Homilía en la Eucaristía del XI Domingo del Tiempo Ordinario celebrada en la Catedral, el 13 de junio de 2021.
Fecha: 13/06/2021
Queridísima Iglesia del Señor, Esposa muy amada de Jesucristo;
sacerdotes concelebrantes y diácono;
Pueblo Santo de Dios:
(Saludo especialmente al coro que hoy nos acompaña, que sé que tiene que ver con los padres de los “pueris”. No sé si todos los sois. Pero, si no, lo sois muchos de vosotros y me alegra mucho que estéis aquí que nos ayudéis a vivir mejor la Eucaristía):
Las dos parábolas son una invitación. Una invitación a confiar en el poder de Dios. Es una invitación que los hombres necesitamos siempre, porque hay una tendencia en nosotros a medir el valor de nuestra vida sólo por las obras que hacemos. Esa tendencia es tan fuerte en nosotros que hasta medimos nuestra relación con Dios según las obras que nosotros hacemos. Ponemos tanto énfasis, que, a veces, pensamos que hasta nuestra fe cristiana, nuestro cristianismo, consiste en hacer cosas por Dios, para que Dios esté contento con nosotros. Yo creo que eso, que está en el corazón humano siempre, pero que está acentuado de una manera extraordinariamente exagerada, hipertrófica, en nuestro mundo y en nuestra cultura, aleja a muchas personas de la fe, porque Dios aparece así como una especie de mendigo, de pobre, que tiene necesidad de las cosas que nosotros hagamos por Él y, además, como pensamos que sus mandamientos o que las cosas que Él nos pide que hagamos son un poco arbitrarias y caprichosas, todavía nos parece en el fondo menos digno de fe que un Dios concebido así.
Eso influye tanto en nuestro vocabulario que nuestras primeras expresiones o forma de hablar, cuando hablamos de Dios, hablamos enseguida de lo que Dios nos pide. O cuando hablamos del Evangelio, hablamos enseguida de las exigencias del Evangelio. Siempre pensando y siempre concluyendo. Hasta las cosas más espirituales, en la obligación que tenemos que dar testimonio, o en obligaciones nuestras, en tareas nuestras, como si la salvación dependiera verdaderamente de nosotros; como si fuéramos nosotros los que nos salvamos. Eso se expresa en otras formas en una frase muy común que todo sacerdote hemos oído pronunciar muchas veces: “Yo me esfuerzo por ser cristiano” o “trato de ser cristiano”. Es como si uno dijera “trato de nacer”. O “me esfuerzo por nacer”. No. He nacido. Punto. Y soy cristiano o no lo soy. Pero si he nacido como cristiano, si he sido bautizado, soy cristiano. Puedo ser un mal cristiano, pero soy cristiano, porque el ser cristiano no es algo que dependa de mis obras. Eso pone muy de manifiesto cómo reducimos nuestra relación con Dios a cosas que tenemos que hacer.
Eso era lo que más le irritaba al Señor de los fariseos, que medían la relación con Dios con los méritos que ellos se atribuían a sí mismos, y se lo atribuían con razón. ¿Recordáis la parábola del publicano y el fariseo? El fariseo se ponía delante del Señor y decía: “Señor, te doy gracias porque hago esto bien, porque cumplo todos los mandamientos, pago hasta el diezmo del comino y de la menta, de las cosas más pequeñas”; y había en el templo un pobre hombre que no hacía más que decir: “Señor, ten piedad de mí, que soy un pecador”. Y Jesús dice una cosa fuertísima. El fariseo se fue a su casa sin ser justificado. Esa oración a Dios no le agradó -porque nunca es verdad-, mientras que la del publicano le agradó profundamente.
Provenimos de una cultura... Los pensadores europeos hablan del giro antropológico que se dio con el Renacimiento, donde el énfasis pasa a las obras del hombre y Dios es alguien que queda en el fondo, incluso como una tercera persona. Hablamos de Dios, pocas veces de un Tú que me está haciendo en este momento: “Yo soy Tú, que me haces”. Si todo lo que soy es Gracia tuya. Si hasta el bien que puedo hacer es porque me haces a Tu imagen y semejanza y tengo una nostalgia invencible de Ti. Y de la participación en tu vida y del regalo que es la vida que me has dado, la vida que me has prometido y la compañía que significas en esa vida mía.
El Evangelio de hoy, las dos parábolas del Evangelio de hoy, sobre todo la primera, en parte es escandalosa. Dice: “El sembrador siembra la semilla y se acuesta y se levanta, y la tierra sola va produciendo, primero el tallo, luego la planta, luego la espiga, hasta que llega la hora de segar, sin que Él sepa cómo sucede eso”. Y algo parecido, el grano de mostaza. El Señor lo que subraya, el contraste entre lo que yo planto en la tierra y lo que luego aquello termina siendo… La semilla de la mostaza es una semilla pequeña, como un granito pequeño, y, sin embargo, lo que sale luego es un gran arbusto, donde las plantas vienen a anidar. La imagen de que las plantas vienen a anidar es una imagen de las naciones gentiles que buscan sombra y reposo en las ramas de los árboles. Es una imagen que aparecen varias veces en la Biblia, en el Antiguo Testamento. Pero el Señor subraya el contraste entre la semilla que yo planto y el resultado.
