Imprimir Documento PDF
 

“Somos hijos de Dios, el Cielo ya está aquí”

Homilía de D. Javier en la Eucaristía celebrada en la S.I Catedral en el XXXII Domingo del Tiempo Ordinario y Día de la Iglesia diocesana, el 6 de noviembre de 2022

Fecha: 06/11/2022

 

Queridísima Iglesia del Señor, Esposa muy amada, infinitamente amada de Jesucristo,

Pueblo santo de Dios;

queridos sacerdotes concelebrantes, hermanos y amigos todos:

 

Del Evangelio de hoy nos suenan raras bastantes cosas, porque la Ley judía a la que hace referencia el Señor en el Evangelio, que era conocida de todos los judíos de su tiempo (y hasta el libro de Rut que fue la abuela de David. Es un caso de aquella ley del levirato según la cual, cuando moría el marido y dejaba la vida sin descendencia, un hermano o el pariente más cercano asumía, si no estaba casado, a esa mujer. Y si estaba casado, en la época en que en el mundo judío estaba permitida la poligamia, pues la tomaba por mujer); esa Ley refleja todo un mundo que es muy extraño para nosotros. Luego hay otros problemas. También yo creo que de traducción, porque esa idea de que “yo soy el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob”, “yo soy Dios de vivos y no de muertos”, porque para Él todos están vivos, es como cuando la gente dice “bueno, eso es para ti, pero para mí los valores son otros”. O cosas de ese tipo. Simplemente cambiar el orden de las palabras. Es verdad que –diríamos- la expresividad de las lenguas semíticas es mucho más rica en matices que la nuestra. Pero cambiad el orden de las palabras en español y veréis cómo suena de otra manera, porque todos están vivos para Él, todos viven para Él. Y ya no es lo mismo. No es que Dios se imagina que están vivos, sino que cree que Abraham, Isaac, Jacob, tú y yo, y nosotros, todos, vivimos para el Señor y, por lo tanto, en la vida y en la muerte somos del Señor, como diría San Pablo.

 

Pero, yo quiero hablaros de este Evangelio que me resulta tan extraño, porque toca un punto muy esencial. En mi vida sacerdotal, que son ya muchos años y hablando con muchas personas, y personas de fe y personas que vienen a misa, uno se da cuenta de que la Resurrección y el Cielo son dos partes de la fe, dos verdades que profesamos todos los domingos en el Credo, pero como si no nos lo tomamos en serio, no sólo que no nos lo tomamos en serio, sino que no creemos en ello. Algunas personas te lo dicen explícitamente: “Bueno, bueno, que aquí no ha vuelto, nadie sabe lo que será”. Y otras veces, cuando dices si acercarse a la muerte es acercarse al nacimiento verdadero, ya que empieza nuestra vida de verdad. Y te dicen: “bueno, bueno, pero cuanto más lejos venga eso, mejor”. Frases de ese tipo yo las he oído miles de veces. Entonces, me vais a perdonar que se quedaron en fases en este punto, porque no creer en el Cielo y no tomarse en serio que estamos, que hemos nacido para el Cielo es no creerse que hemos nacido para Dios. Y si uno empieza a estirar del hilo y pensar un poquito, digo pensar, no digo hacer actos de fe rarísimos o tener apariciones místicas, simplemente pensar; si yo no creo en el Cielo, no puedo decir con seriedad que creo en Dios, porque yo soy en el que creo es un Dios que nos hemos inventado a la medida de nuestras necesidades. Es un Dios que tiene la única función de suplir las deficiencias de la sociedad o del consumo, o de la organización social humana, cuando eso no funciona. Y pongo un ejemplo: basta que salga un avión con el que uno tiene que hacer una conexión con una hora de retraso que te hace perder la conexión y nos da un ataque de nervios, y empezamos a rezar. Ya está, que se pueda hacer la conexión. Y es comprensible. Somos humanos. Somos dignos y capaces de algo muy grande y, al mismo tiempo, muy pequeños y muy mezquinos. Pero usamos a Dios para eso. Perdemos la salud: cuántas veces me han pedido a mí que pida por una abuela que tiene noventa años y que está demenciada.

