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“Señor, ven a nosotros, cuida de nosotros”

Homilía en la Misa del IV día del Septenario en honor al Santísimo Cristo de la Salud, en Santa Fe, el 16 de marzo de 2021.

Fecha: 16/03/2021

Lo digo con toda conciencia y saludo especialmente a las personas que se unen hoy, la Hermandad de las Ánimas y la Asociación de mujeres de la Salud:

 

Una notita sobre el Evangelio de hoy. Jesús le dice al paralítico que ha curado que no peque no sea que le suceda algo peor. Y yo quisiera que evitaseis entender esa frase como si el hecho de que estuviera paralítico fuera ya consecuencia de algún pecado. En el Evangelio de San Juan, Jesús dice varias veces que, por ejemplo, el ciego de nacimiento que le dicen “ha nacido empecatado” y les dice: “Ni éste pecó ni sus padres”, la enfermedad o las desgracias forman parte de nuestra vida en el mundo creado y, por lo tanto, no tienen que ver. Lo que dice Jesús ahí, y eso sí que es importante tenerlo en cuenta, que es peor el daño que nos hace el pecado que el daño de estar paralítico 38 años. Y eso sí que es importante aprenderlo, porque nos hacen temer cosas que son relativamente pequeñas y no tememos nada a otras cosas que nos hacen más daño, aunque ese daño no sea visible, no sea aparente, pero que nos destruye por dentro. El pecado nos destruye por dentro en la medida en que nos aleja de Dios. Eso con respecto a esa frase del final de Evangelio, que me parece importante el subrayarlo. Porque, a veces, pensamos que las cosas que nos pasan son castigos de Dios y tenemos mucha tendencia a pensar eso, nos viene seguramente de haberlo oído en algunos lados. Pero Dios no castiga. Dios no sabe más que querer. Eso sí, la Creación es como es y tiene sus leyes, sus reglas, somos mortales. Al revés, Dios viene a fortalecernos en nuestra situación de criaturas.

 

No sé si os habéis dado cuenta, pero en el Salmo que hemos leído decía “por eso no tememos aunque tiemble la tierra y los montes se desplomen en el mar”. Lo del temblor de la tierra nos pilla muy cerquita. Hemos experimentado así el “regomello” por esta zona de España en el estómago cuando la tierra temblaba, pero, Dios mío, si Tú eres el bien de nuestra vida, el único mal es que nos arrancaran de Ti o que Tú te olvidaras de nosotros. Incluso si nosotros nos apartamos de Ti, Tú no te apartas de nosotros.

 

Seamos quienes seamos, nos juzguemos a nosotros mismos como nos juzguemos (normalmente nos juzgamos bastante mal), Dios nos quiere, Dios quiere nuestra vida, Dios quiere que florezcamos, Dios no quiere nuestro mal. Y eso, sean cuales sean las circunstancias de nuestra vida, que las hay a veces muy duras. Pero, sean cuales sean, Dios está con nosotros, por eso no tenemos, aunque tiemble la tierra o los montes se desplomen en el mar. “Nuestro alcázar es el Dios de Jacob”. Tú eres Señor nuestra fortaleza. Tú eres nuestra esperanza y nuestra salvación.

 

El Papa dijo hace unos días: “Nosotros estamos esperando la salvación de la vacuna. Los cristianos es un poco al revés”. Nuestra vacuna es la esperanza. Es decir, como sabemos que Dios está con nosotros, no tememos. La vacuna deseamos que cumpla su misión y que pueda llegar a los más posibles, y eso haga que cambie de alguna manera nuestra situación y nuestras circunstancias (…). Al ver las calles de Granada vacías da mucho dolor, da como tristeza.

 

Señor, tenemos que aprender que Tú eres nuestro tesoro. Mientras te tengamos a Ti, las circunstancias serán de un tipo o de otro, pero, si te tenemos a Ti (y a Ti te tenemos porque Tú estás con nosotros, siempre, aunque no nos demos cuenta, aunque nos olvidemos de Ti, Tú no te olvidas de nosotros), eso cambia nuestro desierto en un vergel. Ese es el sentido de la Primera Lectura.

