Homilía en la Misa del miércoles de la III semana de Cuaresma, el 3 de marzo de 2021.
Fecha: 03/03/2021
Si todas las Lecturas de este tiempo de Cuaresma (hasta ayer mismo), nos ponían delante de los ojos la necesidad de conversión y los caminos de conversión, desde cómo hacer la limosna, o cómo orar, o cómo vivir el ayuno, o cómo vivir las relaciones con los demás, porque con la medida con que vosotros midáis a los demás, vais a ser medidos vosotros, pero siempre orientando el lenguaje de las Lecturas hacia nuestra necesidad de conversión; hoy empieza a apuntar la mirada hacia la Pasión del Señor. No es que la conversión esté ausente. Porque el Señor dice cosas a la madre de los zebedeos y a los hijos de Zebedeo, que nos sirven a nosotros muchísimo. Pero apunta el Señor ya cuál es su misión y cómo su misión es -por decirla con otras palabras de otro pasaje del Evangelio en el que Jesús anuncia su Pasión: “El Hijo del hombre ha venido a ponerse en manos de los hombres”. “El Hijo del hombre -aquí explicita más- no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar Su vida en rescate por muchos”.
Esa es nuestra esperanza. Esa es la esperanza verdadera, que es mucho más sólida que la esperanza que pudiéramos poner en nuestra propia conversión. Porque nuestra propia conversión, aun en el mejor de los casos, siempre tendrá límites, siempre tendrá fisuras, siempre tendrá los límites propios de la criatura; y de una criatura, que, desde el primer momento, estamos heridos por la herida del pecado, que es la que nubla nuestra vista, nuestra razón y debilita nuestra libertad, y hace a veces tan difícil la esperanza grande.
Pero nuestra esperanza… Y lo digo consciente, también de las personas por las que hoy ofrecemos singularmente. Las ofrecemos siempre por todos los que sufren y las ofrecemos siempre, especialmente por las víctimas, de una manera o de otra, de toda esta pandemia y todo este tiempo que llevamos viviendo. Pero quiero subrayar, puesto que hoy hay dos familias por las que oramos de manera singular, que el Señor está con ángeles. Ha estado en Su Pasión y está en el momento de Su muerte, y está con ella, porque el Señor está con nosotros y Su Misericordia es infinita. Y está abierta para todos. Y está con Martín y con la familia de Martín. Martín morirá hoy y es un bebé. Está con su familia. Está con Él. Yo le decía ayer a una persona cercana: “Va directo al cuello del Señor”.
Cristo ha venido a servir y a dar Su vida “en rescate por muchos”, para que nosotros podamos vivir con esperanza, para que nosotros podamos vivir en una alegría sólida, verdadera, profunda, que no depende de las circunstancias cambiantes y movedizas de nuestra vida. Que no depende de la salud o de la enfermedad. Que no depende del éxito o del fracaso. Que no depende de los juicios de los hombres o del aprecio y las alabanzas de los hombres, sino que depende sólo de la certeza en que Tu mirada es para todos nosotros y para todos los hombres, una mirada de amor y de misericordia.
Y es la certeza y la experiencia de esa mirada la que nos hace también comprender que las actitudes que predominan en el mundo, que es el afirmarse uno a sí mismo frente a los demás -“Los jefes de los pueblos los tiranizan y los grandes los oprimen” (siempre ha sido así)-, pero “que no sea así entre vosotros”, dice el Señor. “El que quiera ser el primero de vosotros que se haga el servidor de todos. El que quiera ser grande entre vosotros que sea vuestro servidor. Y el que quiera ser primero entre vosotros que sea vuestro esclavo”. Eso es lo que el Señor Se hace por nosotros: esclavo nuestro. Lo expresará en el lavatorio de los pies de la Última Cena. El lavar los pies era oficio de esclavos y el Señor quiere hacerse esclavo nuestro para que nosotros podamos participar de la Vida divina, también en cada Eucaristía de cada día. Cuando viene a nosotros, viene como esclavo de nuestra vida, servidor de nuestra vida. San Pablo en una de sus Cartas dice, hablando de sí mismo, una expresión preciosa para definir el ministerio apostólico, con respecto a los tesalonicenses: “Yo soy siervo de vuestra alegría”.
Qué manera más bella de describir el ministerio de un apóstol, lo que es el ministerio de Cristo para con nosotros: “Siervo de nuestra alegría”.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
3 de marzo de 2021
Iglesia parroquial Sagrario Catedral (Granada)