Homilía del arzobispo D. Javier Martínez en la Eucaristía de inicio del curso 2022-2023 de la Pastoral Diocesana de la Familia, celebrada el 29 de septiembre en la iglesia parroquial del Sagrario-Catedral.
Fecha: 29/09/2022
A la Eucaristía de hoy se une el propósito de unirnos de una manera especial, todas las personas que trabajan en la Delegación Diocesana de la Familia y en sus diversos proyectos: el Proyecto Raquel, el Proyecto Ángel, cada uno con su especificidad… y darLe gracias al Señor. Porque toda Eucaristía es acción de gracias. Y no sólo es acción de gracias, sino que, en nuestra vida, si tiene verdaderamente como centro la Eucaristía, es decir, el don que Dios nos hace de sí mismo y la comunión que Él establece con nosotros y que anhela establecer con nosotros más y más, hasta la comunión plena del Cielo, pues nuestra vida es toda ella eucarística. Que toda la vida es eucarística significa que toda la vida la podemos vivir, sean las circunstancias que sean, las podemos vivir en una actitud de agradecimiento a Dios, porque Dios no hace nada que no sea para nuestro bien; porque Dios todo lo que quiere es nuestro bien y que nosotros vivamos sostenidos y llenos de Su amor. No hay más que un pasaje en el Nuevo Testamento donde se dice cuál es la voluntad de Dios: “Y esta es la voluntad de Dios que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”.
Yo sé que vivimos en un mundo en el que no sólo la familia está atacada: el ser humano está atacado. Es lo mismo, lo que pasa es que el ataque a la familia lleva bastantes siglos ya, porque los padres de lo que se llama la economía política, muy en concreto Locke, un hombre que vivió por el siglo XVII, cincuenta años después de que se iniciase la construcción del Sacromonte, decía que para que la economía floreciese había que acabar con esa horrible institución que es el matrimonio y con la familia, y estoy hablando de 1660. Por lo tanto, no son ataques recientes de nuestros últimos políticos. Probablemente, ellos están cerrando un ciclo que además se les cierra sobre sus cabezas, pero son el fin de un ciclo.
Cuando el Papa Juan Pablo II hablaba de la cultura de la muerte, hablaba de esto. Comparado con esa cultura de la muerte donde todo vale, donde no hay verdad ni mentira, donde las evidencias más evidentes... Leía yo esta tarde a un filósofo que tuvo una vida muy libertina, pero que siempre se sintió en el corazón católico y que murió a las puertas de la Iglesia defendiendo a Benedicto XVI, decía que el hombre contemporáneo trata de quitar todas las diferencias para que todos seamos iguales, iguales, iguales e iguales. Y la última diferencia que falta es la diferencia entre el hombre y el animal, y ese será el objetivo. Ya estamos en ello. Otro pensador no católico hablaba de que el hombre contemporáneo está enamorado de la muerte, por lo tanto, hay que dejar de escandalizarse cuando veamos esos ataques a la familia.
No pensemos que es fácil o que podemos aspirar a que el mundo nuestro tenga la percepción de la familia que tiene quien ha crecido en un ambiente cristiano o quien ha encontrado la fe. Puede no haber crecido en un ambiente cristiano, haber encontrado la fe a los treinta, a los cincuenta años o a los setenta, pero quien ha encontrado la fe, descubre de repente todo un horizonte nuevo. Pero no podemos pensar que el mundo viva así, o que haga leyes así, que defiendan o que sostengan esa idea de la familia, o que sostengan esa experiencia humana que nosotros hemos conocido, que conocemos y que sabemos que el corazón del hombre está hecho para ello. Me viene la frase de Jesús en el Evangelio: “No temas mi pequeño rebaño”. Podemos ser un islote en medio de este mundo que va hacia su muerte, no necesariamente hacia su perdición, porque el amor de Dios es infinito. Por lo tanto, nosotros pedimos en la Eucaristía, “que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”. Y pedimos por todos los que han muerto en la misericordia de Cristo. Y sabemos que la misericordia de Cristo se extiende, se extiende a todos, no se limita a los que se han portado bien.
Su misericordia llega hasta los confines de la tierra abraza a toda la humanidad, pero no podemos vivirlo con una mentalidad derrotista, como como si fuéramos los últimos de Filipinas. Al revés, somos los portadores de la única esperanza que el mundo tiene, porque la única esperanza que el mundo tiene se llama Jesucristo y nuestra misión es mostrar a los hombres la belleza que tiene haber encontrado a Jesucristo y ni siquiera hacer mucha propaganda, sino simplemente disfrutarla y disfrutar esa belleza, de ese amor y no ocultárselo a los hombres, dejando que los hombres lo vean. Y la Iglesia vuelve a crecer, vuelve a florecer, sin que nosotros hagamos nada especial, porque lo hace el Señor.
