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La "falsa" polémica del Papa para evitar el genocidio de los pobres

Fecha: 21/08/1994. Publicado en: Diario La Información de Madrid, 26



Según una noticia difundida el jueves, Joyti Singh, coordinador ejecutico de la Conferencia Internacional sobre Población y Desarrollo, y la ministra española de auntos sociales, Cristina Alberdi, señalaron, en el acto de presentación del Informe Anual del Fondo de las naciones Unidas para Actividades de la Población (FNUAP), que "el Papa Juan pablo II ha generado una falsa polémica en torno al aborto que está obstaculizando los principales objetivos de la ONU para la cumbre que tendrá lugar en El Cairo la primera semana de septiembre".

Habría mucho que puntualizar en la noticia, tal como ha sido dada. Se apela, por ejemplo, a un consenso internacional que no existe. Se dice en un gran titular que "la ONU culpa al Papa de crear una falsa polémica sobre el aborto", cuando quienes han hecho esa acusación -siempre según la misma noticia- han sido el señor Singh y la señora Alberdi. Se insinúa una sutil crítica a la legitimidad del derecho del Papa a pronunciarse y a expresar la posición de la Iglesia Católica, cuando los partidarios de la limitación de la natalidad a cualquier precio invierten miles y miles de millones en propaganda. Se falsea la posición de la Santa Sede, presentándola como obscurantista, pero sin darla a conocer. Se utiliza la idea, todavía eficaz publicitariamente, aunque falsa y desmentida innumerables veces por la historia, de que la religión -las religiones- están en contra del progreso, de la razón y de la ciencia. Un fragmento de informe, en efecto, que aparece en la noticia citado entre comillas dice: "Si hubiera una masiva oposición por parte de todas las religiones, la Conferencia de El Cairo no podría llevar a la práctica ningún programa, independientemente de cuán sólidas sean sus estadísticas, cuán científicos sus argumentos o cuán racionales las soluciones propuestas". Aquí está uno de los núcleos de la cuestión. Se nos quiere vender que la posición en favor de la limitación de la natalidad a ultranza se deduce necesariamente de unas premisas incuestionablemente científicas, y que sólo la irracionalidad de la religión puede oponerse a una proposición tan científica y sensata.

Es verdad, a medias, que la población crece. Digo que a medias porque medio Africa está infectada de Sida, y porque los conflictos bélicos locales, estimulados, gestionados y dosificados hábilmente por los intereses internacionales, al mismo tiempo que las ayudas humanitarias, pueden fácilmente dar al traste con las tremebundas estadísticas con que se trata de impresionarnos. Lo que no es verdad es que la tierra no tenga recursos para alimentar a mucha más población de la que tenemos hoy. No hace muchos años, un investigador en cuestiones de agricultura que trabajaba para el Departamento de Estado norteamericano declaraba que sólo en Etiopía -y todos hemos visto los rostros del hambre en Etiopía- había recursos naturales suficientes para alimentar a toda Africa y exportar alimentos a Europa. Pero eso no se dice. Porque no interesa.

Como no se dicen otras cosas. Es verdad que en los países desarrollados disminuye la natalidad, como consecuencia del desarrollo, y de algunas patologías que acompañan el desarrollo tal como éste se viene haciendo en Occidente: sobre todo, la falta de sentido de la vida y de la alegría de vivir, que hace que sociedades enteras no tengan ni motivos ni energías para comunicar la vida y reproducirse. Pero no es en absoluto verdad que la disminución de la natalidad genere por sí misma desarrollo: en los países pobres, la disminución de la natalidad hace más aguda la pobreza, porque hay menos brazos para cultivar la tierra que es, hoy por hoy, el único medio de vida de que disponen.

Otra cosa que no se dice es que muchas de las inversiones y ayudas que los países industrializados han hecho a los países en vías de desarrollo respondían a intereses de los propios países industrializados, pero no a las necesidades de los países pobres. Una planta de aluminio, de tecnología punta, construida en el corazón de Africa, puede pasar en el presupuesto de un país rico europeo como un proyecto de cooperación industrial con Africa, pero las materias primas y los técnicos tenían que ser europeos, y los productos que se fabricaban iban a venderse en los mercados de los países ricos del Norte. En tales condiciones, uno tiene el derecho a preguntarse a quiénes servía semejante proyecto. No pocos fondos de "cooperación" con pueblos del tercer mundo han ido destinados a proporcionar armas a pueblos que apenas tenían lo imprescindible para la supervivencia. Con demasiada frecuencia, proyectos de "desarrollo" subvencionados y cacareados por la propaganda oficial, en lugar de crear mejores condiciones de vida para los pueblos pobres, lo que hacían era alejarlos de sus modos de vida tradicionales, imponerles un sistema económico y social que no tenía nada que ver con ellos, y aumentar la pobreza y la desesperación. Luego, cuando la tragedia estalla, el tema se resuelve enviando algunos aviones con ayuda humanitaria, para tranquilizar las conciencias, y a empezar de nuevo. Lo cierto es que Occidente no ha tenido imaginación ni verdadero interés por ayudar eficazmente al desarrollo de los pueblos del tercer mundo Para que hubiera ese interés haría falta un sentido religioso que Occidente hace mucho que no tiene. Y ahora quiere obtener un consenso mundial -un silencio sumiso y cómplice-, para que los pobres, que son los que crecen, renuncien a tener hijos o los maten antes de nacer.

