Homilía del arzobispo en la Eucaristía de la Solemnidad de Todos los Santos, el 2 de noviembre de 2021, en la S.I Catedral.
Fecha: 01/11/2021
Queridísima Iglesia del Señor, Esposa amada de Jesucristo, Pueblo santo de Dios, al que todos pertenecemos (también yo y los sacerdotes, el diacono, los seminaristas, los religiosos), todos formamos parte de ese Pueblo que es familia de Dios;
queridos hermanos y amigos;
querido Mariusz, que hoy recibes el don del Sacramento del Orden:
Todos los Sacramentos son regalos que Dios nos hace. Como vivimos en un mundo pagano, pues se nos cuela constantemente la idea de que nosotros hacemos cosas por Dios. Es más aún, de que tenemos que hacer cosas por Dios y de que una buena relación con Dios se consigue a base de hacer cosas por Él, cuando el cristianismo tiene en su origen una realidad distinta. Es la historia de las hazañas que Dios hace por nosotros, comenzando con la elección de Abraham y culminando en el don de la Encarnación, que, a su vez, culmina en el don que Jesucristo hace de su propia vida para que nosotros vivamos en la alianza nueva y eterna en la que Él consuma el don de Dios a la humanidad. En la que Él consuma, a través de Él, el amor de Dios a la humanidad en una alianza esponsal nueva y eterna, que nadie de este mundo, ninguna criatura de este mundo, tiene el poder de destruir.
Es precioso en el contexto de este pueblo, de esta comunión que es la vida de la Iglesia, recibir el regalo también de un hermano nuestro que el Señor ha escogido, que la Iglesia ha cuidado de una manera especial. En tu caso, el cuidado empieza en la comunidad en la que, probablemente, has nacido en la fe y cuyo párroco nos acompaña aquí hoy (le damos la bienvenida), en Polonia. El Señor te ha traído hasta Granada, para que la Iglesia de Granada te pudiera seguir cuidando (también veo a algunos de tus profesores entre los bancos) y pueda hacer que tu vida esté madura como para que el Señor se revista de ti o que tú te revistas de Él, de tal manera que puedas ser su presencia viva en medio de su pueblo. Eso es un regalo. No es un regalo que tú le haces al Señor. Es un regalo que el Señor te hace a ti. Y a través de Ti nos lo hace a nosotros, a la Iglesia entera. A través de ti y de la Iglesia, se lo hace al mundo entero.
No hay ningún sí que ninguno de nosotros digamos al Señor que no tenga una repercusión en el mundo. Independientemente de que esa repercusión se perciba, se vea, el “sí” de la Virgen el mundo no se enteró hasta treinta años después cuando comenzó Jesús su ministerio público. Y, sin embargo, ese “sí” cambiaba la historia humana. Cualquier pequeño de nuestros “sí”, si está dado con verdad, con sencillez de corazón, con autenticidad, cambia la historia humana. No por la fuerza de ese sí, sino por la fuerza que Dios ha querido dar a nuestro sí, que es ya una participación en el “sí” de la Virgen y en el “sí” de Cristo, que se corresponden perfectamente. Cristo, el Verbo de Dios, le dice al Padre: “Señor, Tú no quieres sacrificios, ni ofrendas, pero me diste un cuerpo y, entonces, yo digo ‘aquí estoy para hacer Tu voluntad’”. Ese es el “sí” de Cristo.
Y el “sí” de la Virgen es: “Esta es la esclava del Señor. Que se haga en Mi según Tu Palabra”. Esos dos “sí” se corresponden plena y totalmente, se consuma en ellos la historia del mundo. Por eso, el Acontecimiento de Cristo es el centro de la Creación y de la Historia. Y cómo ese Acontecimiento permanece en la vida de la Iglesia, en los Sacramentos, como un don gratuito para los hombres, en todos ellos, pero vinculados de una manera singular al Sacramento del Orden que conserva el Perdón de los pecados, que hace y confecciona la Eucaristía, que garantiza la verdad del Bautismo. Ese Sacramento del Orden es como el sacramento personal de Cristo donde tu vida es revestida de Cristo. Y yo Le pediría al Señor que no sea sólo mediante las vestiduras de la liturgia. Que tu corazón esté revestido de Cristo. Que tu mirada al mundo sea la mirada de Cristo, que no ha venido a condenar el mundo, sino a entregarse para que el mundo se salve por Él. Que revista tu corazón también para que puedas amar a las personas, especialmente a los pecadores, a los pobres. El escándalo de Jesús era que andaba con pecadores y comía con ellos. Algo que llamaba mucho la atención. Le llevó a la cruz. En definitiva, porque era una violación de lo más profundo del Espíritu judío, de la Ley.