 

Si habéis hecho alguna vez una peregrinación a Tierra Santa, el este de Jerusalén (Jerusalén es una ciudad que está al lado de un torrente que no lleva agua, que está seco y luego al otro lado de ese torrente está el Monte de los olivos. Y del Monte de los Olivos para abajo está el desierto de Judá, que es uno de los desiertos más severos del mundo que termina en el Mar Muerto, que está a trescientos metros por debajo del nivel del Mediterráneo). Es una zona absolutamente seca, es un desierto de roca más que de arena, como el Sahara, pero yo creo que tiene un brillo tan potente el sol en esa roca caliza que es blanco de la sequedad que tiene. Y el mar  es un mar en el que flota. porque tiene tanta sal, tantos minerales, por eso no viven peces ni nada, se puede leer el periódico sentado a la orilla del mar. Es verdad que ahora se está secando por todos los cambios y la utilización masiva en el río Jordán para las explotaciones agrícolas y no llega casi agua al Mar Muerto. Pero, ¿qué es lo que dice el profeta? Que Dios es capaz de cambiar el desierto en un vergel y lo dice con la imagen de que brotaba agua del templo y le hizo cruzar el agua, llegaba hasta los tobillos, luego las rodillas, y luego era un torrente que había que cruzar a nado. A los lados había árboles que daban fruto cada mes y que el agua del mar de la sal se había vuelto agua viva donde florecían los peces. Eso sucede en nuestras vidas cuando le damos entrada al Señor. Esta mañana un mendigo me abordaba cuando yo salía a la calle y hablamos un poquito. Me pidió que le bendijera. Estamos en Cuaresma y Cuaresma es el pueblo de Israel por el desierto), dice “pero el Señor iba con ellos”. Me ha dado una catequesis a mí el mendigo, preciosa.

 

Lo mismo nosotros. Nosotros estamos en este desierto de la pandemia –me decía-, pero el Señor está con nosotros y nos estamos preparando para la Semana Santa y para la Resurrección. Y en la Resurrección, Jesucristo resucita y nos asegura, nos da la certeza de nuestra resurrección. El desierto de nuestras almas, el desierto de nuestros corazones, se cambia –cuando se hace presente el Señor- en un vergel. ¿Cómo se cambia? Se cambia porque descubrimos el amor con el que Dios nos ama como fuente y meta de nuestras vidas. Y la posibilidad de empezar a amar y de empezar a vivir la vida con un amor semejante, a la medida de nuestra pobreza y de nuestra pequeñez, pero semejante a ese amor con el que somos amados por Dios. Y eso cambia la vida, la cambia de ser un desierto… porque el desierto en nuestro corazón es siempre falta de amor. Falta de amor de nosotros a los demás o falta de experiencia de amor de los demás hacia nosotros, siempre. No hay cosa que haga la vida más triste que el pensar que uno no es querido, que uno no es bien querido.

 

Ayer hablaba ya en el amor, y me centraba en el amor de los adolescentes, de los novios, de los matrimonios, pero es que el amor quienes hemos conocido a Dios en Jesucristo es el secreto de la vida humana. Y tiene todas las formas, y todas las dimensiones posibles. El amor hace que la vida merezca la pena ser vivida. Y cuando falta el amor, nos faltan los motivos para vivir, los motivos hasta para levantarse por la mañana, hasta para trabajar, para emplear la vida. Señor, cambia nuestros corazones, haz brotar el agua de tu amor en nuestra vida, para que nuestra vida y nuestros corazones den frutos de amor.

 

Yo ayer subrayaba, tanto en el caso de los adolescentes, en su primer enamoramiento, en los novios, o incluso en los esposos, cómo una carencia o defecto del amor es la posesividad. Cuando yo quiero como apropiarme del otro. Fijaros, no hay alternativa: o nuestras relaciones están regidas por el amor o se rigen por el poder. De hecho, eso vale para todo. Vale también para la vida política. Cuando no hay lo que Juan Pablo II llamaba el “amor social”, el afecto al bien común, la búsqueda del bien común, la misma vida social y política se empieza a regir por relaciones de poder. Y una vida política que sólo se rige por la búsqueda de poder es horrorosa. Se termina haciendo insoportable para el pueblo, para nosotros, para la vida, para la gente.

