Imprimir Documento PDF
 

Abrir los ojos, para encontrar a Dios en las cosas y en las personas

Homilía en la Eucaristía del XXX Domingo del Tiempo Ordinario y Domingo Mundial de las Misiones (DOMUND), el 24 de octubre de 2021, en la S.I Catedral.

Fecha: 24/10/2021

Queridísima Iglesia del Señor, Esposa amada de Jesucristo -muy amada-, Pueblo santo de Dios, al que pertenecemos todos, también yo y también los sacerdotes;

queridos sacerdotes concelebrantes;

queridos hermanos y amigos:

 

Casi todos nosotros, cuando fuimos bautizados -éramos muy pequeños entonces-, hay un rito complementario al Bautismo en que el sacerdote toca los ojos del niño, del bebé, y le dice: “Ábrete”, retomando la frase en arameo “Effetá”, que uno de los evangelistas menciona en una de las curaciones de Jesús: del ciego de nacimiento. Por lo tanto, nuestros ojos están abiertos. Y abiertos no en el sentido de que haya sido necesario que Jesús nos los abra para ver las realidades de este mundo, sino abiertos para conocer a Dios, para encontrarLe en las cosas, en las personas, en los acontecimientos, en las circunstancias de la vida; abiertos, para reconocer que Jesucristo es nuestro Redentor y nuestro Salvador, que Él nos conduce a través de nuestra historia con una misericordia y amor infinitos.

 

Naturalmente que han pasado muchos años desde nuestro Bautismo y, una y otra vez, cuando oímos un Evangelio como éste, le tenemos que decir al Señor: “Ábrenos los ojos de nuevo”, porque hay tantas luces que solicitan nuestra atención, nuestro corazón, nuestro afecto; hay tantas realidades que nos invitan a poner en ellas nuestra esperanza en lugar de ponerla en Ti... En realidad, vivimos como si fuéramos ciegos. Ciegos para conocerTe, ciegos para comprender y acoger Tu amor en nuestro corazón, ciegos para ver como Tú nos abres los ojos y nos permites seguirTe dando saltos de alegría como el ciego del Evangelio de hoy.

 

Se lo pedimos. Le pedimos que nos abra los ojos. En esta semana pasada, se inauguraba en cada diócesis de la Iglesia Católica el camino sinodal al que el Santo Padre nos ha invitado, que significa, sencillamente –aunque la palabra “sinodal” suena muy solemne”-, que nos acerquemos unos a otros para caminar juntos. No es el designio de Dios que hagamos solos el camino de la vida. Ni siquiera un matrimonio, familia, parroquia, movimiento, comunidad puede caminar sola. Tenemos que caminar juntos. No porque “la unión hace la fuerza”, como dice la gente (también, a veces, hace también la debilidad), sino porque, unidos, respondemos mejor al designio de Dios, que es nuestro Padre, el padre de todos, que nos hace a todos hijos suyos, que nos hace hermanos unos de los otros por encima de las fronteras de las naciones, razas, lenguas divididas por el pecado de los hombres, por encima de cualquier división de clase social. Somos todos miembros de una familia, miembros de un solo cuerpo: el Cuerpo de Cristo. La Iglesia es el Cuerpo de Cristo, al que Cristo se une con tal fuerza, intensidad, profundidad, que ya se convierte de Esposa en su mismo Cuerpo, de tal manera que nuestra comunión es el Cuerpo de Cristo en el mundo. Es la posibilidad de que los hombres se encuentren con Cristo en este mundo nuestro.

