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“Jesús es el cumplimiento de las profecías y de la Ley”

Homilía en la Eucaristía del II Domingo de Cuaresma, el 13 de marzo de 2022, en la S.I Catedral.

Fecha: 13/03/2022

Queridísima Iglesia del Señor, Esposa de Jesucristo muy amada;

queridos sacerdotes concelebrantes;

queridos hermanos y amigos:

 

En este año, las Lecturas del Antiguo Testamento en la Cuaresma nos recuerdan cómo la historia de Dios con los hombres es una historia de amor, es una historia de alianzas y de alianzas de amor. En la de Abraham no se ve muy bien donde Dios le da al hombre su vida divina, de la manera en que el hombre le puede entender, y en eso la historia de Israel, desde los orígenes, es toda una historia del descubrimiento del amor de Dios y del descubrimiento del valor de la vida humana a la luz de ese amor.

 

En el primer Domingo de Cuaresma, recordábamos la Alianza de Dios con Noé, después del diluvio, donde Dios dice que nunca más habrá un diluvio que haga correr el peligro de la desaparición de los hombres, aunque se habían multiplicado muchísimo sus pecados. En la de hoy, es Abraham el que recibe el don de la alianza de Dios junto con una promesa: la promesa de tener un hijo que no tenía y la promesa de que su descendencia iba a ser tan numerosa como las estrellas del mar o como la arena de las playas. Todavía se trata de una alianza muy primitiva. Esa forma de partir los animales y de que venga fuego habla de un pueblo de Israel que no ha nacido todavía. Está realmente contenido en la figura de Abraham, pero el pueblo como tal no ha nacido aún. Y el pueblo de Israel, viviendo primero esa alianza de la que vendrá la Alianza con Moisés y la Ley que Moisés dirá a ese pueblo, y luego constituido en una cierta agrupación de tribus que hacía de hecho un verdadero pueblo, fueron profundizando en esa Alianza con Dios, que se descubría ya como una Alianza de amor.

 

Las fórmulas de la Alianza, a partir de la de Moisés, son un eco de las fórmulas del matrimonio en el pueblo de Israel; o al revés, las fórmulas del matrimonio son un eco de la alianza que Dios ha hecho con ellos. “Tú serás mi pueblo y yo seré tu Dios”. Y esa fórmula se usaba, no con las mismas palabras: “Tú serás mi esposa y yo seré tu esposo”, en el matrimonio. ¿Pero todo eso qué nos dice? Que la historia de Dios con los hombres es la historia de un amor invencible, desde Abraham hasta Jesús, pasando por los profetas; por la promesa de una nueva Alianza que hicieron algunos de los profetas, porque el pueblo de Israel seguía pecando y seguía pecando una y otra vez. Se iba purificando la imagen que tenían de Dios. En Israel, al principio, había sacrificios humanos. Todavía en el Libro de los Jueces, cuando acababan de conquistar la tierra prometida, uno de ellos promete, si tiene la victoria, sacrificar a la primera persona de su casa y ofrecérsela a Dios, y resulta que se encuentra con su hija, hija única y queridísima, y cumple con su sacrificio. Era una religión muy primitiva que el Señor, a través de una historia de pecados y de misericordia…. Cada vez se hacía más evidente que la misericordia de Dios era más fuerte que todo y esa historia de alianzas de amor rotas, una y otra vez… En el profeta Oseas, Dios llama a su pueblo sencillamente “eres una mujer de la vida, me has abandonado a mí y te has entregado a los otros dioses, a todos tus amantes, por los caminos… por cualquier sitio. Vas a dejar de ser mi pueblo”. Luego Dios se arrepiente y dice “¡si no puedo!”, así que “yo te volveré a decir ‘pueblo mío’ y tú me dirás ‘Dios mío’”.

 

Esa Alianza se cumple en Jesús. Jesús es el cumplimiento de las profecías y de la Ley, de toda la ley antigua y de todo el Antiguo Testamento. Las figuras de Elías y de Moisés, que aparecen junto a Jesús en el momento de la Transfiguración, reflejan que Él es la culminación de todas esas alianzas de amor.

 

Nos disponemos a celebrar la Semana Santa, el Misterio Pascual de Cristo, y ese es el colmo del amor de Dios a nuestra pobre humanidad. Nuestra humanidad sigue siendo igual de pobre. Nosotros somos igual de pecadores que eran las personas en los siglos anteriores a Jesucristo, y que son muchos pueblos que no conocen a Jesucristo. No somos menos pecadores que ellos. Al revés. Porque, habiendo conocido al Señor, nuestros pecados tienen más de apostasía, tienen más de abandono de un amor que conocemos que no de un amor que no se conoce siquiera. Por lo tanto, de alguna manera, somos hasta más responsables de nuestro mal, pero también sabemos nosotros que no hay mal en este mundo… Soy muy consciente de lo que digo, y lo digo en este momento de la Historia donde estamos todos sacudidos, después de una pandemia, empieza a suceder esto en Ucrania, y de algún modo todos nos damos cuenta de que, dada la conexión que existe entre unos y otros, unas naciones y unos pueblos y otros, todos corremos peligro. Todos somos víctimas de esta guerra inhumana e injusta.

