Imprimir Documento PDF
 

Hizo lo que le había mandado el ángel del Señor

IV Domingo de Adviento. Ciclo A

Fecha: 16/12/2004. Publicado en: Semanario Alfa y Omega 429



Mateo 1, 18-24
El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: -«José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.»
Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el Profeta: «Mirad: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Ernmanuel, que significa "Dios-con-nosotros".»
Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y se llevó a casa a su mujer.



¿Recordáis la historia de Abraham en el libro del Génesis, cuando Dios le pide que sacrifique a su hijo Isaac? Es uno de los relatos más impresionantes del Antiguo Testamento, tan lleno de relatos impresionantes. Sea cual sea el origen y el sentido final de aquella historia (tal vez el deseo de explicar por qué los israelitas no debían ofrecer sacrificios humanos, algo que era común en algunos de los pueblos del entorno de Israel, y no del todo infrecuente en el antiguo Israel hasta un cierto período), lo cierto es que el narrador pone en ese relato toda la experiencia que Israel tiene de Dios. Hay veces que los designios de Dios son incomprensibles. Hay veces que los hechos, o las circunstancias, parecen ir contra las propias promesas de Dios. Y entonces es cuando la prueba es más dura para la fe. Pero es también entonces cuando la fe, apoyada en la experiencia y el conocimiento de la fidelidad de Dios, se acrisola y crece. Crece como fe en Dios, que tiene por objeto a Dios, que se apoya en Dios.

Un rasgo precioso de la historia de Abraham es que, mientras el lector percibe con toda nitidez la desconcertante sinrazón de la petición de Dios, las mil implicaciones afectivas de lo que iba a suceder si Abraham sacrificaba a su hijo, el narrador sólo dice que Abraham se puso en camino. El énfasis del narrador es en la fe de Abraham, que no duda, que se fía, que obedece. Porque conoce a Dios, y sabe que puede abandonarse a Él, y que aunque sólo Dios conoce el final de la historia, ese final es siempre bueno.

En el evangelio de la vocación de José, resuena como un eco la obediencia y la fe de Abraham. Como Abraham, José se puso en camino, e hizo lo que le había mandado el ángel del Señor. Las misiones eran distintas, sin duda. Abraham iba a ser el padre de un gran pueblo. José iba a proteger y a cuidar al Hijo de Dios que había venido a morar en medio de nosotros, y a esa mujer absolutamente única, María, cuyo misterio era tan grande que lo humanamente prudente era apartarse de ella (eso es lo que el relato evangélico, cuando se traduce y se entiende bien, quiere decir).

«No temas». Es siempre la palabra con la que Dios se acerca al hombre para hacerle partícipe de su designio bueno. Es verdad, Dios va a estar en tu casa, a tu lado. No lejos, no más allá, no fuera de la realidad y como compitiendo con ella, sino literalmente a tu lado, junto a ti. Dios mora ya en el seno de esa mujer cuya custodia Dios te ha confiado. Y va a estar, todo entero, en el que para el mundo será tu hijo. Y ya nunca, nunca dejará de estar entre los hombres, junto a los hombres. Y tú no tienes que arrojarte al suelo y esconder tu rostro, sino cuidar de ese misterio, amarlo, dar tu vida día a día por él. Porque ese misterio va a iluminar ya para siempre qué es ser padre, qué es una familia, qué es quererse, qué es vivir. Y es que a partir de este niño que va a nacer de María, vivir es sólo reconocer su presencia en medio de nosotros. Cuidarla, como tú. Amarla, como tú. ¡Qué locura de Dios! ¡Y qué maravilla de vocación, la tuya y la nuestra!

†Javier Martínez
Arzobispo de Granada

arriba ⇑