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“Que el Señor nos conceda vivir este tiempo con un corazón abierto”

Homilía en la Misa de ceniza, el 17 de febrero de 2021, con la que iniciamos la Cuaresma.

Fecha: 17/02/2021

Queridísima Iglesia del Señor, Esposa amada de Jesucristo, Pueblo santo de Dios;

muy queridos sacerdotes concelebrantes;

queridos Presidente, Consiliario también, de la Federación de Cofradías;

Hermanos Mayores;

hermanos fieles, que sois conscientes de que este día tiene un significado extraordinariamente bello en el curso del año litúrgico.

 

Y lo cierto es que -aunque la reunión de esta tarde esté marcada por la liturgia del día del Miércoles de Ceniza, como la de la Cuaresma en general y la Semana Santa, por la sobriedad y la austeridad- es un día gozoso, porque le damos muchas gracias a Dios de poder disponer de este tiempo para volvernos al Señor. Para abrirLe el corazón y la vida a Dios, de manera que Él sea verdaderamente el centro de nuestras vidas.

 

La Liturgia de las Horas comienza justamente la Cuaresma con el Oficio de Lecturas, al final de los Salmos tiene una pequeña frase y esa frase hoy decía: “Estrenad un corazón nuevo y un espíritu nuevo”.

 

Es una alegría que la Iglesia, Madre, nos concede este tiempo justamente para volverse al Señor. Todos los tiempos litúrgicos son educativos en un aspecto u otro de la vida humana, transformada y tocada por el Señor. Convertirse es eso: volver la mirada. No es fundamentalmente hacer propósitos, sino volver la mirada al Señor, reconocerTe a Ti, Señor, como Dios, como Dios de nuestras vidas, fundamento de lo que somos, porque todo lo que somos lo hemos recibido de Ti. Todo, absolutamente todo. Hasta ese don arriesgadísimo de la libertad con que has querido dotar a quienes querías hacer imagen tuya para que no fuesen simplemente como las mesas o las piedras, o incluso los árboles o los animales; para que pudieran amarTe con un amor semejante al Tuyo, y amarnos entre nosotros, con un amor semejante al Tuyo. Eso no podía ser sin hacernos poseedores de la facultad del libre albedrío y has corrido el riesgo infinito, inmenso, para hacer posible el amor.

 

Y yo diría que este año tenemos una necesidad especial de esta conversión, de esta vuelta, de este retorno al Señor; de este volver la mirada hacia Ti y pedirte, evidentemente, que no nos falte Tu Presencia, que no nos falte Tu Misericordia y Tu Gracia en este tiempo difícil, particularmente difícil por la prolongación de la pandemia.

 

Por mi misión, tengo relación con muchos ambientes: ambientes escolares, universitarios, y luego la relación con las vidas de familias, con las personas. Se acusa en todos el cansancio de tanto tiempo de estar confinados, la ausencia del estar juntos. Todo eso es perfectamente comprensible. No significa que tengamos que ser, para nada, ligeros, porque corremos el riesgo de pagar muy caramente nuestras “ligerezas”. Pero sí que tenemos una oportunidad magnífica para volvernos más al Señor, para pedirLe al Señor que nos sostenga en la redención, en la experiencia viva de la redención de Cristo; que podamos tener un corazón nuevo y un espíritu nuevo.

 

La Cuaresma no es un tiempo de flagelarse o de hacer exámenes de conciencia con nosotros mismos o de examinarnos nosotros mismos, todavía menos de examinar a los demás y juzgar a los demás, y condenar a los demás, que es lo que solemos hacer cuando los examinamos; sino que es un tiempo casi de entrenamiento en la vida nueva que Cristo nos da. Y que Cristo hace posible, y que hemos conocido. Nosotros la hemos conocido. Quienes estamos aquí, la inmensa mayoría seguramente, hemos conocido un mundo en el que, porque está el Señor, se da la fraternidad, se da el afecto mutuo, se da la misericordia y el perdón, se da el deseo del bien de los demás. No es que eso no exista en el hombre, por sí mismo. Se encuentra en culturas que no han tenido apenas relación con el cristianismo, pero se encuentra aisladamente, como casos excepcionales, una cultura, un pueblo en el que todo él su regla de vida sea la búsqueda del bien de los demás y el amor. Sólo existe a la sombra de la Encarnación del Hijo de Dios, la consumación de esa Encarnación en la Pasión y la muerte de Cristo, y en Su Triunfo Pascual sobre la muerte.

