Homilía en la Misa del miércoles de la V semana de Cuaresma, el 24 de marzo de 2021.
Fecha: 24/03/2021
Siguen las Lecturas de estos días diciendo que los justos perseguidos, de una manera o de otra (en este caso los tres jóvenes que estaban deportados en Babilonia, y sufren persecución por no adorar la estatua que había erigido Nabucodonosor), son protegidos y librados por la fuerza de Dios, y en medio de los mismos tormentos. Y eso nos prepara a contemplar la Pasión de Jesús, donde el Señor no fue librado del sufrimiento y de la angustia, y de la muerte, y una muerte que cuya crueldad ni siquiera la película de Mel Gibson es capaz de representar adecuadamente, porque no se trata de la cantidad de la sangre, sino de otras muchas cosas; y del sufrimiento espiritual que siempre es más agudo y más determinante que el sufrimiento meramente corporal. Y nadie ha conocido la hondura del pecado y la hondura del mal como la conoce Jesucristo. Pero, al mismo tiempo, el Padre nunca ha dejado de estar junto a Jesús y el Padre lo ha sostenido y sus últimas palabras son “en tus manos, Padre, encomiendo mi espíritu”. Y no sólo lo ha sostenido, sino que le ha hecho, pasando por la muerte, vencedor de la muerte y de la raíz de la experiencia humana de la muerte, que es siempre el pecado. Pero yo quisiera centrarme un momentito en la frase primera del Evangelio de hoy: “Si permanecéis en mi palabra, seréis de verdad discípulos míos, conoceréis la Verdad y la Verdad os hará libres”.
En nuestro contexto cultural, la libertad es una especia de dato previo de la vida humana. Es decir, el ser humano, por el hecho de ser hombre, es libre y ser libre significa simplemente que no hay obstáculos ni tiene que ponérsele nada por delante para poder hacer su voluntad, porque para eso es libre, para poder hacer lo que quiera. Es una libertad puramente negativa. De hecho, es un concepto de libertad que se elabora un poquito frente a la disciplina y al dogma cristiano, es decir, hay que quitar eso que es un obstáculo para que el hombre pueda realizarse y hacer lo que él quiera.
Eso fue en el origen. Ahora mismo, no es que la gente cuando habla de libertad, como dicen pensadores contemporáneos, hablan de algo absoluto que está dado con el hecho de nacer hombre y nada más. Entonces, la idea de llegar a ser libres, de que es necesaria una educación de la libertad, de que por lo tanto una educación tiene que tener una meta y, por tanto, la libertad necesita una meta; que hay un camino para llegar a ser libres. No se es libre por el hecho de haber nacido, sin más. Implica otro concepto de libertad diferente al que domina en nuestra sociedad. Y mejor, mucho mejor. Es lo que San Pablo llamará la “libertad gloriosa de los hijos de Dios”. ¿Por qué digo que es diferente? Porque la libertad moderna, y eso es algo que los pensadores de hoy saben, es una libertad puramente negativa, que piensa que ser libre es no tener ningún obstáculo para nada. Si no hubiera ese espacio de movimiento y de decisión, y hasta de error y de mal, no habría libertad. Pero eso no hace al hombre libre. “La libertad negativa”, decía Hegel ya en el siglo XIX, describiendo la libertad que había caracterizado a la Revolución francesa. La libertad del tipo de la Revolución francesa sólo sabe destruir, pero no sabe poner nada en su lugar. Algún comentarista marxista contemporáneo dice “la libertad puramente negativa del pensamiento moderno es esencialmente terrorista”. Es decir, desestabiliza, destruye, quita lo que ella considera como obstáculos, pero como no tiene ninguna meta, nada más que el no tener obstáculos, no hace más que destruir. Vemos el fruto de esa libertad y no son los jóvenes de hoy, que ya han crecido en un ambiente donde respiran constantemente ese aire y esa mentalidad acerca de la libertad. No son más libres, son esclavos de sus propios instintos. Son esclavos de sus pasiones. La libertad está herida, como está herida la razón, como está herido el afecto por el pecado. No se es plenamente libre, porque muchas veces nuestras acciones no están guiadas simplemente por nuestra voluntad. Sobre todo, si esa voluntad no tiene una meta bella, grande y buena, sino que está regida por la envidia. Está regida por la avaricia o por la lujuria, o por la ambición y las ansias de poder. Eso no hace precisamente al hombre libre, sino esclavo.
