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“Ser semilla de ese mundo nuevo que nace de la Resurrección”

Homilía en la Eucaristía del II Domingo de Pascua, celebrada en la S.I Catedral el 24 de abril de 2022.

Fecha: 24/04/2022

Queridísima Iglesia del Señor, Esposa muy amada de Jesucristo, Pueblo santo de Dios, al que todos pertenecemos (obispos, sacerdotes, fieles, cristianos, laicos, religiosas, consagrados, todos formamos ese Pueblo que ha nacido justamente de la mañana de Pascua, cuyo fin hoy celebramos):

 

Desde el domingo pasado hasta hoy era Pascua. Es día de Pascua. Es la fiesta de Pascua. Es una fiesta que no cabe en un día. Necesitamos toda una semana para que quepa en nosotros algo de la alegría que significa afirmar que Cristo ha resucitado.

 

Decía el Señor en el Evangelio a Tomás: “Porque has visto, Tomás, has creído. Dichosos los que crean sin haber visto”. Eso se refiere a nosotros, sin duda, porque nosotros no hemos visto de la manera que vio Tomás, es decir, metiendo las manos en las llagas y en las heridas de Jesús, en las manos y en el costado. Pero tampoco se puede decir que no hayamos visto. De hecho, la Iglesia ha entendido siempre que el acto de fe cristiana es un acto de la inteligencia.

 

Y yo quisiera muy pobremente, porque no lo puedo hacer de otra manera, pero quisiera explicaros esto para que comprendáis que el ser cristianos, para ser cristianos, no hay que abandonar la razón. Todo lo contrario. Es dentro de la experiencia de Cristo y de la vida de la Iglesia donde la razón es llevada hasta sus últimos límites y hasta sus últimas posibilidades. Posibilidades, es cierto, que no conoce la religión de la ciencia, porque la religión de la ciencia es una religión muy limitada, que recorta mucho la realidad; mucho, sobre todo, aquello que no es medible. Porque la ciencia no hace más que medir: medir y contar. Pero la mayoría de las cosas importantes de la vida no se pueden ni medir ni contar. Ciertamente, las que son más importantes, la profundidad de vuestro corazón, el significado de vuestra vida, la profundidad de vuestros anhelos y vuestro deseo de ser felices y muchas cosas más que tienen que ver con eso. La belleza de un cuadro, como “El entierro del Conde Orgaz”, o de una extraordinaria poesía. No, no es medible. Participa de una manera especial de nuestra humanidad y de una manera especial del Ser de Dios. Pero bueno, no es mi tarea hoy poner, marcar, los límites de la ciencia. Ya los marca ella sola, avanzando por sí misma y cada vez es más consciente de que los tiene y de que pretender que no los tenga es una forma de hybris, una forma de soberbia que se vuelve contra el hombre.

 

Lo que yo quisiera decir es que nosotros ¿donde tocamos a Jesucristo? Lo tocamos en Su cuerpo, porque Jesucristo sigue teniendo un cuerpo que es la Iglesia, que sois vosotros, que somos nosotros. Es la Iglesia, la Esposa de Cristo, a la que Cristo se une con una unidad tal que ni siquiera la unión esponsal basta para expresarla y llega a ser Su propio cuerpo. La unidad entre la Iglesia y Cristo es tal que Cristo vive en nosotros de tal manera que es uno con nosotros. “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí”. Y yo soy uno con Cristo, porque Cristo vive realmente en mi. Me diréis, no parece eso. Cuando miramos hoy a los cristianos, vemos las procesiones que están muy bien, vamos, y que es precioso y que hay que cuidarlas porque son como el cuerpo de esa realidad que es la Iglesia, mano divina hecha de hombres y mujeres y, al mismo tiempo, vivificada por el Espíritu de Jesucristo y hecha por hijos de Dios, por lo tanto, hecha por Dios, porque sólo Dios puede acogernos como hijos en Su vida divina.

 

Sé que los cristianos no somos apenas conscientes de ello. Celebramos la Pascua, bueno, pues es una fiesta un poquito más gorda. Se llena el altar de flores blancas porque hay alguien que lo cuida expresamente. Pero no pensamos que cambia nada en nuestra vida; que cambia mucho nuestra vida, porque Cristo ya ha resucitado. Mentira, mentira. Aunque llevemos viviendo en esa mentira por lo menos dos siglos y quizá más, cambia todo. Y si no estuviéramos ciegos por la ideología, la invasión de Ucrania nos pondría ante los ojos una verdad que san Juan Pablo II no se cansó de repetir: “Los hombres pueden construir un mundo contra Dios. Pero cuando construyen un mundo contra Dios, es un mundo que se vuelve contra el hombre”. También lo dijo Nietzsche, que era un ateo muy honesto, muy honesto, probablemente el más ateo de finales del siglo XIX, pero también el más honesto, mucho más honesto que muchos cristianos, por otra parte. Él dijo: “Si perdemos, si nos quedamos sin el más allá, no es el más allá, lo que perdemos es el más acá”. La invasión de Ucrania por Rusia es de una barbarie tal que se cumple… Algún filósofo norteamericano, reflexionando sobre a dónde iba nuestra sociedad en la segunda mitad del siglo xx, allá por el año 71 creo que fue, dijo que la diferencia principal entre el siglo V y nuestro tiempo es que en el siglo V los bárbaros estaban a las puertas del Imperio y en nuestro tiempo los bárbaros nos llevan gobernando varias generaciones, sólo que no nos hemos dado cuenta de ello. Y ese no darnos cuenta de que estamos gobernados por bárbaros forma parte de nuestra condición moral, de las condiciones básicas de nuestra vida.