 

Dices, Dios mío, yo pido para que pueda vivir sus últimos días, o sus últimos meses, o sus últimos años, incluso que los pueda vivir sabiendo que Dios la ama, que no está sola, pero no para que se cure, porque somos seres mortales y eso forma parte de nuestra vida. No es murmurar. Yo no puedo pedir al Señor que tu abuela vuelva a los treinta años porque no va a volver. Es verdad que Jesús resucitó a Lázaro, pero Él llamaba signos para facilitar la fe de los que veníamos después. Pero San Lázaro, la hermana de Marta y María, después de marcharse el Señor y seguir viviendo, pues cogería una gripe y se murió, como los demás, como todos, menos Jesucristo, el Hijo de Dios y su Madre, que Él ha vencido a la muerte y al mal, y está vivo para siempre. San Pablo ya lo decía. Si no creemos que los muertos resucitan, estamos negando que Cristo ha resucitado. Y si Cristo no ha resucitado, no hay redención. Estamos en nuestros pecados. Nuestra imagen de Dios es pagana. Es el Dios al que utilizamos y un Dios al que utilizamos no es Dios, es un muñequito que tenemos y un osito de peluche para consolarnos cuando se nos acabaron los consuelos que nos da el poder ir de compras siempre que queramos y comprar todo aquello que nos apetece y tener todo aquello que nos parece, que necesitamos o porque estamos en el 2% de lo que tenemos. Y ese no es Dios. La fe, la falta de fe en el Cielo es una falta de fe en Dios y no se trata de ideas. Fijaros, porque el Cielo lo tenemos ya aquí. Nos falta que en el Cielo no hay Seguridad social, no hay Hacienda y no hay enfermedades. Pero al Señor ya lo tenemos. Vais a comulgar muchos de vosotros y en la comunión, ¿qué sucede? En la Misa, ¿qué sucede? Que Dios, el Dios que ha creado las galaxias, el Hijo de Dios (decíamos hace dos domingos me parece que era que el universo entero es una mota de polvo en la mano de Dios), ese Dios que el universo entero, galaxias incluidas, millones de años luz de estrellas, es una mota de polvo en Su mano (y aún así la metáfora es corta); ese Dios está con nosotros, vive con nosotros. ¿Pero en qué se nota eso en nuestra vida? Y no es que uno tenga que ir diciendo por la vida a la gente que te encuentras con alguien en el metro y digas “que existe el Cielo”. Verás, en todo caso no es a lo mejor en los que se puede hacer. Si se ha quedado ahí; si se ha quedado el metro encerrado en un túnel y hay un ataque de pánico, a lo mejor un cristiano tendría que gritarlo para que todo el mundo supiera que existe el Cielo, que no temáis; que nosotros no tenemos que tener miedo a nada y menos que nada a la muerte. Pero sí que se nota en todo lo que hacemos. En cómo celebramos un cumpleaños. ¿Me dejáis decirlo? Cómo bailamos. En cómo nos levantamos por las mañanas, en cómo si nuestro horizonte es el Cielo (porque el Cielo no es un sitio, el Cielo es Dios), estamos hechos para Dios. Por eso, cuando Jesucristo, por su Misterio Pascual, por Su muerte y Su Resurrección, nos da lo que dice San Pablo, la Lectura de hoy, una esperanza dichosa.

 

Pero el cristiano es un hombre o una mujer que se lleva la dicha en el corazón, que lleva la dicha en el cuerpo, que está feliz. Ayer iba yo a una celebración por un barrio muy típico de Granada, pero de calles muy estrechitas y muy laberínticas. Y me encontraba con un grupo de chicas que bajaban para el centro. Llevaban todos una cara de pena, de tristeza, de aburrimiento, de amargura. Y se lo dije sin conocerlas de nada. ¿Pero cómo vais tan triste sin tener 18 años o 20? ¿Cómo se puede ir así por la calle? Vamos a ver si pasa algo, vamos a ver si nos encontramos con algo. Es decir, vamos por la vida sin horizonte. Pues, tiene razón el Papa cuando dice la alegría es el primer signo.

