Homilía en la Eucaristía de la fiesta litúrgica del patrón de la Archidiócesis y de la ciudad de Granada, San Cecilio, en la Abadía del Sacromonte, el 1 de febrero de 2022. Eucaristía celebrada por el rito hispano-mozárabe.
Fecha: 01/02/2022
Daros la bendición con el evangeliario, una tradición antigua y recientemente recuperada también en la liturgia romana.
Es precioso saber que la Buena Noticia del Evangelio, cuando la escuchamos, es fuente de bendición y de vida, porque en ella está Jesucristo, de un modo diferente a como está en los Sacramentos, en las reliquias de los santos y en nuestra comunión, que, gracias a la Eucaristía, se hace presente en nosotros y enriquece, llena nuestras vidas.
Es un privilegio poder celebrar aquí, en la Abadía del Sacromonte, donde tantas cosas nos recuerdan los orígenes cristianos de Granada. En esta antiquísima liturgia hispana, mal llamada mozárabe porque apunta, más bien en eso a una liturgia de origen oriental o árabe; y es la antigua liturgia hispana la que los cristianos que vivían en tiempos del Islam, sometidos al Islam y que no estaban en contacto con el resto de Europa, pues mantuvieron y conservaron, cuando a través de Francia, sobre todo la Órden del Cister, se fue difundiendo por toda Europa el rito romano, el que celebramos ahora nosotros.
Pero se preservó en el sur de España y el nombre verdadero sería el antiguo rito hispano. Es un rito que uno se da cuenta que es un rito primitivo, aunque se reconocen las partes de la Eucaristía exactamente igual que en el rito romano o en los otros ritos que abundan en las Iglesias de Oriente.
Celebrar San Cecilio es celebrar la memoria de los orígenes cristianos y dar gracias por el hecho de ser cristianos. Es un privilegio, es una gracia, es algo inmenso. Dice un Salmo en una expresión a la que yo tengo mucho cariño, y a la que volveremos (de hecho, la hemos puesto como lema para la próxima beatificación de 16 mártires contemporáneos nuestros que se va a celebrar en nuestra Catedral dentro de unas semanas): “Tu Gracia vale más que la vida”. Quien ha encontrado de verdad a Jesucristo sabe que ha encontrado el significado de vivir. Sabe que ha encontrado la certeza esperanzada de que la muerte no tiene la última palabra sobre nosotros. Y sabe que ha encontrado una clave para vivir, que no son las claves del mundo, ni de los intereses del mundo, ni de los poderes del mundo. Es una clave diferente. Clave que permite florecer.
Quien ha encontrado a Jesucristo ha encontrado el sentido de la vida, y que la muerte y el mal no tienen la última palabra sobre nosotros. Me importa mucho subrayar esto, primero porque la pandemia nos ha hecho más sensibles a nuestra condición mortal y nos ha dado algo que acompaña la toma de conciencia de que somos mortales que es el miedo. El mal, porque a veces basta ver un telediario o basta abrir los ojos y la mayor parte, o una gran parte, de las películas que se nos ofrecen son verdaderamente testimonios de violencia, de odio, de lucha de poder, de una humanidad profundamente herida. Nos damos cuenta enseguida. Y, sin embargo, el encuentro con Jesucristo nos abre una alternativa a lo que se representa como bueno o como condición humana en ese modo de vivir. En primer lugar, por la esperanza de la vida eterna, por la certeza esperanzada de la vida eterna, lo cual relativiza las circunstancias, los dolores, las fatigas de este mundo. Relativiza también el hecho de la muerte, no es lo último, no es lo más temible. Es mucho más temible el odio, el egoísmo, el pecado, que la muerte. Nos ponemos mascarillas para protegernos de la posibilidad de la muerte y no nos ponemos mascarillas para protegernos del pecado. Sin embargo, Cristo ha vencido al pecado, la última palabra del Evangelio que es de las más poderosas. Dice: “Yo he visto a Satanás caer del cielo como un rayo”. Por lo tanto, el mundo no está condenado a vivir bajo la lógica del poder en medio de luchas de poder de unos con otros. No estamos condenados a vivir en el miedo, en el escepticismo, en el cinismo de intentar sacar a la vida lo máximo posible, porque es lo único que tenemos delante. No. Se ha abierto un mundo nuevo. Se abrió hace muchísimo tiempo. Se ha abierto muy pronto cerca de nosotros, y ese mundo nuevo sigue abierto. Sigue siendo hoy la esperanza verdadera para el mundo, esperanza para un uso adecuado de la inteligencia y la razón, de un mundo en libertad y haciendo buen uso de la libertad. Esperanza de un mundo construido sobre el afecto, la misericordia, y el amor de unos por otros. Es con mil traiciones, porque los cristianos hemos traicionado la Buena Noticia del Evangelio mil veces. Pero la misericordia de Dios es más potente que nuestras traiciones. Como la verdadera posibilidad de una vida humana plena. De una sociedad gustosa.
