Homilía en la Eucaristía celebrada el 19 de mayo de 2022 en el colegio salesiano del Zaidín, con motivo de la fiesta de María Auxiliadora, que se celebra el 24 de mayo.
Fecha: 19/05/2022
Querido padre Ernesto;
queridos padres de la comunidad salesiana;
queridos miembros de la Cofradía del Santísimo Cristo de la Redención y María Salud de los Enfermos (Nuestra Señora de la Salud):
queridos amigos todos:
La verdad es que las Lecturas de hoy son una preciosidad. Dos cosas que son importantes. Una, cuando el cristianismo nace, nace de un contexto del pueblo judío y el pueblo judío es un pueblo que establece una distinción muy grande entre los que son judíos y los que no son judíos. Y, aunque en aquella época tendían a evangelizar para el judaísmo, cuando los Hechos de los Apóstoles hablan de “los temerosos de Dios”, es que eran personas que venían de los pueblos gentiles pero que les sonaba bien eso de que hubiera un solo Dios, Señor de todo el cielo y de la tierra, y que les parecía que era en el fondo más adecuado al Ser de Dios eso que las figuras de los dioses paganos; y entonces, se acercaban al judaísmo. Pero no es que el judaísmo pretendiera como entenderse o llegar a otros. Ellos establecían más bien una frontera muy fuerte entre los judíos y los gentiles. Los gentiles son, como dice una vez el Evangelio de San Juan, “esa gente que no conoce la Ley son unos malditos”. Esa era la distinción. Cuando empiezan los discípulos de Jesús y Pablo, y ellos se dirigen también a los gentiles, y a veces los judíos los rechazan y los gentiles lo acogen; ellos se dan cuenta de que si Cristo ha resucitado, eso es una noticia que afecta a todo ser humano, porque que haya habido alguien en esta historia nuestra; que haya vencido a la muerte eso no había pasado nunca. No es que ellos, por ser antiguos, fueran más crédulos. Al revés, nosotros somos más crédulos... Hemos visto la película de “Avatar”, hemos visto un montón de “La Guerra de las Galaxias” y tenemos un montón de series de ciencia ficción en nuestra imaginación. Pero los antiguos, que sólo conocían corderos, cabras…, sabían que nunca nadie había vuelto nunca del reino de los muertos y eran más realistas que nada. Eran incapaces de imaginarse todo lo que nosotros nos imaginamos en la tercera dimensión, o en la quinta dimensión esas cosas.
Entonces, la afirmación de que un hombre había triunfado sobre la muerte era una afirmación absolutamente escandalosa y absolutamente increíble. Más entonces que ahora. Caían en la cuenta que si eso ha pasado, eso es algo que tiene una repercusión para toda vida humana, no sólo para un pueblo, aunque fuese un pueblo elegido; si no que, todos somos seres mortales y si en Jesucristo se nos da la posibilidad de vencer al pecado y a la muerte, recibiendo su Espíritu y participando de la vida divina, pues aquí ha pasado algo muy grande que va más allá del mundo judío. Pero, a los judíos, y a los mismos apóstoles que eran judíos y de tradición judía, les costaba mucho aceptar eso y hubo muchas peleas. La mayor parte de las Cartas de San Pablo tienen que ver con esa lucha de si los que se convertían a Jesucristo tenían que guardar la Ley judía o no tenían que guardarla, de que los cristianos que venían del judaísmo despreciaban a los que venían del mundo de los gentiles... La Carta a los Romanos, la Carta a los Gálatas y otras están llenas de esa problemática. Y este primer concilio del Concilio de Jerusalén –fue una reunión con Bernabé, y Pablo, y Silas, y algunos más- es para mostrar que si Dios había dado el Espíritu Santo a los gentiles, esa distinción entre judíos y gentiles se había roto. En definitiva, que el hecho de la Resurrección de Jesucristo afecta al hombre en cuanto hombre. Y no dependiendo haber nacido perteneciendo a un pueblo determinado. (…)
Nosotros estamos celebrando ahora la Resurrección de Jesucristo. Yo creo que tendríamos que darnos cuenta también de que nosotros necesitamos anunciar… El anuncio de Jesucristo es para todos los hombres, para todos los chicos, para todas las chicas. A veces, en nuestro mundo cristiano, parece que para ser cristiano, uno tiene que venir de una buena familia, estar rodeado... No es que tengamos la misma cerrazón que los judíos, pero a veces parecido. Tiene uno que haber sido bueno ya desde niño y no haber metido la pata nunca; y entonces, vale uno para cristiano. Pues, no. El anuncio de Jesucristo sirve para todo ser humano y la complicidad con el anuncio de Jesucristo está en nuestro corazón, porque estamos hechos para ser felices.