Nosotros siempre, en las dos realidades a las que el Señor alude, vemos procesos biológicos y, por lo tanto, no hay nada de misterioso o nos parece que no hay nada de misterioso en ello. Digo que “nos parece”, porque el hecho de que seamos conscientes de cómo sucede el cambio biológico de la semilla hasta el brote, el tallo y la espiga, no significa que dominemos el proceso, aunque lo podamos modificar y aunque tengamos energías, saberes y tecnologías como para intervenir en ese proceso. Como el que decía “yo sé cómo utilizar la electricidad, pero no me preguntéis lo que es, porque no sé nada”. Yo creo que lo mismo nos sucede en realidad casi con todas las cosas. Sabemos manejarlas, utilizarlas, medirlas, manipularlas, pero ¿qué son las cosas?, ¿quién soy yo? Y, si ahondamos lo suficiente, ¿qué es la palabra?, ¿qué es el arte?, ¿qué es la poesía?, ¿qué es el amor? E inmediatamente, nos topamos con el Misterio. Pero, ¿qué es el brote de una planta?, ¿qué son las estrellas? Podemos decir libros y libros sobre lo que son las estrellas y el Big Bang, pero, ¿qué son? Creo que era Tolkien el que decía “el que no sabe oír una canción en las estrellas no las conoce, una canción tejida en hilos de plata”. Tenemos que aprender algo que hemos desaprendido por completo: a confiar en Dios. ¿Significa eso que no tengamos que hacer las cosas que vemos que está en nuestra mano hacer o que podemos hacer? Pues, no. Las hacemos. Pero las hacemos sabiendo que son limitadas, que son obras humanas, que no somos nosotros los que nos salvamos; que la distancia entre el conocimiento de Dios y nuestro conocimiento es infinita, y que, por lo tanto, la primera súplica es “Señor, sálvanos”, “Señor, ten piedad”, “Señor, danos lo que nos has prometido, danos la vida eterna”. Y el Señor, de alguna manera, nos dice “confiad en Mí”. También la otra parábola, la de que el sembrador sembró y luego una semilla dio más fruto y otra menos, era para hacerles confiar en que, por muchas dificultades que haya, la palabra de Dios sembrada siempre produce fruto.
Mis queridos hermanos, tenemos que redescubrir que nuestra confianza no está puesta en nuestras obras; que nuestra confianza no puede estar puesta en lo que somos nosotros capaces de hacer. Nuestra confianza está puesta en el amor fiel, incondicional, eterno, de Dios. Y en el poder salvador de Dios. Y eso nos hace ser quienes somos y eso nos hace acercarnos al Señor con conciencia de nuestra verdad. Somos criaturas y, además, criaturas pobres, pecadoras, y sin embargo Tú, Señor, no vacilas en acercarte a nosotros y en venir a nosotros, y en comunicarnos Tu vida, para que podamos dormir y levantarnos como el sembrador que ha sembrado la tierra y que sabe que llegará la cosecha.
Uno de los rasgos de la ansiedad del hombre contemporáneo, de esta ansiedad de hacer depender nuestra felicidad y nuestra plenitud de nuestro trabajo y de nuestras obras, es el dormir mal. Recuerdo cómo el profeta y poeta Charles Péguy, poniéndolo en la boca de Dios: “No me gusta el hombre que no duerme, porque piensa que tiene que gestionar él todas sus cosas. Y Yo, que gestiono el mundo y que gestiono las estrellas, y que he creado la noche para que el hombre descanse, ¿no voy a saber gestionar tus asuntos durante unas pocas horas?”. Descansa. Duerme. Si he creado a mi hija, la noche, para que tú descanses”. Pero no sabemos dormir, porque pensamos tenerlo que controlar todo; pensamos que todo tiene que estar bajo nuestro control y eso, además de una ansiedad terrible, genera frustraciones sin límite.
Señor, enséñanos a poner nuestra vida en Tus manos. Enséñanos a confiar en Ti, a saber que hasta los cabellos de nuestra cabeza están contados, que no cae ni siquiera un gorrión sin que lo permita nuestro Padre del Cielo; que nuestro Padre del Cielo nunca nos va a hacer nada malo a ninguno. Me diréis, “bueno, y una cosa como la pandemia, nos protegemos de ella como podemos, hacemos lo que está en nuestra mano hacer”…, pero veréis, la salud no necesariamente nos da la felicidad y la falta de salud no necesariamente es el peor de los males.
El pecado es mucho; la desconfianza en Dios, la falta de fe en el amor que Dios nos tiene es mucho más terrible que ninguna pandemia. El vivir sin esperanza, el experimentar la soledad radical que tantas personas en nuestro mundo viven, que no tienen más que su vida y lo que ellos puedan hacer, y la vida se nos va entre las manos como agua. El hombre que conoce el amor de Dios, duerme y se levanta, y espera, y ya llegará la cosecha. Y Dios es fiel. No temáis.
Mis queridos hermanos, no temáis. El temor tiene que ver siempre con un poquito de falta de fe. Necesitamos redescubrir el poder de Dios, de un Dios que es Amor y que nunca hará nada malo por nosotros. Nunca, si nos da pan, nos dará una piedra. Se nos dará Él mismo. ¿Cómo nos va a dar nada que sea malo? Si hasta la muerte lo que hace es conducirnos a Él. Y como decía San Pablo, es que prefiero estar contigo a estar lejos de Ti, desterrado, en este valle de lágrimas.
Devuélvenos, Señor, fe como un grano de mostaza, un poquito de fe, para que sepamos, conozcamos Tu poder y pongamos nuestras vidas y el secreto de nuestras vidas en Tus manos, que está ahí más seguro que en las nuestras.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
13 de junio de 2021
S.I Catedral