Solemnidad de la Epifanía del Señor. Ciclo A
Fecha: 06/01/2005. Publicado en: Semanario Alfa y Omega 432
Mateo 2, 1-12
Jesús nació en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes.
Entonces, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando:
-«¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo.»
Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó, y todo Jerusalén con él; convocó a los sumos sacerdotes y a los escribas del país, y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías.
Ellos le contestaron:
-«En Belén de Judea, porque así lo ha escrito el profeta:
"Y tú, Belén, tierra de Judea, no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judea, pues de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo Israel."»
Entonces Herodes llamó en secreto a los magos para que le precisaran el tiempo en que había aparecido la estrella, y los mandó a Belén, diciéndoles:
-«Id y averiguad cuidadosamente qué hay del niño y, cuando lo encontréis, avisadme, para ir yo también a adorarlo.»
Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y de pronto la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño.
Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra.
Y habiendo recibido en sueños un oráculo, para que no volvieran a Herodes, se marcharon a su tierra por otro camino.
En nuestra sociedad, muchas relaciones humanas se rigen sólo por intereses. Intereses son casi lo único que conoce quien ha sido educado en una libertad absoluta y sin referencias, y el resto de la realidad parece sólo existir para satisfacerlos. En una sociedad así, sólo tiene consistencia la voluntad de poder. Mientras un residuo de vida cristiana permanece en forma de ética, se admite hasta cierto punto que los intereses sean moderados por los valores, que son una creación abstracta y también subjetiva, puesto que hay valores diferentes, y ningún criterio objetivo que permita dirimir sus diferencias. Los valores no son capaces de generar un verdadero sujeto social ni de hacer razonable el don de la vida, porque es necio dar la vida por algo que, después de todo, nos construimos los hombres. Al final, es el poder quien regula (y manipula) valores e intereses, como pretende regular los permanentes conflictos que inevitablemente suscita esta concepción de lo humano.
Una sociedad que tratara de aplicarla sistemáticamente desaparecería de la Historia en una generación. En la medida en que nuestra sociedad la aplica, es ya esencialmente conflictiva. No sólo favorece la violencia entre clases sociales, partidos, o culturas, sino en el trabajo, en la casa, y dentro del propio corazón. La violencia con la realidad, el disgusto con la vida, marcan hoy la vida cotidiana, hasta el punto de ser, junto con una soledad pavorosa, los rasgos más característicos de la vida de la persona, reducida a la condición doblemente miserable de consumidor y de ciudadano.
Y es que, en la sociedad que nace de la concepción del sujeto como absolutamente autónomo, las únicas construcciones sociales que tienen una legitimidad ilimitada y acrítica son el mercado y el Estado. Por eso no hay sitio en ella para una verdadera familia, o para la Iglesia, realidades sociales que no son una pura construcción humana, y que, si no se rinden también ellas a la lógica de los intereses, constituyen por sí solas un punto de resistencia a la manipulación nihilista del poder. Y por eso no debieran sorprendernos los ataques a la familia y a la Iglesia en nuestra cultura. Puestas las premisas –que, por cierto, casi nadie pone en duda, ni siquiera entre nosotros–, las consecuencias se derivan solas.
¿Por qué hablar de estas cosas en el día de los regalos de los Magos? Pues precisamente por eso: nuestra fiebre del regalo pudiera ser parte del mismo paisaje nihilista. Frente a ello, la Navidad proclama una ontología distinta, una cultura alternativa. Los regalos valen como expresión de que la vida entera es don. Y la vida, que está hecha para darse, sin embargo, sólo puede ser dada razonablemente cuando se reconoce ella misma como el don de un Amor sin condiciones y sin límites: el don que Dios nos ha hecho a todos los hombres en Jesucristo.
† Javier Martínez
Arzobispo de Granada