 

Tendríamos que hacer un propósito. El primero que tendríamos que hacer es sonreír; sonreír a todo el mundo. Y si podemos sonreír a todo el mundo, y cuanto más amargada tenga la cara, más necesidad de sonreír; y si es alguien que tengo cerca, a lo mejor me cuesta mucho y tengo que pedirle mucha ayuda al Señor para que le pueda sonreír, pero hay que pedirlo. Es el primer pensamiento, el más importante, pero no creo en el Cielo significa no creer en Dios o creer en un Dios tan chiquitito que seguramente yo mismo sería ateo y entiendo que la gente lo sea, porque es el Dios que viene para tapar los agujeros que nosotros no somos capaces de tapar solos. Pues, entonces, es que no creemos en Dios, o sea, no es el Dios verdadero en quien creemos, no es el Dios que está en todas las cosas y que no se mueve una hoja de árbol sin que lo consienta. No, sino que lo haga sin que Él lo consienta.

 

La segunda cosa es eso de que en el Cielo los hombres no se casan. No sé, dejadme corregir simplemente dos cosas en esa idea. No voy a corregir, pero es verdad que en el Cielo no hay bodas, porque el Cielo mismo es una boda, cada Misa es una boda si lo entendiéramos bien. Yo le tuve que decir a una mujer un día de Viernes Santo que saliendo de la Catedral me decía “parece mentira, un día tan importante como el Viernes Santo y nos dejan sin decir Misa”. Y le dije, “señora venga aquí. ¿Usted sabe que cada Misa es una boda y la novia eres tú, y hoy la iglesia recuerda al Esposo cuya boda celebramos en cada Misa, nos da dos días de silencio para que nos demos cuenta que no está el Esposo? Entonces, no puede haber Misa. Nunca ha habido Misa en Viernes Santo, desde los principios del cristianismo, y nunca la habrá. Sabemos que el Señor está vivo, está en el Sagrario para llevárselo a los enfermos o a los que están necesitados. Pero no se celebra la boda. Significa que no se celebra la Eucaristía. En el Cielo no hay bodas, pero nos conoceremos y esperamos que no nos falte nadie.

 

Repito cosas que me decís vosotros a mí, hasta el chiste de “fijaros si sería bueno San Pedro, que el Señor cura a su suegra y siguió con Jesús”. Nos conoceremos. Lo que pasa es que no somos capaces de hacernos una idea de que es una vida llena y transformada por el amor de Cristo; una idea transformada totalmente por Cristo resucitado y vivo, donde su don se da a nosotros de tal manera que llena por completo nuestro corazón, pequeño, que cubre por completo nuestras faltas para el amor infinito de Dios, todas pequeñas; que desborda sencillamente la vida. Por lo tanto, será una alegría encontraros con vuestras suegras y será una alegría encontrarnos con las personas que han sido enemigos nuestros en la vida, y será una alegría encontrarnos con ellos, porque no habrá… No sé si os gusta mucho leer, pero alguno habrá que os gusta mucho leer. Hay un libro de un tal Fabrice Hadjadj, un judío árabe, educado en una familia maoísta y que, al final, después de una historia muy larga acabó convirtiéndose al catolicismo, y es un escritor católico converso y tiene un libro que se llama “La profundidad de los sexos”, donde explica muy bien la relación hombre-mujer de maneras bonitas, porque es un excelente escritor. Y el último capítulo se titula: ¿Quién será en el cielo el marido de mi mujer? Buena pregunta. Porque aquí el amor tiene siempre algo de posesividad. El mío, de Golum, “mi tesoro”, esto es mío, esto es para mi y esto no se lo puede dar a  nadie más porque me creo que si lo doy o lo comparto me quedo sin ello. Ese niño diabólico de algún modo, que aquí el marido tiene que cuidar de su mujer y no dejar, evidentemente, que se le acerquen otros que a lo mejor uno se da cuenta cómo se acercan o qué es lo que buscan por lo que sea. Por supuesto, ya sabe protegerse ella mejor que la protege a veces el marido, pero en caso de necesidad, ahí está... Pero en el Cielo no hay eso y, por lo tanto, no es que los hombres no se casen o que no nos vayamos a conocer, o que no vayamos a estar juntos. Vamos a estar juntos con las personas que más queremos. Pero, ¿y si la persona que más ha querido a tu mujer a lo mejor era alguien que ha pasado la vida en un hospital y que ofrecía la vida porque era alguien de vuestra familia? Pues, estará más cerca de ella que tú. Lo siento, pero es así. Nuestras vidas estarán llenas de amor, pero como no hay lo mío y lo tuyo, porque Cristo será todo en todas las cosas, nuestras relaciones serán las que correspondan al amor de Cristo. Eso es lo que quiere decir el Señor. Son hijos de Dios, ya no somos aquí, pero como hay Seguridad Social, Hacienda y dolores de huesos, pues lo pasamos a ratos regular, pero somos hijos de Dios, el Cielo ya está aquí. Nos falta que desaparezcan esas cosas. Nos falta que desaparezca todo aquello que empequeñece nuestras vidas en nuestros corazones. Y eso hará que el amor sea una cosa muy distinta.

