Homilía en la Eucaristía celebrada en la Capilla Real el 12 de octubre de 2021, con motivo de la fiesta de Nuestra Señora del Pilar y Día de la Hispanidad.
Fecha: 12/10/2021
Queridísima Iglesia del Señor;
muy queridos sacerdotes concelebrantes;
representante del ilustrísimo ayuntamiento de Granada;
queridos hermanos y amigos todos:
Celebrar la Virgen del Pilar es casi algo que hacemos también el día 2 de enero y el día de san Cecilio: dar gracias por una historia de fe cristiana, más exactamente de fe católica mantenida en nuestro pueblo, a lo largo de la Historia, y que nos une a todos.
Alguien me decía que de los dos o tres símbolos que siguen uniendo a todos los pueblos de España, uno evidente es sencillamente la devoción a la Virgen, que tiene mil advocaciones, que tiene mil circunstancias y ocasiones locales y hasta ritos y tradiciones locales, pero nos une a todos la devoción a la Madre de Cristo. Una señal de identidad fuertísima para nosotros. Porque Ella es no sólo la plenitud de la descendencia de la raza humana, del orgullo de la raza humana, de toda la humanidad y, al mismo tiempo, porque ha sido hecha Madre del Salvador, Madre de Cristo que tomó la humanidad de las entrañas de Su Madre, de María; sino que Ella es, al mismo tiempo, el tipo y el modelo de la Iglesia, la protectora de ese pueblo cristiano que ha pasado a lo largo de los siglos por toda clase de vicisitudes.
Es fácil decir que nuestros tiempos son difíciles y es verdad que lo son. Pero es verdad que uno mira hacia el pasado y ve que la Historia está llena -ese es uno de los sentidos del Libro del Apocalipsis- de catástrofes, de conflictos, de luchas, de combates provocados por el pecado y las pasiones de los hombres. E igual que el Apocalipsis anuncia siempre la victoria de Cristo en esa lucha, ya también en el Apocalipsis entre la mujer y el dragón, la victoria de la mujer y de su descendencia, la Virgen tipo de la Iglesia está representada justamente en la Iglesia, y nosotros sabemos que, como dijo el Señor, “esta es la victoria que vence al mundo: nuestra fe”.
El mundo puede parecer hoy muy poderoso. Tiene medios de destrucción y tiene medios de lavado de cerebro y de configurar nuestras mentes y nuestras personalidades como no los ha tenido nunca en la Historia. Pero todos los poderes del hombre es frágil al lado del poder del amor de Dios. Del infinito amor de Dios, que se nos ha revelado en Jesucristo y que hallamos cumplido, de una manera plena, ya hasta en la asunción, es decir, hasta en la participación de su Cuerpo en la Gloria de su Hijo, en la figura de la Virgen María. Y eso que hemos realizado en María sabemos que se puede realizar en nosotros; que estamos llamados a que se realice en nosotros. Y eso significa que se puede realizar en nosotros, que estamos llamados a que se realice en nosotros. Y eso significa que es posible una humanidad nueva; que por mucha miseria y por mucha mezquindad, pobreza humana que haya en nuestro mundo, en las relaciones humanas, por mucho deterioro que se dé en esas relaciones, el poder del amor de Cristo es siempre más grande que nosotros y que nuestras fuerzas y que nuestras capacidades, y desde luego que nuestros planes, que se ponen en ocasiones como en la pandemia o como en el volcán de La Palma tan impotentes ante fuerzas, que tampoco son las más grandes del mundo, pero un bichito imperceptible pone en danza a toda la ciencia y apenas sabemos hacer otra cosa que protegemos de él, y un monte pequeño en una isla perdida en el Atlántico también pone en jaque a todas las técnicas, poderes y cálculos de los hombres.
Pero la fuerza más grande de la Historia no es como se ha dicho muchas veces en los últimos siglos, en la cultura de la Ilustración, el interés propio. No es el interés propio el que hace progresar la Historia. No. Es el amor. Justo aquello que nos hace imagen de Dios. Justo aquello de lo que no podemos prescindir en primer lugar, porque una vida sin amor se hace una vida invivible, indigna de ser vivida verdaderamente. Y así lo perciben también muchas personas que hasta llegan a quitarse la vida por falta de amor. Yo me atrevería a decir que siempre o casi siempre. Y sin embargo, una vida con amor es siempre bella. Chesterton lo decía en su estilo gracioso: todos los hombres felices son demócratas. Pues, claro. Todos los hombres felices aman una humanidad en la que los hombres podamos relacionarnos libremente unos con otros.
