Homilía en la Misa del sábado de la VI semana del Tiempo Ordinario, el 20 de febrero de 2021.
Fecha: 20/02/2021
Al leer este Evangelio que tiene importancia en el sentido en que es este hecho de que Jesús comía con publicanos y pecadores lo que probablemente fue el detonante más decisivo para provocar su Pasión, y para las tres parábolas de la Misericordia que San Lucas contiene inmediatamente después de decir este pasaje; sin embargo, yo no pensaba en eso. Yo pensaba que Jesús lo podía haber dicho de otra manera: “Tú eres el que necesitas el médico. Tú eres el que yo he venido a llamar”. Y yo me sentía agradecido por una parte al Señor y, al mismo tiempo, tembloroso de decir “Señor, Tú has venido a llamar a los pecadores y ese pecador soy yo”, que necesito convertirme, que llevo toda mi vida en la Iglesia y que he tratado y trato de servirte. Sin embargo, cuando me miro delante de Tu Presencia, me doy cuenta de todas las lepras, las llagas que nos atan, y que pueden ser maromas o pueden ser hilos de seda, pero si uno está atado, está atado igual. Yo necesito que Tú me llames, para que me convierta. Yo necesito que Tú me cures de mis enfermedades. Yo necesito que Tú vengas a mí.
Lo grande y lo que conmueve el corazón es decir “¡Señor, si vienes!”. Primero vienes con tu Palabra y vienes con tu Cuerpo y tu Sangre. Si no sólo vienes a mí, sino que quieres que yo participe y viva de Tu vida. Y vienes una vez y otra vez, y no te has cansado de mí después de tanto tiempo. Qué alegría que el Señor haya venido. En la Encarnación, no ha separado a los justos de los pecadores, sino que ha llamado a los pecadores a que se conviertan. Qué alegría poder tener siempre, como una reserva infinita de vida y de gozo, la Misericordia del Señor. Como un depósito inagotable de Misericordia, de amor.
Yo creo que es una sorpresa a la que no nos acostumbraremos jamás, o tal vez yo no me acostumbraré jamás, el pensar que eso, que después de tantos años, Señor, Tu Misericordia está ahí, intacta, deseando decir “ánimo, levántate, comamos juntos”. El hecho de comer, para el mundo judío no era una mera obligación, una rutina de cada día, sino que comer tenía siempre un significado religioso, tenía el sentido de la comunión y, sobre todo, la comida del sábado. Hay multitud de anécdotas de cómo los rabinos, si al pasar por el zoco se encontraban un buen pedazo de carne, lo compraban y decían “este para el sábado”, y anécdotas parecidas. La comida del sábado era un gesto religioso. Pero toda comida familiar es un gesto religioso, porque es un gesto de comunión que hace presente la abundancia de los dones de Dios, sencillamente. Comemos porque Dios ha creado los dones y Jesús comía. Jesús comía con publicanos y pecadores. Y sigue comiendo con publicanos y pecadores. Y sigue dándose a nosotros y sigue dándose a mí.
La Eucaristía es un banquete y te das. No sólo nos das los alimentos de la tierra, sino que te das Tú como alimento, para cada uno de nosotros, para que vivamos de Ti. Te haces nosotros. Como subrayaron muchos Padres de la Iglesia en muchas ocasiones, en relación a la Eucaristía, cuando nosotros comemos algo, lo que comemos se hace parte de nosotros, pero cuando lo que comemos es Dios, somos nosotros los que somos asimilados. Es verdad que la apariencia de pan que comemos, la forma, la materia exterior de pan que comemos se disuelve en nosotros, pero como lo que comemos es Dios en ese pan, somos nosotros los que somos, por así decir, abducidos, absorbidos en la vida de Dios, y Tú quieres esa absorción, quieres que nosotros vivamos por Ti, que vivamos de Ti, que vivamos para Ti. No porque Tú nos necesites, no porque saques ninguna utilidad de este servicio nuestro, sino porque eres Dios, nos amas y sabes que nosotros sólo podemos vivir plenamente si vivimos de Ti, en Ti y para Ti.
Vamos a celebrar la Eucaristía. Vamos a ofrecerLe al Señor nuestros dones, nuestros pobres dones, y Él nos los devuelve hechos su Cuerpo y su Sangre.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
20 de febrero de 2021
Iglesia parroquial Sagrario-Catedral (Granada)