 

¿Para qué es la Cuaresma, entonces? Para entrenarnos. Es un tiempo -de ahí viene la palabra “ejercicios espirituales”- para entrenarnos en esa vida nueva, para ejercitarnos en esa vida nueva. Y esa vida nueva, tal y como la Iglesia nos la propone, con un trío de prácticas que es el Señor el que habla de ellas juntas. Por lo tanto, no es la Iglesia la que se ha inventado eso. Se corresponde con otros tríos que hay en vida y en la Tradición de la Iglesia, el trío de las virtudes teologales: la fe, la esperanza y la caridad. Benedicto XVI los llamaba -siguiendo algún que otro teólogo- los “existenciales cristianos”. ¿En qué se conoce a un cristiano? En que vive de la fe, vive de la esperanza teologal y vive en la caridad. Veréis, uno puede pensar “la fe se dirige más a la cabeza”, “la esperanza tiene más que ver con el corazón”, “la caridad con las manos”, probablemente. Pero todo eso son empobrecimiento. Son inseparables. No se tiene fe sin esperanza. No se tiene fe y esperanza sin caridad, sin experiencia viva de la caridad. Pero, entre las tres cubren la identidad de un cristiano. La “denominación de origen”, la “marca” -podríamos decir-, es una persona de fe, de esperanza y de caridad. Los tres consejos evangélicos con que la vida consagrada lleva y pone de manifiesto –trata de poner de manifiesto- la plenitud del Bautismo también son tres realidades. Y también cuando se las analiza, y se las considera bien, cubren la vida entera, abarcan la vida entera: la castidad, la pobreza y la obediencia.

 

La castidad es cierto que las personas consagradas la viven de una manera diferente a como la vive un matrimonio. Pero la castidad es una virtud cristiana, es un modo de quererse y de amarse hasta dentro del matrimonio de una manera parecida a como Dios nos quiere. Más parecida. Mientras que la lujuria siempre es un gesto de avaricia, un gesto de adueñarse, de apoderarse. La castidad es un gesto de amor semejante al de Dios y eso se tiene que dar en la vida de todas las personas, en todas las relaciones humanas, hay que pedirLe al Señor. Y se da como forma de vida en la vida consagrada.

 

La pobreza. Pues no es que ser pobre sea un bien. Lo que sucede es que cuando uno vive para Cristo y para quienes son de Cristo, y para la misión de Cristo, no le queda tiempo a dedicarse a ser rico y, sencillamente, se tiene que ser pobre. Y la obediencia es el no vivir para uno mismo, sino para Cristo, que por nosotros murió y resucitó. Está el trío de las virtudes teologales, está el trío de los consejos evangélicos y está el trío de las prácticas cuaresmales. Y se corresponden. Sería muy bonito el ver cómo se corresponden las tres triadas: la oración, el ayuno y la limosna.

 

Las iglesias orientales, siguiendo la costumbre de la Iglesia antigua, hablan sólo de este tiempo como un tiempo de ayuno. Y se comprende porque en las culturas de tipo agrícola, donde la ocupación principal es la agricultura, hacer la comida, en las culturas donde no había cocinas de vitrocerámica, ni cosas así, el hacer la comida llevaba una buena parte del día. Comer menos significaba tener más tiempo para rezar, para no tener que salir al campo a coger los frutos que había que traer a la casa para preparar la comida. Entonces, el ayuno, y eso de lo que uno se privaba, daba siempre la posibilidad de compartir con otros y de dar a otros más necesitados.

 

En definitiva, nuestro mundo es muy diferente de aquel, pero digo eso porque las Iglesias orientales hablan simplemente de ayuno cuaresmal. Y la Iglesia antigua hablaba simplemente del ayuno cuaresmal. Luego, nosotros lo hemos dejado reducido a dos cositas, casi como si fuera una bobada, de la misma manera que hemos secularizado el día de los inocentes, cuando tiene una profundidad grande.

 

El ayuno cuaresmal yo recuerdo en mi infancia… en mi barrio, había una marisquería, a dos bloques de mi casa, y en ese marisquería anunciaban siempre “mañana es vigilia”. Y yo pensaba, ya de niño: “Yo preferiría tomarme unos langostinos, o unas gambas, a comerme un poco de chóped, aunque el chóped sea carne y los langostinos lo permita la vigilia”. Habíamos reducido la ley del ayuno. La ley del ayuno es –diríamos- como algo que abarca las tres prácticas de las que nos habla el Evangelio.

 

La oración. Necesitamos dedicar tiempo a Dios. Cinco minutos si queréis, o con jaculatorias a lo largo del día. Necesitamos volvernos a Dios, poder ver nuestra vida, nuestras relaciones, las relaciones familiares, con los vecinos, con las personas que trabajan en el supermercado donde vamos, con todos los que nos crucemos de una manera o de otra a lo largo del día, de una manera que podamos ver esas relaciones, vivirlas en relación con el Señor. Es la única manera de vivirlas bien. Es la única manera. Y cuidar la conciencia de esa relación es la única manera de vivir nosotros, todos, las circunstancias del día bien, con paz, sabiendo que el Señor está con nosotros.