 

Pero lo mismo pasa en las familias. Si las relaciones no son de amor, son de poder, lucha por quien manda más, quién tiene razón, quién se sale con la suya o quién no se sale con la suya. Y entre amigos lo mismo. Y en la vida social lo mismo. Y eso hace de la vida un desierto. Cuando las relaciones son de poder, las relaciones se hacen inaguantables, al final son asfixiantes. Tenemos que pedirLe al Señor: “Señor, nuestras vidas son, en muchas ocasiones, un desierto”. Todos tenemos experiencia de ese desierto y de lo invivible que se hace la vida cuando no está bañada por el agua del amor de Dios. Que el Señor haga florecer nuestro desierto.

 

Hay otro pasaje del Evangelio, precioso, donde se dice lo mismo de una manera muy sutil: las tentaciones de Jesús. Jesús fue tentando por el diablo en el desierto y en el Evangelio de este año, en el de San Marcos, dice “allí los ángeles le servían”. Eso, que a nosotros no nos dice nada, recuerda un montón de tradiciones judías del tiempo de Jesús y posteriores, de los rabinos, que decía que Adán cuando vivía en el Paraíso era servido por los ángeles. ¿Qué significa que San Marcos diga eso?: “Y los ángeles le servían”. Pues, que en aquel desierto siendo tentando Jesús, que es el comienzo de Su vida pública, empezaba una vida nueva, una historia nueva que empieza para ti, para mí; que puede empezar todos los días, porque el amor del Señor de la Salud, el amor de Dios, el amor de Cristo no se acaba, no tiene fin, no lo agotamos. Gracias a Dios, no lo agotamos. Permanece intacto.

 

Yo he salido veinte veces del desierto y hoy vuelvo a estar en el desierto. Pues, hoy puedo acudir a Ti, Señor, y decirte “sácame”, “ten piedad”. Hay dos oraciones que se pueden hacer siempre y que cuando uno está muy agobiado, o cuando uno se siente con pocas fuerzas para decirLe al Señor cosas muy bonitas, o discursos muy largos, es: “Señor, ten piedad”. Esa oración se puede hacer siempre y os aseguro que Dios escucha siempre esa oración. “Señor, ten piedad”. Porque la necesito, necesito Tu Misericordia, Tu Amor, Tu Gracia, para ser yo mismo, para poder querer a los demás, para que mis relaciones no sean de poder, sino de amor, para que ese amor tienda a expandirse (el amor siempre tiende a expandirse, por eso cuando es posesivo y se cierra, deja de ser amor. Se convierte en una forma de avaricia, de querer poseer al otro como si el otro fuera un tesoro mío, como Golum y el anillo de poder en “El Señor de los Anillos”).

 

Te necesitamos, Señor. Te necesitamos todos los días. Cambia nuestro corazón de ser piedra a ser de carne. Cambia nuestro desierto de ser el desierto de la tentación a ser el jardín del Paraíso, donde Tú mismo nos sirves en cada Eucaristía. Te sirves a Ti mismo como alimento nuestro, para sostenernos en el camino de la vida, que es para lo que has venido: para que podamos darTe gracias y vivir contentos.

 

Señor, no dejes a Tu pueblo. Ven a nosotros. Cuida de nosotros. Haznos sentir Tu Misericordia, Tu Gracia. Haznos sentir Tu Amor y danos la fortaleza para poder mirar con esperanza al futuro. Pero no al futuro inmediato. Al futuro, porque el futuro eres Tú y Tu Amor. Ese futuro es un futuro de gozo, de alegría, de vida. Ese futuro lo esperamos para nosotros aunque no lo merecemos nadie. Lo esperamos para las personas que queremos. Lo esperamos para todos los seres humanos, para todos los hombres sin excepción.

 

Vamos a pedirLe al Señor por nosotros, por nuestras necesidades y por todos nuestros hermanos.

 

+ Javier Martínez

Arzobispo de Granada

 

Ermita del Cristo de la Salud (Santa Fe)

16 de marzo de 2021

IV día del Septenario en honor al Santísimo Cristo de la Salud en Santa Fe

 

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