 

Esa guerra es una manifestación de barbarie. Y yo sé que el pueblo ruso no tiene mucho que ver con esa guerra, no tiene nada que ver. El filósofo al que me he referido decía “los bárbaros nos gobiernan”. Los rusos, al menos la mitad, me decían a mí hace poco, de los que saben que hay guerra, al menos la mitad del pueblo ruso aborrece la invasión de Ucrania. Y me da lo mismo que haya mucha tecnología y muchos avances tecnológicos, y esos avances tecnológicos hayan desarrollado misiles especialmente pequeños, especialmente capaces de ser dirigidos hacia objetivos muy, muy específicos o que sean capaces de llegar a cualquier lugar del mundo. Como parece que es el último misil es más barbarie con alta tecnología, pero sigue siendo barbarie, porque la barbarie tiene que ver con el corazón humano, no tiene que ver con los poderes técnicos que tiene el hombre.

 

Y es el cristianismo, no nos damos cuenta, pero matrimonios como los que hemos conocido nosotros y conocemos donde el amor vence todas las dificultades. Y hablo de matrimonios verdaderos. Sé que hay muchos matrimonios que no lo son, que son nulos, pero incluso los matrimonios verdaderos, cuando Cristo está en medio de nosotros, el amor se hace posible y, al final, vence el amor a todas las dificultades. Eso es lo que desaparece cuando desaparece, no la fe particular, no la creencia en la Resurrección de Cristo, sino el tocar la Resurrección de Cristo viviendo la vida de este pueblo que es la vida de la Iglesia, sintiéndonos un pueblo, sintiéndonos una comunidad que hace mucho que no nos sentimos contemplando lo que Dios hace por nosotros y no pensando en lo que nosotros tenemos que hacer por Dios (que no tenemos que hacer nada, porque no podemos hacer nada, darLe a Dios algo). ¿Cuántas veces usamos “Dios me pide”? Dios no pide, qué estupidez. Dios no pide, Dios da. Nos ha dado la vida, nos ha dado el mundo, nos ha dado las estrellas, nos ha dado el sol, nos da la lluvia, nos da la tierra, nos da a nosotros mismos. ¿Qué es eso de que Dios pide como si fuera un pobre?

 

Los pobres somos nosotros: los que tenemos necesidad de Dios. Lo que quiero es que viváis la alegría de la Resurrección con toda la potencia de lo que la Resurrección significa. Un mundo sin Resurrección de Jesucristo -repito, si el pueblo ruso y la mayoría del pueblo ruso son cristianos que están hoy precisamente celebrando la Pascua, el día de Pascua, y muchos lo celebran, aunque se le han jugado la vida, aunque se la sigan jugando, aunque no puedan expresar públicamente su fe, aunque tengan que obedecer a unos mandos militares que les llevan, no saben ellos a dónde y les piden que asesinen a inocentes...-, a pesar de todo eso, el pueblo ruso es un pueblo civilizado, muy civilizado. La música rusa, desde principios de este siglo, desde finales del XIX, era una música espléndida: Stravinsky, Chaikovski.

 

El pueblo alemán también lo era. A Hitler le gustaba Wagner, y los militares de las SS y de la Gestapo iban a la ópera a escuchar y a ver la ópera. Iban a escuchar conciertos de Wagner y de otros músicos clásicos, como Beethoven, Mozart; sin embargo, en 24 horas da la impresión de que un pueblo sumamente civilizado, pero sin la Resurrección de Cristo, sin Cristo, se convierte en unos monstruos con un nivel alto de cultura y de tecnología. Por eso es un engaño, siempre y cuando nos dicen de la crisis en la que estamos vamos a salir con una tecnología más sofisticada, con una tecnología mejor, la solución a la crisis es que haya más tecnología, más máquinas y menos trabajo del hombre…, mentira. La tecnología no nos aparta ni una milésima de milímetro de la barbarie. Lo que necesitamos es humanidad, más humanidad, más corazón. Lo que necesitamos es saber que la vida es para quedarse. Lo que necesitamos es que saber que quererse no es una pérdida de tiempo, no es una estupidez, no es una distracción, es una cosa sentimental y boba, sino que es la razón de ser de la vida y que hay motivos para hacerlo, porque Cristo ha resucitado y porque nada de lo que sea verdadero amor en esta vida se pierde. Y nada es nada. Nada de lo que sea verdadero amor. Es verdad que llamamos amor a muchas estupideces y llamamos amor a veces a muchas formas de abuso, pero de lo que sea verdadero amor, que en el fondo del corazón todo sabemos distinguirlo, no se pierde nada porque forma parte, participa, tiene parte en el Ser de Dios que es Amor. Y hemos conocido que Dios es Amor en Jesucristo. Y hemos conocido que el amor triunfa del mal y de la muerte en la Resurrección de Jesucristo.