 

Yo os invito a que podamos cada domingo, pero también los días que os acordéis y cuando podáis, si pertenecéis a un grupo o a una comunidad, realidad eclesial, que promováis esta espiritualidad, esta actitud fundamental que el Santo Padre ha querido llamar “sinodalidad”. Viene del griego “sin” y “odos”: camino juntos. Esta actitud de querer caminar juntos con los que son distintos, los que no son como nosotros. Vale también para los no creyentes, porque ellos están también en el camino de la vida y a veces al lado nuestro, en la oficina, en el mostrador de la tienda, en el despacho, y poder mostrarles ese afecto en la medida en que lo acepten, por la situación de su vida. No vivir cada uno como en una cápsula, como encerrados en nosotros mismos. Eso nos hace mucho daño. Nos hace un daño radical como cristianos. Deteriora, no os podéis hacer idea hasta qué punto, nuestra experiencia cristiana… Deteriora, al mismo tiempo, nuestra humanidad, porque las dos cosas van unidas. Lo que Cristo ha hecho precisamente es que nuestra humanidad pueda florecer y ser vivida en su plenitud. Por lo tanto, son tres años lo que el Santo Padre ha señalado para que la Iglesia vaya haciendo este camino. Acortar distancias entre sacerdotes y fieles; entre fieles de una realidad eclesial y de otra; fieles de una espiritualidad y fieles de otra; entre sacerdotes, fieles, religiosos; entre mayores y jóvenes, acortar distancias, trabajar juntos, caminar juntos. Sentir al otro como un bien, como un regalo en la vida y no como un obstáculo para realizar mis proyectos. Eso es el camino sinodal en el que todos estamos embarcados. “Es lo que el espíritu dice a las Iglesias”, decía el comienzo del Apocalipsis. El Espíritu nos llama a través de nuestro Santo Padre a ese caminar juntos.

 

No quería privarme de leeros también… Es hoy el día del DOMUND. Antiguamente, hace muchos años, los niños de las parroquias y colegios llevaban unas huchas y se pedía para el DOMUND. Sigue habiendo en el mundo -desde la Amazonia hasta las islas del Pacífico, desde Australia pasando por el Sudeste asiático y por Vietnam, por el centro de China hasta los círculos polares- millones de personas que no han oído nunca hablar de Jesucristo y que viven descontentos con su propia vida. Se entregan a lo que la publicidad y el mercado les ofrece. Se dan cuenta de que no son más felices. Pero como nunca han oído hablar de Jesucristo no saben de dónde nace esa infelicidad y cómo podrían dar un paso y encontrarla. No porque a partir de ese momento no tuvieran desgracias o enfermedades, envejecieran, todo les fuera bien en la vida. Efectivamente, todo iría muy bien en la vida, porque el corazón encuentra su sitio, porque el corazón encuentra el amor infinito de Dios y sólo eso permite, en cualquier circunstancia de la vida o de la muerte, vivir con humanidad, vivir de una manera noble, grande, digna. Esa es la muerte digna, la muerte de quien se sabe hijo de Dios.

 

Bueno, pues hoy es el día del DOMUND, día en que las iglesias del mundo entero pedimos ayuda económica, pero, sobre todo, sentido de comunión y ayuda para los lugares donde no ha llegado todavía el anuncio de Jesucristo, que son muchos en el mundo.

 

Me lo han leído esta mañana y a lo mejor algunos de vosotros ya lo conocéis, pero me ha parecido el mejor pregón del DOMUND un pregón que ha hecho Pepe Rodríguez, un cocinero famoso de MasterChef y que ha hecho en la Catedral de Toledo este año el pregón del DOMUND. Es muy cortito y os lo voy a leer. Está lleno de buen humor, de gracia y de verdad: “Hace algún tiempo, en una entrevista, me preguntaron quién es Dios para mí. Me gustaría recordar ese evangelio que nos cuenta cómo, en cierta ocasión, la gente seguía a Jesús y le escuchaba con tanto interés que ya iba a caer la tarde y estaban en un lugar apartado. Y mientras los discípulos sugieren que cada cual se busque la vida, Jesús va y dice: ‘Dadles vosotros de comer’. Y así, con cinco panes y dos peces, Jesús da de comer a una multitud. Es más, sobraron doce cestos de pan. ¡Eso es cocina de aprovechamiento! Creo que los misioneros podrían ser los discípulos que siguen oyendo ese ‘dadles vosotros de comer’ y, en lugar de escaquearse, dicen: ‘¡Oído, cocina!’. Personas normales y corrientes como yo, como cualquiera que no escurre el bulto, sino que se fían del Jefe de cocina que les llama a la tarea de dar de comer y repartir el pan. Un pan que tiene mucho que ver con el amor, manifestado en múltiples formas: en escucha, en comprensión, en compartir el dolor, en ánimo, en aliento; y también en acciones como construir una escuela, un dispensario, un comedor; pero, sobre todo, del modo más desbordante, en el ofrecimiento a los demás de un Dios que no sólo da de comer, sino que se ha hecho alimento para quien quiera recibirle.