Que el Señor te revista enteramente. Que Su Espíritu llene tu vida y sea visible en tu vida, perceptible en tu vida. Eso ayudará a las vidas de los hermanos también a vivir según el Espíritu del Señor. A no gloriarse sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, y a no amar nada sino Cristo y su designio de Salvador para el mundo. Su designio de Salvación para el mundo.
Luego, celebramos esta Ordenación en un día singularísimo y bellísimo. A mí la Solemnidad de Todos los Santos me parece una de las fiestas más bellas del año litúrgico, porque somos hijos de un pueblo de santos. Yo creo que los que se canonizan públicamente en la vida de la Iglesia son un uno por mil, por cien mil de los santos que hay en la Iglesia de Dios. En mi pobre vida de sacerdote, y después de obispo, he podido conocer tantos santos que nunca serán canonizados, que nunca serán… incluso, antes de ser sacerdotes, en las familias cristianas, en gente de todas las edades y niveles culturales, dices, efectivamente, “una multitud de toda raza, lengua, pueblo y nación”. Una multitud que nadie podría contar. Esa multitud que nadie podría contar es nuestro pueblo, es nuestra familia, nuestro cuerpo. Porque nuestro cuerpo es la Iglesia, de la que somos humildes y pobres miembros y servidores todos nosotros.
Por eso, la fiesta de hoy es una fiesta de vida, de gozo, alegría, cantamos. Cantamos que somos hijos de un pueblo de santos. Nos sentimos agradecidos y orgullosos de tantas personas que sólo Dios conoce y a través de las cuales ha llegado la fe hasta nuestro siglo, hasta nosotros, en este rincón del mundo, pequeño. Cuando hay millones de personas y personas que no tienen el don de la fe.
El cristianismo es menos tener unas particulares creencias, que es como el mundo considera las religiones, y entre ellas, una más, la religión cristiana. No estoy yo muy seguro de si es una religión o no. Claro que tiene raíces en el sentido religioso del hombre, pero es un Acontecimiento. Y un Acontecimiento que ha generado un pueblo nuevo, una historia nueva. Y un pueblo nuevo, una humanidad nueva. Ser cristiano es pertenecer a esa humanidad nueva. Ser cristiano es pertenecer a ese pueblo, amar a ese pueblo, sentirse gozoso y agradecido de ser parte de ese pueblo.
No dejes nunca esa gratitud que se concreta, en tu caso, en las comunidades que te acompañan más de cerca, pero que se extiende a todo el pueblo cristiano. Si Jesucristo es verdaderamente quien habita en nuestros corazones, se extiende al mundo entero. El mismo Cristo dijo que “no envió el Padre a Su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él”. No nos corresponde a nosotros juzgar al mundo. Nos corresponde sólo estar disponibles para dar la vida por él. Todos.
Cuando en la Eucaristía el sacerdote dice “haced esto en memoria mía”, lo que nos está diciendo no es a los sacerdotes que hacemos la consagración en las celebraciones. Lo que está diciendo es que todos hagamos lo que Cristo ha hecho. Este es mi cuerpo. Esta es mi sangre que se ofrece por el perdón de los pecados, por vosotros y por muchos, por la multitud, por el pueblo entero, por la humanidad entera, para el perdón de los pecados. Eso es lo que tenemos que hacer. Estamos llamados a hacerlo todos. La consagración sólo la hace el presbítero, pero el dar la vida por el mundo lo han hecho todos esos santos y mujeres de toda raza, pueblo y nación.
Me da mucha pena, pero no me sorprende en absoluto, ni me escandaliza, pues todos los disfraces de cadáveres, de muertes, de cosas así que vemos en estos días (es natural, nuestro mundo es un mundo pagano, su cultura es pagana); una cultura pagana y un mundo pagano da culto a la muerte. Da culto, literalmente, a la muerte. Es uno de los cultos y de las dimensiones religiosas más antiguas y más extendidas. Igualmente, que se pinta el cuerpo de mil maneras.