 

Por lo tanto, cuando celebramos la Resurrección de Jesucristo, no celebramos algo que le ha pasado a Él; celebramos algo que nos pasa a nosotros, que nos abre al amor y a la esperanza, que nos da la libertad y nos arranca del miedo, el miedo a la muerte, del miedo a los demás, del miedo a circunstancias adversas, mis queridos hermanos. Nadie puede arrancarnos del amor de Cristo, del amor que Cristo nos tiene a nosotros. Y basta experimentar que cuando nos confiamos, ese amor, nuestra humanidad crece y se desarrolla para poder decir “resucitó de veras mi amor y mi esperanza”, como lo hemos dicho en el canto que se hace en el tiempo pascual entre la Segunda Lectura y el Evangelio: “Resucitó de veras mi amor y mi esperanza”. La fuente de mi amor y la fuente de mi esperanza. Estamos viendo la barbarie todos los días en los telediarios de mil maneras, no sólo la guerra de Ucrania.

 

Hay otras formas de barbarie y de manipulación del ser humano y de manipulación de la verdad, de lo que somos y de engaño en la publicidad prometiéndonos felicidad a bajo precio. Convirtámonos al Señor. Abramos nuestros corazones a Cristo y no tengáis miedo. Si Cristo no nos quita nada, lo que hace es darnos y darnos esperanza, darnos la posibilidad de vivir una vida con alegría, sin tener que cerrar los ojos a todas las miserias del mundo. Que, como tenemos tanta tecnología, son muy serias, horribles y muy sofisticadas, pero todas esas miserias son más pequeñas que el amor con que Jesucristo nos ama. Y no digo una palabra que me toca decir porque soy cura. Digo algo que sé porque lo he experimentado mil veces. Cómo el Señor me rescata a mí de mi miseria. Y cómo he visto rescatar a hombres y mujeres constantemente de miserias y, a veces, de miserias muy grandes, muy grandes, que parece imposible. Y sin embargo, con Cristo la humanidad florece.

 

Yo sé que se nos pinta siempre la Edad Media como una edad bárbara, oscura, y con la Ilustración llegaron las luces, que empezaron las guerras modernas, que, a medida que han empezado las guerras, las guerras han multiplicado el número de víctimas. La guerra de Secesión norteamericana fue, probablemente, la primera guerra moderna, donde murieron cientos y cientos de miles de personas. En la Primera Guerra Mundial, que fue la siguiente, murieron millones de personas. En la Segunda Guerra Mundial, millones de personas, en la guerra de Camboya, en la Guerra de Vietnam. Ya las víctimas se cuentan siempre por millones. No hemos dejado de tener guerras desde que existe esta sociedad que parece -que parecía- que se fundaba en la razón, que se iba a fundar en la razón; no se funda en el poder, pero no estamos hechos para que nuestras relaciones sean relaciones de poder o de interés. Estamos hechos para que nuestras relaciones sean de amistad, de fraternidad y de amor. Pero, para que eso no sea una tontería, un sueño, una utopía que no existe más que en nuestra imaginación, hace falta apoyarse en esa roca que es el Acontecimiento de la Resurrección de Cristo y experimentar en nosotros o en las personas de fe que conocemos cómo cambia la vida. Cuando uno está edificado sobre esa roca que parece un gran vacío… Es la roca más grande y más fuerte que Sierra Nevada, donde podemos edificar nuestra casa, nuestra vida nuestras familias, nuestro amor, nuestro amor de amigos, de esposos, de novios, de padres e hijos.

 

Señor da parte a tu pueblo, con tu historia santa. Ten misericordia de nosotros y haz que podamos siempre vivir gozosos porque estás resucitado. La muerte en Ti no manda.

 

Que el Señor nos conceda a todos esa experiencia: ser semilla de ese mundo nuevo que nace de la Resurrección. Hoy, en el siglo XXI. De nuevo. De nuevo empieza. De nuevo empieza esta mañana. Ahora mismo puede empezar con que nos abre el Señor el corazón.

 

Que así sea, para todos los que estáis aquí, para todos los que estamos aquí. Yo también lo pido para mi. Vamos a profesar la fe.

 

+ Javier Martínez

Arzobispo de Granada

 

24 de abril de 2022

S.I Catedral de Granada

 

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