 

Y el ser esposo y esposa será una plenitud de amor que no está en contraposición con nada, porque todo es de Dios y porque todo viene de Dios, y porque todo lo que vivimos aquí es la vida de Dios. Y eso es lo que quiere decir el Señor. Perdonadme, pero tenemos tantas confusiones sobre el Cielo, y es verdad que no podemos imaginarnos lo que es, pero podemos representarnos ciertas cosas que sabemos que no va a ser: una fábrica de chuches, no va a ser (habrá chuches porque la Creación no hay nada que sea malo, pero serán chuches buenas que no dan empacho, que no da indigestión después y habrá chocolate, pero no será el chocolate que llega un momento en que te duele el estómago, no). Habrá todo, porque la Creación ha sido creada buena, y allí la Creación es un nuevo Cielo y una nueva tierra, y habrá cuerpo, tendremos cuerpo. “Son como los ángeles” no significa… Sólo porque somos hijos de la modernidad, en la carne y el espíritu se han contrapuesto. En la antigüedad, los ángeles tenían un cuerpo, un cuerpo muy sutil. Era una manera de decir que son criaturas creadas. Veis que tenemos que romper muchas imaginaciones falsas. Pero si no esperamos en el Cielo, no creemos en Dios. Si uno espera en el Cielo, se quitan los miedos y, sobre todo, el miedo más grande, que es el que más nos espanta, el miedo a la muerte.

 

Vamos a pedirLe al Señor que nos deje confesar la fe: “Creo en el perdón de los pecados, en la resurrección de la carne y en la vida eterna”. Con fuerza. Y si no somos capaces, no sale de nuestro corazón, pues, Señor, yo creo, pero aumenta mi fe, como decía aquel pagano que se encontró con Jesús: “Aumenta nuestra fe”. Porque esa fe es lo único que nos hace posible vivir con alegría, aunque tengas alguno que te ha puesto una pistola en el cuello.

 

Como decía aquella mujer egipcia que la gente colgaba a su marido, y ella oyó decir a su marido “Jesús”, justo antes de que lo iban a degollar, le preguntaba un presentador de televisión “¿siente usted odio por los que mataron a su marido?”. Y dice señora, “yo era la mujer de un obrero que no era nadie. Cuando me muriera, nadie se iba a acordar de mi y ahora soy la mujer de un mártir. Me han engrandecido. Mi marido es un mártir. Ahora yo soy la mujer de un mártir y no puedo más que sentir orgullo por serlo”. Esa mujer tenía fe. Ojalá nos parezcamos un poquito, nada más que un poquito a los hijos de los macabeos de la Primera Lectura.

 

Vamos a hacer profesión de fe.

 

+ Javier Martínez

Arzobispo de Granada

 

S.I Catedral de Granada

6 de noviembre de 2022

 

Escuchar homilía

 


 

 

arriba ⇑