Durante los años que viví en Estados Unidos, cayó una vez en mis manos un artículo de periódico que tenía por título: "Dejadlos morir". El tema del artículo era, ya entonces, el problema demográfico. Con la cruda franqueza que caracteriza el pensamiento americano, el articulista razonaba que si la población seguía creciendo, sería a la larga imposible mantener el nivel de vida que habíamos alcanzado en Occidente. Y que, por tanto, si se quería salvar ese nivel de vida en el Norte, era imprescindible que las reservas del planeta en el Sur tuvieran poca población. Para eso, había que dejar que los pueblos incapaces de sostenerse a sí mismos en la competición del desarrollo murieran de hambre.

Sé que un pensamiento tan crudo no representa el sentir del pueblo americano. Pero en aquel artículo se expresaba lo que sigue siendo el fondo del debate en la Conferencia de El Cairo: que la calidad de vida de unos pocos prevalezca frente a la dignidad y el derecho a la vida de otros. Si uno se toma la molestia de leer más allá de los titulares y los slogans, que están hechos para la propaganda, las mismas estadísticas del informe publicado ponen de manifiesto que ésa es la cuestión decisiva, aunque se quiera encubrir con eufemismos hipócritas como el de "salud reproductiva": "En 1960 -dice el informe- el 20% más rico de la población de la tierra absorbió el 70% del pastel mundial. Para el año 1989 la porción de los más ricos llegó al 83%. Mientras tanto, el 20% más pobre vio cómo su parte del pastel mundial disminuyó de un 2,3% a sólo un 1,4%". Terrible. De lo que ahora se trata, pues, es de que el 20% formado por los ricos pueda disponer de todo el pastel sin remordimientos de conciencia. Para eso, el procedimiento más expeditivo es eliminar todos aquellos pobres que no encajen en el sistema de los ricos como "reservas indias" de interés tirístico o como mano de obra barata.

Es un viejo procedimiento: el exterminio de los pobres y de los más débiles -y los más débiles e indefensos del mundo son los hijos en el seno de sus madres-, para garantizar el lujo y el nivel de vida de los fuertes. Lo usaron ya algunos imperios del Antiguo Oriente. Se ha usado abundantemente en nuestro siglo, desde la Rusia de Stalin a Cambodia. Lo usó, sobre todo, Adolf Hitler con los judíos, para garantizar el espacio vital de la Gran Alemania. Ahora un pensamiento similar se nos quiere vender a todos. También cuando Hitler hubo estadísticas e intelectuales que sostuvieron la necesidad "científica" de las tesis del Führer.

No, la posición del Papa en este punto, y la de la Iglesia católica, no genera "una falsa polémica". En todo este tema son muchas otras cosas las que son falsas, pero no la voz del Papa. Lo que sucede es que el Papa tiene la libertad de hablar, no desde intereses a los que es preciso dotar de un ropaje científico, y hasta moral cuando conviene, sino desde la verdad del hombre, los derechos del hombre y la dignidad inviolable de la persona humana. Y tiene la libertad de hablar en favor de los pobres, que son a los que la Conferencia de El Cairo quiere hacer pagar la miopía, la mezquindad y la insolidaridad de los países ricos.

Paradójicamente, para quienes piensan todavía -si es que alguien verdaderamente lo piensa- que la religión es un obstáculo a la razón y a la humanidad, el Papa puede hablar así porque vive de cara al Misterio, de cara a Dios, que es el único lugar desde el que puede percibirse el valor y la verdad del hombre. Fuera de ese lugar, no existen más que los intereses, el poder del poder. "Libertad, igualdad, fraternidad". Hermosas palabras, hermosos ideales, nacidos en pueblos educados durante siglos en la fe cristiana. ¿Dónde están hoy? ¿Qué queda de ellos cuando Dios se borra del horizonte de la vida humana? Dios os ampare, mis queridos pobres. En un mundo sin fe, no hay lugar para vosotros. Sí, por paradójico que parezca, en este tema como en otros, la voz de la Iglesia, y la voz de la religión, es la voz de la razón, es la voz de la libertad y de la humanidad verdadera que hay en cada uno de nosotros. La Iglesia es la "progre" y la libre, mientras que quienes voten a favor del proyecto que se va a presentar a la Cumbre de El Cairo, votarán sólo a favor de los intereses de los ricos y de los poderosos, y tratarán de dar apariencia de legitimidad a lo que no es más que un crimen tan viejo como el hombre.

De la posición de la Santa Sede, tan desfigurada por los medios de comunicación laicistas, hablaremos, si Dios quiere, otro día.

† Francisco Javier Martínez
Obispo Auxiliar de Madrid

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