Celebrar la Virgen del Pilar, por lo tanto, es dar gracias por Tu Gracia, que vale más que la vida. Y dar gracias en este momento de la Historia. No con los retos, con los desafíos, con las circunstancias concretas que tiene. Responder a la llamada de Dios, en este momento de la Historia. Y la llamada de Dios se hace presente también a esa llamada del Santo Padre a que sigamos un camino sinodal, es decir, a que caminemos con la historia con las manos abiertas, para que podamos caminar unos junto a otros. Significa eso. Lo vais a oír muchas veces a lo largo de este año. Significa “camino juntos”. Pues, el Papa, y el Espíritu dice a través de las Iglesias, que sólo seremos capaz de transmitir la luz y el bien del que somos portadores, indignos portadores a este mundo, caminando juntos. Estando dispuestos a coger la mano de quien nos pide ayuda. Estando dispuestos a romper barreras que hemos creado los hombres, que son siempre creación del Enemigo y que nos separan.
Por otra parte, no puedo terminar sin decir que el día de la Virgen del Pilar es también el día de la Hispanidad. Y aunque el día de la Hispanidad no es una celebración religiosa propiamente dicha, pero sí, porque la Hispanidad está tan imbricada con la catolicidad que es imposible unirlas e identificarlas totalmente, pero es imposible separarlas. Yo sé que en toda conquista hay mil pecados. Había un traidor, por amor al dinero, entre los doce discípulos de Jesús. Pues, fijaros, en cualquier hecho histórico un poco más grande o que implique a más personas, pues claro que hay pecados y claro que con gusto pedimos perdón por ellos. Pedimos perdón por nuestros pecados, por los propios. Yo los pido todos los días por los propios, ya sea la Eucaristía, ya sea el rosario. Siempre pedimos perdón por nuestros pecados al principio de nuestra oración, porque contamos con ellos. No nos escandaliza el hecho. Pero, al mismo tiempo, hay que reconocer que, hasta en la misma Conquista, no tuvo nada que ver la conquista de un pueblo como el pueblo español a las conquistas por ejemplo hechas en el mundo anglosajón, donde se tardaron casi dos siglos en pensar que los indios tenían alma y eran seres humanos. Mientras que, desde el primer momento, nosotros podíamos ser pecadores, pero sabíamos que eran hermanos nuestros. La Reina Isabel nos lo dejo muy claro desde el primer momento, desde su testamento. Eran súbditos suyos, exactamente igual y con el mismo título que los españoles, y ella prohibió que se hicieran violencias o extorsiones.
Por otra parte, hasta en la conquista de Méjico, muchas tribus mejicanas se unieron a Hernán Cortés para liberarse del horrible yugo de los aztecas, que era un pueblo extraordinariamente destructivo, dominante, que hacía sacrificios humanos, que abusaba sin piedad de todos los que no eran aztecas y se unieron. Lo mismo en Chile, que me decía el rector de hace muchos años de la Universidad de Santiago de Chile, que los indios araucanos habían luchado junto con la Corona española para que los defendiese de los supuestos libertadores, que eran siempre ilustrados despóticos, caciques, personas que usaban la retórica de la libertad, pero la usaban para dominar a los pueblos de una manera muchos más dura y mucho más carente de piedad que la Corona.
Pero luego, aparte de la Conquista, hay otra gesta que ha tenido lugar en América Latina, que es única, que es verdaderamente la hazaña de la evangelización en América y Filipinas. Que ha costado la vida de los mejores hombres que tenía España y que los puso al servicio de la evangelización, siguiendo de nuevo también lo que había sido el sueño de la Reina Católica. Esa evangelización que ha llenado a América Latina de mestizos y de personas que se han mezclado con nuestra sangre hasta el punto de ser casi indistinguibles. La cantidad de santos que llenan esa hazaña es algo de lo que no podemos avergonzarnos, sino al contrario, sentirnos orgullosos.
Pero no aplaudamos nuestro pasado, dejadme decirlo. No nos conformemos con aplaudir nuestro pasado. Bernanos decía que, porque los hombres aplaudieron a san Francisco en lugar de seguirle, tuvo lugar el Cisma de Aviñón, tuvo lugar la Reforma y quizás dos Guerras Mundiales. No hay que aplaudir a los santos. Hay que pedirLe al Señor que nos conceda no ser demasiado indignos de nuestros padres en la fe. Somos hijos de un pueblo de santos. Somos hijos de un pueblo del que no tenemos ningún motivo para avergonzarnos, sino al contrario, para sentirnos muy agradecidos de nuevo. Y, lo repito, porque gracias a ese pueblo hemos recibido una gracia que vale más que la vida: el conocimiento de Jesucristo y del amor del Padre.
Que el Señor nos conceda la gracia de no ser demasiado indignos de los padres que hemos tenido y que nos lo conceda la intercesión y la protección de la Virgen del Pilar.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
12 de octubre de 2021
Capilla Real (Granada)