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“Mujer que acompañas al nuevo Adán y eres comienzo de la nueva humanidad expresas”

Homilía en la Eucaristía con el Cuerpo de hermanos palieros de la Hermandad de Nuestra Señora de las Angustias, el 26 de septiembre de 2021.

Fecha: 26/09/2021

Queridísima Iglesia del Señor, Esposa amada de Jesucristo, Pueblo santo de Dios, elegido desde los orígenes del mundo y a través de los siglos (y que en esta mañana nos reunimos aquí como un pequeño “cogollito” de esa realidad que abarca de Oriente y Occidente, que es el santo pueblo de Dios -sacerdotes y fieles laicos-, al que todos pertenecemos gozosamente):

 

Sí, gozosamente de pertenecer a este pueblo, que es lo más bello que existe en la tierra y lo más bello que existe en la historia humana. El espejo de este pueblo, su realización más plena, la más acabada, la más perfecta, la que nos ha abierto el camino es esta “hija de Adán” y, al mismo tiempo, Madre de Nuestro Señor Jesucristo: la Virgen María. A ella referimos los elogios que hace el libro de Judith que había salvado de adversarios muy potentes al pueblo de Israel: “Tú, dichosa entre las mujeres. La más bendecida porque has librado al pueblo de sus enemigos”.

 

Nosotros sabemos que nuestro Salvador y Redentor es Jesucristo, tu Hijo, que, aquí, en esta imagen preciosa y venerada por todos los granadinos y por muchas otras personas en el mundo (y en el Nuevo Mundo también), Virgen de las Angustias tienes muerto en tu regazo. Muerto de amor. Y no muerto de amor como se muere de amor en las novelas románticas, porque “obras son amores y no buenas razones”. El Señor dijo claramente antes de morir “nadie me quita la vida, Yo la doy porque quiero”. Y mucho antes todavía: “El Hijo del hombre ha venido a morir y a dar Su vida en rescate por muchos”. No hay mayor amor que éste de dar la vida por aquellos a los que uno ama. Eso dice el Evangelio de San Juan en el comienzo de la Última Cena, y de la Pasión del Señor: “No hay mayor amor”.

 

Y Tú, el Hijo de Dios, en quien habita corporalmente la plenitud de la divinidad, has querido revelarnos que Dios es Amor yendo hasta el final. Yendo hasta el fondo más oscuro de nuestro sufrimientos, de nuestras penas, de nuestras angustias, de nuestras dificultades y conflictos. Esos son nuestros enemigos. De los que sólo Tu amor nos libra, porque sólo tu amor es más poderoso en nuestro corazón y en la tierra entera, y en el cosmos, en el universo entero; sólo el amor de Dios es el secreto de toda la Creación y el secreto de toda la historia de salvación, y el secreto de nuestras vidas. Por eso, Tú eres la esperanza de los hombres. Tú eres la esperanza del mundo. Incluso de aquellos que no Te conocen, y que por eso no sienten la necesidad, ni siquiera el deseo de amarTe. Pero ellos mismos son frutos de Tu amor y Tú sí que los amas a ellos como a nosotros, a todos los hombres. Tú que te has unido por Tu Encarnación, de algún modo, a todos los seres humanos.

 

Has venido a nosotros. Y has venido hasta estar muerto en los brazos de Tu Madre, para revelarnos que el Amor de Dios no se dejaba detener por nada; que no se echa atrás ante ningún obstáculo. Que el Dios infinito, que el Dios que es Amor infinito no se acobarda ante el Misterio del mal que a nosotros a veces nos parece tan poderoso que ni siquiera nos atrevemos a mirarlo de frente, lo escondemos o tratamos de esquivarlo en nuestra vida. Cuando está presente también en todos y nadie vence ese misterio más que el Misterio del amor más grande, más grande que todo, más poderoso que todo, el amor que no se deja vencer por nada y que es la revelación suprema, definitiva, última, del amor que Dios es. Del amor infinito de Dios.

