IV Domingo de Cuaresma. Ciclo A
Fecha: 03/03/2005. Publicado en: Semanario Alfa y Omega 440
Juan 9, 1-41
En aquel tiempo, al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento.
Y sus discípulos le preguntaron:
-«Maestro, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que naciera ciego?»
Jesús contestó:
-«Ni éste pecó ni sus padres, sino para que se manifiesten en él las obras de Dios. Mientras es de día, tenemos que hacer las obras del que me ha enviado; viene la noche, y nadie podrá hacerlas. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo.»
Dicho esto, escupió en tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego y le dijo:
-«Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado).»
Él fue, se lavó, y volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban:
-«¿No es ése el que se sentaba a pedir?»
Unos decían:
-«El mismo.»
Otros decían:
-«No es él, pero se le parece.»
Él respondía:
-«Soy yo.»
Y le preguntaban:
-«¿Y cómo se te han abierto los ojos?»
Él contestó:
-«Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, me lo untó en los ojos y me dijo que fuese a Siloé y que me lavase. Entonces fui, me lavé, y empecé a ver. »
Le preguntaron:
-«¿Dónde está él?»
Contestó:
-«No sé.»
Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista.
Él les contestó:
-«Me puso barro en los ojos, me lavé, y veo.»
Algunos de los fariseos comentaban:
-«Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado.» Otros replicaban:
-«¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?»
Y estaban divididos. Y volvieron a preguntarle al ciego:
-«Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?»
Él contestó:
-«Que es un profeta.»
Pero los judíos no se creyeron que aquél había sido ciego y había recibido la vista, hasta que llamaron a sus padres y les preguntaron:
-«¿Es éste vuestro hijo, de quien decís vosotros que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?»
Sus padres contestaron:
-«Sabernos que éste es nuestro hijo y que nació ciego; pero cómo ve ahora, no lo sabemos nosotros, y quién le ha abierto los ojos, nosotros tampoco lo sabemos. Preguntádselo a él, que es mayor y puede explicarse. »
Sus padres respondieron así porque tenían miedo a los judíos; porque los judíos ya habían acordado excluir de la sinagoga a quien reconociera a Jesús por Mesías. Por eso sus padres dijeron: «Ya es mayor, preguntádselo a él.»
Llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron:
-«Confiésalo ante Dios: nosotros sabemos que ese hombre es un pecador. »
Contestó él:
-« Si es un pecador, no lo sé; sólo sé que yo era ciego y ahora veo.» Le preguntan de nuevo:
-¿«Qué te hizo, cómo te abrió los ojos?»
Les contestó:
-«Os lo he dicho ya, y no me habéis hecho caso; ¿para qué queréis oírlo otra vez?; ¿también vosotros queréis haceros discípulos suyos? »
Ellos lo llenaron de improperios y le dijeron:
-«Discípulo de ése lo serás tú; nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios, pero ése no sabemos de dónde viene.»
Replicó él:
-«Pues eso es lo raro: que vosotros no sabéis de dónde viene y, sin embargo, me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino al que es religioso y hace su voluntad. Jamás se oyó decir que nadie le abriera los ojos a un ciego de nacimiento; si éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder.»
Le replicaron:
-«Empecatado naciste tú de pies a cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?»
Y lo expulsaron. Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo:
-«¿Crees tú en el Hijo del hombre?»
Él contestó:
-«¿Y quién es, Señor, para que crea en él?»
Jesús le dijo:
-«Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es.»
Él dijo:
-«Creo, Señor.»
Y se postró ante él.
Jesús añadió:
-«Para un juicio he venido yo a este mundo; para que los que no ven vean, y los que ven queden ciegos.»
Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le preguntaron:
-«¿También nosotros estamos ciegos?» Jesús les contestó: -«Si estuvierais ciegos, no tendríais pecado, pero como decís que veis, vuestro pecado persiste.»
En la historia personal de cada uno, como en la de la Iglesia, hay vendavales, tormentas, y lluvias torrenciales. Es decir, persecuciones, y pruebas de diversos tipos. Bueno, el Señor lo anunció varias veces, y por lo tanto, cuando esas circunstancias vienen, hay que alegrarse. En el caso de las persecuciones, Él mismo, expresamente, nos pidió que nos alegráramos. Porque las pruebas son en realidad una ocasión de purificar la fe, es decir, una ocasión para adherirse a Jesucristo y a la Iglesia con más verdad. Y de ese modo, experimentar la fidelidad de Dios: cuando la casa está edificada sobre roca, las tormentas no pueden en absoluto con ella.
El evangelista san Juan es un maestro de la paradoja. Sabía, como lo han sabido todos los que se han tomado en serio lo que significa hablar de Dios, que la paradoja es un procedimiento privilegiado para expresar el Misterio, precisamente en lo que tiene de misterio, de verdad desconcertante con respecto a nuestros esquemas habituales de razonamiento. Al final del relato de este domingo, es obvio que quienes no ven son los fariseos (que sí que veían), y el ciego, que no veía, que ni siquiera sabía al principio quién era Jesús, es el que ve en realidad mucho más que ellos.
Un precioso rasgo de este relato está en las conversaciones del ciego recién curado con los fariseos. Una y otra vez, ellos dan las razones por las que era imposible que hubiera sido curado –¿Cuándo se ha visto que un ciego de nacimiento recobre la vista?–, o por las que era imposible que Jesús pudiera venir de Dios, ya que había hecho la curación en sábado, contra su interpretación de la Ley. Una y otra vez, el hombre que había sido ciego remite a la experiencia: «Yo sólo sé que antes estaba ciego y ahora veo». La razón entre los fariseos refleja la cultura dominante, hecha de prejuicios y esquemas con los que se mide todo, en los que tiene que entrar la realidad a toda costa. Pero frente a la experiencia, los a prioris y los esquemas no valen nada.
Cuando llegan las tormentas, si nuestra fe en Jesucristo está hecha de rutinas, de ideas, y de principios, se la lleva el viento. Y eso es un aspecto muy característico de lo que nos está pasando. Con una ideología, ni se sostiene la vida ni se hace frente a la dificultad. Sólo la experiencia resiste y vence. En el tiempo del nihilismo y en marketing, cuando las ideas son juguetes y las palabras carecen de seriedad, a la hora de la verdad sólo quien puede apelar a la experiencia sobrevive. Sólo quien ha sido curado, quien tiene la experiencia de la gracia de la Redención, y puede aferrarse a esa roca, y puede decir: «Yo sólo sé que estaba ciego y ahora veo». Tal vez la hora de la verdad ha llegado. Y eso, lejos de ser una desgracia, es una bendición. Porque esa hora es la hora de Dios.
† Javier Martínez
Arzobispo de Granada