Tenemos un cómplice, que es el corazón humano, porque no está hecho para las estupideces que llenan lo que parece nuestra cultura social de hoy. No. El corazón humano está hecho para la belleza verdadera, está hecho para la verdad, está hecho para el bien. Y el supremo bien es el amor y el amor implica la libertad, pero no es la libertad lo último. Quien defiende sólo la libertad se queda a mitad de camino. La libertad vale la pena, es imprescindible, es necesaria, pero es necesaria porque estamos hechos para el amor y el amor tiene que ser libre. Si no, no es amor. No puede ser amor. Si no hay libertad, somos como los bancos o como los árboles. Los árboles no nos aman, no van a poder amar. Hay que ser libre y la libertad nos la ha dado el Señor en función de nuestro destino al amor, pero no sois un pueblo de vencedores y el Apocalipsis nos lo recordaba.
Los cristianos que había en Asia a los que se dirige el Apocalipsis, pues a lo mejor eran cuatro o cinco veces los que estamos en esta iglesia, nada más, y, sin embargo, les habla como a un pueblo victorioso. El dragón puede perseguir. Estaban viviendo en una persecución del emperador Domiciano. Murieron algunos de esos cristianos. Porque el corazón del hombre está hecho para el anuncio del Evangelio, y porque el anuncio del Evangelio corresponde a lo que espera de verdad el corazón del hombre, el cristianismo creció de manera imparable y así volverá a crecer, aunque toquemos fondo. Pero no os sintáis como un resto, como un residuo, sino como portadores de la esperanza del mundo. ¿En vasijas de barro? Pues claro, en vasijas de barro, pequeños, pobres, pero el tesoro de la felicidad humana nos ha sido dado con Jesucristo y Miguel, Gabriel y Rafael, y todas las huestes del ejército celestial. El universo es una mota de polvo en la palma de tu mano, Señor. León Bloy decía que, a los ojos de los serafines, probablemente la distancia que nosotros vemos entre las estrellas es la misma; o el universo está tan compacto a sus ojos, como para nosotros está la mica, el feldespato y el cuarzo en el granito, porque todo depende de la mirada del que mira. A nosotros nos parece que son distancias inabarcables. Es Dios el que es inabarcable y su amor es infinito e invencible, por lo tanto, podemos pasar por túneles de oscuridad, podemos pasar por momentos de dificultad -y pasa nuestra civilización occidental, mientras no cambie las premisas sobre la que está construido, no tiene más destino que su propia destrucción-, pero Dios es victorioso. Jesucristo es victorioso. Jesucristo es el Señor. Y es el Señor, porque es el amor sin límites.
En la Lectura del Apocalipsis de hoy fue precipitado el gran dragón, la serpiente antigua, el llamado diablo y Satanás, el que engaña al mundo entero. Fue precipitado a la tierra y sus ángeles fueron precipitados con él. También lo dijo Jesús en el Evangelio: “Yo he visto a Satanás caer del cielo como un rayo. Satanás está vencido. El amor nuestro puede ser un germen, una semilla. Ese puntito verde que asoma en la primavera y que uno todavía ve el marrón de la tierra, pero empieza a verdear. Podemos ser eso, pero no dudéis. La cosecha viene, el grano viene, el Señor viene y donde está el Señor se multiplica el vino, se multiplica la alegría. Donde está el Señor florecen las viñas, florece todo y el Señor es fiel. “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.
Aliento a los que estáis en la Pastoral Familiar… aliento a todos. Me han oído los de Pastoral Familiar decir muchas veces que la Pastoral Familiar no es una especialidad, es la Pastoral general, porque todos estamos en una familia, todos vivimos en una familia. No existe ser humano sin familia y, por lo tanto, la misión de la Pastoral Familiar es la misma que la misión de la Iglesia. “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. Nada que temer, como decía una mártir de la institución teresiana -aunque no me acuerdo si era ella o eran los primeros días que empezaron los Cursillos de Cristiandad-, decía: “Cristo y yo: mayoría absoluta”. Nada que entender.
Y luchamos, claro que luchamos, pero no luchamos contra nadie. Nosotros luchamos porque no nos van a cambiar nuestro modo de vivir y porque nadie dispone más que Dios de nuestra alegría y Dios no nos la quita. Y si no nos la quita Dios, no nos la puede quitar nadie, aunque quiera.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
29 de septiembre de 2022
Iglesia parroquial Sagrario-Catedral (Granada)