 

 

 

Tu Hijo ha venido a revelarnos ese amor. No un amor genérico a la humanidad, a la utopía de un mundo en paz o cosas así. Un amor por ti y por mi, absolutamente concreto, hasta las fibras más pequeñas de nuestra alma, cuerpo y corazón. Para arrancarnos del poder del pecado, Tú has querido revelarnos que Tu amor es más fuerte que el pecado. Y no sólo nuestros pobres pecados, que son siempre mezquinos, pequeños, miserables, sino los pecados y males de la humanidad entera han sido abrazados en ese abrazo de tu cruz. Pero esa cruz que nos revela el amor de Dios, ese amor hasta la muerte que nos revela que el amor de Dios no tiene límites ni se deja vencer por nada, revela también el significado de nuestra vida, nos pone ante un horizonte nuevo, el horizonte del Cielo. Pero el Cielo no es un sitio con “angelitos”  y nubes. El Cielo eres Tú, Señor. El Cielo es Dios. Hemos sido creados por Dios y nuestro corazón inquieto, lleno de anhelos de felicidad, que habitan en todo ser humano, aun en la persona más “avinagrada”, más amargada por las desgracias, o las dificultades de la vida, su corazón no está hecho para la amargura ni para la desgracia; su corazón está hecho para el amor, para la verdad y la belleza del amor, que es el Misterio de Dios y el Misterio del que nosotros somos imagen y semejanza.

 

El amor de Dios cambia, por lo tanto, el significado de vivir, de todo, de crecer, estudiar, trabajar, enamorarse, de crear una familia: todo es diferente cuando uno ha conocido el amor de Jesucristo. Se abre ante nuestra vida como un horizonte completamente nuevo, inagotable de paz y de bondad, de bien, de gozo, en consecuencia de esa paz y de ese bien. Eso es lo que tú, Madre, mujer que acompañas al nuevo Adán y eres comienzo de la nueva humanidad expresas. Una mujer con Su hijo muerto en sus brazos, una mujer pobre, de clase humilde, que lo era. Probablemente, con vestidos no muy de fiesta, ni muy brillantes, está ante nuestros ojos vestida de reina. Más que de reina, yo diría que de emperatriz, llena de flores. ¿Cómo es eso posible? Sólo es posible porque tu humanidad representa ya, hecho carne en Ti, esa novedad que es la Redención de Cristo. Esa posibilidad de vivir la muerte de un hijo, y la muerte de un hijo condenado como malhechor, condenado fuera del campamento, fuera de la ciudad; condenado en una de las muertes más ignominiosas que los hombres han podido imaginar o inventar jamás.

 

Una madre que tiene en sus brazos a un hijo muerto de esa manera no aceptaría ni siquiera ese vestido de fiesta sino fuera porque significa la posibilidad para todos nosotros de vivir nuestra vida y la muerte de un modo diferente. Y cuando digo vida y muerte, digo todo lo que hay de bello, hermoso, que refleja justamente el amor de Dios y el que somos imagen de Dios. Pero que refleja la Redención de Jesucristo, la transformación de ese amor en algo que no es simplemente un sentimiento pasajero, un gozo sentimental, emotivo…, sino que hace que nuestro amor y todo lo que hay de bueno y de bello en la vida de los hombres (lo sabemos nosotros porque conocemos a Jesucristo) sabemos que desemboca en la eternidad de Dios; que desemboca en la vida eterna, que está destinado al cielo, no a la muerte.

 

Y eso es lo que Tú reflejas iluminando nuestra vida. Pero también iluminas nuestra muerte y no sólo el momento final de la muerte, sino todas las cosas que, de un modo u otro, anticipan la muerte mientras vivimos. Las heridas que nos hacemos. Las heridas que sufrimos porque nos las han hecho. Las incapacidades y limitaciones que nuestra forma de ser tienen. Las pequeñeces que nos consentimos y que hacen daño, o que nos hacemos daños unos a otros. La violencia, las grandes separaciones que crecen y se alimentan hasta públicamente y descaradamente en un mundo que no piensa en más que en acumular riqueza. Y cuando sólo se piensa en eso, se generan muchas pobrezas, muchos sufrimientos; cuando lo que rige la vida social es la avaricia, la envidia, que van siempre juntas. Cuando alguien tiene avaricia y triunfa, está generando a su alrededor mucha envidia por esa misma avaricia. Sólo que no se cumple. En un mundo así, Señor, la medicina de abrir nuestro corazón al Amor de Cristo, de acogernos -como dice el himno a la Virgen de las Angustias- “bajo Tu manto”; de acogernos en ese manto protector del amor de Cristo, que es capaz de cambiar el hielo o la dureza de nuestro corazón en un corazón de carne, que late, y que en su latido es imagen misma de Dios.

 

Señora, yo veía ayer algunas calles del centro de Granada y me daba cuenta de que estábamos… Yo no recuerdo haber visto Granada nunca con tanta gente y todos tenían conciencia de que venían a una fiesta, pero no todos tenían conciencia del significado de esa fiesta. Yo veía algunas pandas de jóvenes que te das cuenta solo con verlos, les ha vestido el Enemigo; sólo con verlos te das cuenta de lo perdidos que están, de lo confusos que están, de la poca claridad que tienen en el camino de su vida. Aunque, sin duda, sus corazones están lleno de ideales grandes. Muy pronto se acostumbran los jóvenes hoy a pensar que sus ideales son utopías, cosas que no pueden suceder. Que uno no puede ser feliz; que la felicidad no existe.