 

Que el Evangelio nos proponga la figura de Cristo, la figura de un Jesús transfigurado, en el que resplandecía la Gloria de Dios... Decían los Padre de la Iglesia que la finalidad de la transfiguración era la de poder preparar a los apóstoles para la Pasión, para que cuando vieran a Jesús azotado, humillado, marcado por los bofetones, ultrajado con la corona de espinas, crucificado como un malhechor, no se escandalizaran. Dios mío, se escandalizaron todos. Alguno, como Pedro, le negó. Pero habían visto la Gloria de Dios, y Pedro lloraba.

 

Esto nos dicen dos cosas muy breves que no quiero dejar de deciros. Primero, que el cristianismo no consiste en creencias, ideas o pensamientos -lo decía Benedicto XVI y yo no hago más que repetir sus palabras-,  sino en un encuentro con Cristo Resucitado y vivo, en Su cuerpo que es la Iglesia. Y por lo tanto, el lenguaje cristiano para el mundo es el lenguaje del testimonio. Testimonio de lo que uno ha visto y oído. No un discurso para convencer. No unas palabras bien puestas y bien ordenadas, o una retórica, sino el testimonio de que uno ha encontrado a Jesucristo, de que Jesucristo sostiene mi vida, sostiene mi esperanza todos los días y, si acudo a Él, no dejará de sostenerme. Eso es muy importante, porque a veces presentamos el cristianismo como si fuera una ideología y no lo es. El lenguaje cristiano por excelencia, hasta en la catequesis, es el testimonio. Todos los demás lenguajes pueden ser bonitos y pueden ayudar, pero el del testimonio es insustituible y, si nos falta ese encuentro con Jesucristo, seremos cristianos de barniz. Primero, porque ese cristianismo no sostiene nuestra propia esperanza, nuestra propia alegría. También en la liturgia de hoy se dice “no, no hagáis luto ni lloréis en este día de fiesta, porque el Señor es nuestra salvación”.

 

Hay una pedagoga muy poco conocida entre nosotros, pero una pedagoga cristiana de principios de siglo, muy cercana a Chesterton y muy conocida en el mundo anglosajón como la gran pedagoga cristiana de comienzos del siglo XX. Esta mujer decía: “Si a los cristianos nos importa todo y somos capaces de estudiar, nos interesa la religión griega y la mitología griega, la cultura griega y la cultura latina. Nos interesa todo lo que haya de bonito y de bueno en la historia de cualquier pueblo”. Lo mismo la cultura china, la cultura japonesa o las culturas precolombinas. Yo no las conozco apenas, pero sé que tienen valores y tienen experiencias bellas que pueden enseñarnos también a nosotros ciertas cosas. Pues, justo porque nosotros conocemos a Cristo, el Hijo de Dios, amamos todo lo humano que sea bello, todo lo humano que sea bueno, todo lo humano que sea verdadero. Lo reconocemos, lo amamos, lo sentimos como parte de nosotros, porque todo lo que hay de verdadero, bello y de bueno en la humanidad participa del Dios, cuyo amor, cuya verdad y cuya luz hemos encontrado en nosotros en Jesucristo.

 

 

Que el Señor nos ayude en este tiempo de Cuaresma, como pedíamos la semana pasada, a conocer mejor el Misterio de Cristo y a vivirlo. Conocer el Misterio de Cristo es conocer el amor sin límites de Dios por nuestra humanidad tan torpe, tan pobre. No sabemos vivir mucho tiempo sin meternos en líos y cuando se juega con fuego, pues es muy peligroso.

 

Todos sois conscientes, no necesito decirlo, que la Iglesia de Granada ha puesto una campaña en marcha para ayudar a Ucrania. En vuestras parroquias, en donde estéis vinculados a la Iglesia de alguna manera, como sea… Vamos a ayudar a ese pueblo que no se merece lo que le está pasando y vamos a ayudar de todas las formas posibles. Ayer salían las dos primeras furgonetas de la diócesis. Estaban ya casi en la frontera con Francia esta mañana, y ayer por la tarde salían las dos primeras. Van a seguir saliendo muchas más, porque ya hay 2 millones de refugiados. Hace dos días decía yo “va a haber cinco o seis”, y me dijeron “¡uy, se queda usted muy corto!”. Nosotros vamos a responder a la medida de nuestras fuerzas, no más, pero vamos a responder.

 

También sabéis que abrimos en el Albaicín la iglesia de San Nicolás, que es el patrono de Rusia, cuyo altar mayor ha sido decorado por un matrimonio ucraniano y hemos subido de la parroquia de San Andrés una imagen antigua de San Andrés, que es el patrono de Ucrania. Ese lugar está sin terminar, pero da igual. En estos momentos, puede ser un lugar para subir a rezar por la paz. No dejéis de hacerlo, si podéis, cuando os sea conveniente. Pero incluso si venís a Granada, no dejéis de pasar por allí, y es para pedir por la paz, aunque sea un Avemaría, un Padrenuestro o un “Reina de la Paz, ruega por nosotros”. Cualquier oración bien hecha, por breve que sea, el Señor la acoge y la oración de muchos, el Señor la acoge, sin duda.

 

Danos, Señor, buscarTe a Ti, Príncipe de la Paz, y que podamos nosotros celebrar la Pascua como una victoria de Tu amor sobre nuestros odios y sobre nuestras pasiones en general.

 

Que así sea para todos, para nosotros y para todos los hombres.

 

+ Javier Martínez

Arzobispo de Granada

 

13 de marzo de 2022

S.I Catedral de Granada

 

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