Aquí empieza la segunda novedad, que también la dice la Lectura de hoy: Cristo no ha venido para que seamos buenos; Cristo ha venido para que vivamos contentos. Pero nosotros hemos cambiado tanto las cosas. Que no es que pensemos que Cristo nos quiera para hacernos buenos, sino que hay que ser buenos para que te quiera Jesucristo; que hay que ser buenos para que te quiera Dios. No hemos entendido nada. Y nada es nada. Es justo al revés. Cuando alguien nos quiere para conseguir algo de nosotros, ¿a qué despreciamos ese amor? (…) Si el Señor resulta que nos quiere para conseguir de nosotros que seamos buenos, ese amor no valdría gran cosa. Nos quiere porque nos quiere. Punto. Nos quiere porque no puede dejar de querernos. Y si algo desea, es que seamos felices. “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos y permaneceréis en mi amor, lo mismo que Yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en Su amor”. “Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros y para que vuestra alegría llegue a plenitud”. O sea que Cristo ha venido, ha derramado Su sangre, nos ha redimido con la cruz, se ha dejado tratar como un malhechor, ha sido arrastrado por las calles de Jerusalén y ha sido objeto de burla.. así hasta la muerte, para que yo pueda estar contento. Pues sí, para que yo pueda estar contento.
Cristo ha venido. Y en eso se revela como el portador del amor infinito de Dios. Y es ese amor el que merece la pena. Es ese amor el que es capaz de saciar nuestra vida, de saciar nuestros anhelos. ¿Por qué desde ahora no vamos a meter la pata? Pues, no, la seguiremos metiendo. Lo que sucede es que Dios no va a dejar de querernos. Porque Dios es Amor. Y en Jesucristo y en Su Redención hemos descubierto que Dios es Amor. (…) El Amor de Dios nos quiere porque es mucho. Y porque quiere nuestra felicidad. Porque es Amor y quiere que seamos felices. Quiere que vivamos contentos. Quiere que podamos vivir agradecidos. De hecho, si algo tendría que caracterizar a los cristianos es que estamos contentos y estamos agradecidos. Nuestra fiesta se llama Eucaristía y significa acción de gracias. No es algo que decimos en la Misa. (…)
El Acontecimiento de Jesucristo se puede anunciar a todos los hombres. Y tiene una complicidad en el corazón humano. Porque todos deseamos ser felices y porque todos deseamos un amor que no tenga límites, que dure para siempre. Yo no me he encontrado nunca con un ateo en mi vida. Me he encontrado con muchas personas que presumen de serlo. Es que es muy difícil ser ateo. Yo tengo un amigo que dice que lleva toda la vida intentándolo y que no lo consigue. Es muy difícil ser ateo de una manera coherente, porque eso significa que tú no vales nada, que yo no valgo nada, que nuestro afecto, el cariño de mis padres no vale nada. Entonces, ¿para qué voy a estudiar? ¿De qué sirve nada? ¿De qué sirve vivir? ¿De qué sirve enamorarse? ¿De qué sirve tener amigos? Nada sirve de nada. La vida no vale nada. No se puede vivir pensando que la vida no vale nada, porque la vida lleva consigo sufrimientos y fatigas. Entonces, Cristo ha venido para qué. Para que su alegría esté en nosotros y nuestra alegría llegue a plenitud, es decir, para que tengamos una alegría plena, desbordante.
Para eso ha venido Cristo. Para eso ha derramado Su sangre. Para eso se ha hecho hombre. Para eso ha querido compartir la condición humana y de una manera donde pudiera experimentar las mentiras, las traiciones, los males de la condición humana como el que más. Y así se ha revelado como el amor sin límites.
Vamos a darLe gracias al Señor por Su amor. Y porque no nos va a faltar ese amor nunca. Y nunca es nunca. Y porque nos dejó a su Madre en la cruz, entonces le pedimos a su Madre que, como somos muy olvidadizos, como somos un poquillo desastre a veces o muchas veces, que Ella nos ayude, nos proteja y no permita que nos alejemos demasiado de Cristo, para que no nos falte la alegría, para que no nos falte el gozo; el gozo que brota de saber que uno es bien querido, querido con un amor infinito. Decía una vez el Papa Francisco que a una persona que hubiera estado siempre contenta no hacía falta hacerle proceso de beatificación, se la beatificaba sobre la marcha, porque el estar siempre contento es un signo de Dios, que es lo contrario de lo que a veces hemos aprendido, de lo que a veces se nos ha pegado por el ambiente. Pero eso es paganismo. Que Cristo ha venido para que estemos contento. Le damos muchas gracias a Dios por ello.
Vamos a cuidar también de nuestra amistad y a pedirLe a la Virgen que nos ayude a cuidar de esa amistad, para que podamos permanecer siempre en la alegría, en la experiencia viva y alegre del amor de Jesucristo.
Yo creo que Don Bosco fue, en su momento histórico, uno de los que intuyeron esto con más fuerza, con más humanidad, con más frescura, y marcó un camino para la Iglesia, que todavía no hemos terminado de recorrer. Y a lo mejor, tenemos que empezar a recorrer en cada generación. Pero, ciertamente, marcó un camino; el camino de que Dios no es enemigo de nuestra humanidad. Al contrario, es el cómplice más grande de nuestra humanidad, de nuestra necesidad de amigos, de nuestra necesidad de ser amados y de amar. Se lo pedimos a nuestra Madre.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
19 de mayo de 2022
Colegio salesiano San Juan Bosco (Granada)