 

Por primera vez, hace ya unos pocos años, en nuestro país y en nuestra tierra, tal vez en nuestra Europa, el número de suicidios es superior al número de accidentes de tráfico. Y eso que no se cuenta que los accidentes de tráfico son algunos de ellos formas, también, de suicidio. Y que en un entorno mucho más cercano, en los últimos días, yo he tenido noticias de suicidios de personas jóvenes, en nuestro entorno. Dios mío, eso es el fruto de esa sociedad sin Dios, que nos parece que va a ser tan feliz y no somos felices.

 

Justo en ese sentido pedimos, Señor, que nos proteja el manto de Tu Madre. Que nos proteja verdaderamente el amor de Dios, que abra nuestros corazones a esa vida nueva que nace de Jesucristo, de la cruz de Jesucristo, cruz gloriosa. Y que se refleja en Tu madre, y que refleja, y nos pone de manifiesto nuestra vocación. Nuestra vocación a dejarnos querer, a coger ese amor, porque es ese amor el que nos cambia, no nuestra fuerza de voluntad, ni nuestro empeño, ni nuestras cualidades. Nada de eso nos salva. Porque si no nos deja caer en pecados más “burdos”, a veces, nos hace caer en la soberbia, o en la vanidad, que son más peligrosos que esos pecados que llamados “burdos”.

 

Mis queridos hermanos, mi querida Iglesia. Me refiero en primer lugar a la Iglesia de Granada, pero soy consciente que hoy nos acompañan mucha gente de fuera que aman y veneran a la Virgen de las Angustias; que podamos acoger el amor de Cristo, y el amor de Cristo iluminará nuestras vidas, hasta con las mascarillas.

 

El único privilegio mío es el poder serviros, para que conozcáis a Cristo. El poder servir de instrumento de que descubramos el amor y la vida nueva que Cristo nos da. Nos acogemos a tu cruz y Te pedimos que nos ayudes a estar junto a Tu Madre. Y que podamos ver en cada sufrimiento humano una parte de Tu pasión. Y que podamos vivir nuestros propios sufrimientos como una parte de ese amor redentor que se ha revelado en tu cruz. Y la Iglesia, que ha tenido siempre como lo más valioso de su riqueza, ese amor que permanece en el Sagrario. Pero, en el Sagrario no vemos el sufrimiento como lo vemos en la Virgen de las Angustias o en la liturgia del Viernes Santo: ese amor que se revela en nuestras Imágenes dolorosas que tienen el poder de transformar nuestra vida. También lo tiene la Eucaristía presente en el Sagrario. Pero sólo si comprendemos que esa Eucaristía es la presencia, la permanencia de una gracia que nos sostiene, que nos cambia, y que nos abre a la esperanza de la vida eterna.

 

Que así sea para quienes estáis aquí, para quienes nos seguís a través de los medios de comunicación. Que así sea especialmente para el cuerpo de Palieros que se beneficia de una forma especial de esta Eucaristía, y que así sea para todos nuestros amigos, todos nuestros hermanos, los hombres.

 

A la Pasión de Jesucristo no le falta nada más que nuestros dolores, que no habíamos nacido, que no estaban allí. Hoy nuestros dolores, y los de todos los seres humanos (algunos son terribles, pensad en el tráfico de personas o de órganos, refugiados, guerras, los odios y las avaricias humanas), todo eso forma parte hoy de la Pasión de Jesucristo y nosotros nos unimos a la Virgen en la vinculación a esa Pasión.

 

Otra cosa quiero deciros. Yo sé que la mayoría de vosotros sabéis por qué no hemos podido celebrar una procesión como es la de la Virgen de las Angustias en este día de hoy. Yo quiero deciros a los que lo sabéis y a los que no lo han entendido que tan pronto como podamos celebraremos la Virgen de las Angustias por la calle, con su procesión, y todo aquello que no hemos podido celebrar en este tiempo, por todo lo alto, y con la misma alegría con que David acompañaba al arca cuando entraba en Jerusalén, el Arca de la Alianza. Así acompañaremos nosotros a la Imagen de la Virgen de las Angustias y a las que sea preciso.

 

Os doy la bendición.

 

+ Javier Martínez

Arzobispo de Granada

 

26 de septiembre de 2021

Basílica de Nuestra Señora de las Angustias

 

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