Homilía en la Misa del lunes de la IV semana del Tiempo Ordinario, el 1 de febrero de 2021, fiesta litúrgica de San Cecilio.
Fecha: 01/02/2021
La memoria, la fiesta, la Solemnidad de San Cecilio. Obviamente, una ocasión de dar gracias por el don de la fe. Curiosamente, estábamos leyendo esta semana el elogio de la fe que contiene la Carta a los Hebreos y habla de cómo, refiriéndose al Antiguo Testamento, cómo la fe protegió y dio victorias y engrandeció a los patriarcas y a los profetas, e hizo grandes signos por medio de la fe.
Y al mismo tiempo, recuerda también cómo sufrieron todos ellos persecuciones y dificultades. Lo mismo podemos decir nosotros. La fe tiene dentro de sí el ciento por uno que el Señor prometió y el ciento por uno en este mundo, en el sentido de que tiene dentro de sí sus propios criterios de verdad.
Cuando uno, con sencillez de corazón, como dice San Pablo… (Porque también la fe se puede, como todas las cosas y dones de Dios, convertir hasta en un negocio y, puesto que los hombres tienen necesidades, y una necesidad muy grande que tienen es de Dios, qué duda cabe que a lo largo de la historia, la religión ha sido muchas veces un negocio. Y no hay cosa que haga más daño a la fe que eso; pero otras veces la utilizamos en función de nuestros intereses particulares, es decir, hacemos de la fe un instrumento para otras cosas). San Pablo, en todo este trozo que hemos leído de la Carta a los Tesalonicenses, dice: “Si es que os he cuidado como una madre cuida de sus hijos pequeños, igual que un padre se preocupa de sus hijos”. Esa es la prueba que uno espera de la fe y, en la propia vida la mentira tiene las patas muy cortas, y cuando la fe que uno vive es una fe deteriorada, donde se instrumentaliza a Dios para otras cosas, entonces eso dura muy poco, y hasta en nuestra misma conciencia no tiene raíces. En cambio, cuando uno experimenta el don de la fe, cuando el encuentro con Jesucristo marca la vida, por muchas debilidades que haya en nuestro propio corazón y alrededor nuestro, uno sabe que aquello que ha visto, que aquello que ha tocado con sus manos, que aquello que ha oído y a lo que ha dado su vida, es verdad. Y nadie te podría demostrar o incluso insinuarte que pudiera ser mentira o falso, porque uno sabe, en el fondo del corazón, dónde está la verdad. Y eso es el ciento por uno en casas, en padres, en hijos, en madres, que promete el Señor a los que Le sigan, junto con persecuciones. Es decir, la fe enriquece nuestra vida en el sentido de que nos hace crecer como personas y es ese crecimiento como personas la razón profunda de la fe, la experiencia que uno tendría que arrancarse los ojos para negar y que no necesita ninguna demostración exterior. Y el hecho de las persecuciones que acompañan también a ese ciento por uno. También eso es una prueba.
Se ha dicho muchas veces, desde el siglo XIX, que la religión es el opio del pueblo. Yo creo que tenemos miles de opios a nuestro alrededor, mucho más que la religión. Y la fe, la fe verdadera, si el Señor nos hubiera prometido que con la fe íbamos a tener una vida fácil y que no íbamos a sufrir y que la fe era un tranquilizante… Pero es que no nos ha prometido eso. Y es otro signo también de la verdad del anuncio del Evangelio. El Señor nos promete la Jerusalén del Cielo. Nos promete ya aquí en la tierra participar en esa Jerusalén del Cielo. Como decía –creo- Santa Clara: “Todo camino hacia el Cielo es ya Cielo”. Por lo tanto, nos permite experimentar el Cielo aquí en la tierra, experimentando el amor, la misericordia y la gracia de Dios. Y, al mismo tiempo, la persecución y una cierta fortaleza en la persecución. Primero, porque no nos sorprende, pues el Señor nos lo había anunciado; y en segundo lugar, porque el objetivo en la vida no es no tener persecuciones, sino llegar a la Jerusalén del Cielo. No es que la vida sea fácil. No es que en la vida nos salgan como planeamos o como queremos, porque cuando uno tiene eso como ideal de la vida, la vida es una permanente frustración. Lo que el Señor nos promete es una alegría que es compatible con el sufrimiento; que es compatible hasta con ciertas tristezas que el ser humano no es capaz de controlar y, sin embargo, en el fondo uno sabe la alegría de estar acompañado por el Señor. Uno experimenta la paz y el gozo de saber que Dios es fiel. La certeza de que Dios es fiel en medio de cualquier tormenta o de cualquier circunstancia.
