I Domingo de Cuaresma. Ciclo A
Fecha: 10/02/2005. Publicado en: Semanario Alfa y Omega 437 y en el semanario diocesano de Granada y Guadix, Fiesta 624
Mateo 4, 1-11
En aquel tiempo, Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo.
Y después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al fin sintió hambre.
El tentador se le acercó y le dijo:
-«Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes.»
Pero él le contestó, diciendo:
-«Está escrito: "No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios."»
Entonces el diablo lo lleva a la ciudad santa, lo pone en el alero del templo y le dice:
-«Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: «Encargará a los ángeles que cuiden de ti, y te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras."»
Jesús le dijo:
-«También está escrito: "No tentarás al Señor, tu Dios."»
Después el diablo lo lleva a una montaña altísima y, mostrándole los reinos del mundo y su gloria, le dijo:
-«Todo esto te daré, si te postras y me adoras.»
Entonces le dijo Jesús:
-«Vete, Satanás, porque está escrito: "Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto."»
Entonces lo dejó el diablo, y se acercaron los ángeles y le servían.
El relato de las tentaciones de Jesús en San Mateo y San Lucas (San Marcos también narra las tentaciones, pero con menos detalle) es un pasaje tan expresivo, tan preciso y tan bello, que sólo se explica como una especie de catequesis de Jesús a sus discípulos –«Vosotros sois los que me habéis acompañado en mis pruebas»–, para ayudarles a entender cuáles eran esas pruebas suyas, sus tentaciones.
Habréis oído decir, o tal vez habréis pensado alguna vez, que las tentaciones de Jesús No tienen gracia. Es como si no fueran verdaderas tentaciones. Siendo el Hijo de Dios, así se puede… Y sin embargo, el Hijo de Dios, por su Encarnación, se ha hecho «compañero de camino» del hombre, ha dicho muchas veces Juan Pablo II. «Semejante en todo a nosotros, menos en el pecado», escribía san Pablo. No conocía el pecado, pero «se hizo pecado», es decir, asumió las consecuencias del pecado, el vivir en un mundo de pecado. Ése es un mundo donde la realidad se ha vuelto opaca, y donde existe la muerte, tal y como nosotros la conocemos; y la traición, y el llanto, y la tentación, y la prueba. Y Cristo gustó la muerte, y todo lo demás. Lo único que en el corazón de Cristo no es como nosotros es que Él no tiene las heridas que deja en nosotros la experiencia del mal (el propio y el ajeno). Pero precisamente eso es lo que le permite conocer el mal, y desenmascararlo, y librarnos de su poder: pues sólo quien no ha gustado el mal lo puede conocer en su condición de mal. El primer efecto de la experiencia del mal, en efecto, es la ofuscación de la mente, que nos hace difícil reconocerlo.
Cristo inaugura un mundo nuevo: Satán ya está confundido, y tras la muerte y la resurrección de Cristo, está también definitivamente derrotado. Ya sólo puede revolverse como un animal vencido, herido de muerte. Desde la expulsión del Edén no había sucedido nada igual. Una nueva Humanidad empieza. San Marcos lo subraya: al decir que, tras las tentaciones, «los ángeles venían y le servían», alude a tradiciones judías sobre el Paraíso, según las cuales, antes del pecado, los ángeles servían a Adán. ¡Y con Cristo el Paraíso se ha abierto de nuevo!
La Cuaresma es un camino de conversión. Pero la conversión no consiste en que nosotros, a base de hacer propósitos y de tener la fuerza de voluntad para cumplirlos, podemos salvarnos. Convertirse significa retornar a Cristo, volver a revestirse de Cristo, abrirle de nuevo el corazón. Sólo revestidos de Cristo (eso es lo que hace el Santo Crisma en el Bautismo), y acogiendo el don de su Espíritu Santo, es posible la victoria. Cristo vence junto a nosotros, con nosotros, en nosotros. Por cierto, ese estar revestidos de Cristo, incorporados a su cuerpo, es lo que significa ser cristianos. Pensar que hay esperanza para nosotros o para el mundo fuera de ese ser de Cristo es impiedad y falta de fe. Y es una necedad absoluta.
† Javier Martínez
Arzobispo de Granada