Homilía en la Misa del jueves de la II semana del Tiempo Ordinario, el 21 de enero de 2021.
Fecha: 21/01/2021
Según la imagen popular y divulgada por todas partes, de la Historia, en Occidente lo que ha existido siempre es la familia patriarcal y el reconocimiento de la dignidad de la mujer es un fenómeno reciente, vinculado a los movimientos revolucionarios del siglo XIX, y luego a los desarrollos del pensamiento ilustrado en el siglo XX.
Voy a citar a una historiadora francesa que murió hace muy poco y dedicó su vida al estudio de las mujeres en la Edad Media o en la Edad Antigua, y voy a hacer referencia a un parrafillo suyo. Ella se llama Régine Pernoud. Ha escrito mucho sobre Juana de Arco y sobre otras mujeres, sobre todo de la Edad Media. Este librito se llama “La mujer en el tiempo de las catedrales” y ella anota al comienzo que, mirando en el Petit Larousse -el diccionario francés estándar, que toda familia en Francia tiene-, los nombres de mujeres que se citan para los siglos II y III de nuestra era se encuentran en primer lugar muchas más mujeres que hombres en la lista de figuras o de personajes del siglo II y III. Entre los hombres, además del de Plotino, Orígenes y de un jefe galo, el diccionario no menciona más que al de San Sebastián, que celebrábamos ayer. Sin embargo, nombra 21 mujeres, entre ellas, Cenobia, la reina de Palmira, una reina de una ciudad en un oasis de Siria que se reveló contra el Imperio Romano y fue aplastada por las tropas romanas. Y Faustina, la mujer del emperador Antonino. Y dice, “las otras 19 son santas”. Mujeres que la Iglesia ha elevado a los altares. Esta abundancia de nombres femeninos han subsistido para el gran público
-en el sentido de que todo el mundo en Francia tiene, repito, en la casa el Petit Larousse como el diccionario de referencia- cuando desaparecían los de los efímeros emperadores de esos dos siglos. Subraya la importancia de estas santas. Casi todas ellas jóvenes. Unas muchachas muertas por afirmar su fe: Agatha, Inés, Cecilia, Lucía, Catalina, Margarita, Eulalia y tantas otras, hasta 19. Y buscaríamos en vano el equivalente de estas mujeres en el mundo grecorromano. Encontraríamos apenas a Cleopatra, a la mujer de algún emperador, de la que sabemos su nombre, pero nada más.
Ella se pregunta que qué significa esto. Significa que ha habido una revolución con Jesucristo en la consideración y en el trato a la mujer, y en el reconocimiento de su dignidad como compañera del hombre en el destino de la vida. Así lo dirá expresamente un autor de Iraq en el siglo IV, compañera de vocación en el camino al destino de la vida. Pero, es verdad. En el Imperio Romano, las esclavas por supuesto no existían para la ley romana, sencillamente no existían; pero en las familias libres había dos rasgos. Uno ya lo he señalado yo al principio y es que si el que nacía en una familia era varón, se conservaban todos porque eran útiles para el ejército y para las instituciones del Estado. Si eran mujeres, se conservaba sólo a la primogénita y los padres tenían el “Ius Gladys”, es decir, el derecho sobre la vida y muerte de sus hijas. Eso nos choca en un mundo que llamamos clásico y que admiramos por sus esculturas, su arquitectura y su arte. Pero la vida cotidiana en el Imperio Romano no era tan bella como eran sus esculturas.
Y el otro derecho que tenía el “pater familias” era que decidía el esposo para su hija. Y algunas de estas santas, ciertamente Santa Inés fue martirizada a instigación y a instancias de su propia familia por la sencilla razón de que se le asignó un esposo y ella dijo que se había desposado con Jesucristo; que ese era su esposo y que no iba a renunciar ni a su fe, ni al esposo que ella había elegido, y prefirió morir a manos de su propia familia, con 12 años, que renunciar al esposo que ella había elegido. Yo creo que eso constituye verdaderamente una consideración de la mujer que era inimaginable en la historia del mundo grecorromano.
El origen de esa realidad está en el Evangelio. El trato de Jesús a la adúltera, que, según la Ley judía, estaba condenada a ser apedreada, aunque la pregunta que le hacen a Jesús quienes se lo preguntan tiene mucho que ver también con las posibilidades que tenía el pueblo judío de infligir una pena de muerte o no, por lo tanto, tenía mucha carga política la pregunta. Pero, el trato que Jesús hace a aquella mujer o el trato de Jesús a la samaritana, pueblo con el que el pueblo judío no se hablaba para nada y al que Jesús revela la profundidad de su Misterio con una hondura que casi no volvemos a encontrar después en el Evangelio hasta la confesión de Pedro, cuando Jesús les pregunta “¿quién decís que soy yo?”, poco más, y que se convierte en apóstol. De ser una mujer que ha vivido probablemente maltratada, no es que fuera una mujer promiscua o así. A lo mejor, la había desechado o repudiado cinco hombres diferentes, y por lo tanto era víctima de muchos malos tratos. De ser una mujer, probablemente maltratada, a ser la primera apóstol de Jesucristo en una zona semipagana como era Samaría.
Simplemente, que seamos conscientes de ello. Que seamos conscientes y que mantengamos una mirada crítica sobre los clichés que se nos venden como si fueran la Historia verdadera, y son construcciones que no resisten el menor análisis crítico. Para los cristianos, la primera cristiana de Europa era Lidia, en los Hechos de los Apóstoles, que forzó a Pablo y a Silas a entrar en su casa y a hospedarse en su casa, y muchos, muchos, muchos más detalles. La evangelizadora de Georgia en el Cáucaso fue una esclava griega que en una de las incursiones que los pueblos del Cáucaso, que eran parecidos a los hunos, más bien bárbaros para la consideración de los griegos, en una de las razias que habían hecho en Capadocia, se la habían llevado consigo; y esa esclava, con motivo de una enfermedad que tiene el hijo del rey que no son capaces de curar los médicos reales, la familia que la tenía dice “aquí hay una esclava que reza a otro Dios diferente, a lo mejor ella puede rezar y ser el instrumento de la curación de tu hijo”, y el rey la mandó llamar. Ella oró y el hijo se curó. Y entonces, el rey le dijo: “¿Qué tengo que hacer?”. Y contestó, “vamos a construir una iglesia”. Y aquella esclava construyó la primera iglesia. Y aquella esclava escribió al emperador Constantino para decirle: “Aquí hay un pueblo que está dispuesto a hacerse cristiano, pero no tenemos sacerdotes, ¿podríais mandarnos algún sacerdote?”. ¡Una esclava le escribe a un emperador! Y ella es santa Nino, la santa evangelizadora de Georgia, un pueblo que se ha mantenido cristiano desde el siglo III hasta hoy, a pesar de haber vivido 100 años dentro de la Unión Soviética.
Te damos gracias Señor, porque somos hijos de una historia preciosa, ¡con muchos pecados en esa historia!. Pero, donde abundó el pecado, también ha sobreabundado la Gracia. Y somos hijos de un pueblo de santos y de santas preciosos, de los que no renegamos. No sólo no renegamos, sino que le damos muchas gracias a Dios, porque esos son nuestros padres. Esa es nuestra Tradición.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
21 de enero de 2021
Iglesia parroquial Sagrario-Catedral