Recuerdo hace muchos años haber oído una expresión que me iluminó mucho a mi mismo: “El primer fruto del cristianismo o de haber conocido a Jesucristo es que se mantiene en el corazón el gusto por la vida”. El gusto por la vida, la capacidad misma de disfrutar de las cosas sin pensar que todas están destinadas a acabarse. O que el mal está destinado siempre a vencer. No. Es el amor el que vence. Y puede perder todas las batallas, pero gana la guerra. La guerra ya está ganada. La ha ganado Jesucristo para nosotros y por nosotros. Y quien se engarza (como los retoños de la vida en el tronco de la vida, como los sarmientos) tiene esa vida eterna que tiene el Hijo de Dios, participa de ella, y nada tiene el poder de arrancar de nosotros ni esa vida, ni la esperanza y la alegría que nacen de ella.
Damos gracias a Dios en este día de hoy. Los martirios siguen, no fueron una cosa de los primeros siglos. De hecho, en los últimos años ha habido más mártires tal vez que todas las persecuciones del tiempo romano, pero también es en estos últimos años donde son cientos de miles los mártires, las personas que con su sangre, su vida y su muerte afirmaron que “Tu gracia vale más que la vida”; que conocerte a Ti, junto a Ti, vivir de la vida que Tú nos comunicas a nosotros es lo más precioso, lo único que puede hacer la vida verdaderamente bella, grande y buena para uno mismo y para los demás.
Yo así lo pido para nuestra querida Granada y la comunidad de Granada. Sé que habéis venido muchas comunidades de muchos pueblos y me gustaría deciros que llevéis este anuncio bueno, este anuncio de la Buena Noticia también a vuestros pueblos.
Cuando entraba yo aquí me pasan un papelito que dice “de la Alpujarra han venido de Pitres, Pórtugos y Trevélez”. De Órgiva, de Torvizcón y de Escúzar, de Víznar, de Las Mercedes, de la parroquia del Espíritu Santo y Remedios de Granada. Yo veo aquí sacerdotes de otras parroquias que se unen a ellos también a través de esta celebración.
Pero se lo pedimos al Señor por la intercesión de San Cecilio para toda Granada, para toda la provincia de Granada y para el mundo entero en un momento donde, como tantas veces ya en el periodo de nuestras vidas, hemos visto cernirse sobre el mundo las “nubes negras” de la amenaza de la guerra. Pedimos la paz.
Es curioso, el martirio ha acompañado al cristianismo siempre, a lo largo de la historia. En todas partes, menos en Filipinas. Es el único sitio donde el cristianismo ha sido anunciado sin que hubiera mártires por un designio especial del Señor, porque otra explicación no tiene. En otros pueblos de Asia: Corea, Japón, Vietnam, China, los mártires son innumerables. Y, sin embargo, en Filipinas no. Pero el martirio ha acompañado siempre al cristianismo en la vida. Pero también lo ha acompañado justo la gracia del Señor que es fuente de paz.
Y lo que el Señor nos decía en el Evangelio de hoy es que cuando vayáis a un lugar decid “paz a esta casa”. Que el Señor haga de todos nosotros por intercesión de San Cecilio y de Santa María del Sacromonte, de la Virgen especialmente, portadores de paz, testimonio de paz, constructores de paz, de fraternidad, de hermandad.
El designio de Dios es que seamos un mundo de hermanos. El Papa lo insiste constantemente, contribuyamos para hacer un mundo de hermanos por el que Cristo ha derramado su sangre. Y por el que todos, desde San Cecilio hasta los millones de cristianos que han sufrido martirio en Europa, América, Asia, en Oceanía, todos ellos han dado la vida para que la paz pueda florecer en el mundo. Que florezca al menos, Señor, en quienes estamos aquí, y en todos los que Tú quieras, a los que pueda llegar este anuncio.
Que así sea.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
1 de febrero de 2022
Abadía del Sacromonte