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“Encontrar ese descanso que sólo Tú puedes dar”

Homilía en la Misa del jueves de la IV semana de Pascua, el 29 de abril de 2021.

Fecha: 29/04/2021

Qué belleza tan grande tienen las dos Lecturas de hoy. Qué útiles y qué luminosas verdaderamente son. Tanto que hoy celebramos la fiesta de una gran mujer, de una gran santa. Doctora de la Iglesia, aunque, como sucede con los santos, cada uno tiene su temperamento, su lugar en la historia y no es lo mismo Santa Teresa de Jesús que Teresa de Lisieux, ni es lo mismo Teresa de Lisieux que Santa Hildegarda de Bingen. Representan mundos y circunstancias en la Historia muy diferentes.

 

Santa Catalina, que pertenecía a lo que serían a los nuevos movimientos de hoy, a los dominicos, se hizo monja dominica, pero escribió unas cosas tan bellas... Quienes tenéis acceso al Oficio de Lectura a través del móvil, a través de alguna de las aplicaciones que hay, leed la Segunda Lectura de hoy, que es de Santa Catalina. Es un canto a Dios enamorado de su criatura y lo dice con una sencillez y con una belleza  que es una de esas Lecturas que yo considero más luminosas, más bellas de todo el año litúrgico de las que se ponen en el Oficio de Lecturas.

 

Pero la verdad es que, viendo las Lecturas de la Misa, tengo que darles preferencia. (…) Esto de que “nadie conoce al Padre sino el Hijo y nadie conoce el Hijo más que el Padre, y aquel a quien el Padre se lo quiera revelar”, suena muy a San Juan, a trozos que tiene San Juan. De hecho, algunos estudiosos lo llaman un meteorito joánico en mitad de los Evangelios Sinópticos, pero tiene muchísima enjundia y muchísima riqueza.

 

En el Evangelio de San Lucas, el texto es idéntico que el que tenemos aquí, sólo que pone una circunstancia. Dice: “En aquel tiempo se llenó Jesús del Espíritu Santo y exclamó a voz en grito”. Y el texto éste está inmediatamente después de cuando Jesús percibe que las multitudes, en el fondo, lo que buscan es el espectáculo. No buscan verdaderamente a Dios, sino a un taumaturgo, que dicen que “ha multiplicado panes. Pues, a lo mejor, es el Mesías que esperamos o el rey que esperamos. Vamos a ver si nos hace un signo”. Todo ese tipo de cosas que hubo al principio del ministerio de Jesús. Pero cuando la gente se empieza a dar cuenta de que Jesús se iba por otro lado, la gente lo fue dejando solo. Y en ese momento en que Jesús se fue quedando “solo”, por así decir, que le llegó a decir a Pedro que tenían que comer su cuerpo y beber su sangre, les dijo: “¿También vosotros queréis marcharos?”. Es cuando Pedro responde: “Señor, ¿adónde vamos a ir? Sólo Tú tienes palabras de vida eterna”.

 

Es en ese contexto donde los estudiosos sitúan este pasaje y, curiosamente, no es una queja de Jesús, sino “Yo te doy gracias, Padre”. Una acción de gracias porque “ estas cosas -y “estas cosas” son  la vida eterna, y quién soy yo, y quién eres tú, quién soy yo para ti y tú para mí, ¿somos los dos para los hombres?- se las has ocultado a los sabios y entendidos”. ¿Quiénes son los sabios y entendidos aquí? Pues, los escribas, los fariseos, que se sentían muy cómodos siendo los controladores de la Ley y los controladores de la vida religiosa del pueblo judío, y a quienes, sobre todo el amor de Jesús por los pecadores les descolocaba por completo todo su sistema, que era un sistema de justicia, de “cumples y, entonces, tienes derecho a que Dios te pague”, por decirlo en muy pocas palabras. “Yo Te doy gracias, Padre -decía el fariseo- porque pago el diezmo del comino y de la menta, hasta de las cosas más pequeñas, cumplo la Ley con todo detalle y no soy como ese pecador miserable que está ahí detrás pidiendo perdón”. Y dice el Señor: “A Dios no le agradó la oración del fariseo y le agradó aquella del publicano que estaba escondido al final diciendo ‘Señor, ten piedad de mí, que soy un pobre pecador’”.

