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La Gloria del Señor llena la Tierra

II Domingo después de Navidad. Ciclo A

Fecha: 30/12/2004. Publicado en: Semanario Alfa y Omega 431



Juan 1, 1-18
En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios.
La Palabra en el principio estaba junto a Dios.
Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho.
En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres.
La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió. Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan:
Este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe.
No era él la luz, sino testigo de la luz.
La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre.
Al mundo vino, y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció.
Vino a su casa, y los suyos no la recibieron.
Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre.
Éstos no han nacido de sangre, ni de amor carnal,ni de amor humano, sino de Dios.
Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria:
gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él y grita diciendo:
Éste es de quien dije:
"El que viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo."
Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia.
Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo.
A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.


La Encarnación del Hijo de Dios (el evangelio de hoy llama a Cristo Hijo, además de Palabra o Verbo) es una implicación necesaria de la confesión en la divinidad de Jesucristo. La pretensión de la divinidad (la blasfemia por la que Jesús sería condenado a muerte) estaba siempre implícita, y era a veces muy explícita, en las acciones y en las palabras de Jesús. Luego vendrían a ratificar esa pretensión su resurrección y el cumplimiento de su promesa, es decir, el don del Espíritu Santo y la transformación que opera en nosotros cuando lo acogemos. Así pues, aquel hombre único, que llamaba a Dios Padre de un modo único, que actuaba y hablaba con una autoridad y un poder únicos también, sin distancia alguna entre su ser y su obrar, no había empezado a ser el día de su nacimiento en Belén, o cuando fue concebido, sino que existía desde siempre. Lo que sucedió en el seno de la Virgen es que el Hijo de Dios había asumido la condición humana, se había hecho carne. Pero «el Verbo estaba desde el principio junto a Dios, y el Verbo era Dios».

Sólo asomarse al Prólogo del evangelio de san Juan, y uno se embriaga. Aquí sólo caben dos brevísimas observaciones. La primera: la Encarnación es un acontecimiento que sucedió una vez, pero no pertenece al pasado. Desde que Él puso su morada entre nosotros, está con nosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Y todos los días, a los que le acogen y creen en él, les da el poder de ser hijos de Dios.

La segunda observación. En uno de los antiguos catecismos de preguntas y respuestas, se decía: «¿Dónde está Dios?» La respuesta era: «En el cielo, en la tierra y en todas partes». Si Dios es Dios, nada existe fuera de Él. Ni siquiera la nada o el mal, que a veces imaginamos como si fueran cosas con entidad propia. Todo lo que es, participa del ser de Dios, es una comunicación de su ser. Una comunicación que tiene lugar, en cierto modo, más allá de Sí mismo, porque Dios le da una consistencia propia; y, sin embargo, no más allá de Sí mismo, porque las cosas sólo son en la medida en que participan del ser de Dios. En ese sentido, toda la creación se parece, en el tiempo, a la generación eterna del Hijo, en la que Dios da su entero ser a su Hijo, en un dar y un recibir eternos, en el Amor y la comunión del Espíritu Santo.

Especialmente, la persona humana. Somos una participación tan especial en el ser de Dios, que Dios nos crea como un frente a Él, capaz de reconocer y de acoger libremente su don, su vida, su amor. ¡Capaces de ser hijos de Dios en el Hijo, hermanos suyos por su gracia! «Todo había sido hecho por Él, y sin Él no se había hecho nada de cuanto ha sido hecho». En realidad, si se piensa, el mundo está hecho de Cristo. Todo está hecho de Cristo. «En el mundo estaba, y el mundo había sido hecho por Él, pero el mundo no le conoció». Y es que, por el pecado, el mundo se había vuelto opaco. Ya no era fácil reconocer a Dios en él. Y la muerte aparecía como el destino final de todo. Pero su amor es invencible. Y Él ha salvado la distancia, y ha venido a nosotros, gracia sobre gracia, para que en todas las cosas, y en todas las circunstancias, podamos reconocer su gloria, esto es, su belleza. La belleza de su amor sin límites por ti y por mí, por todos nosotros.

† Javier Martínez
Arzobispo de Granada

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