señor, lo que no podríamos los hombres imaginarnos, lo que no se imaginaba el profeta Isaías ni el compositor de este Salmo, sea David o sea quien lo haya compuesto, es que el don que Tú nos ibas a hacer eres Tú mismo. El banquete que nos ibas a ofrecer, el alimento en ese banquete y el que invita al banquete eres Tú mismo, y nos introduces en lo que… acordaros de lo que os decía ayer de la palabra consorte. Participando de Ti, Señor, participando de tu vida, Tú compartes nuestra suerte. Luego hay días mejores y días peores, días muy malos y días buenísimos, y sin embargo Tú estás con nosotros siempre, en todos estos días, en todos esos ratos. Porque un consorte es el que comparte la suerte.
Tu compartes nuestra suerte. Y compartes nuestra suerte cuando estamos en una UCI. Y compartes nuestra suerte en el momento de la muerte donde ya no nos pueden acompañar nuestros seres queridos. Y Tú estás allí, cogiéndonos de la mano, estás en nosotros.
Que sepamos darTe gracias, Señor, por el don que eres Tú y por todos los dones que en esta vida participan de Ti. También los bienes económicos participan de Ti. Tener alimentos es un bien. Son bienes económicos. Son bienes limitados, siempre, los bienes económicos. Pero tantos bienes recibimos de Ti que no son económicos y que Tú los das simplemente para que gocemos de ellos, para que los usemos y, usándolos, seamos más lo que somos: imagen y semejanza Suya. Y para que los repartamos. Quien tiene alegría y da alegría, no se queda sin la alegría que da; se multiplica. Quien tiene esperanza y comunica esperanza, no se queda sin la esperanza que tiene; se multiplica.
Señor, que participemos, que recibamos el don que eres Tú y todos los dones que vienen de Ti con un corazón humilde y agradecido.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
2 de diciembre de 2020
Iglesia parroquial Sagrario Catedral