 

El ayuno. Es bueno que hagamos ayuno. Hoy hay miles de dietas que tienen sólo la finalidad de conservar una determinada talla, o de conservar un determinado peso o así. Dios mío, privarnos de cosas que no necesitamos. Privarnos y no en la comida sólo, también en la comida, pero no comprar. Me pasaban a mí una Cuaresma hoy, un plan de Cuaresma -“Laudato Sí” lo llamaban-, una semana ayunar de comprar cosas como ejercicio, simplemente. Darse cuenta de que uno puede vivir sin comprar cosas. Darse cuenta de que uno puede vivir con mucho menos de lo que normalmente adquirimos. Otra semana decía ayunar de usar plásticos de un solo uso innecesarios. Otra, ayunar de tratar a los demás como desean y como necesitan ser tratados. Es la idea de algunas personas. Bendito sea Dios. Pero que sea un tiempo de búsqueda.

 

La limosna, lo mismo. No se trata de dar una limosna, de dar un euro a un mendigo. Se trata de sostener el mismo Economato de las Hermandades, o de sostener como tantas iniciativas hay en parroquias donde se sostiene a familias necesitadas, a través de Cáritas o a través de otras iniciativas.

 

Manos Unidas nos invita en estos días a pensar en los que son mucho más necesitados que nosotros. Sé de pueblos de América Central donde no hay luz, no hay agua corriente, donde no puede uno bañarse en los muchos lagos que hay porque están envenenados por los productos químicos que se han echado. Donde muchos días no hay trabajo. Si una persona falta un día al trabajo porque está enferma, la despiden inmediatamente. El mismo día de la boda tiene uno que ir a trabajar. Las esclavitudes, las ventas de seres humanos con los que se comercia, es decir, son personas mucho más necesitadas. La Campaña contra el hambre nos ayuda a tenerlos presente.

 

Hay mil formas de volvernos al Señor, pero todas, si os fijáis, son reducibles o a incrementar la oración, o a incrementar nuestro… que no sean las cosas las que nos dominen, sino que seamos nosotros los que dominamos la comida y las cosas, las cosas materiales, las cosas del mundo, el dinero. Y que ese dominio pueda expresarse en una generosidad mayor, en una gratuidad mayor. Eso es estrenar un corazón nuevo. Eso es para lo que Cristo ha sufrido Su Pasión y ha derramado Su sangre; para lo que Cristo ha querido compartir nuestra condición humana, semejante en todo a nosotros menos en el pecado, también en las traiciones, en las mentiras, en el someterse al orgullo y a la vanidad de las personas. Y se ha entregado libremente. “Nadie me quita la vida, Yo la doy porque quiero”. Y la da para dejar sembrado el Espíritu divino, Su Espíritu de Hijo de Dios dejarlo sembrado en la historia y que ese Espíritu germine en nosotros, florezca en nosotros, nazca en nosotros. A eso está orientado todo el Misterio de la Pascua, toda la preparación a ese Misterio.

 

Que el Señor nos conceda vivir este tiempo con un corazón abierto y con imaginación, de manera que, por así decir, nos emulemos unos a otros en el ámbito de la caridad. Seguro que dentro de cada hermandad tenéis mil necesidades concretas a las que sería bueno atender. A veces, lo que la gente necesita también no es dinero, es tiempo. Que te escuchen, que alguien te escuche, que haya alguien que te llame, que se preocupe por ti, que te pregunte cómo estás, cómo estás viviendo esto, cómo han vivido estos familiares tuyos que están en el hospital, que has fallecido. La pandemia nos permite ser más conscientes de la necesidad que tenemos unos de otros. Parte de ese corazón nuevo, parte de ese espíritu nuevo es ese estar más atentos unos a otros, con sencillez, sin “alaracas”, sino simplemente como corresponde a hijos de Dios.

 

Yo lo pido para mí. Lo pido, anhelo que llegue este tiempo, anhelo siempre esta Eucaristía, anhelo que llegue este tiempo porque deseo verdaderamente que mi corazón cambie. Deseo ser menos egoísta. Pero sé que no valen mis propósitos. Eso de “estrenar un corazón nuevo” hay una profecía en el Antiguo Testamento que dice: “Yo arrancaré de vosotros el corazón de piedra y pondré en vuestro cuerpo un corazón de carne y guardareis mi Alianza, y cumpliréis mis preceptos”.

 

Señor, cambia en mi, cambia en nosotros ese corazón de piedra. Danos ese corazón de carne. Danos que no se encoja, que no disminuya nuestra humanidad, al contrario, que podamos vivir de la humanidad nueva que Tu Hijo ha dejado sembrada en nuestra historia. Y que podamos sentirnos de verdad, porque lo somos, hijos Tuyos.

 

+ Javier Martínez

Arzobispo de Granada

 

17 de febrero de 2021

S.I Catredral

 

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