En esa entrevista a la que me refería antes pude decir que comulgar es lo que más me alimenta. En el mundo en el que yo trabajo, los valores son fundamentales. Pero, de un modo especial, en los misioneros vemos la importancia de la entrega a lo que apasiona. Y los misioneros, sienten una pasión por Jesús y una pasión por su pueblo. Por eso, lo dan todo, se dan ellos mismos. En el caso de los misioneros, ese compañerismo tiene un nombre específico: ellos no van por libre, sino siempre integrados en un equipo de cocinas, que es la Iglesia”. 

 

Un nombre precioso para la Iglesia: “equipo de cocina”, una “multinacional de la comunión”, sí.

 

“Los misioneros suelen ser la mejor prensa de la Iglesia. A mí me admira tanto un misionero como un chaval joven vestido de sacerdote. Cuando le veo, digo ‘qué ejemplo me da, ha dejado todas sus pasiones, su bienestar, su familia, sus aspiraciones terrenales, para entregar su vida. Hoy ponemos el foco en las vocaciones de los misioneros y hay que alabarlo. Pero no miremos de reojo a lo que tenemos aquí, hay muchos misioneros que no salen de España.

 

Hay que decir que los misioneros tienen como Jefe de Cocina al mejor Chef del mundo. Un Chef que se da a conocer en Caná, en un banquete de bodas, pero, además, como sumiller. Un Chef que no pierde de vista el punto de sal, hasta tal extremo que pide a sus discípulos que seamos la sal de la tierra. Un Chef que organiza banquetes de bodas, bautizos y comuniones, hasta para celebrar que vuelva a casa un hijo calavera, como, por ejemplo, cualquiera de nosotros. A este Chef, que hace de piedras pan, le han salido unos pinches aventajados en los misioneros, que, con unos medios irrisorios, consiguen resultados que ni logran, ni pueden explicarse los Gobiernos ni las instancias internacionales. Justo a este Jefe de Cocina es al que los misioneros dijeron en su momento y cada día: ¡Sí, Chef!

 

Hay dos rasgos más de los misioneros. El primero es el valor del ejemplo. En lugar de leer una receta en voz alta, los misioneros, simplemente, cocinan en medio de todos; y quienes los ven, se fijan, captan un modo de ser. El segundo rasgo es el contacto con la realidad. Estamos saturados de escuchar ideas. Sin embargo, los misioneros no hablan de oídas ni elaboran teorías. Si en el mundo hay fango, ese fango que muchas veces no queremos ver y que se llama falta de sentido, pobreza, incultura, hambre, ellos se manchan hasta las cejas; y si hay motivos de alegría, lo celebran con todos.

 

Permitidme que mis últimas palabras os las dirija directamente a los misioneros y misioneras. Vosotros fuisteis a países lejanos a contar lo que habéis visto y oído en vuestro corazón. Os diría que merecéis no una, sino varias estrellas, pero, como sé que no buscáis reconocimientos, os voy a decir algo que os gustará más: ¡os queremos en nuestro equipo! Así que, misioneros, ¡a cocinar! Y todos nosotros, para ayudaros, ¡al DOMUND!”.

 

Es precioso. Sencillamente. Vamos a seguir la Eucaristía. Aquí normalmente las colectas las enviamos a las Iglesias de Jordania y de Irak, para ayudar a los refugiados cristianos. Hoy, en todas las iglesias, en todo el mundo, es para ayudar a los misioneros. ¡Vamos a comer!

 

+ Javier Martínez

Arzobispo de Granada

 

24 de octubre de 2020

S.I Catedral de Granada


Escuchar homilía


arriba ⇑