Nosotros no, porque no hay nada más bello que la Creación de Dios; no podemos nosotros incrementar su belleza a base de pintarnos. Y no damos culto a la muerte, sino a la vida. Damos culto a Jesucristo, Señor de la vida, que nos ha hecho a nosotros participar de esa vida y ser conscientes de nuestra llamada a la resurrección y que esperamos que todos los difuntos puedan, por la oración de la Iglesia y por el amor de la Iglesia, sencillamente participar también de esa vida.
Yo creo que muchos de vosotros conoceréis la anécdota aquella de Teresa de Lisieux, anécdota que la ha convertido en Doctora de la Iglesia, no por los libros que haya escrito, sino, básicamente, por aquel hecho en el que ella se ofreció a ir al infierno a cambio de un hombre que había sido condenado a muerte y que le ofrecieron confesarse; había cometido un asesinato. Se ofreció ella a ir al infierno. Ella que era una niña mimada, que no podía no ser el centro de todas las cosas, para que ese hombre se salvase. Eso es un corazón cristiano. Eso ha hecho a Teresa de Lisieux, Doctora de la Iglesia. Pone de manifiesto nuestra actitud ante los disfraces, ante todos los rituales paganos que en estos días se desarrollan alrededor nuestro. El novelista Bernanos acudía de vez en cuando a alguna iglesia y decía “vengo a pedir una Misa por un difunto”. En Francia era muy conocido, y en Brasil donde vivió muchos años también, en la ciudad donde vivía. “-¿Por un amigo suyo, no? -Por un amigo. -Pase al despacho, puede ser este día. ¿Me dice el nombre de su amigo? -Judas Iscariote”. Ofrecía la Eucaristía por la salvación de Judas Iscariote. Estamos en la onda de Teresa de Lisieux. Otras ondas no son cristianas. Esto es cristianismo en vena.
Querido Mariusz, que puedas ser testigo siempre de eso. Es curioso, hoy celebra la Iglesia todos los santos y mañana celebra todos los fieles difuntos. De qué serviría celebrarlo si no esperamos que se salven. Es igual que en la plegaria donde pedimos: “Acuérdate, Señor, de aquellos que han muerto en la esperanza de la resurrección y de todos los que han muerto en tu misericordia”. ¿Me podéis decir alguien a quién Dios le pueda cerrar su misericordia? ¿Merecería la pena creer en un Dios que cierra su misericordia a alguien? Sería un Dios falso. No sería el Dios de Jesucristo, sería falso. No merecería la pena creer en Él. A todos los que han muerto en la esperanza de la resurrección y a todos los que han muerto en tu misericordia, lo mismo. Hoy celebramos a los santos y mañana a los fieles difuntos con la esperanza. Sabemos que el hombre tiene poder de decir “no” a Dios, tiene poder de condenarse a sí mismo al infierno. Pero nuestra esperanza es que todos los hombres se salven. Es la misma esperanza del corazón de Dios. Cuando Jesús dice: “Esta es la voluntad de Dios: que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad en esta vida o en el momento de la muerte, según los misteriosos designios de Dios”. Pero no esperamos que nadie se condene.
Vamos a dar gracias a Dios. Es un hecho singular el que tu ordenación tenga lugar en esta fiesta de Todos los Santos, pero es verdad que te vincula con la comunión de los santos de una manera especial a lo largo de tu ministerio y de tu vida. Me sirve a mi también para poder enseñaros esta verdad que es a veces una verdad olvidada, que hace que nos escandalice y nos preocupe, nos altere un poco el ver que el mundo es pagano. ¿Qué podemos esperar? Si no ha conocido al Señor. Que dé culto a la muerte, claro, normal. Pero aquí estamos nosotros que somos igual de pecadores que ellos, igual de pobres que ellos, pero que hemos conocido a Jesucristo y, entonces, no sólo damos culto a Dios que es la vida, al Dios verdadero, al mismo tiempo esperamos que esa vida puedan participarla todos los hombres.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
1 de noviembre de 2021
S.I. Catedral de Granada