Homilía en la Eucaristía de los Santos Ángeles Custodios, que tuvo que trasladarse debido a la pandemia, con la asistencia de la Policía Local, en la iglesia parroquial del Sagrario-Catedral el 5 de noviembre de 2021.
Fecha: 05/11/2021
Queridas autoridades municipales, provinciales, mandos del Cuerpo y miembros del Cuerpo de la Policía Local;
queridos familiares, amigos;
queridos todos:
Que vuestro patrón sean los Santos Ángeles es un dato curioso y, a la vez, expresivo. Es decir, es evidente que si los ángeles son criaturas sin cuerpo, criaturas espirituales, ninguno de los que estamos aquí en esta iglesia, en este momento, somos ángeles. Y sin embargo, como dice la Carta a los Hebreos, el Señor no ha venido a redimir a los ángeles. Vino a redimir a los hombres. Vino a participar con nosotros de la condición humana. Y vino hasta a morir en una muerte ignominiosa, fuera de la ciudad, castigado como un malhechor por las autoridades, fundamentalmente las autoridades religiosas de su tiempo, que se sirvieron en ese caso de la autoridad civil de Pilatos para crucificar al Señor. Pero el Señor, que fue a la muerte libremente, aunque le costase el hecho de morir como a cualquier ser humano –“Nadie me quita la vida, la doy porque quiero”, dijo pocos días antes de su muerte-, vino a redimir a los hombres.
Y digo que en un sentido es curioso que vuestro patrono sean los ángeles cuando nosotros vivimos en esta sociedad de hombres acompañados por los ángeles, sin duda, pero la ayuda que nosotros nos prestamos unos a otros, la ayuda humana…, porque justo los ángeles no los vemos, no son criaturas visibles y, sin embargo, necesitamos -se ha puesto muy de manifiesto al final de la pandemia- vernos, necesitamos saludarnos. Todavía nos duele el no poder ver las sonrisas y como que nos falta algo. No poder ver de esa manera nuestro rostro, que es la expresión más catalizada, más sintética de nuestro ser imagen de Dios, el rostro humano entero. Necesitamos los sentidos y para relacionarnos, para las dos cosas.
Pero, al mismo tiempo, es significativo, porque la misión de los ángeles es acompañar, proteger, cuidar de los hombres. Especialmente, como pone de manifiesto el Evangelio, de los más pequeños, pobres, de los niños. Ver a esa luz vuestra misión le da una profundidad. Evidentemente, sois servidores del Estado. Formáis parte de las Fuerzas del Orden y mantenéis el orden y la ley sin duda ninguna, pero le da una profundidad… Es como el matrimonio. Es una realidad humana, pero que el conocimiento de Jesucristo le da a esa realidad humana, que es mucho más difícil de lo que nos imaginábamos probablemente en otro contexto cultural, y que necesita, por tanto, de la Gracia de Dios y de la ayuda de los ángeles, también el matrimonio.
Vosotros, para realizar vuestra misión, necesitáis de la ayuda de Dios. Necesitáis desear pareceros a los ángeles en su misión de cuidar, proteger, ayudar. Yo lo he experimentado muchas veces, aunque en mi no tiene mucho mérito. Vamos a pedir por los difuntos del Cuerpo y por las familias, difuntos de vuestros familiares. Yo pido por los míos, porque mi padre fue Policía Local toda su vida, desde su juventud hasta que se jubiló. Sé cual era su misión. Sé cual es la vuestra. Siempre que me cruzo con alguno y tengo ocasión de que sea algo más que el saludo de la mano siempre os digo: “Buen servicio”. Que no sea un servicio duro o peligroso para vosotros, sino un servicio que os permita volver a casa dando gracias por el día que ha terminado.
Vamos a dar gracias. Siempre las damos los cristianos cuando nos reunimos en la Eucaristía. Aunque tengamos un ataúd delante o los restos de algún ser querido, damos gracias a Dios. No damos gracias por la muerte de esa persona, sino por Jesucristo, que nos permite vivir la muerte y las demás cosas de la vida sin que se venga abajo nuestra esperanza, nuestra alegría, la alegría de saber que nos vamos a volver a encontrar.
Al final, en esta vida, muchas veces tenéis vosotros la impresión de que lo que manda en el mundo es el mal. El mal es lo que más ruido hace, pero no es lo más común. El corazón de los hombres, incluso de las personas que obran mal muchas veces, son enfermos o personas que tienen algunas “teclas saltadas” por las razones que sean. Muchas veces, son ellos primero víctimas antes de ser culpables o delincuentes. Pero no es el mal. El mal puede tener mucho poder en un momento determinado, hacer mucho daño, pero quien triunfa en nuestras vidas al final… Podemos perder casi todas las batallas, pero el triunfo final de esta guerra contra el mal la tiene ganada el amor infinito de Dios y nosotros acometemos cada día con la certeza de que esa victoria de Dios viene y tiene su momento. Su momento es el último. La última palabra en nuestra vida no la tiene el mal, no la tiene tampoco la muerte. Para quienes hemos conocido a Jesucristo la muerte es el último paso, sumamente importante. Qué desgracia y cuánto daño ha hecho el no haber podido acompañar a sus seres queridos durante el tiempo de la pandemia. Cuánto sufrimiento. Pero la última palabra no la tiene la muerte, ni el mal; la tiene el Señor.
Dios es Amor y donde hay amor está Dios. Eso es una antiquísima canción cristiana que nosotros repetimos.
Vamos a dar gracias a Dios por vuestra vida, servicio y ministerio. Vamos a pedirLe que podáis ejercer ese ministerio sin que el mal os contamine a vosotros y podáis seguir sosteniendo el bien, y ayudando a las personas con lo mejor de vosotros mismos, con lo mejor de vuestras fuerzas, arriesgando a veces la vida.
Que os protejan también los ángeles, el Señor, y nuestra madre la Virgen, a vosotros, para que podáis llegar cada día a casa con salud, con paz y con la alegría. Y al mismo tiempo, Le pedimos la misericordia del Señor para nosotros y para todas nuestras familias, para vuestras familias, especialmente vuestras mujeres, esposos y vuestros hijos. Y unidos en esa oración, pues, ¡buen servicio!
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
Iglesia parroquial Sagrario-Catedral
5 de noviembre de 2021