En este momento que vivimos todos, no solo aquí en Granada, ni muchísimo menos, sino que está viviendo Granada en el mundo entero, es un momento para pedirLe al Señor como aquel centurión del Evangelio: “Señor, yo creo, pero aumenta mi fe”. Hazla más grande y, al mismo tiempo, purifícala. Que mi fe tenga por objeto a Ti y no las otras cosas que Tú me puedes dar, sino a Ti, que eres también el objeto de nuestra esperanza y el objeto de nuestro amor.
Que el Señor nos conceda crecer en la fe, en esta vida y hasta que todos estemos juntos en la Jerusalén del Cielo.
Palabras finales:
Dos cositas muy breves en relación con San Cecilio. Una, que si es verdad que la tradición que designa San Cecilio como el primer obispo de Granada es una tradición antigua que remonta a tiempos preislámicos, toda la leyenda de San Cecilio que aparece en los libros plúmbeos es pura leyenda. Exactamente igual que los libros plúmbeos. No hay por qué tomarla… Y tiene una intención muy precisa y responde a un género literario muy particular, que cuando se comprende es muy bonito. La finalidad de los libros plúmbeos era unir a la comunidad morisca y a la comunidad castellano-vieja en España, y en torno a la figura de María. Era venerada, tanto por los cristianos como también por los musulmanes. Y eso tiene que ver también con toda la construcción de la Basílica del Sacromonte y la Abadía. Y eso, comprendido en su tiempo y en el marco de aquella nueva evangelización que era necesario hacer en Granada, es muy bello, pero no responde a la verdad histórica.
Sin embargo, a la tradición que hace de San Cecilio el primer obispo de Granada, puede ser una tradición legítima, antigua en todo caso. En todo caso, en Granada el cristianismo estuvo implantado muy pronto, porque el primer Concilio de la Iglesia del que se conservan las actas es el Concilio de Iliberis, de Elvira, donde hubo 80 obispos de Iliberis, presididos también por el obispo Osio de Córdoba, que presidiría después el Concilio de Nicea. Es verdad que las diócesis ya eran pequeñitas en aquel momento y las comunidades cristianas también, pero que hubiera 80 obispos del norte de España e incluso de Francia en aquel momento significa que el cristianismo había echado raíces muy profundas en Granada y que no era una cosa del siglo III.
Que tengamos la certeza en las cosas en las que la tenemos que tener y la comprensión de aquellas que no son ciertas pero que se nos han transmitido porque tienen un significado, y ese significado es más bello que el de una mentira. Se trataba de mostrar que la fe cristiana había estado en Granada antes de que llegara el Islam y, al mismo tiempo, que las costumbres de los primeros cristianos que vinieron aquí, que habían venido de Palestina, tenían las mismas costumbres que los árabes y no vestían como los flamencos, que era entonces la moda que había entonces en Occidente. La intención era unir a esas dos comunidades en torno a la figura de la Virgen, un poco como se habían unido los mayas, los aztecas y los españoles en torno a la Virgen de Guadalupe en México.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
Iglesia parroquial Sagrario-Catedral (Granada)
1 de febrero de 2021