El Evangelio lo dice claramente. Todo el que comete pecado es esclavo. La inclinación al pecado, que son las pasiones a las que algunas de las cuales he hecho yo referencia ahora, eliminan, debilitan, empobrecen, nos quitan la libertad. También de eso hay que ser conscientes cuando juzgamos los actos ajenos, porque no todo el que hace mal lo hace libremente. Las pasiones pesan mucho sobre la vida de los hombres y los orígenes de las pasiones. No somos nosotros muchas veces quien para juzgarlos, porque una persona que tiene pasiones, incluso que pueden parecer muy perversas, Dios sabe cuál es su historia, Dios sabe cuál ha sido su infancia, Dios sabe cuál ha sido la historia de sus relaciones familiares. Mil imponderables que se nos escapan a nosotros, que no vemos más que la acción. Y la acción, efectivamente, puede ser perversa, puede ser muy mala, pero eso no nos permite juzgar.
La verdad nos hace libres y ¿cuál es la verdad? Pues, no es el conocimiento de unas verdades abstractas o de unos dogmas abstractos. La Verdad es el amor infinito con el que el Señor nos ama. Es el amor el que crea la libertad, el que nos da ese espacio de libertad que nos permite llegar a ser libres; que nos permite orientar nuestra libertad, amar el bien. La verdadera libertad consiste en poder amar el bien y la belleza y la verdad, sin ninguna coacción de ninguna clase.
Dentro de la misma Iglesia, nosotros hemos aceptado demasiado el concepto de “libertad” y la mentalidad sobre ella que hay en el mundo. Entonces, cuando se acepta ese concepto de libertad, la única actitud de los educadores, padres y hasta de la misma Iglesia, o de los eclesiásticos, frente a la libertad, es prohibirla o dejarla. Dejarla es arriesgarse a que pueda pasar de todo y el único remedio para que pueda pasar de todo parece que es quitar esa libertad, recortarla, reprimirla. Eso es falso. Eso es partir de los mismos supuestos de los que parte el mundo donde, no lo olvidéis, ese concepto de libertad absoluta, en la teoría política de los últimos siglos, va vinculado siempre a un Estado absolutista. Porque, como la libertad absoluta genera el caos, tiene que haber un Estado que intervenga y ponga los límites. Kant, que era el gran defensor de esta libertad, hablaba de un Estado que tenía que tener poder sobre la vida y sobre la muerte de sus súbditos. Y es uno de los grandes” liberales”, defensores de la libertad moderna y contemporánea.
Para ser libres nos ha liberado Cristo. Todo el sentido, la meta, de la Encarnación y de la Pasión del Señor, es nuestra libertad. Que podamos vivir en la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Y la meta de nuestra libertad es justamente poder participar de la vida divina, del Dios que es Amor. Por eso, cuando Jesús dice “conoceréis la Verdad y la Verdad os hará libres” -repito, no es conocer unas verdades abstractas, eso no nos hace libres a nadie. Ni libres ni tiene ninguna influencia en nuestra vida y en nuestro corazón-, es conocer la verdad del amor con el que somos amados, y es el amor verdadero el que genera un espacio alrededor. También algún teólogo del siglo XX, de los más grandes, ha dicho que una de las formas más exquisitas del amor es dejar ser. Dejar ser a las personas. No dejar de proponerles el bien. No dejar de proponerles la belleza verdadera y la verdad. Dejarles ser. Porque el corazón del hombre está orientado hacia el bien, la belleza y la verdad espontáneamente, como está orientado hacia el jamón de pata negra en lugar de hacia el chope. ¿Cómo se educa? Pues, proponiendo jamón de pata negra y dando a probar de pata negra, no simplemente prohibiendo el chope. Y nosotros, a veces, tratamos de educar espiritualmente simplemente a base de prohibir cosas y no de mostrar la belleza o la verdad, o el bien para el que estamos hechos.
Cuando uno lo muestra y deja a las personas hacer su camino, reconocerlo, son libres siempre para decir que no. Pero, si no se sienten forzados, están mucho más abiertos a reconocer el bien y a amarlo que si vivimos exclusivamente tratando de prohibir. Que pone de manifiesto que prohibimos el concepto de libertad que tienen los enemigos de la fe y el mundo, mundo. El mundo que ya no es cristiano. Y no, nuestro concepto de libertad es diferente: produce hombres libres. Los santos son los verdaderos hombres libres, porque los santos son libres como Dios para salir de sí mismos, para entregarse, para darse, y esa es la verdadera prueba del algodón de la verdadera libertad. Que uno es libre para darse. Que uno es libre para sufrir persecución, y no alterarse por ello, porque el Señor está con nosotros. Esa es la libertad que tenemos que pedir para nosotros y para todo el pueblo cristiano. Para todos los cristianos.
Que nos acerquemos al amor del Señor, para que conozcamos la verdad de ese amor y esa verdad nos haga libres a todos.
Que así sea.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
24 de marzo de 2021
Iglesia parroquial Sagrario-Catedral