 

El Señor da gracias porque los pecadores y los publicanos son los que entienden el anuncio de Jesús de que el Reino ha venido, de que el Cielo está aquí al alcance de la mano, de que la misericordia de Dios no pone barreras ni límites, de que está disponible para todo el que quiera arrebatarlo, incluso violentamente. “Los violentos lo arrebatan”, dice Jesús. Los violentos eran los pecadores, que entraban e iban en masa en busca de la misericordia y habían sido expulsados de ese mundo por los escribas, fariseos y los doctores de la Ley.

 

Pero la segunda parte no es menos bella. “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré”. Señor, que vayamos a Ti. Porque cansados y agobiados, no hay se humano que no lo esté. Por muchas alegrías que tenga la vida, al mismo tiempo todos los días tienen fatigas. La fatiga del trabajo de cada día, la fatiga de la conflictividad del mundo en que vivimos, que no es diferente de la que se ha vivido en otros mundos. Sólo la propaganda nos habíamos hecho creer que vivíamos en el mejor de los mundos posibles. ¡Mentira! Lo que hace bella la vida y bello el mundo no son las circunstancias que han sido siempre batallas, combates, dificultades, caídas de Imperios, luchas de poder entre los hombres, plagas de todo tipo, guerras sin cesar. Esa es la historia humana. Así nos la describe el Libro del Apocalipsis con un realismo que, aunque nos parezca que es un Libro muy raro, tiene un realismo tremendo.

 

“Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados”. Señor, que vayamos a Ti. “Y cargad con mi yugo”. Digo, Señor, no te basta con el yugo que tenemos ya por el hecho de vivir que nos fatiga. Y hago referencia a la fatiga especial que la gente siente después de este año entero de pandemia, incluso el que no ha tenido ninguna enfermedad cerca o ninguna muerte cerca, las personas te dicen “es que es mucho tiempo, don Javier, llevamos mucho con algo que nos machaca el cuello de algún modo, que nos empuja hacia abajo”. Hay que dirigirnos al Señor, que Él nos aliviará.

 

Y Su yugo es llevadero, claro, y su carga ligera. La carga pesada es vivir la vida sin Cristo. Esa es la verdadera carga. Y cuando nos acercamos a Él o le dejamos a Él que se una a nosotros y que nos acompañe y sostenga en la vida, de repente nos sentimos como más ligeros, más capaces de afrontarlo todo. Y la razón nos la daba la Primera Lectura: “Dios es luz y en Él no hay tiniebla alguna”. Acercarnos a Él es acercarnos a la luz. A la luz que es el Amor de Dios que ilumina nuestro destino, que ilumina nuestra vida, que ilumina nuestras circunstancias, que nos sostiene con Su Misericordia y con Su Gracia y nos permite vivir con alegría y con esperanza. Dos frutos inequívocos de la Presencia de Dios en nuestras vidas: la esperanza -esperanza de la vida de eterna y del Cielo- y la alegría, la alegría de saber que somos amados con un amor que ni siquiera el enemigo de la naturaleza humana, que es más poderoso que cualquiera de nosotros, puede destruir.

 

La victoria de ese Amor está garantizada en la Resurrección de Jesucristo y la victoria de ese Amor es verdaderamente nuestro ancla de salvación. “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y encontraréis descanso para vuestras almas”.

 

Dios mío, concédenos que podamos ir a Ti; que podamos encontrar ese descanso que sólo Tú puedes dar.

 

+ Javier Martínez

Arzobispo de Granada

 

29 de abril de 2021

Iglesia parroquial Sagrario-Catedral

 

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